visiones – Reina del Cielo https://www.reinadelcielo.org Mon, 09 Sep 2024 09:59:59 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.9 Nacimiento de la Virgen María. Visión de María Valtorta https://www.reinadelcielo.org/nacimiento-de-la-virgen-maria-vision-de-maria-valtorta/ Mon, 09 Sep 2024 06:01:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=23119 Veo a Ana saliendo al huerto – jardín. Va apoyándose en el brazo de una pariente (se ve porque se parecen). Está muy gruesa y parece cansada, quizás también porque hace bochorno, un bochorno muy parecido al que a mí me hace sentirme abatida.

A pesar de que el huerto sea umbroso, el ambiente es abrasador y agobiante. Bajo un despiadado cielo, de un azul ligeramente enturbiado por el polvo suspendido en el espacio, el aire es tan denso, que podría cortarse como una masa blanda y caliente. Debe persistir ya mucho la sequía, pues la tierra, en los lugares en que no está regada, ha quedado literalmente reducida a un polvo finísimo y casi blanco. Un blanco ligeramente tendente a un rosa sucio. Sin embargo, por estar humedecida, es marrón oscura al pie de los árboles, como también a lo largo de los cortos cuadros donde crecen hileras de hortalizas, .y en torno a los rosales, a los jazmines o a otras flores de mayor o menor tamaño (que están especialmente a lo largo de todo el frente de una hermosa pérgola que divide en dos al huerto hasta donde empiezan las tierras, ya despojadas de sus mieses). La hierba del prado, que señala el final de la propiedad, está requemada; se ve rala. Sólo permanece la hierba más verde y tupida en los márgenes del prado, donde hay un seto de espino blanco silvestre, ya todo adornado de los rubíes de los pequeños frutos; en ese lugar, en busca de pastos y de sombra, hay unas ovejas con su zagalillo.

Joaquín, con otros dos hombres como ayuda, está dedicado a las hortalizas y a los olivos. A pesar de ser anciano, es rápido y trabaja con gusto. Están abriendo unas pequeñas protecciones de las lindes de una parcela para proporcionar agua a las sedientas plantas. Y el agua se abre camino borboteando entre la hierba y la tierra quemada, y se extiende en anillos que, en un primer momento, parecen como de cristal amarillento para luego ser anillos oscuros de tierra húmeda en torno a los sarmientos y a los olivos colmados de frutos.

Lentamente, Ana, por la umbría pérgola, bajo la cual abejas de oro zumban ávidas del azúcar de los dorados granos de las uvas, se dirige hacia Joaquín, el cual, cuando la ve, se apresura a ir a su encuentro.
-¿Has llegado hasta aquí?.
– La casa está caliente como un horno».
– Y te hace sufrir».
Es mi único sufrimiento en este último período mío de embarazo. Es el sufrimiento de todos, de hombres y de nimales. No te sofoques demasiado, Joaquín.
– El agua que hace tanto que esperamos, y que hace tres días que parece realmente cercana, no ha llegado todavía. Las ierras arden. Menos mal que nosotros tenemos el manantial cercano, y muy rico en agua. He abierto los canales. Poco alivio para estas plantas cuyas hojas ya languidecen cubiertas de polvo. No obstante, supone ese mínimo que las mantiene en vida. ¡Si lo viera!…

Joaquín, con el ansia de todos los agricultores, escudriña el cielo, mientras Ana, cansada, se da aire con un abanico parece hecho con una hoja seca de palma traspasada por hilos multicolores que la mantienen rígida).

La pariente dice:
– Allí, al otro lado del Gran Hermón, están formándose nubes que avanzan elozmente. Viento del norte. Bajará la emperatura y dará agua.
– Hace tres días que se levanta y luego cesa cuando sale la Luna. Sucederá lo mismo esta vez – Joaquín está desalentado.
– Vamos a casa. Aquí tampoco se respira; además, creo que conviene volver – dice Ana, que ahora se le ha puesto de improviso pálida la cara. ¿Sientes dolor?
– No. Siento la misma gran paz que experimenté en el Templo cuando se me otorgó la gracia, y que luego volví a sentir tra vez al saber que era madre. Es como un éxtasis. Es un dulce dormir del cuerpo, mientras el espíritu exulta y se aplaca con una paz sin parangón humano. Yo te he amado, Joaquín, y, cuando entré en tu casa y me dije: “Soy esposa de un justo”, sentí paz, como todas las otras veces que tu próvido amor se prodigaba en mí. Pero esta paz es distinta. Creo que es una paz como la que debió invadir, como una deleitosa unción de aceite, el espíritu de Jacob, nuestro padre, después de su sueño de ángeles. O semejante, más bien, a la gozosa paz de los Tobías tras habérseles manifestado Rafael. Si me sumerjo en ella, al saborearla, crece cada vez más. Es como si yo ascendiera por los espacios azules del cielo… y, no sé por qué, pero, desde que tengo en mí esta alegría pacífica, hay un cántico en mi corazón: el del anciano Tobit. Me parece como si hubiera sido compuesto para esta hora… para esta alegría… para la tierra de Israel que es su destinataria… para Jerusalén, pecadora, mas ahora perdonada… bueno… no os riáis de los delirios de una madre… pero, cuando digo: “Da gracias al Señor por tus bienes y bendice al Dios de los siglos para que vuelva a edificar en ti su Tabernáculo”, yo pienso que aquel que reedificará en Jerusalén el Tabernáculo del Dios verdadero, será este que está para nacer… y pienso también que, cuando el cántico dice: “Brillarás con una luz espléndida, todos los pueblos de la tierra se postrarán ante ti, las naciones irán a ti llevando dones, adorarán en ti al Señor y considerarán santa tu tierra, porque dentro de ti invocarán el Gran Nombre. Serás feliz en tus hijos porque todos serán bendecidos y se reunirán ante el Señor.

¡Bienaventurados aquellos que te aman y se alegran de tu paz!…”, cuando dice esto, pienso que es profecía no ya de la Ciudad Santa, sino del destino de mi criatura, y la primera que se alegra de su paz soy yo, su madre feliz… El rostro de Ana, al decir estas palabras, palidece y se enciende, como una cosa que pasase de luz lunar a vivo fuego, y viceversa. Dulces lágrimas le descienden por las mejillas, y no se da cuenta, y sonríe a causa de su alegría. Y va yendo hacia casa entre su esposo y su pariente, que escuchan conmovidos en silencio.

Se apresuran, porque las nubes, impulsadas por un viento alto, galopan y aumentan en el cielo mientras la llanura se oscurece y tirita por efectos de la tormenta que se está acercando. Llegando al fibra! de la puerta, un primer relámpago lívido surca el cielo. El ruido del primer trueno se asemeja al redoble de un enorme bombo ritmado con el arpegio de las primeras gotas sobre las abrasadas hojas.

Entran todos. Ana se retira. Joaquín se queda en la puerta con unos peones que le han alcanzado, hablando de esta agua tan esperada, bendición para la sedienta tierra. Pero la alegría se transforma en temor, porque viene una tormenta violentísima con rayos y nubes cargadas de granizo.
– Si rompe la nube, la uva y las aceitunas quedarán trituradas como por rueda de molino. ¡Pobres de nosotros!».

Joaquín tiene además otro motivo de angustia: su esposa, a la que le ha llegado la hora de dar a luz al hijo. La pariente le dice que Ana no sufre en absoluto. Él está, de todas formas, muy inquieto, y, cada vez que la pariente u otras mujeres (entre las cuales está la madre de Alfeo) salen de la habitación de Ana para luego volver con agua caliente, barreños y paños secados a la lumbre, que, jovial, brilla en el hogar central en una espaciosa cocina, él va y pregunta, y no le calman las explicaciones tranquilizadoras de las mujeres. También le preocupa la ausencia de gritos por parte de Ana. Dice:

Yo soy hombre. Nunca he visto dar a luz. Pero recuerdo haber oído decir que la ausencia de dolores es fatal….
Declina el día antes de tiempo por la furia de la tormenta, que es violentísima. Agua torrencial, viento, rayos… de todo, menos el granizo, que ha ido a caer a otro lugar.
Uno de los peones, sintiendo esta violencia, dice:
– Parece como si Satanás hubiera salido de la Gehena con sus demonios. ¡Mira qué nubes tan negras! ¡Mira qué exhalación de azufre hay en el ambiente, y silbidos y voces de lamento y maldición! Si es él, ¡está enfurecido esta noche!.
El otro peón se echa a reír y dice:
– Se le habrá escapado una importante presa, o quizás Miguel de nuevo le habrá lanzado el rayo de Dios, y tendrá cuernos y cola cortados y quemados.
Pasa corriendo una mujer y grita:
¡Joaquín! ¡Va a nacer de un momento a otro! ¡Todo ha ido rápido y bien!
Y desaparece con una pequeña ánfora en las manos.
Se produce un último rayo; tan violento, que lanza contra las paredes a los tres hombres. En la parte delantera de la casa, en el suelo del huerto, queda como recuerdo un agujero negro y humeante. Luego, de repente, cesa la tormenta. De detrás de la puerta de Ana viene un vagido (parece el lamento de una tortolita en su primer arrullo). Mientras, un enorme arco iris extiende su faja semicircular por toda la amplitud del cielo. Surge, o por lo menos lo parece, de la cima del Hermón (la cual, besada por un filo de sol, parece de alabastro de un blanco – rosa delicadísimo), se eleva hasta el más terso cielo septembrino y, salvando espacios limpios de toda impureza, deja debajo las colinas de Galilea y un terreno llano que aparece entre dos higueras, que está al Sur, y luego otro monte, y parece posar su punta extrema en el extremo horizonte, donde una abrupta cadena de montañas detiene la vista.
-¡Qué cosa más insólita!
-¡Mirad, mirad!
Parece como si reuniera en un círculo a toda la tierra de Israel, y… ya… ¡fijaos!, ya hay una estrella y el Sol no se ha puesto todavía. ¡Qué estrella! ¡Reluce como un enorme diamante!…
-¡Y la Luna, allí, ya llena y aún faltaban tres días para que lo fuera! ¡Fijaos cómo resplandece!.

Las mujeres irrumpen, alborozadas, con un “ovillejo” rosado entre cándidos paños.
¡Es María, la Mamá! Una María pequeñita
, que podría dormir en el círculo de los brazos de un niño; una María que al máximo tiene la longitud de un brazo, una cabecita de marfil teñido de rosa tenue, y unos labiecillos de carmín que ya no lloran sino que instintivamente quieren mamar (tan pequeñitos, que no se ve cómo van a poder coger un pezón), y una naricita diminuta entre dos carrillitos redondetes. Si la estimulan abre los ojitos: dos pedacitos de cielo, dos puntitos inocentes y azules que miran, y no ven, entre sutiles pestañas de un rubio tan tenue que es casi rosa. También el vello de su cabeza redondita tiene una veladura entre rosada y rubia como ciertas mieles casi blancas.

Tiene por orejas dos conchitas rosadas y transparentes, perfectas; y por manitas… ¿qué son esas dos cositas que gesticulan y buscan la boca? Cerradas, como están, son dos capullos de rosa de musgo que hubieran hendido el verde de los sépalos y asomaran su seda rosa tenue; abiertas, como están ahora, dos joyeles de marfil apenas rosa, de alabastro apenas rosa, con cinco pálidos granates por uñitas. ¿Cómo podrán ser capaces de secar tanto llanto esas manitas?
¿Y los piececitos? ¿Dónde están? Por ahora son sólo pataditas escondidas entre los lienzos. Pero, he aquí que la pariente se sienta y la destapa… ¡Oh, los piececitos! De la largura aproximada de cuatro centímetros, tienen por planta una concha coralina; por dorso, una concha de nieve veteada de azul; sus deditos son obras maestras de escultura liliputiense, coronados también por pequeñas esquirlas de granate pálido. Me pregunto cómo podrán encontrarse sandalias tan pequeñas que valgan para esos piececitos de muñeca cuando den sus primeros pasos, y cómo podrán esos piececitos recorrer tan áspero camino y soportar tanto dolor bajo una cruz. Pero esto ahora no se sabe. Se ríe o se sonríe de cómo menea los brazos y las
piernas, de sus lindas piernecitas bien perfiladas, de los diminutos muslos, que, de tan gorditos como son, forman hoyuelos y aritos, de su barriguita (un cuenco invertido), de su pequeño tórax, perfecto, bajo cuya seda cándida se ve el movimiento de la respiración y se oye ciertamente, si, como hace el padre feliz ahora, en él se apoya la boca para dar un beso, latir un corazoncito… Un corazoncito que es el más bello que ha tenido, tiene y tendrá la tierra, el único corazón inmaculado de hombre.

