¿Cuántas veces nos conmovimos hasta las lágrimas al enfrentar algo que es claramente de Dios? Quizás fue algo que nos dijeron, o un momento de oración donde el Señor tocó nuestro corazón de un modo especial, o quizás algo ocurrió en nuestra vida que sólo puede ser atribuido a Él. En realidad no importa demasiado, ya que los recursos que Dios tiene para llamarnos en algún momento de nuestro camino, son infinitos. Lo importante, lo fundamental, es que lo hayamos registrado, que lo sintiéramos como algo especial, solo atribuible a Dios.
Esa convicción de haber vivido una experiencia de Cielo aquí en la tierra queda grabada en nuestra alma de tal modo que, sin advertirlo, estamos buscando ese encuentro una y otra vez. Esa conmoción ha formado una amistad quizás todavía desconocida por nosotros, pero verdadera en nuestro interior, con Aquel que nos dio la vida. Solo Dios pudo haber invadido nuestro ser de tal modo, y si lo hizo una vez, sin dudas que está dispuesto a volver a tocar nuestra puerta. O mejor aún, quizás sea mucho mejor idea el que sea yo quien toque a Su Puerta, quien convoque ese encuentro que tanto anhela mi alma.
Pero, ¿Cómo lo llamo? ¿Qué extraña puerta debo tocar para hacer que Él, ese desconocido que se aventuró a presentarse a mí de modo tan fulgurante, me abra y deje que sienta nuevamente ese fuego que quemó mi pecho y mis entrañas? La verdadera Fe, esa que se vuelve indestructible y nos prepara para hasta dar la vida por Él, está hecha de esa sustancia invisible que se instaló en nuestro corazón cuando Jesús nos hizo conocerlo de modo personal. Sustancia maravillosa que al tocar nuestro interior nos cambia por completo, dotándonos de un corazón simple, un corazón de niño.
Quizás fue hace muchos años, en mi niñez, que viví ese encuentro. O quizás fue hace poco tiempo. Lo importante es que hoy estoy decidido a retomar la búsqueda, a acercarme con palabras de amigo a Quien está allí, esperándome. No quiero hacer las cosas de un modo difícil, porque Él es la sencillez hecha Divinidad, es el Dios que hace lo imposible, simple. Nada más que hablarle con la convicción de que Él escucha, para que se decida a vivir conmigo, las 24 horas del día. Él me habla, yo escucho. Yo hablo, Él me escucha. Así, hoy, empecé esta maravillosa experiencia de vivir unido en dialogo permanente con Dios, mi Dios.
Como el niño que no puede estar lejos de su mamá, cuando vivimos con Él, y en Él, nuestro corazón nos susurra que nos quedemos confiados en los brazos del Maestro. No hacen falta libros, ni conocimientos demasiado complejos, sino la simple convicción de que con Él a nuestro lado, como nuestro Amigo, todo es posible. Hablar con Él es tan natural como hablar con nuestro mejor Amigo. Jesús, me levanté con jaqueca esta mañana, ¿puedo tomar mis pastillas de siempre? Hagámoslo juntos, mientras me escuchas contarte los planes que tengo para este día. Si, lo sé, tienes razón en decirme una vez más que esa angustia que tengo hoy en mi alma me amarga la mañana. Te prometo esforzarme en sonreír y vivir cada minuto que me das de tal forma de hacerte sonreír a Ti también.
Pequeños diálogos, que algunos llaman oración, hablan de la confianza que hay entre nosotros. Entre Jesús, y yo. Mi alma de niño no necesita mucho más, sólo saber que Él está conmigo en todo momento, a mi lado. Con el tiempo, Jesús me forma en otras cosas tan importantes para mi vida, como ir a visitarlo muy a menudo a Su Casa donde Él está en el Pan que tanto bien me hace comer. Poco a poco, voy aprendiendo de Sus cosas, porque quiero saber cada día más de Él, ahora que es mi Amigo.
La Fe, la verdadera Fe, es tan simple como estas sencillas palabras que acabas de leer. Dios no quiere que te transformes en un teólogo para enamorarte de Él. Solo quiere que conozcas Su Infinito Amor por ti, Amor que Él derrama en forma personal, intransferible, gratuita, sobre ti. No hay nada más importante en tu vida que este Amor que Jesús te ofrece. Nada. Cuando lleguemos allá arriba lo comprenderemos. Veremos esos momentos de nuestra vida donde Él nos llamó, como signo de su elección sobre nosotros, y lamentaremos haber reaccionado de manera tan tibia. Pero también podremos ver como Él insistió, de manera incansable.
Mira a tu alrededor, el Señor te llama. Una y otra vez. No con textos complejos, ni con conocimientos profundos, sino en la sencillez de un corazón simple, sencillo. Un corazón de niño, que no pretende comprender, sino aceptar el amor de sus padres como algo natural, algo único, lo más importante en nuestra vida. El Señor hará el resto, no te preocupes. ¿Acaso no esta Él aquí, que es tu Padre?