Seguir a Jesús – Reina del Cielo https://www.reinadelcielo.org Fri, 04 Oct 2024 08:29:28 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.9 San Francisco de Asís https://www.reinadelcielo.org/san-francisco-de-asis/ Fri, 04 Oct 2024 06:01:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=10315 ]]>

“Ninguna otra cosa hemos de hacer sino ser solícitos en seguir la voluntad de Dios y en agradarle en todas las cosas.” San Francisco de Asís

Vida de San Francisco

Nació en Asís (Italia), en el año 1182. Después de una juventud disipada en diversiones, se convirtió, renunció a los bienes paternos y se entregó de lleno a Dios. Abrazó la pobreza y vivió una vida evangélica, predicando a todos el amor de Dios. Dio a sus seguidores unas sabias normas, que luego fueron aprobadas por la Santa Sede. Fundó una Orden de frailes y su primera seguidora mujer, Santa Clara que funda las Clarisas, inspirada por Él.

Un santo para todos

Ciertamente no existe ningún santo que sea tan popular como él, tanto entre católicos como entre los protestantes y aun entre los no cristianos. San Francisco de Asís cautivó la imaginación de sus contemporáneos presentándoles la pobreza, la castidad y la obediencia con la pureza y fuerza de un testimonio radical.
Llegó a ser conocido como el Pobre de Asís por su matrimonio con la pobreza, su amor por los pajarillos y toda la naturaleza. Todo ello refleja un alma en la que Dios lo era todo sin división, un alma que se nutría de las verdades de la fe católica y que se había entregado enteramente, no sólo a Cristo, sino a Cristo crucificado.

Nacimiento y vida familiar de un caballero

San Francisco de Asís

Francisco nació en Asís, ciudad de Umbría, en el año 1182. Su padre, Pedro Bernardone, era comerciante. El nombre de su madre era Pica y algunos autores afirman que pertenecía a una noble familia de la Provenza. Tanto el padre como la madre de Francisco eran personas acomodadas.
Pedro Bernardone comerciaba especialmente en Francia. Como se hallase en dicho país cuando nació su hijo, la gente le apodó “Francesco” (el francés), por más que en el bautismo recibió el nombre de Juan.

En su juventud, Francisco era muy dado a las románticas tradiciones caballerescas que propagaban los trovadores. Disponía de dinero en abundancia y lo gastaba pródigamente, con ostentación. Ni los negocios de su padre, ni los estudios le interesaban mucho, sino el divertirse en cosas vanas que comúnmente se les llama “gozar de la vida”. Sin embargo, no era de costumbres licenciosas y era muy generoso con los pobres que le pedían por amor de Dios.

Hallazgo de un tesoro

Cuando Francisco tenía unos 20, estalló la discordia entre las ciudades de Perugia y Asís, y en la guerra, el joven cayó prisionero de los peruginos. La prisión duró un año, y Francisco la soportó alegremente. Sin embargo, cuando recobró la libertad, cayó gravemente enfermo. La enfermedad, en la que el joven probó una vez más su paciencia, fortaleció y maduró su espíritu. Cuando se sintió con fuerzas suficientes, determinó ir a combatir en el ejército de Galterío y Briena, en el sur de Italia. Con ese fin, se compró una costosa armadura y un hermoso manto. Pero un día en que paseaba ataviado con su nuevo atuendo, se topó con un caballero mal vestido que había caído en la pobreza; movido a compasión ante aquel infortunio, Francisco cambió sus ricos vestidos por los del caballero pobre. Esa noche vio en sueños un espléndido palacio con salas colmadas de armas, sobre las cuales se hallaba grabado el signo de la cruz y le pareció oír una voz que le decía que esas armas le pertenecían a él y a sus soldados.

Francisco partió a Apulia con el alma ligera y la seguridad de triunfar, pero nunca llegó al frente de batalla. En Espoleto, ciudad del camino de Asís a Roma, cayó nuevamente enfermo y, durante la enfermedad, oyó una voz celestial que le exhortaba a “servir al amo y no al siervo”. El joven obedeció. Al principio volvió a su antigua vida, aunque tomándola menos a la ligera. La gente, al verle ensimismado, le decían que estaba enamorado. “Sí”, replicaba Francisco, “voy a casarme con una joven más bella y más noble que todas las que conocéis”. Poco a poco, con mucha oración, fue concibiendo el deseo de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio.

Aunque ignoraba lo que tenía que hacer para ello, una serie de claras inspiraciones sobrenaturales le hizo comprender que la batalla espiritual empieza por la mortificación y la victoria sobre los instintos. Paseándose en cierta ocasión a caballo por la llanura de Asís, encontró a un leproso. Las llagas del mendigo aterrorizaron a Francisco; pero, en vez de huir, se acercó al leproso, que le tendía la mano para recibir una limosna. Francisco comprendió que había llegado el momento de dar el paso al amor radical de Dios. A pesar de su repulsa natural a los leprosos, venció su voluntad, se le acercó y le dio un beso. Aquello cambió su vida. Fue un gesto movido por el Espíritu Santo, pidiéndole a Francisco una calidad de entrega, un “sí” que distingue a los santos de los mediocres.

San Buenaventura nos dice que después de este evento, Francisco frecuentaba lugares apartados donde se lamentaba y lloraba por sus pecados. Desahogando su alma fue escuchado por el Señor. Un día, mientras oraba, se le apareció Jesús crucificado. La memoria de la pasión del Señor se grabó en su corazón de tal forma, que cada vez que pensaba en ello, no podía contener sus lágrimas y sollozos.

“Francisco, repara mi Iglesia, pues ya ves que está en ruinas”

San Francisco de Asis

A partir de entonces, comenzó a visitar y servir a los enfermos en los hospitales. Algunas veces regalaba a los pobres sus vestidos, otras, el dinero que llevaba. Les servía devotamente, porque el profeta Isaías nos dice que Cristo crucificado fue despreciado y tratado como un leproso. De este modo desarrollaba su espíritu de pobreza, su profundo sentido de humildad y su gran compasión. En cierta ocasión, mientras oraba en la iglesia de San Damián en las afueras de Asís, le pareció que el crucifijo le repetía tres veces: “Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas”.

El santo, viendo que la iglesia se hallaba en muy mal estado, creyó que el Señor quería que la reparase; así pues, partió inmediatamente, tomó una buena cantidad de vestidos de la tienda de su padre y los vendió junto con su caballo. Enseguida llevó el dinero al pobre sacerdote que se encargaba de la iglesia de San Damián, y le pidió permiso de quedarse a vivir con él. El buen sacerdote consintió en que Francisco se quedase con él, pero se negó a aceptar el dinero. El joven lo depositó en el alféizar de la ventana. Pedro Bernardone, al enterarse de lo que había hecho su hijo, se dirigió indignado a San Damián. Pero Francisco había tenido buen cuidado de ocultarse.

Renuncia a la herencia de su padre

Al cabo de algunos días pasados en oración y ayuno, Francisco volvió a entrar en la población, pero estaba tan desfigurado y mal vestido, que la gente se burlaba de él como si fuese un loco. Pedro Bernardone, muy desconcertado por la conducta de su hijo, le condujo a su casa, le golpeó furiosamente (Francisco tenía entonces 25 años), le puso grillos en los pies y le encerró en una habitación.