¿Y la espalda? Ahora la giran y se ve el surco lumbar y luego los hombros, llenitos, y la nuca rosada, tan fuerte, que la cabecita se yergue sobre el arco de las vértebras diminutas, como la de un ave escrutadora en torno a sí del nuevo mundo que ve, y emite un gritito de protesta por ser mostrada en ese modo; Ella, la Pura y Casta, ante los ojos de tantos, Ella, que jamás volverá a ser vista desnuda por hombre alguno, la Toda Virgen, la Santa e Inmaculada. Tapad, tapad a este Capullo de azucena que nunca se abrirá en la tierra, y que dará, más hermosa aún que Ella, su Flor, sin dejar de ser capullo. Sólo en el Cielo la Azucena del Trino Señor abrirá todos sus pétalos. Porque allí arriba no existe vestigio de culpa que pudiera involuntariamente profanar ese candor.

Porque allí arriba se trata de acoger, a la vista de todo el Empíreo, al Trino Dios – Padre, Hijo, Esposo – que ahora, dentro de pocos años, celado en un corazón sin mancha, vendrá a Ella.

De nuevo está envuelta en los lienzos y en los brazos de su padre terreno, al que asemeja. No ahora, que es un bosquejo de ser humano. Digo que le asemeja una vez hecha mujer. De la madre no refleja nada; del padre, el color de la piel y de los ojos, y, sin duda, también del pelo, que, si ahora son blancos, de joven eran ciertamente rubios a juzgar por las cejas. Del padre son las facciones — más perfectas y delicadas en Ella por ser mujer, ¡y qué Mujer!; también del padre es la sonrisa y la mirada y el modo de moverse y la estatura. Pensando en Jesús como lo veo, considero que ha sido Ana la que ha dado su estatura a su Nieto, así como el color marfil más cargado de la piel; mientras que María no tiene esa presencia de Ana (que es como una palma alta y flexible), sino la finura del padre. También las mujeres, mientras entran con Joaquín donde se encuentra la madre feliz para devolverle a su hijita, hablan de la tormenta y del prodigio de la Luna, de la estrella, del enorme arco iris.

Ana sonríe ante un pensamiento propio:
– Es la estrella – dice Su signo está en el cielo. ¡María, arco de paz! ¡María, estrella mía! ¡María, Luna pura! ¡María, perla nuestra!.

– ¿María la llamas?.
– Sí. María, estrella y perla y luz y paz…
– Pero también quiere decir amargura… ¿No temes acarrearle alguna desventura?
Dios está con Ella. Es suya desde antes de que existiera. Él la conducirá por sus vías y toda amargura se transformará en paradisíaca miel. Ahora sé de tu mamá… todavía un poco, antes de ser toda de Dios….
Y la visión termina en el primer sueño de Ana madre y de María recién nacida.

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Relatos y visiones de la vida de Jesús y María en la tierra, de Maria Valtorta, de su obra “El Poema de El Hombre-Dios”.


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Visiones de Valtorta de La Ascensión https://www.reinadelcielo.org/visiones-de-valtorta-de-la-ascension/ Sun, 21 May 2023 16:01:27 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=27308 ]]> Últimas enseñanzas en el Getsemaní, despedida y ascensión al Padre /-


Un naciente rosicler de aurora en Oriente. Jesús pasea con su Madre por los escalones de la ladera del Getsemaní. No median palabras, sólo miradas de inefable amor. Quizás ya han sido dichas las palabras, quizás no; han hablado las dos almas: la de Cristo y la de la Madre de Cristo. Ahora lo que hay es contemplación de amor, recíproca contemplación; la conoce la naturaleza asperjada de rocío, y la pura luz matutina; la conocen esas delicadas criaturas de Dios que son las hierbas y las flores, los pájaros y las mariposas. Los hombres están ausentes.

Yo incluso me siento como incómoda de estar presente en esta despedida.
«¡Señor, no soy digna!» exclamo entre las lágrimas que me caen, mirando la última hora de unión terrena entre la Madre y el Hijo, y pensando que hemos llegado al final de la amorosa fatiga, tanto Jesús como María como el pequeño, indigno niño que Jesús ha querido que fuera testigo de todo el tiempo mesiánico y que se llama María (aunque a Jesús le gusta llamarla “el pequeño Juan”, o también “la violeta de la Cruz”).

Sí. Pequeño Juan (María Valtorta). Pequeño, porque no soy nada. Juan, porque soy verdaderamente aquella a quien Dios ha conferido grandes gracias, y porque, en medida infinitesimal -pero es todo lo que poseo, y, dando todo lo que poseo sé que doy en la medida perfecta que satisface a Jesús, porque es el “todo” de mi nada-, en medida infinitesimal, yo, como el gran Juan predilecto, he dado todo mi amor a Jesús y a María, compartiendo con ellos lágrimas y sonrisas, siguiéndolos angustiada de verlos afligidos y de no poder defenderlos del livor del mundo a costa de mi propia vida, palpitando ahora mi corazón al ritmo de los suyos por lo que termina para siempre…

Violeta. Sí. Una violeta que ha tratado de estar escondida entre la hierba para que Jesús no la esquivara -Él que amaba todas las cosas creadas por ser obra del Padre suyo-, sino que la calcara con su pie divino, y yo pudiera morir emanando mi tenue perfume en el esfuerzo de suavizarle el contacto con la tierra áspera y dura. Violeta de la Cruz, sí. Y su Sangre ha llenado mi cáliz hasta hacerlo plegarse y tocar el suelo…

¡Oh, mi Amado, que, antes, de tu Sangre me has colmado, dándome a contemplar tus pies heridos, clavados al madero “… y al pie de la cruz era yo una plantita de violetas ya abiertas, y caían las gotas de la Sangre divina sobre esa plantita de violetas florecidas…”! ¡Recuerdo lejano, y siempre tan cercano y presente!

Preparación para lo que después fui: ese portavoz tuyo que ahora está del todo rociado de tu Sangre, de tus sudores y lágrimas, del llanto de María tu Madre pero que también conoce tus palabras, tus sonrisas, todo, todo acerca de ti; y que ya no emana perfume de violetas, sino el perfume de ti, Amor mío único y solo, ese perfume divino que acunó ayer noche mi dolor y que desciende a mí, delicado como un beso, consolador como el propio Cielo, y me hace olvidar todo para vivir sólo de ti…

Tengo tu promesa. Sé que no te perderé. Me lo has prometido y tu promesa es sincera: es de Dios. Te seguiré teniendo. Siempre. Sólo si pecara de soberbia, mentira, desobediencia, te perdería; Tú lo has dicho, pero sabes que, sosteniendo tu Gracia mi voluntad, no quiero pecar, y espero no pecar porque Tú me sostendrás. Sé que no soy una encina. Soy una violeta. Un tallito frágil, que se puede plegar bajo la patita de un pajarillo o por el peso de un escarabajo. Pero Tú eres mi fuerza, Señor. Y el amor por ti es mi ala.
No te perderé. Me lo has prometido. Vendrás del todo para mí para traer alegría a tu agonizante violeta. Pero no soy egoísta, Señor. Tú lo sabes. Tú sabes que quisiera dejar de verte yo, con tal de que te vieran muchos otros, y creyeran en ti. A mí ya mucho me has dado, y no soy digna de ello. Verdaderamente me has amado como Tú sólo sabes amar a tus hijos especialmente amados.

Pienso en lo dulce que era verte “vivir” como Hombre entre los hombres. Y pienso que dejaré de verte así. Todo ha sido visto y dicho. Sé también que no se borrarán de mi pensamiento tus acciones de Hombre entre los hombres, y que no necesitaré libros para recordarte como realmente fuiste: bastará con que mire dentro de mí, donde toda tu vida está imprimida con caracteres indelebles. Pero era dulce, era dulce…

Ahora asciendes… La Tierra te pierde. María de la Cruz (María Valtorta) te pierde, Maestro Salvador. Te tendrá como Dios dulcísimo, y ya no verterás Sangre, sino celestial miel, en el cáliz violáceo de tu violeta… Lloro… He sido discípula tuya junto a las otras por los caminos montanos, frondosos, o áridos, polvorientos de la llanura, en el lago y en las orillas del bello río, de tu Patria. Ahora te marchas, y sólo en el recuerdo veré Belén y Nazaret sobre sus colinas, verdes por los olivos; y Jericó ardiente de sol, susurradora con sus palmeras; y Betania amiga; y Engadí, perla perdida en medio de los desiertos; y la Samaria hermosa; y las óptimas llanuras de Sarón y Esdrelón; y la caprichosa llanura elevada de Transjordania; y la pesadilla del mar Muerto; y las ciudades llenas de sol de la costa mediterránea; y Jerusalén, la ciudad de tu dolor, con sus subidas y bajadas, sus espacio abovedados, sus plazas, sus barrios, pozos y cisternas, colinas y… incluso el triste valle de los leprosos donde tanta misericordia tuya ha sido prodigada…

Y la casa del Cenáculo… la fuente que cerca de ella llora… el puentecito sobre el Cedrón, el lugar de tu sudor sanguíneo… el patio del Pretorio…
¡Ah, no! Lo que fue tu dolor está aquí, y aquí permanecerá siempre… Deberé buscar todos los recuerdos para encontrarlos, pero tu oración en el Getsemaní, tu flagelación, tu subida al Gólgota, tu agonía y muerte, y el dolor de tu Madre, no, no habré de buscarlos: están presentes siempre. Quizás los olvide en el Paraíso… y me parece imposible el poder olvidarlos incluso allí… Recuerdo todo lo de esas atroces horas. Recuerdo hasta la forma de la piedra sobre la que caíste, y hasta el capullo de rosa roja que chocaba -y parecía una gota de sangre- contra el granito, contra el cierre de tu sepulcro…

Amor mío divinísimo, tu Pasión vive en mi pensamiento… y a mí se me parte el corazón…

La aurora ha surgido completamente. Ya el sol está alto y los apóstoles hacen oír sus voces. Es una señal para Jesús y María. Se paran. Se miran, el Uno enfrente de la Otra, y luego Jesús abre los brazos y recibe en su pecho a su Madre… ¡Oh, vaya que si era un Hombre, un Hijo de Mujer! ¡Para creerlo basta mirar este adiós! El amor rebosa en una lluvia de besos a su Madre amadísima. El amor cubre de besos al Hijo amadísimo. Parece que no puedan separarse. Cuando ya parece que vayan a hacerlo, otro abrazo los une de nuevo, y, entre los besos, palabras de recíproca bendición… ¡Oh, verdaderamente es el Hijo del Hombre despidiéndose de la Mujer que lo generó! ¡Verdaderamente es la Madre que da el adiós -para restituirlo al Padre- a su Hijo, la Prenda del Amor a la Purísima!… ¡Dios besando a la Madre de Dios!…

En fin, la Mujer, como criatura, se arrodilla a los pies de su Dios, que es, de todas formas, su Hijo; y el Hijo, que es Dios, impone las manos sobre la cabeza de la Madre Virgen, de la eterna Amada, y la bendice en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y luego se inclina y la alza; en fin, deposita un último beso en la blanca frente como pétalo de azucena bajo el oro de los cabellos (¡tan juveniles todavía!)…

Regresan hacia la casa, y ninguno, viendo con qué serenidad caminan el Uno al lado de la Otra, pensaría en la onda de amor que poco antes los ha desbordado. ¡Pero qué diferencia también, en este adiós, respecto a la tristeza de otras despedidas ya superadas, y respecto a la desgarradora congoja del adiós de la Madre a su Hijo al que habían dado muerte y había que dejarlo solo en el Sepulcro!… En esta despedida -aunque los ojos brillen con ese llanto que es natural en quien está para separarse de su Amado- los labios sonríen con la alegría de saber que este Amado va a la Morada que en razón de su Gloria le corresponde…

-¡Señor! Fuera están, entre el monte y Betania, todos los que, como habías dicho a tu Madre, querías bendecir hoy -dice Pedro.
-Bien. Ahora vamos donde ellos.
Pero antes venid.
Quiero compartir con vosotros una vez más el pan.

