A lo que hoy me refiero es algo infinitamente noble, casi diría que es la argamasa que une a las virtudes al llevarlas a la práctica. Las viabiliza, las hace efectivas. Sí, el balance es quizás lo más difícil que nos toca enfrentar cuando deseamos vivir una vida que agrade a Dios, que no sólo sea llevada con animo de cumplir Su Querer, sino mucho más importante, que seamos efectivos a la hora de interpretar y llevar a cabo la Voluntad Divina.
Veamos a la virtud del equilibrio actuando en la práctica, con casos concretos. Hablemos de la verdad: la verdad es un norte que nos guía. Jamás podemos resolver algo que nos aflige, una encrucijada, faltando a la verdad. Sin embargo, la verdad no puede ser dicha a viento y marea y en forma cruda, a todo el mundo, con tal de ser justos abogados defensores de ella. No. Debe ser dicha de modo suave, y en aquella medida que cada alma requiera, en el momento adecuado. A un niño no le podemos decir todas las verdades del mundo recitadas de corrido, sino que hay que dejar que llegue cada etapa de su vida para que las verdades vayan aflorando. Y las que le digamos en tan corta edad, deben ser envasadas con ternura y palabras que sean bálsamo y formación para su alma. A una madre que acaba de perder a su hijo, tampoco podemos ir con una cruda visión de lo que le acaba de ocurrir. Debemos buscar las palabras y aquellas verdades que mejor quepan al momento que vive su alma. Jesús utilizó parábolas las más de las veces, para que las verdades del Reino afloren en forma sugerida. Raramente fue frontal y crudo, porque sabía que eso podía dañar a las almas. El buscaba la suavidad y el esfuerzo de las almas en encontrar esas verdades semiocultas en Su Palabra. El era equilibrado a la hora de transmitir la Verdad de Su Reino, pero jamás faltó a la Verdad ni evitó enfrentarla cuando las circunstancias así lo requerían.
La prudencia es otra gran virtud, que si no es aplicada con equilibrio, puede llevarnos por mal camino. Prudencia que nos hace humildes y sencillos, pero que nos puede llevar a la cobardía si no es aplicada con equilibrio. Jesús fue prudente a lo largo de toda su vida, pero cuando tuvo que ir a Jerusalén a dejarse atrapar por Sus enemigos, o cuando habló con Su Verdad frente al templo o los romanos, supo dejar que se quebranten los principios de la prudencia para dejar paso al heroísmo. Lo mismo había hecho cuando curaba en día sábado, oponiéndose a las reglas del pueblo de Israel que El mismo representaba. Una cosa es la prudencia, y otra muy distinta es oponerse al cambio necesario, cuando así lo requieren las necesidades dictadas por el amor debido a Dios.
La justicia es una gran virtud, de hecho en el pueblo de Israel se llamaba justos a quienes nosotros llamaríamos santos. Sin embargo, la justicia llevada al extremo nos lleva a juzgar a los demás. El equilibrio es fundamental a la hora de comprender que debemos defender las cosas justas y la justicia, pero sin caer en juzgar a los demás, sabiendo que sólo Dios ve en los corazones. Sólo Dios puede juzgar y comprender las motivaciones de las almas. También el orden y la disciplina son grandes virtudes. Sin embargo, aplicadas sin equilibrio nos pueden conducir rápidamente a la intolerancia y la discriminación. Aceptar que el orden de Dios no es exactamente como el que nosotros comprendemos, nos lleva a ver con claridad que un adecuado balance nos hace aceptar situaciones que no caben dentro de lo que nuestra mente tiende a concebir como “orden y disciplina”. San Juan Bautista vivía en el desierto alimentado de langostas y miel, cubierto su cuerpo con pieles de animales del lugar. No es una forma de vida que uno pueda concebir como ordenada, en lo humano. Sin embargo él no sólo fue el último profeta de Israel, también fue el que más pregonó y gritó por el respeto al orden establecido en la Ley de Dios.
