vanidad – Reina del Cielo https://www.reinadelcielo.org Mon, 22 Jul 2024 15:55:41 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.9 ¿Quién puede comprender? https://www.reinadelcielo.org/quien-puede-comprender/ Mon, 22 Jul 2024 06:01:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=451 ]]> ¿Quién puede comprender lo que se siente? ¿Cómo explicar lo que vibra en nuestro interior, cuando amamos a Jesús? Un abismo nos separa de la tierra, y con melancolía pensamos en la Casa del Padre, ¡cómo quisiéramos estar allí! No hay palabras que puedan describir lo distantes que nos sentimos del mundo y sus vanidades, como rechazamos aquello por lo que se desviven las multitudes. Son estados de ánimo en que Jesús nos pasa el arado de ida y de vuelta, por encima y por revés, para que estemos más preparados que nunca para lo que viene, para la siembra. ¡Es que Él quiere asegurarse una gran cosecha!

Extasiados y enredados en Sus lazos silenciosos, sentimos que nuestra alma sabe bien que detrás del arado viene la Palabra y luego la lluvia de Gracias. Nuestro espíritu se fortalece porque sabe que ya viene la época linda, del brote verde y tierno de la obra nueva, de los campos espigados y mansamente oscilantes y sujetos a los jugueteos de las ondas del viento. De la satisfacción infinita, que a nada se puede comparar, de ver que algo podemos hacer que alegra y hace sonreír a nuestro Señor.

Reino de Dios

De sonrisas, de sonrisas del Señor, ¡de Gloria! En definitiva, de un domingo de Pascuas en que temprano por la mañana tu alma va de la mano de Magdalena, entran al huerto y le gritan a una voz, ¡Raboni! Y El las mira sonrientes, Eterna mirada que atrapa, y abrazo que endulza y da vida. Es como si lo viera al Padre en este momento observando como tú y Magdalena, de la mano, hablan sobre nuestro Buen Jesús, y ríen y lloran de alegría ¡Está Vivo!

Quien puede comprender estos inefables sentimientos, estas explosiones del alma que nos muestran recuerdos que nunca existieron, pero que están ahí, vívidos, esperando salir de nuestro interior. Quien puede escucharnos y comprender, saber que esto es la verdadera felicidad. Que somos así, madera de otro Reino, frutos de un árbol de amor, quijada que muerde una causa y no la suelta, porque es amarrados a ella que queremos vivir, dulcemente esperando que llegue nuestra hora de ser actores de Su guión, de Su historia.

Por un minuto de Su sonrisa, damos una vida, entregamos el dolor. Por un minuto de Su Voz, damos el Reino, para que El lo tome y lo abra a quien sabe que otros, que necesitan de nuestra amistad con el Señor para ser aceptados. Reino que viene, que crece y se va, pero que se construye aquí, con estas pequeñas muestras de amor entre hermanos. Como ahora, querida alma, como ahora. Un mimo del Señor, una caricia, un rato para estar con El. Un abrazo sutil que nadie comprende, que nadie ve, sólo tú y El. A nadie lo dices, a nadie puedes explicar lo que se siente. Pero tú bien sabes que es El el que ha hecho nido en tu corazón, ahora que has sabido encontrarlo.

¡Señor, haz de mi vida una oración! ¡Haz de mi pensamiento un haz de luz que suba hasta Tus Pies! Una palabra de amor, una mirada de agradecimiento, una sonrisa cómplice, una voz que se eleva en mi interior y me dice que si, que somos dos amigos que se confían cada pequeño paso de mi vida. Ahora eres Tu el que sugiere, ahora soy yo el que habla. Ahora es un tiempo de Gracia porque sencillamente, Señor, estás caminando sobre el mundo. El Cielo se ha abajado a la tierra, y las piedras se abren a Su paso, para mayor Gloria de Dios.


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Herido en mi vanidad https://www.reinadelcielo.org/herido-en-mi-vanidad/ Fri, 15 Nov 2019 11:52:51 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=23365 Alguien sabio me enseñó alguna vez que cuando nos hieran en nuestro interior hasta hacernos conmover, sonrojar, indignar, llorar o quizás simplemente enfurecer, debemos detener el mundo a nuestro alrededor y hacer un rápido análisis de qué parte nuestra fue ofendida, motivo de semejante reacción.