Entran en la habitación donde diez días antes estaban las mujeres para la cena del decimocuarto día del mes. María acompaña a Jesús hasta allí; luego se retira. Se quedan Jesús y los once. En la mesa hay carne asada, pequeños quesos y aceitunas pequeñas y negras, un ánfora de vino y otra, más grande, de agua, y panes anchos. Una mesa sencilla, no aparejada para una ceremonia de lujo, sino sólo por la necesidad de nutrirse. Jesús ofrece y divide. Está en el centro, entre Pedro y Santiago de Alfeo. Los ha llamado Él a estos lugares. Juan, Judas de Alfeo y Santiago están frente a Él; Tomás, Felipe y Mateo, a un lado; Andrés, Bartolomé y el Zelote, al otro lado. Así, todos pueden ver a su Jesús… Una comida de breve duración, y silenciosa. Los apóstoles, llegado el último día de cercanía de Jesús, y a pesar de las sucesivas apariciones, colectivas o individuales, desde la Resurrección, apariciones llenas de amor, no han perdido ni un momento esa devotísima compostura que ha caracterizado sus encuentros con Jesús Resucitado. La comida ha terminado. Jesús abre las manos por encima de la mesa, con su gesto habitual ante un hecho ineluctable, y dice:
-Bien…
Ha llegado la hora en que debo dejaros para volver al Padre mío.
Escuchad las últimas palabras de vuestro Maestro.
No os alejéis de Jerusalén en estos días.

Lázaro, con el cual he hablado, se ha preocupado una vez más de hacer realidad los deseos de su Maestro, y os cede la casa de la última Cena, para que dispongáis de una casa donde recoger a la asamblea y recogeros en oración.

Estad dentro de esta casa en estos días y orad asiduamente para prepararos a la venida del Espíritu Santo, que os completará para vuestra misión.
Recordad que Yo -y era Dios- me preparé con una severa penitencia a mi ministerio evangelizador.

Vuestra preparación será siempre más fácil y más breve.
Pero no exijo más de vosotros.

Me basta con que oréis con asiduidad, en unión con los setenta y dos y bajo la guía de mi Madre, la cual os confío con solicitud filial.

Ella será para vosotros Madre y Maestra, de amor y sabiduría perfectos.

Habría podido enviaros a otro lugar para prepararos a recibir al Espíritu Santo.
Pero no.
Quiero que permanezcáis aquí.
Porque es Jerusalén, la que negó, es Jerusalén la que debe admirarse por la continuación de los prodigios divinos, dados en respuesta a sus negaciones.

Después el Espíritu Santo os hará comprender la necesidad de que la Iglesia surja justamente en esta ciudad, la cual, juzgando humanamente, es la más indigna de tener a la Iglesia.

Pero Jerusalén sigue siendo Jerusalén, a pesar de estar henchida de pecado y a pesar de que aquí se haya verificado el deicidio.
Nada la beneficiará.
Está condenada.
Pero, aunque ella esté condenada, no todos sus habitantes lo están.
Permaneced aquí por los pocos justos que tiene en su seno; permaneced aquí porque ésta es la ciudad regia y la ciudad del Templo, y porque, como predijeron los profetas, aquí, donde ha sido ungido, aclamado y exaltado el Rey Mesías, aquí debe comenzar su soberanía en el mundo, y aquí, y aquí, en este lugar en que Dios ha dado libelo de repudio a la sinagoga a causa de sus demasiado horrendos delitos, debe surgir el Templo nuevo al que acudirán gentes de todas las naciones.

Leed a los profetas (Isaías 2, 1-5; 49, 5-6; 55, 4-5; 60; Miqueas 4, 1-2; Zacarías 8, 20-23). Todo está en ellos predicho.

Primero mi Madre, después el Espíritu Paráclito, os harán comprender las palabras que los profetas dijeron para este tiempo.

Permaneced aquí hasta que Jerusalén os repudie a vosotros como me ha repudiado a mí, hasta que odie a mi Iglesia como me ha odiado a mí y maquine planes para exterminarla. Entonces llevad la sede de esta amada Iglesia mía a otro lugar, porque no debe perecer. Os digo que ni siquiera el Infierno prevalecerá contra ella.

Pero si Dios os asegura su protección, no por ello tentéis al Cielo exigiendo todo del Cielo. Id a Efraím, como fue vuestro Maestro porque no era la hora de que fuera capturado por los enemigos.

Os digo Efraím para deciros tierra de ídolos y paganos.

Pero no será la Efraím de Palestina la que deberéis elegir como sede de mi Iglesia. Recordad cuántas veces -a vosotros congregados o a uno de vosotros individualmente- os he hablado de esto, prediciéndoos que ibais a tener que pisar los caminos de la Tierra para llegar al corazón de ella y enclavar allí mi Iglesia.

Desde el corazón del hombre, la sangre se propaga a todos los miembros.
Desde el corazón del mundo, el cristianismo se debe propagar a toda la Tierra.

Por ahora mi Iglesia es como una criatura ya concebida pero que todavía se está formando en la matriz.

Jerusalén es su matriz, y en su interior el corazón, aún pequeño, en torno al cual se congregan los pocos miembros de la Iglesia naciente, envía sus pequeñas ondas de sangre a estos miembros.
Pero, cuando llegue la hora señalada por Dios, la matriz madrastra expelerá a la criatura que se habrá formado en su seno y ésta irá a una tierra nueva, donde crecerá y se hará un Cuerpo grande extendido por toda la Tierra, y los latidos del fuerte corazón de la Iglesia se propagarán por todo su gran Cuerpo.

Los latidos del corazón de la Iglesia, rotos todos los vínculos de ésta con el Templo, eterna ella y victoriosa sobre las ruinas del Templo finado y destruido, de la Iglesia que vivirá en el corazón del mundo, diciendo a hebreos y gentiles que sólo Dios triunfa y quiere lo que quiere, y que ni el livor de los hombres ni ejércitos de ídolos detienen su voluntad…

Pero esto vendrá después, y cuando llegue sabréis cómo actuar.
El Espíritu de Dios os guiará.
No temáis.
Por ahora congregad en Jerusalén la primera asamblea de los fieles.
Luego otras asambleas, a medida que vaya creciendo el número de los fieles, se formarán. En verdad os digo que los ciudadanos de mi Reino aumentarán rápidamente como semillas echadas en óptima tierra.
Mi pueblo se propagará por toda la Tierra.

El Señor dice al Señor:
“Por haber hecho esto y no haber eludido tu entrega por mí, te bendeciré y multiplicaré tu estirpe como las estrellas del cielo y como las arenas que hay en la playa del mar.

Tu descendencia poseerá la puerta de sus enemigos y en ella serán bendecidas todas las naciones de la Tierra”(Génesis 22,15- 18).
Bendición es mi Nombre, mi Signo y mi Ley, donde son reconocidos como soberanos. Está para venir el Espíritu Santo, el Santificador, y vosotros quedaréis henchidos de Él. Mirad que estéis puros, como todo lo que debe acercarse al Señor.

Yo también era el Señor como Él.
Pero había revestido mi Divinidad con un velo para poder estar entre vosotros, y no sólo para adoctrinaros y redimiros con los órganos y la sangre de este velo, sino también para que el Santo de los Santos estuviera entre los hombres, eliminando la barrera, para todos los hombres, incluso para los impuros, de no poder depositar la mirada en Aquel al que temen mirar los serafines.

Pero el Espíritu Santo vendrá sin velo de carne y se posará sobre vosotros y descenderá a vosotros con sus siete dones y os aconsejará.
Ahora bien, el consejo de Dios es una cosa tan sublime, que es necesario prepararse para él con la voluntad heroica de una perfección, que os haga semejantes al Padre vuestro y a vuestro Jesús, y a vuestro Jesús en su relación con el Padre y con el Espíritu Santo.
Así pues, caridad y pureza perfectas para poder comprender al Amor y recibirlo en el trono del corazón.
Sumíos en el vórtice de la contemplación. Esforzaos en olvidar que sois hombres y en transformaros en serafines.
Lanzaos al horno, a las llamas de la contemplación.

La contemplación de Dios es semejante a chispa que salta del choque de la piedra contra el eslabón y produce fuego y luz.
Es purificación el fuego que consume la materia opaca y siempre impura y la transforma en llama luminosa y pura.

No tendréis el Reino de Dios en vosotros si no tenéis el amor.
Porque el Reino de Dios es el Amor, y aparece con el Amor, y por el Amor se instaura en vuestros corazones en medio de los resplandores de una luz inmensa que penetra y fecunda, disuelve la ignorancia, comunica la sabiduría, devora al hombre y crea al dios, al hijo de Dios, a mi hermano, al rey del trono que Dios ha preparado para aquellos que se dan a Dios para tener a Dios, a Dios, a Dios, a Dios sólo.

Sed, pues, puros y santos por la oración ardiente que santifica al hombre porque le sumerge en el fuego de Dios, que es la caridad.
Vosotros debéis ser santos.

No en el sentido relativo que esta palabra ha tenido hasta ahora, sino en el sentido absoluto que Yo le he dado proponiéndoos la santidad del Señor como ejemplo y límite, o sea, la santidad perfecta. Nosotros llamamos santo al Templo, santo al lugar donde está el altar, Santo de los Santos al lugar velado donde está el arca y el propiciatorio.

Pero, en verdad os digo que los que poseen la Gracia y viven en santidad por amor al Señor son más santos que el Santo de los Santos, porque Dios no se limita a colocarse sobre ellos -como sobre el propiciatorio del Templo, para dar sus órdenes- sino que mora en ellos, para darles sus amores.
¿Os acordáis de mis palabras de la última Cena?
Os prometí el Espíritu Santo.

Pues bien, está para llegar, para bautizaros no ya con agua, como hizo con vosotros Juan preparándoos para mí, sino con el fuego, para prepararos a que sirváis al Señor tal y como Él quiere que vosotros lo sirváis.
Mirad, Él estará aquí dentro de no muchos días.

Después de su venida vuestras capacidades aumentarán sin medida, y seréis capaces de comprender las palabras de vuestro Rey y hacer las obras que Él ha dicho que se hagan, para extender su Reino sobre la Tierra.
-¿Entonces vas a reconstruir, después de la venida del Espíritu Santo, el Reino de Israel? – le preguntan interrumpiéndole.
-Ya no existirá el Reino de Israel, sino mi Reino, que se verá cumplido cuando el Padre ha dicho.
No os corresponde a vosotros conocer los tiempos ni los momentos que el Padre se ha reservado en su poder.

Pero vosotros, entretanto, recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá a vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en Judea y en Samaria y hasta los confines de la Tierra, fundando las asambleas en los lugares en que estén reunidas personas en mi Nombre; bautizando a las gentes en el Nombre Stmo. del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, como os he dicho, para que tengan la Gracia y vivan en el Señor; predicando el Evangelio a todas las criaturas; enseñando lo que os he enseñado; haciendo lo que os he mandado hacer. Y Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Otra cosa quiero.
Que la asamblea de Jerusalén la presida Santiago, mi hermano.
Pedro, como jefe de toda la Iglesia, deberá emprender a menudo viajes postólicos, porque todos los neófitos desearán conocer al Pontífice jefe supremo de la Iglesia.
Pero grande será el predicamento que, ante los fieles de la naciente Iglesia, tendrá mi hermano.
Los hombres son siempre hombres y ven las cosas como, hombres.
A ellos les parecerá que Santiago sea una continuación de mí, por el simple hecho de ser hermano mío.

En verdad digo que es más grande y más semejante al Cristo por la sabiduría que por el parentesco.
Pero, así es; los hombres, que no me buscaban mientras estaba en medio de ellos, ahora me buscarán en aquel que es pariente mío.
Tú, Simón Pedro… tú estás destinado a otros honores…
-Que no merezco, Señor. Te lo dije cuando te me apareciste, y te lo digo, en presencia de todos, una vez más. Tú eres bueno, divinamente bueno, además de sabio, y cabal ha sido tu juicio sobre mí. Yo renegué de ti en esta ciudad. Cabalmente has juzgado que no reúno las condiciones para ser su jefe espiritual. Quieres evitarme muchos vituperios justos… -Todos fuimos iguales, menos dos, Simón. Yo también huí. No es por esto, sino por las razones que ha expresado, por lo que el Señor me ha destinado a mí a este puesto; pero tú eres mi Jefe, Simón de Jonás, y como tal te reconozco. En la presencia del Señor y de todos los compañeros, te profeso obediencia. Te daré lo que pueda para ayudarte en tu ministerio, pero, te lo ruego, dame tus órdenes, porque tú eres el Jefe y yo el súbdito. Cuando el Señor me ha recordado una conversación ya lejana, he agachado la cabeza diciendo: “Hágase lo que Tú quieres”. Esto mismo te diré a ti a partir del momento en que, habiéndonos dejado el Señor, tú seas su Representante en la Tierra. Y nos querremos ayudándonos en el ministerio sacerdotal – dice Santiago, inclinándose desde su sitio para rendir homenaje a Pedro.