La madre de Francisco se encargó de ponerle en libertad cuando su marido se hallaba ausente y el joven retornó a San Damián. Su padre fue de nuevo a buscarle ahí, le golpeó en la cabeza y le conminó a volver inmediatamente a su casa o a renunciar a su herencia y pagarle el precio de los vestidos que le había tomado. Francisco no tuvo dificultad alguna en renunciar a la herencia, pero dijo a su padre que el dinero de los vestidos pertenecía a Dios y a los pobres.

Su padre le obligó a comparecer ante el obispo Guido de Asís, quien exhortó al joven a devolver el dinero y a tener confianza en Dios: “Dios no desea que su Iglesia goce de bienes injustamente adquiridos”. Francisco obedeció a la letra la orden del obispo y añadió: “Los vestidos que llevo puestos pertenecen también a mi padre, de suerte que tengo que devolvérselos”. Acto seguido se desnudó y entregó sus vestidos a su padre, diciéndole alegremente: “Hasta ahora tú has sido mi padre en la tierra. Pero en adelante podré decir: “Padre nuestro, que estás en los cielos”.’ Pedro Bernardone abandonó el palacio episcopal “temblando de indignación y profundamente lastimado”.

El Obispo regaló a Francisco un viejo vestido de labrador, que pertenecía a uno de sus siervos. Francisco recibió la primera limosna de su vida con gran agradecimiento, trazó la señal de la cruz sobre el vestido con un trozo de tiza y se lo puso.

Llamado a la renuncia y a la negación

Enseguida, partió en busca de un sitio conveniente para establecerse. Iba cantando alegremente las alabanzas divinas por el camino real, cuando se topó con unos bandoleros que le preguntaron quién era. El respondió: “Soy el heraldo del Gran Rey”. Los bandoleros le golpearon y le arrojaron en un foso cubierto de nieve. Francisco prosiguió su camino cantando las divinas alabanzas. En un monasterio obtuvo limosna y trabajo como si fuese un mendigo. Cuando llegó a Gubbio, una persona que le conocía le llevó a su casa y le regaló una túnica, un cinturón y unas sandalias de peregrino. Francisco los usó dos años, al cabo de los cuales volvió a San Damián.

Para reparar la iglesia, fue a pedir limosna en Asís, donde todos le habían conocido rico y, naturalmente, hubo de soportar las burlas y el desprecio de más de un mal intencionado. El mismo se encargó de transportar las piedras que hacían falta para reparar la iglesia y ayudó en el trabajo a los albañiles. Una vez terminadas las reparaciones en la iglesia de San Damián, Francisco emprendió un trabajo semejante en la antigua iglesia de San Pedro. Después, se trasladó a una capillita llamada Porciúncula, que pertenecía a la abadía benedictina de Monte Subasio. Probablemente el nombre de la capillita aludía al hecho de que estaba construida en una reducida parcela de tierra.

La Porciúncula se hallaba en una llanura, a unos cuatro kilómetros de Asís y, en aquella época, estaba abandonada y casi en ruinas. La tranquilidad del sitio agradó a Francisco tanto como el título de Nuestra Señora de los Ángeles, en cuyo honor había sido erigida la capilla.

Francisco la reparó y fijó en ella su residencia. Ahí le mostró finalmente el cielo lo que esperaba de él, el día de la fiesta de San Matías del año 1209.
En aquella época, el evangelio de la misa de la fiesta decía: “Id a predicar, diciendo: El Reino de Dios ha llegado… Dad gratuitamente lo que habéis recibido gratuitamente… No poseáis oro … ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo …He aquí que os envío como corderos en medio de los lobos…” (Mat.10 , 7-19). Estas palabras penetraron hasta lo más profundo en el corazón de Francisco y éste, aplicándolas literalmente, regaló sus sandalias, su báculo y su cinturón y se quedó solamente con la pobre túnica ceñida con un cordón. Tal fue el hábito que dio a sus hermanos un año más tarde: la túnica de lana burda de los pastores y campesinos de la región. Vestido en esa forma, empezó a exhortar a la penitencia con tal energía, que sus palabras hendían los corazones de sus oyentes. Cuando se topaba con alguien en el camino, le saludaba con estas palabras: “La paz del Señor sea contigo”.

Dones extraordinarios

Dios le había concedido ya el don de profecía y el don de milagros. Cuando pedía limosna para reparar la iglesia de San Damián, acostumbraba decir: “Ayudadme a terminar esta iglesia. Un día habrá ahí un convento de religiosas en cuyo buen nombre se glorificarán el Señor y la universal Iglesia”. La profecía se verificó cinco años más tarde en Santa Clara y sus religiosas. Un habitante de Espoleto sufría de un cáncer que le había desfigurado horriblemente el rostro. En cierta ocasión, al cruzarse con San Francisco, el hombre intentó arrojarse a sus pies, pero el santo se lo impidió y le besó en el rostro. El enfermo quedó instantáneamente curado. San Buenaventura comentaba a este propósito: “No sé si hay que admirar más el beso o el milagro”.

Nueva orden religiosa y visita al Papa

San Francisco de Asís 3

Francisco tuvo pronto numerosos seguidores y algunos querían hacerse discípulos suyos. El primer discípulo fue Bernardo de Quintavalle, un rico comerciante de Asís. Al principio Bernardo veía con curiosidad la evolución de Francisco y con frecuencia le invitaba a su casa, donde le tenía siempre preparado un lecho próximo al suyo. Bernardo se fingía dormido para observar cómo el siervo de Dios se levantaba calladamente y pasaba largo tiempo en oración, repitiendo estas palabras: “Deus meus et omnia” (Mi Dios y mi todo). Al fin, comprendió que Francisco era “verdaderamente un hombre de Dios” y enseguida le suplicó que le admitiese corno discípulo.

Desde entonces, juntos asistían a misa y estudiaban la Sagrada Escritura para conocer la voluntad de Dios. Como las indicaciones de la Biblia concordaban con sus propósitos, Bernardo vendió cuanto tenía y repartió el producto entre los pobres.
Pedro de Cattaneo, canónigo de la catedral de Asís, pidió también a Francisco que le admitiese como discípulo y el santo les “concedió el hábito” a los dos juntos, el 16 de abril de 1209. El tercer compañero de San Francisco fue el hermano Gil, famoso por su gran sencillez y sabiduría espiritual.

En 1210, cuando el grupo contaba ya con 12 miembros, Francisco redactó una regla breve e informal que consistía principalmente en los consejos evangélicos para alcanzar la perfección. Con ella se fueron a Roma a presentarla para aprobación del Sumo Pontífice. Viajaron a pie, cantando y rezando, llenos de felicidad, y viviendo de las limosnas que la gente les daba.

En Roma no querían aprobar esta comunidad porque les parecía demasiado rígida en cuanto a pobreza, pero al fin un Cardenal dijo: “No les podemos prohibir que vivan como lo mandó Cristo en el Evangelio”. Recibieron la aprobación, y se volvieron a Asís a vivir en pobreza, en oración, en santa alegría y gran fraternidad, junto a la iglesia de la Porciúncula. Inocencio III se mostró adverso al principio. Por otra parte, muchos cardenales opinaban que las órdenes religiosas ya existentes necesitaban de reforma, no de multiplicación y que la nueva manera de concebir la pobreza era impracticable.