Una posibilidad es que nos hirieran en nuestros valores, o quizás en nuestra fe, nuestras convicciones más profundas, o hasta que ofendieran a gente que amamos, con palabras falsas, malintencionadas. En estos casos es lícito que nuestra alma y nuestra mente reaccionen desde la justicia y la verdad. A nosotros corresponderá entonces graduar la reacción, practicando la paciencia, la prudencia, o la justicia, según nuestro discernimiento lo indique en cada circunstancia en particular.

Pero, la otra posibilidad y quizás la más frecuente lamentablemente, es que resultáramos heridos en nuestra vanidad, nuestro ego y amor propio. Es fácil darse cuenta de ello, si es que vemos que en realidad se ha subestimado nuestra jerarquía y autoridad, nuestra imagen o inteligencia, o simplemente nuestras vestiduras, forma de hablar, o hasta algunos mínimos detalles como la forma en que gesticulamos o caminamos.

Resulta obvio comprender que confundir reacciones en las que nuestros valores resultaron heridos, con circunstancias en las que ha sido herida nuestra propia vanidad, configura un juego peligroso para nuestra alma. Licitas las primeras, pecado grave las segundas.

Nuestra vanidad es ese orgullo que nos dificulta aceptar que las cosas son simplemente como son, y que no tiene sentido andar presumiendo o defendiendo quienes somos, o cuanto somos. En realidad, esa vanidad nos impide comprender que es siempre mucho mejor pasar por la nada misma, para que sea Jesús el que se exprese a través nuestro, mientras uno mismo se hace diminuto y vulnerable ante la acción del Maestro.

Cuando somos heridos en nuestro amor propio, debemos pisar los frenos con ambos pies y evitar caer en el precipicio que se abre delante nuestro, porque lo que  sigue a una reacción engendrada en la vanidad jamás es bueno. La ceguera espiritual se apodera de nuestra voluntad, cerrando todo espacio para que el Espíritu Santo ya no pueda actuar a través nuestro, y sea el tentador el que se pone al comando. Nos hacemos entonces instrumentos de la tentación como hojas en la tempestad, dispuestos a dejarnos arrastrar a envidias, celos, venganzas, ira, manipulaciones y maquinaciones malignas, y toda una muestra de pecados que podrían adornar los muros exteriores de nuestra casa, nuestra alma, afeándola y volviéndola una cueva de ladrones.

Cuando la vanidad se apodera de nuestra voluntad hacemos que los que nos aman se llenen de miedo e incertidumbre, sorprendidos de ese monstruo desconocido que anidaba dentro nuestro y que ha sido liberado a la luz de forma tan imprevista. La vanidad es capaz de destruir entonces nuestras familias, nuestras amistades, nuestras fuentes de ingresos y vida profesional. Increíblemente es tan grande el potencial daño, que uno se pregunta cuál es el pensamiento que impulsa semejante animo destructivo.

Cuando uno analiza las grandes tragedias que han asolado a la humanidad, principalmente guerras y revoluciones, se trata de comprender la lógica y la razón que está detrás de la cadena de decisiones humanas que las originaron. Y sin embargo, lenta pero consistentemente, surge de la oscuridad de la historia esa palabra tenebrosa que envuelve, ahoga y mutila la inteligencia: vanidad.

Para cualquier persona, un signo de madurez, sabiduría e inteligencia, es no ser dominado por la propia vanidad. Y diría yo que más aun, un signo de fortaleza espiritual es tener bajo control nuestros arranques de vanidad en nuestro día a día. Se requiere mucho discernimiento, esto es la razón iluminada por la fe, para combatir y mantener a raya nuestro amor propio. La verdad es que estamos siempre al borde de un profundo precipicio, espiritual y humano, si fallamos en tan fundamental desafío de nuestra vida.

Señor, dame humildad y hazme pequeño y sencillo, para que no me deje arrastrar por las llamas del amor propio y la vanidad, y me sostenga adherido a la suela de Tu Sandalia como una simple mota de polvo, mientras Tú Caminas por mi vida como Señor de mi historia, de La Historia.

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Autor: www.reinadelcielo.org


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El motivo correcto https://www.reinadelcielo.org/el-motivo-correcto/ Fri, 02 Jun 2017 17:21:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=367 ]]> ¿Es lícito enojarse? ¿Y deprimirse? Todo lo es, o no lo es, dependiendo del motivo que habita en lo profundo de nuestro corazón. Con el motivo correcto, nuestros actos adquieren valor ante Dios. Sin el motivo correcto, por bien que suenen ante los oídos de los hombres serán como campanas de madera ante los oídos de Dios. Por más que las golpeemos con insistencia, su sonido será hueco y sordo.