-Sí. Quereos unos a otros, ayudándoos recíprocamente, porque éste es el mandamiento nuevo y la señal de que sois verdaderamente de Cristo.
No os turbéis por ninguna razón.

Dios está con vosotros.
Podéis hacer lo que quiero de vosotros.
No os impondría cosas que no pudierais hacer, porque no quiero vuestra perdición sino vuestra gloria.
Mirad, voy a preparar vuestro lugar junto a mi trono.
Estad unidos a mí y al Padre en el amor.
Perdonad al mundo que os odia.
Llamad hijos y hermanos a los que se acerquen a vosotros, o a los que ya están con vosotros por amor a mí.
Tened la paz de saber que siempre estoy preparado para ayudaros a llevar vuestra cruz. Yo estaré con vosotros en las fatigas de vuestro ministerio y en la hora de las persecuciones; y no pereceréis, no sucumbiréis, aunque lo parezca a los que ven las cosas con los ojos del mundo.

Sentiréis peso, aflicción, cansancio, seréis torturados, pero mi gozo estará en vosotros, porque os ayudaré en todo.
En verdad os digo que, cuando tengáis como Amigo al Amor, comprenderéis que todas las cosas sufridas y vividas por amor a mí se hacen ligeras, aun las duras torturas del mundo. Porque para aquel que reviste todas sus acciones – voluntarias o impuestas- de amor, el yugo de la vida y del mundo se le transforman en yugo recibido de Dios, recibido de mí.
Y os repito que mi carga está siempre proporcionada a vuestras fuerzas y que mi yugo es ligero, porque Yo os ayudo a llevarlo.
Sabéis que el mundo no sabe amar.
Pero vosotros, de ahora en adelante, amad al mundo con amor sobrenatural, para enseñarle a amar.
Y si os dicen, al veros perseguidos: “¿Así os ama Dios?, ¿haciéndoos sufrir?, ¿dándoos dolor?
Entonces no merece la pena ser de Dios”, responded:
“El dolor no viene de Dios.
Pero Dios lo permite.
Nosotros sabemos el motivo de ello y nos gloriamos de tener la parte que tuvo Jesús Salvador, Hijo de Dios”.
Responded: “Nos gloriamos si nos clavan en la cruz, nos gloriamos de continuar la Pasión de nuestro Jesús”.
Responded con las palabras de la Sabiduría (Sabiduría 2, 23-24):
“La muerte y el dolor entraron en el mundo por envidia del demonio.
Pero Dios no es autor de la muerte ni del dolor, ni se goza del dolor de los vivientes.

Todas sus cosas son vida y todas son salutíferas”.
Responded: “Al presente parecemos perseguidos y vencidos, pero en el día de Dios, cambiadas las tornas, nosotros, justos, perseguidos en la Tierra, estaremos gloriosos frente a los que nos vejaron y despreciaron”.
Pero decidles también:
“¡Venid a nosotros!
Venid a la Vida y a la Paz.

Nuestro Señor no quiere vuestra perdición, sino vuestra salvación.
Por esto ha entregado a su Hijo predilecto, para la salvación de todos vosotros”.

Y alegraos de participar en mis padecimientos para poder estar después conmigo en la gloria.
“Yo seré vuestra desmesurada recompensa” promete en Abraham (Génesis 15, 1) el Señor a todos sus siervos fieles.
Sabéis cómo se conquista el Reino de los Cielos: con la fuerza; y a él se llega a través de muchas tribulaciones.

Pero el que persevere como Yo he perseverado estará donde estoy Yo.
Ya os he dicho cuál es el camino y la puerta que llevan al Reino de los Cielos, y Yo he sido el primero en caminar por ese camino y en volver al Padre por esa puerta.

Si existieran otros os los habría mostrado, porque siento compasión de vuestra debilidad de hombres.
Pero no existen otros…

Al señalároslos como único camino y única puerta, también os digo, os repito, cuál es la medicina que da fuerza para recorrerlo y entrar.
Es el amor.
Siempre el amor.
Todo se hace posible cuando en nosotros está el amor.
Y el Amor, que os ama, os dará todo el amor, si pedís en mi Nombre tanto amor como para haceros atletas en la santidad.

Ahora vamos a darnos el beso de despedida, amigos míos queridísimos.
Se pone en pie para abrazarlos. Todos hacen lo mismo. Pero, mientras que Jesús tiene una sonrisa pacífica de una hermosura verdaderamente divina, ellos lloran, llenos de turbación, y Juan, echándose sobre el pecho de Jesús, en medio de los fuertes espasmos a causa de los sollozos que le rompen el pecho de tan lacerantes como son, solicita, por todos, intuyendo eldeseo de todos:
-¡Danos al menos tu Pan! ¡Que nos fortalezca en este momento!
-¡Así sea! – le responde Jesús.
Entonces toma un pan, lo parte después de haberlo ofrecido y bendecido, y repite las palabras rituales. Y lo mismo hace con el vino, repitiendo después:
-Haced esto en memoria mía – añadiendo:
-De mí que os he dejado esta arra de mi amor para seguir estando y estar siempre con vosotros hasta que vosotros estéis conmigo en el Cielo.

Los bendice y dice:
-Y ahora vamos.
Salen de la habitación, de la casa…
Jonás, María y Marco están afuera. Se arrodillan y adoran a Jesús.
-La paz permanezca con vosotros, y el Señor os compense de todo lo que me habéis dado – dice Jesús bendiciéndolos al pasar.
Marcos se alza y dice:
-Señor, los olivares que hay a lo largo del camino de Betania están llenos de discípulos que te esperan.
-Ve a decirles que se dirijan al Campo de los Galileos.
Marcos se echa a correr con toda la velocidad de sus jóvenes piernas.
-Entonces, han venido todos – dicen entre sí los apóstoles.
Más allá, sentada entre Margziam y María Cleofás, está la Madre del Señor.

Y, viéndolo acercarse, se levanta, y lo adora con todo el impulso de su corazón de Madre y de fiel.
-Ven, Madre, y también tú, María… – invita Jesús al verlas paradas, paralizadas por la majestad que, resplandeciente, emana como en la mañana de la Resurrección. Jesús no quiere apabullar con esta majestad suya, así que, afablemente, pregunta a María de Alfeo: -¿Estás sola?
-Las otras… las otras están adelante… con los pastores y… con Lázaro y toda su familia… Pero nos han dejado a nosotras aquí, porque… ¡oh, Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!… ¿Cómo soportaré el no verte, Jesús bendito, Dios mío, yo que te quise incluso antes de que nacieras y que tanto lloré por ti cuando no sabía dónde estabas después de la matanza… yo que tenía mi sol, y todo, todo mi bien en tu sonrisa desde que volviste?… ¡Oh, cuánto bien! ¡Cuánto bien me has dado!… ¡Ahora sí que voy a ser verdaderamente pobre, viuda, ahora sí que voy a estar verdaderamente sola!… ¡Estando Tú, teníamos todo!… Aquella tarde creí conocer todo el dolor… Pero el propio dolor, todo aquel dolor de aquel día, me había ofuscado y… sí, era menos fuerte que ahora… Y además… estaba el hecho de que ibas a resucitar. Me parecía no creerlo, pero ahora me doy cuenta de que sí lo creía, porque no sentía lo que siento ahora… – llora, y, tanto la ahoga el llanto, que jadea.

-María buena, verdaderamente te afliges como un niño que crea que su madre ya no lo quiere y que lo haya abandonado por haber ido a la ciudad (a comprarle regalos que lo harán feliz, y pronto volverá a él para cubrirlo de caricias y regalos).
¿No es esto, acaso, lo que Yo hago contigo?
¿No voy a prepararte la alegría?
¿No voy para volver y decirte: “Ven, pariente y discípula mía amada, madre de mis amados discípulos”?
¿No te dejo mi amor?
¡Te doy mi amor, María!
¡Bien sabes que te quiero!
No llores así.
Exulta, más bien, porque ya no me verás vilipendiado y fatigado, ni perseguido, ni sólo rico del amor de pocos.
Y con mi amor te dejo a mi Madre.
Juan será para ella hijo.
Tú sé para Ella buena hermana, como siempre.
¿Lo ves? Mi Madre no llora.

Sabe que, si bien la nostalgia de mí será la lima que consumirá su corazón, la espera será en todo caso breve respecto a la gran alegría de una eternidad de unión, y sabe también que esta separación nuestra no será tan absoluta que le haga exclamar: “Ya no tengo Hijo”. Ése fue el grito de dolor del día del dolor.

Ahora en su corazón canta la esperanza:
“Sé que mi Hijo sube al Padre, pero no me dejará sin sus espirituales amores”.

Créelo así también tú, y todos…
Ahí están los otros y las otras.
Ahí están mis pastores.

Las caras de Lázaro y sus hermanas, en medio de todos los domésticos de Betania, y la cara de Juana, semejante a una rosa bajo un velo de lluvia, y las de Elisa y Nique, ya marcadas por la edad (y ahora las arrugas se hacen más profundas a causa del dolor: dolor de cualquier modo, para la criatura humana, aunque el alma se alegre por el triunfo del Señor), y la cara de Anastática, y las caras de azucena de las primeras vírgenes, y el ascético rostro de Isaac, y el inspirado de Matías, y el rostro viril de Manahén, y los austeros de José y Nicodemo… Caras, caras, caras…

Jesús llama a los pastores, a Lázaro, a José, a Nicodemo, a Manahén, a Maximino y a los otros de los setenta y dos discípulos. Les dice que se acerquen, pero quiere tener especialmente cerca a los pastores. Dice a éstos:
-Venid aquí. Vosotros, que estuvisteis junto al Señor cuando vino del Cielo, y que os inclinasteis ante su anonadamiento, estad ahora cerca del Señor cuando vuelve al Cielo, exultando en vuestro espíritu por su glorificación.
Habéis merecido este puesto porque habéis sabido creer contra toda circunstancia desfavorable y habéis sabido sufrir por vuestra fe.
Os doy las gracias por vuestro amor fiel.
A todos os doy las gracias.
A ti, Lázaro amigo.
A ti, José, y a ti. Nicodemo, compasivos con el Cristo cuando serlo podía significar un gran peligro.
A ti, Manahén, que por ir por mi camino has sabido despreciar los sucios favores de un inmundo.
A ti, Esteban, florida corona de justicia, que has dejado lo imperfecto por lo perfecto y serás coronado con una corona que todavía no conoces pero que te será anunciada por los ángeles.
A ti, Juan, por breve tiempo hermano mío en el pecho purísimo, y venido a la Luz más que a la vista.
A ti, Nicolái, que, siendo prosélito, has sabido consolarme por el dolor de los hijos de esta nación.
Y a vosotras, discípulas buenas, y más fuertes que Judit, sin por ello dejar de ser dulces.
Y a ti, Margziam, niño mío, que tomarás a partir de ahora el nombre de Marcial, para memoria del niño romano matado en el camino y puesto delante de la cancilla de Lázaro con el rótulo de desafío: “Y ahora di al Galileo que te resucite, si es el Cristo y si ha resucitado”, último de los inocentes que en Palestina perdieron la vida por servirme a mí aun inconscientemente, y primero de los inocentes de todas las naciones, de los inocentes que, por haberse acercado a Cristo, serán odiados y recibirán prematura muerte, como capullos de flores arrancados de su tallo antes de abrirse. Que este nombre, Marcial, te señale tu destino futuro: sé apóstol en tierras bárbaras y conquístalas para tu Señor, como mi amor conquistó al niño romano para el Cielo.

A todos, a todos os bendigo en este adiós, invocando al Padre, invocando para vosotros la recompensa de los que han consolado el doloroso camino del Hijo del hombre.