El cardenal Juan Colonna alegó en favor de Francisco que su regla expresaba los mismos consejos con que el Evangelio exhortaba a la perfección. Más tarde, el Papa relató a su sobrino, quien a su vez lo comunicó a San Buenaventura, que había visto en sueños una palmera que crecía rápidamente y después, había visto a Francisco sosteniendo con su cuerpo la basílica de Letrán que estaba a punto de derrumbarse. Cinco años después, el mismo Pontífice tendría un sueño semejante a propósito de Santo Domingo. Inocencio III mandó, pues, llamar a Francisco y aprobó verbalmente su regla; enseguida le impuso la tonsura, así como a sus compañeros y les dio por misión predicar la penitencia.

La PorciúnculaSan Francisco y sus compañeros se trasladaron provisionalmente a una cabaña de Rivo Torto, en las afueras de Asís, de donde salían a predicar por toda la región. Poco después, tuvieron dificultades con un campesino que reclamaba la cabaña para emplearla como establo de su asno. Francisco respondió: “Dios no nos ha llamado a preparar establos para los asnos”, y acto seguido abandonó el lugar y partió a ver al abad de Monte Subasio. En 1212, el abad regaló a Francisco la capilla de la Porciúncula, a condición de que la conservase siempre como la iglesia principal de la nueva orden. El santo se negó a aceptar la propiedad de la capillita y sólo la admitió prestada. En prueba de que la Porciúncula continuaba como propiedad de los benedictinos, Francisco les enviaba cada año, a manera de recompensa por el préstamo, una cesta de pescados cogidos en el riachuelo vecino.

Por su parte, los benedictinos correspondían enviándole un tonel de aceite. Tal costumbre existe todavía entre los franciscanos de Santa María de los Ángeles y los benedictinos de San Pedro de Asís.
Alrededor de la Porciúncula, los frailes construyeron varias cabañas primitivas, porque San Francisco no permitía que la orden en general y los conventos en particular, poseyesen bienes temporales. Había hecho de la pobreza el fundamento de su orden y su amor a la pobreza se manifestaba en su manera de vestirse, en los utensilios que empleaba y en cada uno de sus actos. Acostumbraba llamar a su cuerpo “el hermano asno”, porque lo consideraba como hecho para transportar carga, para recibir golpes y para comer poco y mal. Cuando veía ocioso a algún fraile, le llamaba “hermano mosca”, porque en vez de cooperar con los demás echaba a perder el trabajo de los otros y les resultaba molesto.

Poco antes de morir, considerando que el hombre está obligado a tratar con caridad a su cuerpo, Francisco pidió perdón al suyo por haberlo tratado tal vez con demasiado rigor. El santo se había opuesto siempre a las austeridades indiscretas y exageradas. En cierta ocasión, viendo que un fraile había perdido el sueño a causa del excesivo ayuno, Francisco le llevó alimento y comió con él para que se sintiese menos mortificado.

Somete la carne a las espinas; Dios le otorga sabiduría

Al principio de su conversión, viéndose atacado por violentas tentaciones de impureza, solía revolcarse desnudo sobre la nieve. Cierta vez en que la tentación fue todavía más violenta que de ordinario, el santo se disciplinó furiosamente; como ello no bastase para alejarla, acabó por revolcarse sobre las zarzas y los abrojos.
Su humildad no consistía simplemente en un desprecio sentimental de sí mismo, sino en la convicción de que “ante los ojos de Dios el hombre vale por lo que es y no más”. Considerándose indigno del sacerdocio, Francisco sólo llegó a recibir el diaconado. Detestaba de todo corazón las singularidades. Así cuando le contaron que uno de los frailes era tan amante del silencio que sólo se confesaba por señas, respondió disgustado: “Eso no procede del espíritu de Dios sino del demonio; es una tentación y no un acto de virtud.” Dios iluminaba la inteligencia de su siervo con una luz de sabiduría que no se encuentra en los libros. Cuando cierto fraile le pidió permiso para estudiar, Francisco le contestó que si repetía con devoción el “Gloria Patri”, llegaría a ser sabio a los ojos de Dios y él mismo era el mejor ejemplo de la sabiduría adquirida en esa forma.

Sobre la pobreza de espíritu, Francisco decía: “Hay muchos que tienen por costumbre multiplicar plegarias y prácticas devotas, afligiendo sus cuerpos con numerosos ayunos y abstinencias; pero con una sola palabrita que les suena injuriosa a su persona o por cualquier cosa que se les quita, enseguida se ofenden e irritan. Estos no son pobres de espíritu, porque el que es verdaderamente pobre de espíritu, se aborrece a sí mismo y ama a los que le golpean en la mejilla”.

La Naturaleza

Sus contemporáneos hablan con frecuencia del cariño de Francisco por los animales y del poder que tenía sobre ellos. Por ejemplo, es famosa la reprensión que dirigió a las golondrinas cuando iba a predicar en Alviano: “Hermanas golondrinas: ahora me toca hablar a mí; vosotras ya habéis parloteado bastante”. Famosas también son las anécdotas de los pajarillos que venían a escucharle cuando cantaba las grandezas del Creador, del conejillo que no quería separarse de él en el Lago Trasimeno y del lobo de Gubbio amansado por el santo. Algunos autores consideran tales anécdotas como simples alegorías, en tanto que otros les atribuyen valor histórico.

Aventura de amor con Dios

Los primeros años de la orden en Santa María de los Ángeles fueron un período de entrenamiento en la pobreza y la caridad fraternas. Los frailes trabajaban en sus oficios y en los campos vecinos para ganarse el pan de cada día. Cuando no había trabajo suficiente, solían pedir limosna de puerta en puerta; pero el fundador les había prohibido que aceptasen dinero. Estaban siempre prontos a servir a todo el mundo, particularmente a los leprosos y menesterosos.
San Francisco insistía en que llamasen a los leprosos “mis hermanos cristianos” y los enfermos no dejaban de apreciar esta profunda delicadeza. Les decía a los frailes: ¨Todos los hermanos procuren ejercitarse en buenas obras, porque está escrito: ‘Haz siempre algo bueno para que el diablo te encuentre ocupado’. Y también, ‘La ociosidad es enemiga del alma’. Por eso los siervos de Dios deben dedicarse continuamente a la oración o a alguna buena actividad.¨
El número de los compañeros del santo continuaba en aumento, entre ellos se contaba el famoso “juglar de Dios”, fray Junípero; a causa de la sencillez del hermanito Francisco solía repetir: “Quisiera tener todo un bosque de tales juníperos”. En cierta ocasión en que el pueblo de Roma se había reunido para recibir a fray Junípero, sus compañeros le hallaron jugando apaciblemente con los niños fuera de las murallas de la ciudad. Santa Clara acostumbraba llamarle “el juguete de Dios”.

Santa Clara

Clara de Asís (ft img)

Clara había partido de Asís para seguir a Francisco, en la primavera de 1212, después de oírle predicar. El santo consiguió establecer a Clara y sus compañeras en San Damián, y la comunidad de religiosas llegó pronto a ser, para los franciscanos, lo que las monjas de Prouille habían de ser para los dominicos: una muralla de fuerza femenina, un vergel escondido de oración que hacía fecundo el trabajo de los frailes.
Evangeliza a los mahometanos
En el otoño de ese año, Francisco, no contento con todo lo que había sufrido y trabajado por las almas en Italia, resolvió ir a evangelizar a los mahometanos. Así pues, se embarcó en Ancona con un compañero rumbo a Siria; pero una tempestad hizo naufragar la nave en la costa de Dalmacia. Como los frailes no tenían dinero para proseguir el viaje, se vieron obligados a esconderse furtivamente en un navío para volver a Ancona. Después de predicar un año en el centro de Italia (el señor de Chiusi puso entonces a la disposición de los frailes un sitio de retiro en Monte Alvernia, en los Apeninos de Toscana), San Francisco decidió partir nuevamente a predicar a los mahometanos en Marruecos. Pero Dios tenía dispuesto que no llegase nunca a su destino: el santo cayó enfermo en España y, después, tuvo que retornar a Italia. Ahí se consagró apasionadamente a predicar el Evangelio a los cristianos.

