Alicia Hernández ha realizado una labor impresionante a lo largo de los últimos 22 años en compañía de sus hijos y su fe. Sin casa ni ingresos, ha conseguido ayudar a más de 100 ancianos abandonados por sus familias en la ciudad colombiana de Neiva, a 300 kilómetros de Bogotá.
Alicia comenzó su entrega a los demás después de ser curada milagrosamente de un cáncer terminal de matriz.
“Llegué a la Renovación Carismática precisamente por la enfermedad, porque cuando ya no había esperanzas, descubrí que cuando el hombre dice ya no hay nada que hacer Dios extiende su mano y hace lo que tiene que hacer”, declaró al Diario del Huila.
Casi muere sin nada para Dios
“Cuando me invitaron al grupo [de oración al estilo carismático] pensé: si me tengo que morir de cáncer me muero, porque de algo me tengo que morir, Dios sabrá. Pero resulta que experimenté algo muy grande y hermoso, me vi muriéndome, vi que mi vida se iba, que me estaba muriendo, pero me veía con las manos totalmente vacías, no tenía nada que llevar a la eternidad”
Se curó de manera sorprendente, probablemente como un milagro de Dios. Y tras esta revelación, Alicia se puso manos a la obra y comenzó su obra con ayuda de sus hijos. Sin contar con nada más que la generosidad de los vecinos, abrió el Hogar de la Divina Providencia, para ancianos, en el barrio de los Guaduales.
La casa es un lugar sencillo, casi una chabola, que cumple las necesidades más básicas de los ancianos. “Algunos de ellos llegan en muy mal estado”, dice Edward Fabián Quintero, trabajador del centro.
Alicia recuerda el caso de un anciano recogido por unos estudiantes en medio de un parque, que llegó al centro con tuberculosis. “Cuando la gente se enteró de que era una enfermedad muy contagiosa, nadie quiso tratarlo. Mi hija, que había comenzado la carrera de enfermería hace poco, se volcó con él y le administró las inyecciones”.
El pobre es aquel que lo da todo
La pobreza se cura con pobreza. Los ancianos son felices con lo poco que reciben de este lugar, ya que al menos reciben algo. Muchos son abandonados por sus familias; ya sea por problemas económicos, o simplemente por “ser un estorbo”.
La ducha es una simple manguera, el baño son varios orinales, el trabajo es duro, pero los asistentes realizan su labor con amor y calma. “Cada vez que recibimos una donación, comida, ropa o cualquier cosa por medio de la Providencia, veo la mano de Dios en este proyecto”, asegura Alicia.
Los ancianos no siempre parecen corresponder al amor que se les brinda. “Nosotros hemos visto que ellos son agradecidos sólo en el momento que entran en enfermedad de cama y comienzan a agonizar. Es como si tomaran conciencia de lo que se ha hecho por ellos, ese es el momento en que son agradecidos y es cuando recibimos la bendición de muchos”.
El Hogar de la Divina Providencia espera actualmente abrir un nuevo centro en la localidad gracias a la generosa donación de unos terrenos en 2008. Lo que comenzó en una casa-chabola se convertirá en un centro especializado en el cuidado de los ancianos.
“Sin Dios”, dice Alicia, “sería imposible llevar a cabo este proyecto. Él nos ha dado la fuerza. Él nos guía”.
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Fuente: Religión en Libertad