Bendita sea la Humanidad en esa porción selecta suya, que está en los judíos y está en los gentiles, y que se ha manifestado en el amor que ha tenido hacia mí.

Bendita sea la Tierra con sus hierbas y sus flores; benditos sus frutos, que me procuraron delicia y alimento muchas veces.

Bendita sea la Tierra con sus aguas y con su calor, por las aves y los animales, que muchas veces superaron al hombre en confortar al Hijo del hombre.

Bendito seas tú, Sol, bendito seas tú, mar, benditos seáis vosotros, montes, colinas, llanuras; benditas vosotras, estrellas que me habéis acompañado en la nocturna oración y en el dolor.

Y tú, Luna, que has sido luz para mis pasos durante mi peregrinaje de Evangelizador.

Benditas seáis todas, todas vosotras, criaturas, obras del Padre mío, compañeras mías en este tiempo mortal, amigas de Aquel que había dejado el Cielo para quitar a la atribulada Humanidad las espinas de la Culpa que separa de Dios. (Con su última bendición – dirá la Madre Santísima – Jesús devolvió bondad y santidad a todas las cosas de la Creación) ¡Benditos seáis también vosotros, instrumentos inocentes de mi tortura: espinas, metales, madera, cuerdas trenzadas, porque me habéis ayudado a cumplir la Voluntad del Padre mío!

¡Qué voz tan resonante tiene Jesús! Se expande por el aire templado y sereno como voz de bronce golpeado; se propaga en ondas sobre el mar de rostros que lo miran desde todas las direcciones.

Yo digo que constituyen centenares las personas que rodean a Jesús, que sube con aquellos a quienes más quiere hacia la cima del Monte de los Olivos. Pero Jesús, al llegar al principio del Campo de los Galileos, despoblado de tiendas en este período situado entre las dos fiestas, ordena a los discípulos:
-Detened a la gente donde está.
Luego seguidme.
Sigue subiendo, hasta el lugar más alto del monte, el lugar más próximo a Betania, a la que domina -no a Jerusalén- desde arriba. Arrimados a Él, su Madre, los apóstoles, Lázaro, los pastores y Margziam. Más allá, en semicírculo, manteniendo a distancia a la muchedumbre de los fieles, los otros discípulos.

Jesús está en pie sobre una ancha piedra un poco prominente y albeante entre la hierba verde de un claro. El sol incide en Él, haciendo blanquear, cual si fuera nieve, su túnica; relucir, cual si fueran de oro, sus cabellos. Sus ojos centellean con luz divina.

Abre los brazos en ademán de abrazar: parece querer estrechar contra su pecho a todas las multitudes de la Tierra, que su espíritu ve representadas en esa muchedumbre.

Su inolvidable, inimitable voz da la última orden:
-¡Id! Id en mi Nombre, a evangelizar a las gentes hasta los extremos confines de la Tierra. Dios esté con vosotros.
Que su amor os conforte, su luz os guíe, su paz more en vosotros hasta la vida eterna.

Se transfigura en belleza. ¡Hermoso! Tanto y más hermoso que en el Tabor. Caen todos de rodillas, adorando. Él, elevándose ya de la piedra en que se apoyaba, busca una vez más el rostro de su Madre, y su sonrisa alcanza una potencia que nadie podrá jamás representar… Es su último adiós a su Madre.

Sube, sube… El Sol, aún más libre para besarlo -ahora que no hay frondas, ni siquiera sutiles, que intercepten el camino de sus rayos-, incide con sus resplandores sobre el Dios-Hombre que asciende con su Cuerpo santísimo al Cielo, y evidencia sus Llagas gloriosas, que resplandecen como rubíes vivos. El resto es un perlado sonreír de luces. Es verdaderamente la Luz que se manifiesta en lo que es, en este último instante como en la noche natalicia. Centellea la Creación con la luz del Cristo que asciende. Una luz que supera a la del Sol. Una luz sobrehumana y beatísima. Una luz que desciende del Cielo al encuentro de la Luz que asciende…

Y Jesucristo, el Verbo de Dios, desaparece para la vista de los hombres en este océano de esplendores… En la tierra, dos únicos ruidos en el silencio profundo de la muchedumbre extática: el grito de María cuando El desaparece: « ¡Jesús!», y el llanto de Isaac. Los demás están enmudecidos por religioso estupor, y permanecen allí, como en espera de algo, hasta que dos luces angélicas candidísimas, en forma mortal, aparecen y dicen las palabras recogidas en el primer capítulo de los Hechos Apostólicos:
-Hombres de Galilea, ¿por qué estáis mirando al Cielo?

Este Jesús, que os ha sido ahora arrebatado y que ha sido elevado al Cielo, su eterna morada, vendrá del Cielo, en su debido tiempo, tal y como ahora se ha marchado.

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«Las almas del purgatorio necesitan oraciones». De las visiones de la beata Eduviges Carboni https://www.reinadelcielo.org/las-almas-del-purgatorio-necesitan-oraciones-de-las-visiones-de-la-beata-eduviges-carboni/ Fri, 16 Jul 2021 17:44:30 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=25809 El Papa Francisco reconoció en noviembre de 2018 un milagro obtenido por la intercesión de Edvige (Eduviges) Carboni , beatificada en Cerdeña meses después, y a quien Ermes Dovico consagra un reciente artículo en La Nuova Bussola Quotidiana:

Su nombre, 66 años después de su muerte y de una vida vivida en la más humilde reserva, aún es relativamente poco conocido. Basta leer su diario, escrito por obediencia a su confesor, para comprender la riqueza de los dones sobrenaturales que el Señor le concedió. Hablamos de la venerable Eduviges Carboni (1880-1952), una laica sarda de corazón sencillo y fe inmensa, proclamada beata.

Una verdadera gracia para la Iglesia, porque proponer esta alma predilecta a la imitación de los fieles será de gran ayuda para la catequesis sobre las realidades últimas y, en consecuencia, para reavivar la fe.

Eduviges se puede incluir, por derecho propio, entre las grandes místicas por los innumerables éxtasis, las apariciones de Jesús y María, los estigmas, la coronación de espinas, las revelaciones proféticas, las visiones del más allá, en particular de las almas del Purgatorio, además de numerosos santos, sobre todo San Juan Bosco y Santa Teresa del Niño Jesús, que la aconsejaban con frecuencia.

Nació en Pozzomaggiore, en la provincia de Sassari, y ya desde su nacimiento se manifestó en ella una señal celestial: una pequeña cruz, «signo de que tú, en el mundo, deberás sufrir», como siempre le decía su madre, que le transmitió una piedad cristiana viva. Cuando tenía cinco años sintió que su ángel custodio la exhortaba a consagrarse a Dios: la niña hizo voto de virginidad (“comprendí que Jesús lo quería”, recordará en su diario), que renovó varias veces. Creció tranquila y obediente, entre misas, sacramentos y momentos ante el sagrario.

Le hubiera gustado ser monja, pero renunció para asistir con dedicación a sus familiares enfermos: primero a su tía, después a su madre, su tío, su abuela, su padre, su hermano Giorgino, recibiendo a cambio, en algunos casos (como con su abuela y su hermano), sólo amarguras. Giorgino se casó con 38 años y murió repentinamente cinco meses después. Nada más llegar la noticia, Eduviges reaccionó al dolor diciendo: “Señor, hágase tu voluntad”. Y se recogió en oración.

Visiones y quemaduras

Un día, su hermano se le apareció inmerso en sufrimiento, diciéndole que había sido condenado a descontar ocho años en el Purgatorio y pidiéndole oraciones para abreviar los tiempos de su liberación. Al sincerarse con ella le apretó la mano, sacudiéndosela. La señal de la quemadura se le quedó de por vida. El inmenso amor por las almas de los difuntos, no solo de sus familiares, sino de toda la Iglesia penitente, es un rasgo peculiar de su santidad. “Ama las almas del Purgatorio, reza por ellas”, la había pedido Jesús.

En favor de estas almas, que podía ver por bondad divina, Eduviges ofrecía oraciones, misa, sacrificios, humillaciones y dolores que aceptaba con paciencia. Participaba en la buena obra también su hermana Paolina, la sexta y la última, que la madre había confiado en particular a la hija mayor. Por esta razón, en 1929, cuando tenía ya 49 años, Eduviges dejó Cerdeña para trasladarse a Lacio con su hermana, que era maestra de escuela primaria y que cambió con frecuencia de sede. Una mañana, en julio de 1941, después de Comunión sintió que le tocaban la espalda y advirtió una voz triste que le decía: “Soy un alma que ha muerto hace pocas horas bajo los escombros. Hace pocas horas que sufro en el Purgatorio: ¡me parece que ha sido un siglo! Dios es severo, Dios es justo, Dios castiga. Reza por mí y haz que monseñor Massimi rece por mí, también Paola y también Vitalia (una buena amiga de Eduviges, ndr)”.

Otra vez se le presentó una persona que “me tocó la muñeca, que se quedó quemada. No le reconocí. Iba vestido de oficial. ‘He muerto en la guerra’, me dijo. ‘Desearía misas: haréis que monseñor Vitali las celebre para mí. Paola y tú haréis la santa comunión por mí'”. Una vez acabada esa súplica, vio reaparecer al oficial “resplandeciente” y lleno de gratitud: “Voy al Paraíso donde rezaré por vosotros, especialmente por monseñor Vitali. Soy ruso y me llamo Paolo Vischin. Mi madre me había educado en la santa religión; después, al crecer, me dejé llevar por la vida rusa, mala. En el momento de mi muerte me arrepentí, y recordé las bellas palabras que desde niño me decía mi madre. El buen Jesús me ha perdonado”. Se ve aquí la importancia de la educación cristiana como medio de salvación, verificable más de una vez en el diario de Eduviges, escrito en buena parte durante la Segunda Guerra Mundial y en un siglo en el que el nazismo y, de manera más duradera, el comunismo, rechazan radicalmente a Dios.

La inmodestia y el trabajo dominical

En mayo de 1943, viendo a Jesús sufriendo, oyó que le decían: “Hija mía… estoy triste porque veo que la mayor parte de los hombres, en sus familias, han otorgado el poder al diablo, y me han expulsado a Mí, su Creador y Dios”. Se lee con especial frecuencia también el desdén de Dios por la pérdida del pudor, las “modas inmodestas” y “escandalosas”, la participación -incluso el domingo- en espectáculos impuros en el teatro y en el cine, a los que van no sólo los adultos, sino que también “llevan a sus pequeños inocentes para destrozarles antes de tiempo viendo escenas inmodestas”, como le reveló Jesús en diciembre de 1944, lamentando también que “poquísimos son aquellos que respetan el día festivo a Mí consagrado”.

En el día de Pascua de 1943 había visto un ángel con la espada en la mano, que le explicó una visión relacionada con los pecados de la carne: “El mundo busca los placeres impuros y feos; estos, si no se limpian con el sacramento de la Confesión, serán castigados por Dios para la eternidad, porque delante del tribunal divino no se puede salvar nadie si antes no se ha limpiado de la inmundicia con una confesión, y el arrepentimiento y la promesa de no volver a sumergirse nunca más en esos sucios lodazales”.

Las visiones de Eduviges conciernen también al Infierno, donde ve caer a muchas almas por haber rechazado hasta el final la Misericordia divina, y el Paraíso, donde un ángel le mostró dos tronos preparados para ella y para su hermana, pidiéndole que perseverara “en la santa pureza, del amor de Dios y del prójimo”. Le enseñó también que la gloria eterna es proporcional a los sufrimientos padecidos en la tierra y ofrecidos al cielo, en unión con el sacrificio de Cristo, por la salvación de las almas: por ello estas, cuanto más resplandecen, más se asemejan a Jesús crucificado, abrazando con humildad la propia cruz. Especialmente “en el día de difuntos”, como testimoniará en el proceso por su causa su amiga Flora Argenti, Eduviges “veía multitud y multitud de almas que le expresaban su agradecimiento, y que le pedían que se lo expresara también a las personas que habían rezado por ellas para volar al Paraíso”. Eduviges, que también era muy humilde, mostraba la misma caridad en las necesidades materiales de los pobres, de los parados, de los prisioneros de guerra.