La humildad y obediencia

San Francisco dio a su orden el nombre de “Frailes Menores” por humildad, pues quería que sus hermanos fuesen los siervos de todos y buscasen siempre los sitios más humildes. Con frecuencia exhortaba a sus compañeros al trabajo manual y, si bien les permitía pedir limosna, les tenía prohibido que aceptasen dinero. Pedir limosna no constituía para él una vergüenza, ya que era una manera de imitar la pobreza de Cristo. Sobre la excelsa virtud de la humildad, decía: “Bienaventurado el siervo a quien lo encuentran en medio de sus inferiores con la misma humildad que si estuviera en medio de sus superiores. Bienaventurado el siervo que siempre permanece bajo la vara de la corrección. Es siervo fiel y prudente el que, por cada culpa que comete, se apresura a expiarlas: interiormente, por la contrición y exteriormente por la confesión y la satisfacción de obra”. El santo no permitía que sus hermanos predicasen en una diócesis sin permiso expreso del Obispo. Entre otras cosas, dispuso que “si alguno de los frailes se apartaba de la fe católica en obras o palabras y no se corregía, debería ser expulsado de la hermandad”. Todas las ciudades querían tener el privilegio de albergar a los nuevos frailes, y las comunidades se multiplicaron en Umbría, Toscana, Lombardia y Ancona.

Crece la orden

Se cuenta que en 1216, Francisco solicitó del Papa Honorio III la indulgencia de la Porciúncula o “perdón de Asís”. El año siguiente, conoció en Roma a Santo Domingo, quien había predicado la fe y la penitencia en el sur de Francia en la época en que Francisco era “un gentilhombre de Asís”. San Francisco tenía también la intención de ir a predicar en Francia. Pero, como el cardenal Ugolino (quien fue más tarde Papa con el nombre de Gregorio IX) le disuadiese de ello, envió en su lugar a los hermanos Pacífico y Agnelo. Este último había de introducir más tarde la Orden de los frailes menores en Inglaterra. El sabio y bondadoso cardenal Ugolino ejerció una gran influencia en el desarrollo de la Orden. Los compañeros de San Francisco eran ya tan numerosos, que se imponía forzosamente cierta forma de organización sistemática y de disciplina común. Así pues, se procedió a dividir a la Orden en provincias, al frente de cada una de las cuales se puso a un ministro, “encargado del bien espiritual de los hermanos; si alguno de ellos llegaba a perderse por el mal ejemplo del ministro, éste tendría que responder de él ante Jesucristo”. Los frailes habían cruzado ya los Alpes y tenían misiones en España, Alemania y Hungría.

El primer capítulo general se reunió, en la Porciúncula, en Pentecostés del año de 1217. En 1219, tuvo lugar el capítulo “de las esteras”, así llamado por las cabañas que debieron construirse precipitadamente con esteras para albergar a los delegados. Se cuenta que se reunieron entonces cinco mil frailes. Nada tiene de extraño que en una comunidad tan numerosa, el espíritu del fundador se hubiese diluido un tanto. Los delegados encontraban que San Francisco se entregaba excesivamente a la aventura y exigían un espíritu más práctico. Es que así les parecía lo que en realidad era una gran confianza en Dios.

El santo se indignó profundamente y replicó: “Hermanos míos, el Señor me llamó por el camino de la sencillez y la humildad y por ese camino persiste en conducirme, no sólo a mí sino a todos los que estén dispuestos a seguirme… El Señor me dijo que deberíamos ser pobres y locos en este mundo y que ése y no otro sería el camino por el que nos llevaría. Quiera Dios confundir vuestra sabiduría y vuestra ciencia y haceros volver a vuestra primitiva vocación, aunque sea contra vuestra voluntad y aunque la encontréis tan defectuosa”.
Francisco les insistía en que amaran muchísimo a Jesucristo y a la Santa Iglesia Católica, y que vivieran con el mayor desprendimiento posible hacia los bienes materiales, y no se cansaba de recomendarles que cumplieran lo más exactamente posible todo lo que manda el Santo Evangelio.

El mayor privilegio: No gozar de privilegio alguno

San Francisco de Asís 4

Recorría campos y pueblos invitando a la gente a amar más a Jesucristo, y repetía siempre: ‘El Amor no es amado”. La gente le escuchaba con especial cariño y se admiraba de lo mucho que sus palabras influían en los corazones para entusiasmarlos por Cristo y su Verdad. Sus palabras eran reflejo de su vida en imitación a Jesús, decía:
“El que ama verdaderamente a su enemigo no se apena de las injurias que éste le provoca, sino que sufre por amor de Dios a causa del pecado que arrastra el alma que lo ofendió. Y le manifiesta su amor con obras”.

A quienes le propusieron que pidiese al Papa permiso para que los frailes pudiesen predicar en todas partes sin autorización del obispo, Francisco repuso: “Cuando los obispos vean que vivís santamente y que no tenéis intenciones de atentar contra su autoridad, serán los primeros en rogaros que trabajéis por el bien de las almas que les han sido confiadas. Considerad como el mayor de los privilegios el no gozar de privilegio alguno…” Al terminar el capítulo, San Francisco envió a algunos frailes a la primera misión entre los infieles de Túnez y Marruecos, y se reservó para sí la misión entre los sarracenos de Egipto y Siria. En 1215, durante el Concilio de Letrán, el Papa Inocencio III había predicado una nueva cruzada, pero tal cruzada se había reducido simplemente a reforzar el Reino Latino de oriente. Francisco quería blandir la espada de Dios.
San Francisco se fue a Tierra Santa a visitar en devota peregrinación los Santos Lugares donde Jesús nació, vivió y murió: Belén, Nazaret, Jerusalén, etc. En recuerdo de esta piadosa visita suya, los franciscanos están encargados desde hace siglos de custodiar los Santos Lugares de Tierra Santa.

Misionero ante el Sultán

En junio de 1219, se embarcó en Ancona con 12 frailes. La nave los condujo a Damieta, en la desembocadura del Nilo. Los cruzados habían puesto sitio a la ciudad, y Francisco sufrió mucho al ver el egoísmo y las costumbres disolutas de los soldados de la cruz. Consumido por el celo de la salvación de los sarracenos, decidió pasar al campo del enemigo, por más que los cruzados le dijeron que la cabeza de los cristianos estaba puesta a precio. Habiendo conseguido la autorización del delegado pontificio, Francisco y el hermano Iluminado se aproximaron al campo enemigo, gritando: “¡Sultán, Sultán!”. Cuando los condujeron a la presencia de Malek-al-Kamil, Francisco declaró osadamente: “No son los hombres quienes me han enviado, sino Dios todopoderoso.

