¿Cuántas veces hemos rezado “hágase Tu Voluntad, así en la tierra, como en el Cielo”? ¿Hemos entendido el profundo sentido de esta oración hecha por Jesús, Dios hecho Hombre, a Su Padre? (ver artículo)
Nuestra vanidad es ese orgullo que nos dificulta aceptar que las cosas son simplemente como son, y que no tiene sentido andar presumiendo o defendiendo quienes somos, o cuanto somos (ver artículo)
Debo confesar que quizás allí, en esa cama de hospital, empecé a quererte, a valorarte. En el borde de la muerte o de una vida miserable... (ver artículo)
No sé en qué medida los cristianos que hablamos abiertamente de nuestra fe, tomamos conciencia de que somos hermanos, hijos de un mismo Padre. (ver artículo)
A lo largo de los siglos, antes y después de los tiempos de la Redención, Dios le ha hablado a los hombres y ha derramado visiblemente Sus Gracias, de modos diversos. (ver artículo)
El mismo Jesús nos legó la Iglesia: el Señor se colocó como Cabeza de Ella y la dotó de absolutamente todo lo necesario para que tenga vida eterna. (ver artículo)
¿Por qué se conmueven nuestros corazones al contemplar el origen de aquella jovencita de Palestina? Dios escogió Su Lugar, donde Él iba a formar Su Morada al llegar a este mundo. (ver artículo)
Jesús, paciente y silencioso, deja que nuestra alma sane y cicatrice. El cura nuestras heridas, disuelve nuestros recuerdos dolorosos y abre caminos de esperanza. (ver artículo)
María, Omnipotencia Suplicante, todo ruego, toda oración, como lo vemos en sus manos unidas, la vista elevada al Cielo. Ella pide por nosotros todo el tiempo. María, mediadora ante Jesús. (ver artículo)