El poder del Rosario

Satanás la odiaba particularmente y le vejaba físicamente, no soportando sobre todo que se confiara a la protección de la Virgen María. “Tú rezas a mi enemiga -y me indicó a la Virgen. Hasta que no dejes de rezar a mi eterna enemiga, yo no te dejaré nunca en paz”, le dijo el diablo en enero de 1942. Pero la Virgen la sostenía en su lucha espiritual, vertiendo sobre ella abundantes gracias y consolándola con visiones, como cuando Eduviges la vio distribuir rosarios a muchas almas: “Hijitos míos, hijitas mías, vosotros con esta corona apagaréis el fuego que se ha difundido en casi todo el universo. Si vosotros recitáis con fe esta corona, este fuego se apagará pronto. Esta es el arma más poderosa; y arma más poderosa que esta el hombre no la encontrará. Dichas estas palabras, desapareció resplandeciendo”.

Partícipe como era de las misericordias divinas, quería que también los demás las descubrieran; por ello escribía: “Si fuese un ángel, cogería una trompeta, recorrería el océano y gritaría a todos los seres humanos: amad a Jesús, amadlo, amadlo, hombres, amad al buen Jesús, recordad que ha muerto en la cruz para salvarnos a nosotros, míseros pecadores”.

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Fuente: Religión en Libertad


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Siete impactantes relatos sobre las Almas del Purgatorio https://www.reinadelcielo.org/siete-impactantes-relatos-sobre-las-almas-del-purgatorio/ Fri, 27 Oct 2017 16:31:31 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=10466 Hay consenso entre los cristianos que creen en lo sobrenatural, que muchos muertos van al purgatorio. Y que las misas ofrecidas por ellos son de vital importancia para conducirlos al cielo.
En torno a todo este tema ha habido visiones de simples laicos, de santos y de Papas.

Para los cristianos sólo hay tres posibilidades:

  • que esas visiones sean de ángeles,
  • manifestaciones del maligno,
  • o almas del purgatorio a quienes se les ha permitido aparecerse en la tierra.

Pero ante la duda, y salvo en el caso que tengamos la convicción de que son ángeles, no deberíamos entablar contacto profundo con ellos. Tan solo preguntar que desean y despedirlas.

FENÓMENO RECONOCIDO POR RELIGIOSOS

“No es raro”, escribió un eminente sacerdote francés del siglo XIX, el padre Charles Arminjon, “que las almas de los difuntos aparezcan en la vida.

Una y otra vez, Dios ha permitido estas manifestaciones, ya sea para despertar a los vivos de sus omisiones y torpezas, o con el fin de que las almas abandonadas pueden obtener un alivio más rápido“.

Uno de los casos más destacados, nota el Padre Arminjon (autor de El Fin del Mundo Presente, que se centra en el más allá), fue el de Benedicto VII, quien durante mucho tiempo después de su muerte, supuestamente apareció al obispo de Lapree.

Se dice que Santo Tomás de Aquino vio a su hermana fallecida. Y que el Santo Padre Pio encontró más almas de difuntos que de vivos. En Francia, una monja difunta apareció a la vida y dio revelaciones que formaron un libro asombroso llamado Manuscrito inédito del purgatorio (que lleva el imprimatur de un cardenal, lo que indica que no es contra doctrina).

¿QUE SON Y QUE QUIEREN?

almas del purgatorio perdidas (ft img)Los casos son demasiado numerosos para contar. Muchos son los que tienen sus propios ejemplos.
Escuchamos informes constantes de “fantasmas”. Algunos creen que son espíritus “terrenales” – almas que no han entrado en la Luz de Dios, ya que permanecen unidos a algún objeto, persona o evento de este mundo.

Hay incluso un show muy popular de la televisión estadounidense, “The Ghost Whisperer”, que se basa en las consultas a una mujer católica, Mary Ann Winkowski, que afirma ver tales espíritus.

En opinión de Winkowski que los espíritus que se quedan es porque tuvieron enormes egos, o tienen miedo del juicio, o murieron inesperadamente y especialmente de forma violenta, o estaban llenos de ira, o estaban excesivamente apegados a sus hogares.

Afirma que a menudo provocan cambios bruscos del estado de ánimo y lo hacen para alimentarse de la energía de las emociones (miedo o ira) de los vivos. Otros santos encontraron espíritus de la tierra pero la recomendación es que no debemos iniciar el contacto con ellos, por el pecado de la nigromancia.

¿Hay una alteración en tu casa? ¿Hay una sensación repentina en determinadas zonas?

Podría ser tu imaginación, o podría ser demoníaco, por supuesto, o podría ser un alma atrapada. En el caso de que parezca esta la última, deberías orar por el alma para dirigirla a la luz.

Fascinantes son los casos espontáneos en los que parece (como el Padre Arminjon indica) que el difunto viene a despertar o consolar o a buscar oraciones.

Escuchamos las historias de mucha gente común. Además de pequeñas coincidencias, o la sensación de la presencia de un ser querido, hay sueños.

PRIMER TESTIMONIO: UN ALMA QUE VINO A DECIR ADIÓS

Destaca una mujer llamada Sheila:

“Mi primer marido murió cuando él aún no tenía 38 años estaba enojado y yo no estaba segura de si había hecho una buena confesión, cuando tuvo la extremaunción“.

“Más tarde, me volví a casar. Ocasionalmente, yo podía ver una figura en movimiento como en una niebla, desde el dormitorio de mis hijos al nuestro, y me engañaba pensando que se trataba de de Dave para ver como estaba.

Entonces, dieciséis años después de su muerte, tuve un sueño y vi la figura cruzando el pasillo otra vez lo llamé y le regañé diciendo que esto había ido demasiado lejos… Ven a revelarte tu mismo”.

“La niebla se aclaró y era David. Dijo que sólo había venido a decir adiós.

Yo le dije que lo amaba y él me dijo lo mismo a mí….”

“Entonces él se había ido. Nunca más vi la ‘niebla’ de nuevo.

Creo que no estaba preparado para estar con Dios debido a su ira, pero por fin había pasado más allá de ella“

SEGUNDO TESTIMONIO: SU MADRE MUERTA LLAMA POR TELÉFONO

Purgatorio (Ft img)“Esta experiencia es personal y no he dicho a los miembros de mi familia (hermanos y hermanas) al respecto”. “Mi madre murió hace cuarenta años, y poco después de su muerte, tuve un sueño muy vívido y realista acerca de ella. No suelo recordar ninguno de mis sueños durante mucho tiempo. De éste me acuerdo como si fuera ayer”.

“En mi sueño, oí el timbre del teléfono me levanté y bajé, todo era realista, bajé las escaleras a la cocina donde estaba el teléfono”. “Cogí el teléfono, le dije hola, y era mi madre, que sonaba feliz (no estaba en los últimos años de su vida).

Ella me preguntó si yo sabía quién era, y le dije que sí.

Me dijo que ella me había llamado porque sabía que estaba preocupado por ella (ella había muerto por alcohólica).

Ella dijo que se sentía mucho mejor y dijo que sabía que su comportamiento en la tierra estuvo equivocado”.

“Me pareció oír voces en el fondo, y me dijo: ¿Oyes eso? Estamos todos ocupados aquí.

Luego me dijo que se le dio sólo un poco de tiempo para hablar conmigo. Quería hablar más, y ella respondió con cierta solidez que no podía.

Le pregunté si me volvería a llamar y me dijo ‘no’ – que yo iba a volver a verla algún día, pero no durante mucho tiempo me dijo: Tú tienes que criar a tus hijos“.

TERCER TESTIMONIO: EL ESPOSO MUERTO VINO A LLEVARSE A LA ESPOSA MORIBUNDA

Recordó Jayni Flories de Las Vegas:

“La semana en que mi madre se estaba muriendo, mi hermana y yo nos turnábamos para permanecer despiertas por las noches con ella”.

“Una noche, me pareció oír su especie de asfixia, así que fui a su lado para ver. Ella estaba durmiendo pacíficamente. La puerta del dormitorio estaba abierta y por el rabillo del ojo pude ver una especie de figura de pie en el pasillo. No pude ver la cara, sólo el torso y las manos cruzadas. Me pareció que las manos eran las de un hombre. Cuando me volví para mirar no pude ver nada, pero cuando me di la vuelta mirar a mi madre volví a ver la figura con el rabillo de mi ojo”.

“Al día siguiente, cuando le dije a mi hermano y a mi hermana, ambos muy tranquilamente dijeron, Oh, es papá que viene por mamá.

Nuestro padre murió en 1966 y esto fue en 1992. Pocos días después murió mi madre”.

¿Alguna vez sentiste la presencia de un ser fallecido con tanta fuerza que casi se dio la vuelta para mirar? ¿Crees que se puede manifestar de diversas maneras?

CUARTO TESTIMONIO: EN UN ENTIERRO EN EL CEMENTERIO

“Mi cuñada fue encontrada muerta en su apartamento”, escribió una mujer llamada Carolina. “Vivía sola y a varias horas de distancia de nosotros. Ella siempre nos dijo que le encantaría ser enterrada en la parte vieja del cementerio donde estaban sus padres, pero siempre pensó que tendría que ir a la parte nueva ya que no había más espacio”.

“Cuando mi marido y yo luchábamos para organizar su funeral, nos encontramos con pequeñas pistas entre sus cosas y tratamos de satisfacer sus deseos en la medida de nuestras posibilidades. Como había estado muerta un par de días antes de ser encontrada, fue necesario incinerarla de inmediato“.

“Cuando nos acercamos al cementerio para arreglar su enterramiento, nos aconsejaron que podríamos enterrar sus restos con sus padres. Nos alegró muchísimo y sabíamos que esto era exactamente lo que ella hubiera querido. Nosotros habíamos comprado un gran arreglo de rosas con una estatua de Nuestra Señora de Gracia, en el centro del mismo”.

“A medida que el director de la funeraria llevaba las rosas a la tumba, una de las rosas pareció saltar del ramo y cayó a tierra a mis pies.

Iba a colocarlo de nuevo en el arreglo, pero el director y mi nuera me dijeron que no, esto es para ti.

Hubo una abrumadora sensación de paz.

Traje a casa la rosa y la puse a los pies de nuestra estatua del Sagrado Corazón, y parecía que nunca se secaba”.

Fue Santa Teresa, la pequeña flor, que quería pasar su eternidad haciendo el bien en la tierra y cuyos signos son a menudo encontrar en el camino de rosas. Nos preguntamos si ella no está interviniendo de manera especial en este momento.

QUINTO TESTIMONIO: UN ALMA VIENE A CONSOLAR

Almas del purgatorio 4 (ft img)“Cuando tenía 16 años me caí de la parte trasera de una camioneta en Griffin, Georgia”, recuerda Judy Duncan de Ann Arbor, Michigan.

“Allí las carreteras son muy difíciles. Digamos que yo estaba en muy mal estado”

“Mientras yacía allí en el pavimento caliente con poca ropa, recuerdo esa sensación de paz que es muy difícil de describir. También recuerdo que había gente que había pasado en mi vida, era como si estuvieran de pie en un grupo y yo podía oír: No es tiempo todavía.“

“Miré a los árboles a mi alrededor y todo lo que vi fue una luz muy brillante, como para decir que tengo vida en mí. ¡Fue increíble!

En la ambulancia estuve hablando con una chica joven (quien yo supuse era el paramédico) y recuerdo que ella es tan hermosa que no podía apartar mis ojos de ella. Cuando llegué al hospital, le pregunté a mi mamá si ella vio lo bonita que era, y mi mamá dijo que ella no era bonita para nada“.

“Cuando yo estaba durmiendo en mi cuarto de hospital sentí a alguien, al pie de mi cama.

No sé si era un hombre o una mujer, sino que él o ella estaba brillando, tan brillante que toda la habitación se iluminó.

Esta persona me dijo específicamente a mi tan claro como el día, Judy, ¿sabes que Dios te ama?

Yo dije ‘sí, y caí de nuevo a dormir.

Por supuesto, mamá insiste hasta hoy que nadie estaba en esa habitación esa noche.

Pero nunca olvidaré esta experiencia en toda mi vida”.

¿Un difunto, o un ángel?

Vamos a ser capaces de responder a estas preguntas sólo cuando lleguemos al otro lado y miremos hacia atrás los misterios de este lugar llamado Tierra. Donde un buen Dios nos da buenas pruebas y donde su misericordia se extiende hasta la eternidad.

SEXTO TESTIMONIO: EL DINERO PARA PAGAR UNA MISA

El siguiente es un testimonio de una persona que experimentó varias visitas de un alma en el purgatorio, y por lo tanto ella provee un detallado y franco testimonio ocular con respecto a los hechos que cuenta.

