Corremos la página de la revista que está en nuestras manos y surge algo que conmueve nuestra alma, algo que no debiéramos mirar. Por un lado, sentimos un cosquilleo en varias partes de nuestro cuerpo, nuestros ojos bambolean dubitativamente pero no pueden apartarse de lo que se ve allí. No hay dudas, algo ocurre en nuestro interior, y sin embargo eso que se manifiesta ante nuestra alma es dulce y atractivo, como un suave y letal veneno. De inmediato nos imaginamos que Jesús está sobre nuestro hombro mirando la misma página de la revista y con una mueca violenta aparta la mirada. Demasiado tarde, pero finalmente corremos la página y distraídamente pretendemos que nada ha ocurrido, pero la verdad es que esa imagen quedo retratada en nuestras retinas, en nuestra alma, y volverá una y otra vez a reclamar su presa: nosotros.
Escuchamos como la conversación se va acalorando, se pone intensa y toca cada vez zonas más prohibidas. De repente no resistimos e intervenimos con una expresión que contiene palabras que no son exactamente dignas de un hijo de Dios. En el momento de pronunciarlas sentimos la conmoción que provocan en la audiencia, el efecto buscado. ¡Ahora me prestarán atención! Sin embargo, algo más ocurre en nuestro interior: nos sentimos avergonzados de hablar de esa manera, de ensuciar con barro pestilente nuestra boca, y nos imaginamos a la Virgen viéndonos en ese momento y emitiendo una exclamación de espanto ante la vista del hijo envuelto en un fango verbal inesperado.
La experiencia de caer en el pecado nos pone, en el momento de ocurrir, sujetos a dos sensaciones totalmente opuestas: por una parte el dulzor perfumado, inconfundible, turbador y seductor del pecado mismo. Surge esa clara sensación de haber tenido el valor de cruzar una frontera más, de haber podido transgredir, de ser rebelde, desobediente. El pecado tiene la misma efectiva publicidad que vemos en la televisión para convencernos de comprar su producto, a veces con un mensaje vulgar y ruidoso, pero muchas otras con sutiles y sensuales llamados a las partes donde se esconden nuestras mas profundas miserias: nuestra vanidad y sensualidad.
Pero, en esa batalla espiritual que vivimos en cada acto de nuestra vida, también experimentamos el sacudón, ese calor que sube por nuestro cuerpo y se instala en nuestro rostro y orejas, indicando a las claras que algo hicimos mal. Es claramente vergüenza, culpa, remordimiento, y un bombardeo de pensamientos que nos gritan ¿por qué hiciste eso? Y la respuesta no viene clara, porque nuestra alma está aún embotada del perfume del pecado, y no sabe si darle cabida al perfume o al calor en el rostro que nos indica que algo hicimos mal,
Vivimos inmersos en el mundo, por lo que estas pequeñas o grandes experiencias de tentación seguida de pecado ocurren a diario, demasiado a menudo. Me sucede a veces el ver adolescentes que en pocos meses cambian totalmente su modo de hablar, y no se dan cuenta que eso ocurre porque se han metido en un circulo donde se habla de ese modo. El alma queda entonces manchada de tal forma que los demás vemos luego esas manchas de modo ostensible. ?De la boca sale lo que en el alma habita?. A veces los veo relatar programas de televisión con gran interés y risotadas, mientras ellos no comprenden que están manchando su alma con cosas que no son buenas. Baste pensar en Jesús mirando ese programa sentado junto a nosotros en nuestro sillón preferido, compartiendo la diversión y risotadas. Imposible, ¿verdad?
¿Son estas acaso cosas menores a las que no debemos prestar atención? Yo creo que si debemos prestar atención, si es que no queremos ir a la batalla espiritual desarmados y faltos de entrenamiento. Nuestra capacidad de construirnos una coraza que nos proteja de las tentaciones y provocaciones del mundo configura probablemente la principal arma que debemos tener como soldados de Jesús.