Jesús se enojó algunas veces en Su vida terrenal, como lo podemos leer en las Escrituras. Y aunque alguna gente pretende ver en todo momento al Señor con el látigo en Sus Manos echando a los cambistas del templo (Juan 2, 13-22), fueron pocas las ocasiones en que Su enojo afloró ante la mirada del pueblo de aquellos tiempos. El mismo Dios hecho Hombre demostró Su ira cuando las cosas llegaron a puntos insoportables, cuando los comerciantes corrompieron con su presencia la Casa de Su Padre, el Templo.

La clave, para nosotros, es saber si nuestros arranques de ira responden a motivos valederos, o no. Observando con atención mis propios enojos he notado que la mayor parte de ellos responden, en lo profundo del corazón, a mi incapacidad de verme herido en mi propia vanidad. Si, vanidad. Cuando alguien me expone como débil, o tonto, o incapaz de controlar una situación, se dispara en mi interior un sentimiento de ira. ¿Es esto correcto? En general no lo es. Es simplemente que no me agrada el ser expuesto ante los demás de ese modo, lo que no es otra cosa más que vanidad.

Jesús - JerusalenSi yo fuera lo suficientemente fuerte en mi espiritualidad no me importaría mi imagen ante los hombres, sino sólo ante Dios, pero es obvio que esos enojos revelan que sí me importa lucir bien ante los ojos del mundo. Habrá otros enojos que son genuinos y comprensibles, pero he encontrado que el filtro de la vanidad me permite clasificar rápidamente buena parte de ellos entre aceptables, o inaceptables. Es importante, vistas con esta claridad las cosas, que logre reducir mis enojos originados en mi vanidad, para que mi alma se serene y encuentre la paz que sólo Jesús da.

Jesús se entristeció y lloró, entre otras oportunidades, cuando vio a Jerusalén y comprendió cuan grande era la desgracia que sobre ella se abatiría (Lucas 19, 41-44). Pero El era en general un Hombre alegre, esperanzado, lleno de vida y ganas de hacer el bien. Una vez más, viendo como actuó Jesús entre nosotros, ¿cuál es la justa medida para nuestras tristezas? En un caso extremo, es fácil ver que la tristeza de una madre que pierde a su hijo es comprendida por el Señor. El problema surge cuando nos abandonamos en estados de tristeza permanentes, porque allí dejamos de lado la esperanza, ancla que nos sujeta a la vida, sostenidos en la fe en nuestro Dios.

Así he observado que mis tristezas se relacionan, en demasiadas oportunidades, con una especie de olvido de que al fin del día, Dios se hace cargo de mi vida. Es sencillamente un olvido de la esperanza, un alejarse del entendimiento firme de que Jesús se hace cargo de mis días, llueva o truene. El Señor no me abandona nunca, ¿por qué abandonarse a la tristeza, entonces? ¿Acaso no es El el dueño de mi vida? Si mi Señor permite que algo me ocurra, algún motivo bueno habrá. Si no sé como se resolverá este problema que me angustia, ¿por qué preocuparme si Jesús se hará cargo de guiar mis pasos?

Si mi unión con Jesús está firme y fundamentada en una confianza ciega en Él, mi esperanza crece y florece en la alegría de saberme hijo de Dios. No hay lugar allí para tristezas vanas. Por supuesto que siempre estaré expuesto a angustias profundas que nada tienen que ver con la falta de esperanza, sino que serán tristezas en unión a un Jesús triste también, acompañándome en el dolor.

Todo, en nuestra vida, adquiere un sentido bueno ante Dios, de acuerdo al motivo que anida en lo profundo de nuestro corazón. Si aprendemos a mirarnos en nuestro interior, creciendo en nuestro conocimiento de nosotros mismos, veremos cuantas miserias motivan nuestras tristezas, enojos, nuestro comportamiento de cada día. Una gota de esperanza, de confianza en Dios, de entrega a Su Voluntad, hará que crezcamos en sabiduría, en paz interior, en amor bien entendido. Nuestra vida será entonces un diálogo permanente con El, para Su alegría y consuelo.


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