La fortaleza con que debemos llevar adelante nuestra vida también forma parte de lo que necesitamos tener en nuestra maleta espiritual. Sin embargo, el exceso de fortaleza nos puede conducir a llevarnos por delante a los demás, a no dejar que el tiempo permita que las almas digieran y asimilen la comida espiritual que se les suministra. Podemos echar a perder un buen plato espiritual por acelerar demasiado el fuego en que se está cocinando. El equilibrio en este caso es saber manejar los tiempos en los que debemos empujar y aquellos en los que debemos simplemente callar y esperar.
Podríamos seguir de éste modo analizando la aplicación del equilibrio a muchas otras virtudes y dones, y de hecho los invito a hacerlo en meditación o dialogo fraterno. Pero creo ya comprendieron a qué me refiero. El equilibrio, en realidad, es el amor puesto en práctica. El amor y la caridad que nos dan la gran regla de vida. Ser virtuoso es llevar una vida guiada por las virtudes que a Dios agradan, pero haciendo que el amor vaya marcando el camino, la senda por la que esas virtudes son administradas a los demás. Ser prudente cuando así hace falta, pero ser fuertes y comprometidos soldados de Dios cuando las circunstancias así nos invitan, decir las verdades del modo y en el momento en que hacen bien a las almas, o del modo que reduzca el dolor cuando es inevitable expresar algo que lastimará a alguien. Defender el orden y disciplina sin caer en la histeria o intolerancia, aceptando los puntos de vista de los demás, siempre buscando mover la aguja de la brújula en dirección al amor de Dios.
Jesús tuvo una paciencia infinita, una fortaleza infinita, una prudencia infinita, un amor infinito. El tuvo un equilibrio perfecto, supo administrar Su perfección en el amor de tal modo que en cada circunstancia se veía la respuesta más adecuada, la que más servía a Su propósito de salvarnos. Los hombres muchas veces no sabemos cómo reaccionar en cada momento, aunque tengamos rectas intenciones en nuestro corazón. Y nos damos cuenta que fallamos, aunque busquemos hacer bien a los demás.
Señor, dame a través de Tu Santo Espíritu la capacidad de saber cómo debo actuar en cada momento. Que mi corazón se una al Tuyo para poder hacer lo que Vos esperas de mí, fundiendo mis debilidades e inseguridades en Tu Voluntad. Hazme una herramienta de Tu Amor.
María es modelo a seguir por donde quiera que la veamos. Pero, ¿cómo imitarla en nuestro diario vivir?, ¿cómo hacer que la vida cotidiana de un buen cristiano esté marcada por Ella?, ¿cómo podríamos vivir y asumir las responsabilidades y rutina de siempre dando a conocer sus virtudes? Uno de los principales retos que tenemos, como discípulos de Cristo, es alcanzar la santidad en las cosas sencillas y ordinarias de cada día.
Desde chico tengo una relación de cariño muy entrañable con nuestra Mamita que está en los cielos. Y en estos últimos días me vengo cuestionando por la cantidad de actitudes evangélicas que nos enseña, meditando los poquísimos pasajes bíblicos en los que apreciamos cómo fue su vida.
En primer lugar, el discernimiento espiritual para descubrir los planes de Dios. Exige vivir una docilidad ante la voluntad de Dios. La aparición del Arcángel Gabriel fue algo extraordinario (Lucas 1,26-38). Lo usual, es que la vida está llena de signos sencillos de Dios, tal como sucedió también, en la vida de la Virgen.
El que «María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lucas 2, 19), nos enseña una actitud fundamental para el discernimiento espiritual. Vemos eso cuando recibe la visita de los pastorcitos, así como la de los reyes magos (Lucas 2, 8-20). También lo vemos cuando encuentra a Jesús en el templo, hablando con los doctores de la Ley. (Lucas 2, 41-50)
¿Cómo lo aplico a mi vida? Exige una vida espiritual activa, dedicando algunos momentos especiales del día para la oración (el rosario, las visitas al Santísimo, la lectura de las Sagradas Escrituras, la vida Sacramental, la liturgia de las horas, el examen de conciencia, etc).