San Patricio construyó en Irlanda hace siglos esa coraza con oración, y aun hoy la rezamos. Los invito a conocerla, a rezarla, a meditarla, porque fue hecha hace más de 1500 años y sin embargo no ha perdido vitalidad en lo más mínimo. Es que el misterio de la iniquidad (el mal) no ha cambiado mucho. Sigue usando las mismas estratagemas para tentarnos y arrastrarnos a nuestra propia perdición.
La Coraza de San Patricio nos llene de rechazo por las cosas malas que nos ofrece el mundo. Por las habladurías, las imágenes de impureza, las palabras que no debieran salir de nuestra boca, los dichos o miradas hirientes. En fin, que la Coraza de San Patricio nos enseñe a tenerle verdadero asco al pecado, para que nos revuelva el estomago la sola idea de pecar, y nos de paz y consuelo la idea de callar, mirar mansamente lo que ocurre, dar vuelta la cabeza cuando es necesario hacerlo para evitar ver u oír lo que no nos hace bien, y evitar la curiosidad y habladurías malsanas.
Coraza de San Patricio
Me envuelvo hoy día y ato a mí una fuerza poderosa;
La invocación de la Trinidad, la fe en las Tres Personas, la confesión de
La unidad del Creador del universo.
Me envuelvo hoy día y ato a mí:
La fuerza de Cristo con Su Bautismo,
La fuerza de Su Crucifixión y Entierro,
La fuerza de Su Resurrección y Ascensión,
La fuerza de Su Vuelta para el juicio de la eternidad.
Me envuelvo hoy día y ato a mí:
La fuerza del amor de los querubines,
La obediencia de los ángeles,
El servicio de los arcángeles,
La esperanza de la resurrección para el premio,
La oración de los patriarcas,
La visión de los profetas,
Las palabras de los apóstoles,
La fe de los mártires,
La inocencia de las santas vírgenes y
Las buenas obras de los confesores.
Me envuelvo hoy día y ato a mí el poder del Cielo,
La luz del sol, el brillo de la luna,
El resplandor del fuego, la velocidad del rayo,
La rapidez del viento, la profundidad del mar,
La firmeza de la tierra, la solidez de la roca.
Me envuelvo hoy día y ato a mí:
La Fuerza de Dios para orientarme,
El Poder de Dios para sostenerme,
La Sabiduría de Dios para guiarme,
El Ojo de Dios para prevenirme,
El Oído de Dios para escucharme,
La Palabra de Dios para apoyarme,
La Mano de Dios para defenderme,
El Camino de Dios para recibir mis pasos,
El Escudo de Dios para protegerme,
Los Ejércitos de Dios para darme seguridad
Contra las trampas de los demonios,
Contra las tentaciones de los vicios,
Contra las inclinaciones de la naturaleza,
Contra todos los que desean el mal de lejos y de cerca
Estando yo solo en la multitud
Convoco hoy día todas esas fuerzas poderosas que están entre mí y esos males
Contra las encantaciones de los falsos profetas,
Contra las leyes negras del paganismo,
Contra las leyes falsas de los herejes,
Contra la astucia de la idolatría,
Contra los conjuros de las brujas, brujos y magos,
Contra las curiosidades que dañan el cuerpo y el alma del hombre.
Invoco a Cristo que me proteja hoy día:
Contra el veneno, el incendio, el ahogo, las heridas,
Para que pueda yo alcanzar abundancia de premio.
Cristo conmigo, Cristo delante de mí, Cristo detrás de mí,
Cristo en mí, Cristo bajo mí, Cristo sobre mí,
Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda,
Cristo en la anchura, Cristo en la longitud, Cristo en la altura,
Cristo en el corazón de todo hombre que piensa en mí,
Cristo en la boca de todos los que hablan de mí,
Cristo en todo ojo que me ve, Cristo en todo oído que me escucha
Me envuelvo hoy día y ato a mí una fuerza poderosa;
La invocación de la Trinidad, la fe en las Tres Personas,
La confesión de la unidad del Creador del universo.
Del Señor es la salvación. Del Señor es la salvación. De Cristo es la salvación
Tu salvación, Señor, está siempre con nosotros.
Amén