Vengo a mostrarles, a ti y a tu pueblo, el camino de la salvación; vengo a anunciarles las verdades del Evangelio”. El Sultán quedó impresionado y rogó a Francisco que permaneciese con él. El santo replicó: “Si tú y tu pueblo estáis dispuestos a oír la palabra de Dios, con gusto me quedaré con vosotros. Y si todavía vaciláis entre Cristo y Mahoma, manda encender una hoguera; yo entraré en ella con vuestros sacerdotes y así veréis cuál es la verdadera fe”. El Sultán contestó que probablemente ninguno de los sacerdotes querría meterse en la hoguera y que no podía someterlos a esa prueba para no soliviantar al pueblo.
Cuentan que el Sultán llegó a decir: “Si todos los cristianos fueran como él, entonces valdría la pena ser cristiano”. Pero el Sultán, Malek-al-Kamil, mandó a Francisco que volviese al campo de los cristianos. Desalentado al ver el reducido éxito de su predicación entre los sarracenos y entre los cristianos, el Santo pasó a visitar los Santos Lugares. Ahí recibió una carta en la que sus hermanos le pedían urgentemente que retornase a Italia.

La crisis del acomodamiento lleva a clarificar la regla

Durante la ausencia de Francisco, sus dos vicarios, Mateo de Narni y Gregorio de Nápoles, habían introducido ciertas innovaciones que tendían a uniformar a los frailes menores con las otras órdenes religiosas y a encuadrar el espíritu franciscano en el rígido esquema de la observancia monástica y de las reglas ascéticas. Las religiosas de San Damián tenían ya una constitución propia, redactada por el cardenal Ugolino sobre la base de la regla de San Benito. Al llegar a Bolonia, Francisco tuvo la desagradable sorpresa de encontrar a sus hermanos hospedados en un espléndido convento. El Santo se negó a poner los pies en él y vivió con los frailes predicadores. Enseguida mandó llamar al guardián del convento franciscano, le reprendió severamente y le ordenó que los frailes abandonasen la casa.

Tales acontecimientos tenían a los ojos del Santo las proporciones de una verdadera traición: se trataba de una crisis de la que tendría que salir la Orden sublimada o destruida. San Francisco se trasladó a Roma donde consiguió que Honorio III nombrase al cardenal Ugolino protector y consejero de los franciscanos, ya que el purpurado había depositado una fe ciega en el fundador y poseía una gran experiencia en los asuntos de la Iglesia. Al mismo tiempo, Francisco se entregó ardientemente a la tarea de revisar la regla, para lo que convocó a un nuevo capítulo general que se reunió en la Porciúncula en 1221. El Santo presentó a los delegados la regla revisada. Lo que se refería a la pobreza, la humildad y la libertad evangélica, características de la Orden, quedaba intacto. Ello constituía una especie de reto del fundador a los disidentes y legalistas que, por debajo del agua, tramaban una verdadera revolución del espíritu franciscano. El jefe de la oposición era el hermano Elías de Cortona. El fundador había renunciado a la dirección de la Orden, de suerte que su vicario, fray Elías, era prácticamente el ministro general. Sin embargo, no se atrevió a oponerse al fundador, a quien respetaba sinceramente. En realidad, la Orden era ya demasiado grande, como lo dijo el propio San Francisco: “Si hubiese menos frailes menores, el mundo los vería menos y desearía que fuesen más.”

Al cabo de dos años, durante los cuales hubo de luchar contra la corriente cada vez más fuerte que tendía a desarrollar la orden en una dirección que él no había previsto y que le parecía comprometer el espíritu franciscano, el Santo emprendió una nueva revisión de la regla. Después la comunicó al hermano Elías para que éste la pasase a los ministros, pero el documento se extravió y el Santo hubo de dictar nuevamente la revisión al hermano León, en medio del clamor de los frailes que afirmaban que la prohibición de poseer bienes en común era impracticable.

La regla, tal como fue aprobada por Honorio III en 1223, representaba sustancialmente el espíritu y el modo de vida por el que había luchado San Francisco desde el momento en que se despojó de sus ricos vestidos ante el obispo de Asís.

La Tercera Orden

Unos dos años antes, San Francisco y el cardenal Ugolino habían redactado una regla para la cofradía de laicos que se habían asociado a los frailes menores y que correspondía a lo que actualmente llamamos Tercera Orden, fincada en el espíritu de la “Carta a todos los cristianos”, que Francisco había escrito en los primeros años de su conversión. La cofradía, formada por laicos entregados a la penitencia, que llevaban una vida muy diferente de la que se acostumbraba entonces, llegó a ser una gran fuerza religiosa en la Edad Media. En el derecho canónico actual, los terciarios de las diversas órdenes gozan todavía de un estatuto específicamente diferente del de los miembros de las cofradías y congregaciones marianas.

La representación del Nacimiento de Jesús

San Francisco de Asís 5

San Francisco pasó la Navidad de 1223 en Grecehio, en el valle de Rieti. Con tal ocasión, había dicho a su amigo, Juan da Vellita: “Quisiera hacer una especie de representación viviente del nacimiento de Jesús en Belén, para presenciar, por decirlo así, con los ojos del cuerpo la humildad de la Encarnación y verle recostado en el pesebre entre el buey y el asno”. En efecto, el Santo construyó entonces en la ermita una especie de cueva y los campesinos de los alrededores asistieron a la misa de medianoche, en la que Francisco actuó como diácono y predicó sobre el misterio de la Natividad.

Se le atribuye haber comenzado en aquella ocasión la tradición del “belén” o “nacimiento”. Nos dice Tomás Celano en su biografía del Santo: “La Encarnación era un componente clave en la espiritualidad de Francisco. Quería celebrar la Encarnación en forma especial. Quería hacer algo que ayudase a la gente a recordar al Cristo Niño y cómo nació en Belén”.

San Francisco permaneció varios meses en el retiro de Grecehio, consagrado a la oración, pero ocultó celosamente a los ojos de los hombres las gracias especialísimas que Dios le comunicó en la contemplación. El hermano León, que era su secretario y confesor, afirmó que le había visto varias veces durante la oración elevarse tan alto sobre el suelo, que apenas podía alcanzarle los pies y, en ciertas ocasiones, ni siquiera eso.

Los EstigmasAlrededor de la fiesta de la Asunción de 1224, el Santo se retiró a Monte Alvernia y se construyó ahí una pequeña celda. Llevó consigo al hermano León, pero prohibió que fuese alguien a visitarle hasta después de la fiesta de San Miguel. Ahí fue donde tuvo lugar, alrededor del día de la Santa Cruz de 1224, el milagro de los estigmas, del que hablamos el 17 de septiembre. Francisco trató de ocultar a los ojos de los hombres las señales de la Pasión del Señor que tenía impresas en el cuerpo; por ello, a partir de entonces llevaba siempre las manos dentro de las mangas del hábito y usaba medias y zapatos.

Sin embargo, deseando el consejo de sus hermanos, comunicó lo sucedido al hermano Iluminado y a algunos otros, pero añadió que le habían sido reveladas ciertas cosas que jamás descubriría a hombre alguno sobre la tierra.

En cierta ocasión en que se hallaba enfermo, alguien propuso que se le leyese un libro para distraerle. El Santo respondió: “Nada me consuela tanto como la contemplación de la vida y Pasión del Señor. Aunque hubiese de vivir hasta el fin del mundo, con ese solo libro me bastaría”. Francisco se había enamorado de la santa pobreza, mientras contemplaba a Cristo crucificado y meditaba en la nueva crucifixión que sufría en la persona de los pobres.