Luego, esas actividades espirituales nos abren el corazón a la acción del Espíritu Santo, y así podemos vivir conscientes de la presencia de Dios, mientras cumplimos las responsabilidades cotidianas, como son la atención a la familia, el servicio doméstico, el trabajo, y demás preocupaciones de la vida diaria.
En segundo lugar, la confianza humilde en los consejos de personas prudentes. Lo vemos en su relación con san José. En sueños, Dios le reveló sus planes para María, y cómo debía ayudarla para cumplir su voluntad. (Mateo 1,18-25) Ella supo confiar y ponerse en las manos de José.
¿Cómo lo aplico a mi vida? Nosotros también necesitamos tener algunos amigos, un director espiritual, un sacerdote o religioso amigo. Alguien que nos ayude a discernir los planes de Dios, muchas veces no tenemos las cosas claras.
Todos necesitamos el consejo de personas prudentes, que nos llevan la delantera en la vida espiritual. No podemos ser autosuficientes y creer que podemos todo solos. Esto es esencial para nuestra fidelidad al plan de Dios.
En tercer lugar, aprender la virtud de la humildad. Es impresionante cuando María visita a su prima Isabel, y recibe un saludo tan especial (Lucas 1,39-45). Luego, como respuesta, vemos en el «Magnificat», un himno de la acción gloriosa de Dios en «la humildad de su esclava» (Lucas 1,46-55).
Humildad cuando se ve obligada a concebir al Hijo de Dios en un pesebre, porque no había posada para acogerla (Lucas 2,7). No vemos en la Virgen ninguna palabra de reclamo o desesperación. Con sencillez y humildad no pierde su compostura espiritual, ni tampoco la serenidad, sabe que está en las manos de Dios.
¿Cómo lo aplico a mi vida? Esto me hace preguntar también ¿cuántas veces reclamamos y nos hacemos víctimas por las dificultades que vivimos?, ¿cuánta veces, por cosas sin mucho sentido, perdemos el control y olvidamos esas palabras tan reconfortantes de Dios?:
«¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Y sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin permitirlo vuestro Padre. Y hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Así que no temáis, vosotros valéis más que muchos pajarillos» (Mateo 10,29-31). ¡Confiemos en Dios y pidámosle que nos ayude a ser humildes!
En cuarto lugar, estar siempre atento a la necesidad de los demás. Descubriendo en cada circunstancia de la vida cómo vivir la caridad. El servicio es la forma más concreta de vivir la caridad. Lo apreciamos cuando María sale corriendo al encuentro de su prima Isabel, puesto que «María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lucas 1,39).
Más adelante, todos conocemos el pasaje emblemático de las Bodas de Caná (Juan 2,1-11). Hasta que, al final de la vida de su Hijo, la vemos fortaleciendo y dándoles esperanza a los apóstoles, después de la trágica crucifixión (Juan 20,19). También, cuando estaban esperando la experiencia de Pentecostés (Hechos 2,13).
¿Cómo lo aplico a mi vida? Haciendo un examen de conciencia. ¿Cuántas veces, por estar encerrados en nosotros mismos, preocupados solamente por nuestras cosas, dejamos de aprovechar tantas ocasiones para servir, y hacer de la vida una obra de Caridad.
No olvidemos: «El que dice que ama a Dios, pero no ama a su prójimo es un mentiroso» (1 Juan 4,20). Qué hermoso sería si además, nos esforzáramos por vivir el amor valiéndonos de nuestra creatividad. Pensando cómo alegrar la vida de los demás. Preparando, por ejemplo, un postre rico o cocinando una cena especial.
En quinto lugar, cumplir siempre la voluntad de Dios «cueste lo que cueste». Su «hágase en mí según tu Palabra» (Lucas 1,38), no se suscribe solamente al pasaje de la Anunciación, sino que lo vive a lo largo de toda su vida. Suele ser común pensar que, obviamente, diría «sí» a los planes de Dios en cualquier momento de su vida.
¡Total… es la Virgen María… y tuvo el privilegio de ser concebida sin pecado original! Pero olvidamos que nuestros primeros padres (Adán y Eva) también fueron concebidos sin pecado original. Su fidelidad supuso la perseverancia a lo largo y ancho de toda su vida.