El 13 de octubre de 1849, murió a la edad de cincuenta y dos años, en la parroquia de Ardoye, en Flandes, una mujer llamada Eugenie Van de Kerckove, cuyo esposo, John Wybo, era un agricultor.

Ella era una mujer piadosa y caritativa que generosamente le daba la caridad en proporción a sus medios. Tenía, al final de su vida, una gran devoción a la Santísima Virgen María, y se abstenía de comer carne en su honor el viernes y sábado de cada semana. Aunque su conducta no estuvo exenta de ciertas fallas, en otras cosas ella llevó una vida ejemplar y edificante.

Eugenia tenía una sirvienta llamada Bárbara Vennecke, de veintiocho años, que era conocida como una joven virtuosa y devota, y que había ayudado a su ama en su última enfermedad. Y después de la muerte de Eugenia, ella continuó sirviendo a su amo, John Wybo, el viudo de Eugenia.

almas del purgatorio en penaUnas tres semanas después de su muerte, la fallecida apareció a su sirvienta en circunstancias que ahora se relatan. Fue en medio de la noche, Bárbara dormía profundamente, cuando oyó llamarla tres veces por su nombre. Ella se despertó sobresaltada, y vio a Eugenia frente a ella, sentada al lado de su cama, vestida con un traje de trabajo, que consiste en una falda y una chaqueta corta.

Bárbara quedó asombrada por este espectáculo notable. La aparición le habló:

“Bárbara”, dijo, simplemente pronunciando su nombre

“¿Qué deseas, Eugenia?” -respondió la criada.

“Por favor, toma “, dijo la señora, “el pequeño rastrillo que he dicho muchas veces se ponga en su lugar.

Revuelve el montículo de arena en la pequeña habitación, ya sabes a que me refiero.

Úsalos para que tenga misas, dos francos por cada misa, por mi intención, porque yo todavía estoy sufriendo”.

“Así lo haré, Eugenia“, respondió Bárbara,

Y en el mismo momento desapareció la aparición. Después de un rato se quedó dormida de nuevo, y reposó en silencio hasta la mañana.

Al despertar, Bárbara pensó que tal vez fue sólo un sueño, pero sin embargo ella se había sentido tan profundamente impresionada. Tan despierta, había visto a su antigua ama de una forma tan distinta, tan llena de vida y había recibido de sus labios tales instrucciones precisas, que no pudo evitar decir:

“Esto no puede haber sido un sueño. Vi a mi señora en persona, ella se presentó a mis ojos, y ella seguramente me habló. No es un sueño, sino una realidad.” Por lo tanto, de inmediato fue y tomó el rastrillo como le indicó, agitó la arena, y sacó una bolsa que contenía la suma de quinientos francos.

En tales circunstancias extrañas y extraordinarias la buena chica pensó que su deber era buscar el consejo de su pastor antes de usar los 500 francos en tener misas, y se fue a contarle a él todo lo que había sucedido.

Almas del purgatorio (ft img)El venerable abad R., entonces párroco de Ardoye, respondió que las misas planteadas por el alma del muerto eran absolutamente necesario que sean celebradas. Pero, para disponer de la suma de dinero, era necesario el consentimiento del marido, John Wybo, ya que el dinero fue encontrado en su casa.

La última voluntad de que el dinero se empleara para tan santo fin se consintió, y las misas se celebraron, dándose dos francos por cada misa, Llamamos la atención sobre la circunstancia de las donaciones para la misa, ya que se correspondía con la piadosa costumbre de la persona fallecida.

El costo de una misa fijada por la diócesis en aquel momento era un franco y medio, pero durante su vida Eugenia -a través de la consideración y la caridad para el clero, muchos de los cuales eran muy pobres-, siempre dio dos francos por cada misa.

Así, el extra de medio franco de ofrenda para una Misa ella lo hacía normalmente como un acto de caridad y apoyo financiero adicional para los sacerdotes que las celebraban.

Dos meses después de la primera aparición, mientras que las misas se seguían dando por las intenciones de Eugenia, Bárbara se despertó de nuevo durante la noche. Esta vez su cámara se ilumina con una luz brillante, y su señora se presentó ante ella con una sonrisa radiante, hermosa y de aspecto fresco como en los días de su juventud, y estaba vestida con una túnica de deslumbrante blancura.

“Bárbara”, ella dijo con una voz clara.

“Te doy gracias, porque yo ahora estoy liberada del el lugar de purificación”.

Al decir estas palabras, desapareció, y la cámara se convirtió en oscura como antes.

La sirvienta, se sorprendido por lo que acababa de ver, quedó lleno de alegría, y ella pronto extendió la extraordinaria historia en la ciudad.

Esta es sólo una de las muchas historias en cuanto a la potencia y la eficacia de la Santa Misa en a favor de las almas del purgatorio. No hay nada más poderoso y valioso que el ofrecimiento de la inmolación de nuestro Divino Salvador en el altar. Además de ser la doctrina expresa de la Iglesia tal como se manifiesta en sus Concilios, hay muchos hechos milagrosos, debidamente autenticados, que no dejan lugar a dudas en lo que respecta a este punto.

SÉPTIMO TESTIMONIO: RELATO DE UN HISTORIADOR

Podemos ofrecer otro incidente, relatado por el historiador Fernando de Castilla.

almas del purgatorio (ft img) 2Entre 1324-1327 había en Colonia dos religiosos Dominicanos de talento distinguido, uno de los cuales fue el beato Enrique Suso (1295-1366). Compartían los mismos estudios, la misma clase de vida, y sobre todo el mismo deseo de santidad, que les había hecho formar una estrecha amistad.

Cuando terminaron sus estudios, al ver que estaban a punto de separarse para volver cada uno a su propio convento, estuvieron de acuerdo.

Y prometieron uno al otro que el primero de los dos que muriera debía asistir al otro durante todo un año con la celebración de dos misas cada semana.

El lunes una misa de Réquiem, como era costumbre, y el viernes la de la Pasión, en la medida en que las Rúbricas se lo permitieran.

Prometieron entre ellos que iban a hacer esto, se dieron el beso de la paz, y salieron de Colonia.

Durante varios años, ambos continuaron sirviendo a Dios con el fervor más edificante. El sacerdote religioso, cuyo nombre no se menciona fue el primero en ser llamado, y el Padre Suso recibió la noticia con sentimientos de resignación a la voluntad divina.

En cuanto al contrato que habían hecho, el tiempo le había hecho olvidar. Sin embargo, él oró mucho por su amigo, imponiendo penitencias nuevas sobre sí mismo y muchas otras buenas obras. Pero él no pensaba en ofrecer las Misas que se había comprometido una serie de años antes.

Una mañana, mientras estaba meditando en su retiro en la capilla, de repente vio aparecer ante él el alma de su difunto amigo. Que mirándolo con ternura, le reprochó el haber sido infiel a su palabra en la que él había hecho confianza.

El Bendito Suso, sorprendido, se disculpó por su olvido diciendo de las muchas oraciones y mortificaciones que había ofrecido, y aún así siguió ofreciendo, a su amigo, cuya salvación era tan querida para él como la suya.

“¿Es posible, mi querido hermano”, agregó, “¿las tantas oraciones y buenas obras que ofrecí a Dios no fueron suficientes para ti?”

“Oh, no, querido hermano”, respondió el alma sufriente “esas no son todavía suficientes.

Es la Sangre de Jesucristo la que se necesita para extinguir las llamas que me abrasan.

Es el Santo Sacrificio, que también me librará de estos tormentos espantosos.

Te suplico que mantengas tu palabra, y no me niegues, lo que en justicia que me debes”.

El Bendito Suso se apresuró a responder al llamamiento del alma sufriente. Se puso en contacto como muchos sacerdotes como le fue posible y les instó a decir misas por las intenciones de su amigo, para reparar su falta; el celebró, e hizo que se celebraran, un gran número de Misas.

Al día siguiente varios sacerdotes, a petición del padre Suso, se unieron con él en ofrecer el Santo Sacrificio por la persona fallecida, y él continuó su acto de caridad por varios días. Después de un breve periodo el cura amigo de Suso apareció de nuevo a él, pero ahora en una condición muy diferente, su rostro era alegre, y se vio rodeado de una hermosa luz.

“Gracias a usted, mi querido amigo”, dijo “he aquí, por la sangre de mi Salvador yo fui liberado de todos mis sufrimientos. Ahora voy al cielo para contemplar lo que hemos adorado juntos tan a menudo bajo el velo eucarístico”.

Posteriormente, el beato Suso se postró a “dar las gracias al Dios de infinita misericordia, porque ahora entendió más que nunca el valor inestimable de la Misa”

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Fuente: Foros de la Virgen


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El purgatorio, narrado por quienes han estado allí https://www.reinadelcielo.org/el-purgatorio-narrado-por-quienes-han-estado-alli/ Fri, 04 Mar 2016 16:46:37 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=5749 La tradición litúrgica ha expuesto desde el inicio de los tiempos la existencia de una condición en que permanecen las almas después de la muerte y se purifican para poder alcanzar en algún momento la gloria plena. Es el Purgatorio, que proviene del latín “purgare”, y que es narrada en el catecismo de la Iglesia Católica como un estado intermedio donde están “los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados” (1030).

Benedicto XVI abordó este dogma de fe durante una catequesis en enero de 2011, donde precisó que el purgatorio no era tanto un “espacio”, sino un “fuego interior” que purifica a la persona y la hace capaz de contemplar a Dios.

En aquella ocasión, el Sumo Pontífice se valió de las palabras que siglos antes había expresado Santa Catalina de Génova, quien transmite en su obra Tratado del Purgatorio una revelación particular… Experiencia mística donde describe que “el alma separada del cuerpo, cuando no se halla en aquella pureza en la que fue creada, viéndose con tal impedimento, que no puede quitarse sino por medio del purgatorio, al punto se arroja en él, y con toda voluntad”.
Con extraordinaria precisión, esta mujer italiana que vivió en el siglo XVI, describe esta experiencia que la llevó a renegar de la vida mundana que había llevado hasta entonces, iniciando un apostolado de cuidado a los enfermos para amar en ellos a Cristo. “No creo que sea posible encontrar un contento comparable al de un alma del purgatorio, como no sea en el que tienen los santos en el Paraíso. Y ese contentamiento crece cada día por el influjo de Dios en esas almas y más a medida que se van consumiendo los impedimentos que se oponen a ese influjo”.

Doctrina de fe

Purgatorio (Ft img)La certeza del Purgatorio nace en la Sagrada Escritura y posteriormente los doctores de la Iglesia –como San Agustín, Gregorio Magno y San Crisóstomo- han formulado una extensa y enriquecedora doctrina de fe. Estos planteamientos sobre el Purgatorio fueron respaldados por los sagrados concilios de Florencia, en 1439 y de Trento, en 1563. Pero también están refrendados por testimonios de decenas de personas, quienes exponen sobre la existencia de almas que buscan la comunión plena con Dios.

Uno de estos valiosos tesoros lo comunica Santa María Faustina Kowalska, religiosa polaca canonizada el 2001 por el papa Juan Pablo II. Viviendo su vocación a comienzos de 1930, fue testigo de diversas apariciones de Jesús en la advocación de la Misericordia. Fue el propio Hijo de Dios quien le reveló aquello que la santa narra en su diario de vida.

Señala Faustina que guiada por su Ángel de la Guarda visitó el Purgatorio… “Me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había allí una multitud de almas sufrientes. Estas almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas, sólo nosotros podemos ayudarlas. Las llamas que las quemaban, a mí no me tocaban. Mi Ángel de la Guarda no me abandonó ni por un solo momento. Pregunté a estas almas: ¿Cuál era su mayor tormento? Y me contestaron unánimemente que su mayor tormento era la añoranza de Dios. Vi a la madre de Dios que visitaba a las almas en el Purgatorio. Las almas llaman a María la «estrella de mar». Ella les trae alivio. Deseaba hablar más con ellas, sin embargo mi Ángel de la Guarda me hizo seña de salir. Salimos de esa cárcel de sufrimiento. Oí una voz interior que me dijo: «Mi misericordia no lo desea, pero la justicia lo exige»”.