El santo no despreciaba la ciencia, pero no la deseaba para sus discípulos. Los estudios sólo tenían razón de ser como medios para un fin y sólo podían aprovechar a los frailes menores, si no les impedían consagrar a la oración un tiempo todavía más largo y si les enseñaban más bien, a predicarse a sí mismos que a hablar a otros. Francisco aborrecía los estudios que alimentaban más la vanidad que la piedad, porque entibiaban la caridad y secaban el corazón. Sobre todo, temía que la señora Ciencia se convirtiese en rival de la dama Pobreza. Viendo con cuánta ansiedad acudían a las escuelas y buscaban los libros sus hermanos, Francisco exclamó en cierta ocasión: “Impulsados por el mal espíritu, mis pobres hermanos acabarán por abandonar el camino de la sencillez y de la pobreza”.

En sus escritos, esto es lo que el Santo nos dejó dicho sobre la vigilancia del corazón: “Cuidémonos mucho de la malicia y astucia de Satanás, el cual quiere que el hombre no tenga su mente y su corazón dirigidos a Dios. Y anda dando vueltas buscando adueñarse del corazón del hombre y, bajo la apariencia de alguna recompensa o ayuda, ahogar en su memoria la palabra y los preceptos del Señor, e intenta cegar el corazón del hombre mediante las actividades y preocupaciones mundanas, y fijar allí su morada”.

Antes de salir de Monte Alvernia, el Santo compuso el “Himno de alabanza al Altísimo”. Poco después de la fiesta de San Miguel bajó finalmente al valle, marcado por los estigmas de la Pasión y curó a los enfermos que le salieron al paso.

La hermana Muerte

San Francisco de Asís y la muerte

Las calientísimas arenas del desierto de Egipto afectaron la vista de Francisco hasta el punto de estar casi completamente ciego. Los dos últimos años de la vida de Francisco fueron de grandes sufrimientos que parecía que la copa se había llenado y rebalsado. Fuertes dolores debido al deterioro de muchos de sus órganos (estómago, hígado y el bazo), consecuencias de la malaria contraida en Egipto. En los más terribles dolores, Francisco ofrecía a Dios todo como penitencia, pues se consideraba gran pecador y para la salvación de las almas. Era durante su enfermedad y dolor donde sentía la mayor necesidad de cantar.

Su salud iba empeorando, los estigmas le hacían sufrir y le debilitaban, y casi había perdido la vista. En el verano de 1225 estuvo tan enfermo, que el cardenal Ugolino y el hermano Elías le obligaron a ponerse en manos del médico del Papa en Rieti. El Santo obedeció con sencillez. De camino a Rieti fue a visitar a Santa Clara en el convento de San Damián. Ahí, en medio de los más agudos sufrimientos físicos, escribió el “Cántico del hermano Sol” y lo adaptó a una tonada popular para que sus hermanos pudiesen cantarlo.

Después se trasladó a Monte Rainerio, donde se sometió al tratamiento brutal que el médico le había prescrito, pero la mejoría que ello le produjo fue sólo momentánea. Sus hermanos le llevaron entonces a Siena a consultar a otros médicos, pero para entonces el Santo estaba moribundo. En el testamento que dictó para sus frailes, les recomendaba la caridad fraterna, los exhortaba a amar y observar la santa pobreza, y a amar y honrar a la Iglesia. Poco antes de su muerte, dictó un nuevo testamento para recomendar a sus hermanos que observasen fielmente la regla y trabajasen manualmente, no por el deseo de lucro, sino para evitar la ociosidad y dar buen ejemplo. “Si no nos pagan nuestro trabajo, acudamos a la mesa del Señor, pidiendo limosna de puerta en puerta”.

Cuando Francisco volvió a Asís, el Obispo le hospedó en su propia casa. Francisco rogó a los médicos que le dijesen la verdad, y éstos confesaron que sólo le quedaban unas cuantas semanas de vida. “¡Bienvenida, hermana Muerte!”, exclamó el Santo y acto seguido, pidió que le trasportasen a la Porciúncula. Por el camino, cuando la comitiva se hallaba en la cumbre de una colina, desde la que se dominaba el panorama de Asís, pidió a los que portaban la camilla que se detuviesen un momento y entonces volvió sus ojos ciegos en dirección a la ciudad e imploró las bendiciones de Dios para ella y sus habitantes.

Después mandó a los camilleros que se apresurasen a llevarle a la Porciúncula. Cuando sintió que la muerte se aproximaba, Francisco envió a un mensajero a Roma para llamar a la noble dama Giacoma di Settesoli, que había sido su protectora, para rogarle que trajese consigo algunos cirios y un sayal para amortajarle, así como una porción de un pastel que le gustaba mucho.

Felizmente, la dama llegó a la Porciúncula antes de que el mensajero partiese. Francisco exclamó: “¡Bendito sea Dios que nos ha enviado a nuestra hermana Giacoma! La regla que prohibe la entrada a las mujeres no afecta a nuestra hermana Giacoma. Decidle que entre”.
El Santo envió un último mensaje a Santa Clara y a sus religiosas, y pidió a sus hermanos que entonasen los versos del “Cántico del Sol” en los que alaba a la muerte. Enseguida rogó que le trajesen un pan y lo repartió entre los presentes en señal de paz y de amor fraternal diciendo: “Yo he hecho cuanto estaba de mi parte, que Cristo os enseñe a hacer lo que está de la vuestra”. Sus hermanos le tendieron por tierra y le cubrieron con un viejo hábito. Francisco exhortó a sus hermanos al amor de Dios, de la pobreza y del Evangelio, “por encima de todas las reglas”, y bendijo a todos sus discípulos, tanto a los presentes como a los ausentes.
Murió el 3 de octubre de 1226, después de escuchar la lectura de la Pasión del Señor según San Juan. Francisco había pedido que le sepultasen en el cementerio de los criminales de Colle d’lnferno. En vez de hacerlo así, sus hermanos llevaron al día siguiente el cadáver en solemne procesión a la iglesia de San Jorge, en Asís. Ahí estuvo depositado hasta dos años después de la canonización. En 1230, fue secretamente trasladado a la gran basílica construida por el hermano Elías.

El cadáver desapareció de la vista de los hombres durante seis siglos, hasta que en 1818, tras 52 días de búsqueda, fue descubierto bajo el altar mayor, a varios metros de profundidad. El Santo no tenía más que 44 o 45 años al morir. No podemos relatar aquí ni siquiera en resumen, la azarosa y brillante historia de la Orden que fundó. Digamos simplemente que sus tres ramas: la de los frailes menores, la de los frailes menores capuchinos y la de los frailes menores conventuales forman el instituto religioso más numeroso que existe actualmente en la Iglesia. Y, según la opinión del historiador David Knowles, al fundar ese instituto, San Francisco “contribuyó más que nadie a salvar a la Iglesia de la decadencia y el desorden en que había caído durante la Edad Media”.

¡San Francisco de Asís: pídele a Jesús que lo amemos tan intensamente como lo lograste amar tú!