Sabemos todos que María no la tuvo fácil. Sufrió la persecución de Herodes (Mateo 2,13-15), el establo —ya mencionado— para el Nacimiento. Las exigencias por las cuáles seguramente habrá pasado. Tan solo conocemos el pasaje de la pérdida y hallazgo en el Templo (Lucas 2,14-52), pero sabemos que María sufrió como ninguna otra mujer.
¿Cómo aplicarlo a mi vida? A diferencia de María, vivimos la herencia del pecado, pero siempre está en nuestras manos la posibilidad de elegir el camino de la vida, y no la oscuridad. Puede ser duro mi lenguaje, pero recordemos: «Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca». (Apocalipsis 3, 15-16)
Lo esencial como cristianos es nuestra relación personal de amor a Cristo. «Si me amáis, cumplan mis Mandamientos» (Juan 14,15). Pregúntate: ¿cuántas veces no cumplimos los Mandamientos porque no amamos a Cristo «cueste lo que cueste»? ¡Hasta las últimas consecuencias!
Finalmente, esto me lleva a plantear una última reflexión: ¡no hay cristianismo sin cruz! María siguió a su Hijo hasta la cruz. Estuvo de pie, a los pies de su Hijo crucificado.(Juan 19,25-27). Con un silencio elocuente, aceptó el peor sufrimiento que puede existir: ver a su hijo asesinado, colgado de una cruz.
Por ser María, ¡no la tuvo fácil! Cuando miramos una imagen, vemos su dulzura, la ternura de su mirada, la serenidad de su semblante, su mano acogedora. Pero también, está pisando la cabeza de la serpiente (Génesis 3,14-19), y tiene el corazón atravesado por una espada (Lucas 2,35).
¿Cómo lo aplico a mi vida? Nosotros… ¿Cuánto estamos dispuestos a cargar la cruz en nuestra vida cotidiana? «El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí» (Mateo 10, 38). No pensemos solamente en situaciones extraordinarias, sino en los distintos quehaceres comunes de la vida.
¿Cumplimos nuestras responsabilidades con cariño, reverencia, generosidad, entrega?, ¿o lo hacemos a medias, dejándonos ganar por la pereza o mediocridad? Es muy fácil caer en el aburrimiento de la rutina, y «cumplir por cumplir».
La manera como la esposa prepara la comida a su marido, cuando llega del trabajo, o al revés. El esfuerzo por darle cariño a los hijos cuando llegamos cansados de un día largo en el trabajo, y solo quisiéramos ver la televisión. La atención y preocupación que tenemos a los familiares, estando al tanto de sus problemas y dificultades.
«Perder» el tiempo, dedicándonos a escuchar personas que necesitan desahogar sus dolores y sufrimientos. Socorrer a los amigos enfermos, preocuparnos por los más necesitados saliendo de nuestra zona de confort. En fin, hay tantas obras de misericordia que podemos hacer.
Este es nuestro camino hacia la felicidad. ¡Santidad es para el cristiano sinónimo de felicidad! Cada vez que dejamos de vivir el amor, perdemos una oportunidad para ser más felices. Seamos un reflejo vivo de María Santísima y del amor de Dios.
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Fuente: Catholic-link
Y todo esto, también lo podemos encontrar fundamentado en la Palabra de Dios, que resalta las virtudes y fortalezas que nos pueden ayudar a vivir más felices.
Son las fortalezas cognitivas que implican la adquisición y el uso del conocimiento. Se trata de aquel conocimiento usado de un modo positivo.
Implican la voluntad para alcanzar los objetivos a pesar de la oposición tanto externa como interna.
Son las fortalezas que implican cuidar de los demás y ser amistoso.
Son las fortalezas que ayudan a llevar una vida en comunidad saludable.
Son las fortalezas que nos protegen contra los excesos.
Fortalezas que sirven para formar conexiones con un universo más amplio y aportan significado.
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Fuentes: Accesalud- Femexer y Fe adulta