El amigo de Padre Pío que estuvo en el purgatorio

Fray Daniele Natale, fue un sacerdote capuchino italiano que se dedicó a misionar en medio de tierras hostiles durante la Segunda Guerra Mundial. Socorría con prisa a los heridos, enterraba a los muertos y ponía a salvo los objetos litúrgicos. En este escenario transcurría su misión cuando en 1952, en la clínica “Regina Elena”, le diagnosticaron un cáncer de Bazo.

Con esta triste noticia se fue a ver al Padre Pio, su amigo y guía espiritual, quien le insistió tratar su enfermedad. Fray Daniele viajó a Roma y encontró al especialista que le habían recomendado, el doctor Riccardo Moretti. Este médico, al principio, no quería realizar la operación, porque estaba seguro de que el paciente no iba a sobrevivir. Al final, sin embargo, influenciado por un impulso interior, decidió internarlo.

La intervención se llevó a cabo al día siguiente por la mañana. Fray Daniele, a pesar de que le habían administrado la anestesia, siguió consciente. Sentía un gran dolor, pero no lo manifestaba; al contrario, estaba satisfecho de poder ofrecer su sufrimiento a Jesús. Al mismo tiempo, tenía la impresión de que el dolor que estaba sufriendo, estaba purificando cada vez más su alma de pecados. Al cabo de un momento sintió que se dormía. Los médicos, sin embargo, afirmaron que después de la intervención, el paciente había entrado en coma y permaneció en este estado durante tres días, tiempo en que después falleció. Se expidió el certificado médico de su defunción y acudieron los familiares para rezar por el difunto. Sin embargo, pasadas unas horas, para asombro de los allí reunidos, de repente el muerto volvió a la vida.

Tres horas de purgatorio

Visita de la Virgen al purgatorio¿Qué le había pasado a Fray Daniel durante aquellas escasas horas? ¿Dónde había estado su alma? Prontamente el religioso capuchino contaría su propia experiencia con el purgatorio en el libro Fra Daniele raconta… . De este escrito, les compartimos los siguientes fragmentos:

“Yo estaba de pie delante del trono de Dios. Lo vi, pero no como un juez severo, sino como un padre afectuoso y lleno de amor. Entonces me di cuenta de que el Señor lo había hecho todo por amor mío, que había cuidado de mí desde el primer hasta el último instante de mi vida, amándome como si fuera la única criatura existente sobre esta tierra. Me di cuenta también, sin embargo, de que no sólo no había correspondido a este inmenso amor divino, sino que lo había descuidado del todo. Fui condenado a dos-tres horas de purgatorio. «Pero, ¿Cómo? -me pregunté- ¿Sólo dos-tres horas? ¿Y después voy a permanecer para siempre junto a Dios, eterno Amor?». Di un salto de alegría y me sentí como un hijo predilecto. (…) eran unos dolores terribles, que no se sabe de dónde venían, pero se sentían intensamente. Los sentidos que más habían ofendido a Dios en este mundo: los ojos, la lengua… sentían mayor dolor y era una cosa increíble, porque ahí en el Purgatorio uno se siente como si tuviera el cuerpo y conoce, reconoce a los otros como ocurre en el mundo”.

Mientras tanto -explica- no habían pasado más que unos pocos momentos de esas penas “y ya me parecía que fuese una eternidad. Entonces pensé en ir a un hermano de mi convento para pedirle que rezara por mí, que yo estaba en el Purgatorio. Ese hermano se quedó maravillado, porque sentía mi voz, pero no veía mi persona, y él preguntaba «Dónde estás?,¿Por qué no te veo?» (…). Sólo entonces me di cuenta de estar sin cuerpo. Me contentaba con insistirle en que rezara mucho por mí y me fui de allí. «Pero, ¿Cómo? –me decía a mí mismo- ¿No deben ser sólo dos- tres horas de purgatorio…? ¡y ya han pasado trescientos años!» al menos así me lo parecía. De repente se me aparece la Bienaventurada Virgen María y le supliqué, le imploré diciéndole «¡Oh, Santísima Virgen María, madre de Dios, obtén para mí del Señor la gracia de retornar a la tierra para vivir y actuar sólo por amor de Dios!». Me di cuenta también de la presencia del Padre Pío y le supliqué también a él: «Por tus atroces dolores, por tus benditas llagas, Padre Pío mío, reza tú por mí a Dios para que me libere de estas llamas y me conceda continuar el Purgatorio sobre la tierra». Después no vi nada más, pero me di cuenta de que el Padre Pío le hablaba a la Virgen. Después de unos instantes se me apareció de nuevo la Bienaventurada Virgen María (…) ella inclinó su cabeza y me sonrió. En aquel preciso momento recuperé la posesión de mi cuerpo (…) con un movimiento brusco, me liberé de la sábana que me cubría. (…) los que me estaban velando y rezando, asustadísimos se precipitaron fuera de la sala para ir en busca de los enfermeros y de los doctores. En pocos minutos en la clínica se armó un jaleo. Todos creían que yo era un fantasma”.

Al día siguiente, por la mañana, Fray Daniele se levantó por sí mismo de la cama y se sentó en un sillón. Eran las siete. Los médicos pasaban normalmente alrededor de las nueve. Pero ese día, el doctor Riccardo Moretti, el mismo que había redactado el certificado médico de defunción de Fray Daniele, había llegado más temprano al hospital. Se paró en frente de él y con lágrimas en los ojos le dijo: «Sí, ahora creo en Dios y en la Iglesia, creo en el padre Pío…».

Fray Daniele, tuvo ocasión para compartir más de cuarenta años con el rostro de Cristo sufriente hasta el 6 de julio de 1994, fecha en que falleció a los 75 años en la enfermería del convento de los Hermanos Capuchinos de san Giovanni Rotondo. Durante 2012 se abrió una causa de beatificación y es hoy considerado Siervo de Dios.

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Fuente: Portaluz.org

Pida y ofrezca oraciones por las almas del purgatorio en: Benditas almas

 

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Película de Santa Hildegarda de Bingen https://www.reinadelcielo.org/pelicula-de-santa-hildegards-de-bingen/ Fri, 01 May 2015 12:37:19 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=2748 Santa Hildegarda nació en 1098 en Bermersheim, cerca de Maguncia, Alemania, última de los diez hijos de un matrimonio de la nobleza local. Sus padres consideraron que Hildegarda debía ser dedicada al servicio de Dios, como “diezmo”. A los 6 años comenzó a tener visiones que siguieron durante el resto de su vida. Cuando la niña contaba ocho años (1106), la entregaron para su formación a Jutta, de la familia de condes de Spannheim, la cual vivía en una pequeña casita adosada al monasterio de los monjes benedictinos fundada por san Disibodo en Disibodenberg.  Más tarde, a la edad de 15 años, Hildegarda profesó como monja en este lugar. Las visiones continuaron durante toda su vida, aunque Hildegarda solo informó inicialmente de ellas a Jutta, y después al monje Volmar de Disibodenberg, primero preceptor de Hildegarda y luego su secretario y escriba hasta su muerte en 1173. Cuando Jutta murió en 1136, Hildegarda fue elegida abadesa de la comunidad a la edad de treinta y ocho años.

El Papa Eugenio III dictaminó: “Sus obras son conformes a la fe y en todo semejantes a los antiguos profetas” y escribió a Hildegarda instándola a continuar la obra y animando y autorizando la publicación de sus obras.
Aprobación tan señalada era el reconocimiento oficial de que la labor de Hildegarda estaba inspirada por Dios. Hildegarda se apresuró entonces, llevada de enardecido celo, á refutar de palabra y por escrito los errores de los herejes cátaros. Así llegó á ser una de las columnas más firmes de la Iglesia por aquel tiempo.

Fue abadesa, líder monacal, mística, profetisa, médica, compositora y escritora alemana. Es conocida como la sibila del Rin y como la profetisa teutónica. El 7 de octubre de 2012 el papa Benedicto XVI le otorgó el título de doctora de la Iglesia junto a San Juan de Ávila durante la misa de apertura de la XIII Asamblea general ordinaria del sínodo de los obispos.

Disfruta de la película que nos relata su vida…

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Mística y vidente, Beata Isabella Canori https://www.reinadelcielo.org/mistica-y-vidente-beata-isabella-canori/ Fri, 16 Jan 2015 07:32:13 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=3245 Isabella Canori Mora llevó su vida de madre y esposa a la plena conformación con Cristo en la cotidianeidad y en la adversidad de tener un esposo que la maltrataba. Ella nació el 21 de noviembre de 1774. Hija de Tommaso y Teresa Primoli, en el seno de una familia de posición acomodada, profundamente cristiana y diligente en la educación de sus hijos.

Estudió con las Hermanas Agustinas de Cascia (1785-88), donde destacó por su inteligencia, una profunda vida interior y su espíritu de penitencia. De regreso a Roma, tuvo una vida tranquila hasta que en 1796 -cuando tenía 21 años- se casó con el joven abogado romano Cristóforo Mora.

Para ella, el matrimonio fue una decisión reflexionada, madura, pero después de algunos meses, la fragilidad psicológica de Cristóforo comprometió la serenidad de la familia.

Beata Isabel Canori 2El marido de Isabella resultó ser un hombre infiel y maltrató a su esposa, física y psicológicamente. Dejó de trabajar y malgastó el dinero que tenía la familia, hasta caer en una extrema pobreza. A todo esto, Isabella respondió siempre con absoluta fidelidad. Nunca puso excusas, conveniencias o intereses para justificar un abandono de su hogar, trató a su marido con paciencia gentil, ofreciendo penitencias y oraciones por su conversión. Nunca pensó en separarse de él, a pesar de los consejos de familiares y amigos. En vez de esto, siempre amó, apoyó y perdonó a su esposo esperando su conversión.

En 1801, ella sufrió una misteriosa enfermedad que la puso al borde de la muerte. Se curó de forma inexplicable y tuvo su primera experiencia mística. Esta es una vidente italiana de las tribulaciones de los últimos tiempos de la Iglesia, que fue favorecida con los dones de la visión y de la profecía. Recibió las visiones y las ilustraciones sobre el destino de la Iglesia. Experimentó los estigmas de la pasión de Cristo, y en sus visiones vio las tremendas batallas que tendrá que sostener la Iglesia en los últimos tiempos bajo el poder de las tinieblas.

La familia, para ella, era el templo en el que recibía al “al amado Señor, Jesús de Nazaret” y a todos los que se dirigían a ella. A través de la auto negación, Isabella ofrecía su vida por la paz y la santidad de la Iglesia, la conversión de su esposo y la salvación de los pecadores. En 1807 Isabella se unió a la Orden terciaria Trinitaria.

El 5 de febrero de 1825, mientras era asistida por sus dos hijas, Isabella falleció. Fue enterrada en Roma en la iglesia trinitaria de San Carlino alle Quattro Fontane. Poco después de su muerte, como ella misma predijo, su esposo se convirtió uniéndose a la Orden Terciaria Trinitaria y después se ordenó sacerdote de los franciscanos conventuales. Murió el 9 de setiembre de 1845 y fue enterrado en la iglesia de los franciscanos conventuales de Sezze.

Fue beatificada junto al joven mártir Zaire Isidore Bakanja, y a otra madre italiana santa, Gianna Beretta Molla, por el Papa Juan Pablo II el 24 de abril de 1994, en el Año Mundial de la Familia. Su fiesta se celebra cada 4 de febrero.

 

Fuente: www.aciprensa.com

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La casa de la Virgen – Catalina Emmerick https://www.reinadelcielo.org/la-casa-de-la-virgen/ Fri, 01 Aug 2014 21:57:17 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=1819 Ana Catalina Emmerick fue una religiosa agustina canóniga, la cual tuvo visiones como la de La dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y, entre otras, en sus escritos nos cuenta acerca de la Casa de la Virgen. Estas descripciones, especialmente las de la ubicación de la misma, en Éfeso, sirvieron para que, en 1891, los sacerdotes lazaristas Joulin y Jung del Colegio Francés de Esmirna, pudieran descubrir lo que vemos en el video, más abajo.

Que la beata Ana Catalina Emmerick tuviera estas visiones, ahora nos permite poder visitar y contemplar aquél lugar que albergo a nuestra Madre del Cielo quien, después de la pasión de Jesús, fue a vivir con el discípulo amado, Juan, quien la recibió como a su propia madre.

Disfrutemos de este pequeño documento que nos transporta, en alguna medida, a la época donde vivió la Virgen María

 

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