La Porciúncula, en la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles

Porciúncula

La Porciúncula es un pueblo y a la misma vez una iglesia localizada aproximadamente a tres-cuartos de milla de la ciudad de Asís en Italia. El pueblo ha progresado alrededor de la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles. Fue precisamente en esta Basílica que San Francisco de Asís recibió su vocación en el año 1208. San Francisco vivió la mayor parte de su vida en este lugar. En el año 1211, San Francisco logró una estadía permanente en este pueblo cerca de Asís, gracias a la generosidad de los Benedictinos, los cuales le donaron la pequeña capilla de Santa María de los Ángeles o la Porciúncula, considerada como “una pequeña parte” de esas tierras.

Un día mientras San Francisco estaba arrodillado en la capilla de San Damián, sintió que Cristo le habló desde el crucifijo y le dijo: “Reconstruye mi Iglesia que esta en ruinas.” El se tomó estas palabras literalmente y empezó a reconstruir varias Iglesias. No fue hasta un tiempo después que San Francisco comprendió que el mensaje principal de Cristo era que construyera y fortaleciera espiritualmente la Iglesia de Cristo. Así fue que el Santo comenzó a trabajar en la restauración de las iglesias de San Damián, San Pedro Della Spina y Santa Maria de los Ángeles o de la Porciúncula.

Al lado del humilde santuario de la Porciúncula, fue edificado el primer convento Franciscano, con la construcción de unas cuantas pequeñas chozas o celdas de paja y barro, cercadas con un seto. Este acuerdo fue el comienzo de la Orden Franciscana. La Porciúncula fue también el lugar donde San Francisco recibió los votos de Santa Clara. El 3 de Octubre de 1226, muere San Francisco, y en su lecho de muerte, le confía el cuidado y protección de la capilla a sus hermanos.

Un poco después del año 1290, la capilla, la cual media aproximadamente 22 pies por 13 ½ pies fue ampliamente engrandecida para poder acomodar a la cantidad de peregrinos que venían a visitarla. Más tarde, los edificios alrededor del santuario fueron destruidos por orden de Pio V (1566-72), excepto la celda en la cual murió San Francisco. Luego, estos fueron reemplazados por una gran Basílica, estilo contemporáneo. El nuevo edificio fue erigido sobre su celda y sobre la capilla de la Porciúncula. La Basílica ahora tiene tres naves y un circulo de capillas que se extienden a lo largo de la longitud de los costados.

La Basílica forma una cruz latina de 416 pies de largo por 210 pies de ancho. Un pedazo del altar de la capilla es de la Anunciación, la cual fue pintada por un sacerdote en el año 1393. Uno todavía puede visitar la celda donde murió San Francisco. Detrás de la sacristía se encuentra el sitio donde el santo, durante una tentación se dice, que se revolcó en un arbusto de brezo, el cual después se convirtió en un rosal sin espinas. Fue precisamente durante esa misma noche del 2 de Agosto, que el Santo recibió la “Indulgencia de la Porciúncula.” Hay una representación del recibimiento de esta indulgencia en la fachada de la capilla de la Porciúncula.

Se cuenta que una vez, en el año 1216, mientras Francisco estaba en la Porciúncula, en oración y en contemplación, se le apareció Cristo y le ofreció que le pidiera el favor que el quisiera. En el centro del corazón de San Francisco siempre estaba la salvación de las almas. El soñaba en que su amada Porciúncula fuese un santuario donde muchos se pudieran salvar, entonces le pidió al Señor que le concediera una indulgencia plenaria ( o sea, una completa remisión de todas las culpas), para que todos aquellos que vinieran a visitar la pequeña capilla, una vez que se hubieran arrepentido de sus pecados y confesado, pudieran obtenerla. Nuestro Señor accedió a su petición con la condición de que el Papa ratificará la indulgencia.

San Francisco se fue de inmediato hacia Perugia con uno de sus hermanos en busca del Papa Honorio III. Este, a pesar de alguna oposición de la Curia, ante este favor nunca antes escuchado dio su aprobación a la Indulgencia, limitándola a poder recibirla solamente una vez al año. Posteriormente, el Papa la confirmó y fijo la fecha del 2 de Agosto como el día para alcanzar esta indulgencia. En Italia, es comúnmente conocida como “el perdón de Asís” o la “indulgencia de la Porciúncula”. Este es el recuento tradicional de la historia.

Todos los fieles católicos pueden alcanzar la indulgencia plenaria el 2 de Agosto (o en otro día que haya sido declarado o asignado por el ordinario local para el beneficio de los fieles), bajo las debidas disposiciones (confesión sacramental, santa comunión, y rezar por las intenciones del Santo Padre). Estas condiciones pueden cumplirse unos días antes o después del día en que se gana la indulgencia. También tienen que visitar la iglesia devotamente y rezar el Padrenuestro y el Credo. La Indulgencia se aplica a la Catedral de la Diócesis, y a la co-catedral (si es que existe alguna), aunque no sean parroquiales, y también las iglesias quasi-parroquiales. Para alcanzar esta indulgencia, como cualquier indulgencia plenaria, los fieles tienen que estar libres de cualquier apego al pecado, aún al pecado venial. Donde se desea este apego, la indulgencia es parcial.

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Fuente: Corazones.org


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Santos Felipe y Santiago, apóstoles https://www.reinadelcielo.org/santos-felipe-y-santiago-apostoles/ Wed, 03 May 2023 11:11:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=6829 Entre aquellos bienaventurados galileos que tuvieron la dicha inefable de ser llamados por Jesucristo a formar su Colegio apostólico los evangelistas enumeran a Felipe, hijo de Alfeo, y a Santiago el Menor. Ambos respondieron con prontitud y generosidad al llamamiento que el Señor les hizo y le acompañaron desde el principio de su ministerio por aquellos caminos polvorientos de Palestina. Escucharon de sus mismos labios la predicación del mensaje de salvación que vino a traer a la tierra y fueron testigos de su milagro, de su gloriosa resurrección y ascensión a los cielos.

Felipe era natural de Betsaida de Galilea, la ciudad de Pedro y Andrés, a quienes tal vez le unían lazos de amistad. Al volver Jesucristo a Galilea con los tres primeros discípulos, Andrés, Pedro y Juan, después del breve ministerio que siguió a su bautismo en la región del Jordán, se encuentra con Felipe y le dice: “Ven y sígueme” (Jn. 1, 43); era la invitación que los rabinos dirigían a quienes querían constituir sus discípulos. Felipe responde con generosidad digna de admiración y, no contento con su respuesta personal, proporciona al maestro un nuevo discípulo. Encontrándose con Natanael le dice: “Hemos hallado a Aquel de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas, a Jesús, hijo de José, de Nazaret”. A las palabras de extrañeza o admiración de Natanael, “¿Puede de Nazaret salir cosa buena?”, responde sin vacilar: “Ven y verás”.

No era éste el llamamiento definitivo, sólo tenía como finalidad primaria poner a aquellos hombres en contacto con Jesús. Aquél tuvo lugar más tarde a orillas del lago de Genesaret. Los tres evangelistas nos refieren que, después de haber pasado el Señor una noche en oración, reunió a la mañana siguiente a sus discípulos y escogió a los doce que habían de formar el Colegio Apostólico. Después de las dos parejas de hermanos, Pedro y Andrés, Santiago y Juan, las listas presentan a Felipe, que había sido uno de los primeros llamados por Jesús (Mt. 9, 35-10, 4; Mc. 3, 7-19; Lc. 6,12-16).

En otras tres ocasiones aparece nuestro apóstol en escena. En la multiplicación de los panes, Jesucristo debió entrever en Felipe un deje de compasión hacia la multitud que había seguido al Maestro al desierto y le pregunta: “¿Felipe, cómo vamos a dar de comer a tanta gente?”. El, echando una mirada sobre las turbas, exclama: “Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno reciba un pedazo”. Seguramente no sospechaba lo que iba a hacer el Señor (Jn. 6, 5-7). Aparece, en otra ocasión, como mediador de aquellos prosélitos que se encontraban en Jerusalén con motivo de la Pascua. Habían éstos presenciado la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén y querían verle de cerca. Tal vez Felipe, como podría insinuar su nombre, tenía algunos conocimientos de la lengua griega y por ello se dirigieron a él. Felipe, a su vez, lo dice a Andrés y ambos lo comunicaron al Señor (Jn. 12, 20).

La última intervención de Felipe que recogen los evangelistas tuvo lugar durante la última cena. Tomás había preguntado el lugar adonde iba a ir Jesús y el camino que llevaba a él; el Señor había contestado: “Nadie viene al Padre sino por mí”. Anhelando entonces Felipe un conocimiento más profundo del Padre que le hiciese comprender mejor aquel discurso largo y misterioso a veces de Jesús, interviene diciendo: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Él le contesta que esa aparición visible del Padre la tenían en Él: “Quien me ve a mí ve al Padre” (Jn. 13, 8-11).

Por lo que se refiere a los años del apóstol que siguieron a la ascensión del Señor, carecemos de noticias que ofrezcan garantías de seguridad y hasta es posible que algunas de las que a él se atribuyen pertenezcan a Felipe el diácono. Como los demás apóstoles, permanecería durante unos años en Palestina y después marcharía a predicar el Evangelio fuera de sus fronteras. La tradición afirma que predicó en Frigia. Se dice que convirtió muchas almas, que hizo muchos milagros, que destruyó una monstruosa víbora que adoraban los habitantes de la región. Se refiere, finalmente, que los magistrados, viendo los progresos que hacía el cristianismo, le prendieron, azotaron y amarraron a una cruz muriendo el día 1 de mayo del año 54 según Baronio. Parte de sus reliquias fueron llevadas a Constantinopla y otra parte se venera en la iglesia de los Santos Apóstoles, de Roma.

Santiago nació en Caná de Galilea, situada cerca de Nazaret. Su padre se llamaba Alfeo. Su madre, María, estaba emparentada (probablemente prima hermana) con la Santísima Virgen, de modo que Santiago era primo del Señor. Los evangelistas no nos refieren intervención alguna particular de este apóstol; únicamente lo enumeran en las listas de los Doce (Mt. 10, 2-4; Mc. 3, 13-19; Lc. 6, 14-16). San Pablo refiere que Jesucristo resucitado, le distinguió con una aparición personal (1 Cor. 15, 7).

Los Hechos de los Apóstoles y la Carta a los gálatas ponen de relieve que Santiago ocupaba un puesto preeminente en la iglesia de Jerusalén. La primera vez que San Pablo subió a Jerusalén después de su conversión dice que fue para visitar a San Pedro y añade que no vio a ninguno de los otros apóstoles, sino a Santiago (Gal. 1, 18-19). Después de su liberación milagrosa de la cárcel por el ángel, San Pedro se presenta en casa de la madre de Juan Marcos, refiere cómo fue librado de la prisión y les dio este encargo: “Haced saber esto a Santiago y a los hermanos” (Act. 12, 17). Refiriendo el último viaje de San Pablo a Jerusalén escribe San Lucas que los hermanos le recibieron con mucha alegría y que al día siguiente fueron con San Pablo a visitar a Santiago, a cuya casa concurrieron todos los presbíteros (Act. 21, 15-18). En su Carta a los gálatas San Pablo le llama, juntamente con Pedro y Juan, “columnas de la Iglesia” (2, 9).

En el concilio de Jerusalén tuvo una acertada intervención. Santiago defendía, lo mismo que los apóstoles San Pedro y San Pablo, que los gentiles estaban exentos del cumplimiento de la Ley mosaica. Sin embargo, conocedor como ninguno de la situación y circunstancias de los judíos convertidos, propuso que se impusiese a los gentiles el abstenerse de comer las carnes inmoladas a los ídolos, las no sangradas, la sangre misma y abstenerse de la fornicación, que, si bien está prohibida por la misma ley natural, no era considerada como cosa grave por los gentiles. El parecer de Santiago fue aceptado por el concilio. Ello contribuiría a la unión de todos los cristianos, judíos y gentiles.

Los escritores eclesiásticos nos dan preciosas y edificantes referencias sobre el apóstol Santiago. Se dice que fue nombrado obispo de Jerusalén por los apóstoles Pedro, Santiago y Juan. Según Eusebio, San Juan Crisóstomo y otros fue el Señor mismo quien le había designado para tal misión. La presencia de Santiago en la Ciudad Santa fue una bendición especialmente para los judíos; su profundo amor y observancia de la ley, su asiduidad en ir al Templo a orar, su gran parecido con los santos del Antiguo Testamento les cautivó y facilitó el camino para la fe en Jesucristo al ver que podían conservar su veneración por Moisés y adorar en el Templo al Dios de Israel.

Una tradición atestiguada por Hegesipo y recogida por Eusebio dice que judíos y cristianos le designaban con el apelativo “el justo”, que llevó una vida sin mancha y austerísima, absteniéndose de vino y licores, y que su vestido era de lino. Se refiere también que se postraba con tal frecuencia para orar al Señor que en sus rodillas se habían formado gruesos callos. Sus miembros estaban como muertos, dice San Juan Crisóstomo. A todo ello añadió una bondad admirable y con todo ello supo mantener la unión entre los cristianos de Jerusalén.

Escribió una de las cartas apostólicas que lleva su nombre, dirigida a las doce tribus de la dispersión. En esta época los judíos se encontraban dispersos en todas las provincias romanas y hasta más allá del Eufrates, afirma Josefo. Santiago les dirige una carta que viene a ser un conjunto de preciosas sentencias más que un conjunto lógicamente encadenado. En ella les exhorta a la paciencia en las pruebas y tentaciones, lo cual conduce a la perfección, al amor fraternal sin acepción de personas; les instruye sobre la doctrina de la fe y las obras, “la fe —les dice—, si no tiene obras es de suyo muerta” (2, 17); les recomienda que eviten los pecados de lengua; les enseña a discernir la verdadera de la falsa sabiduría; hace serias advertencias a los ricos que han adquirido sus riquezas con injusticias para con sus obreros y ponen en ellas su corazón. Termina con las palabras que el concilio Tridentino ha interpretado como promulgación del sacramento de la extremaunción: “¿Alguno entre vosotros enferma? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor; y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le aliviará y los pecados que hubiere cometido le serán perdonados” (5, 14-15).

Josefo refiere que fue condenado a ser lapidado por el sumo sacerdote Anás II, quien aprovechó para ello el intervalo transcurrido entre la muerte del procónsul Festo y la llegada de su sucesor Albino I el año 62. Hegesipo refiere con detalle su martirio: dice que fue arrojado de las almenas del Templo; pudo incorporarse y, poniéndose de rodillas, oraba por sus asesinos; el populacho arrojó sobre él una granizada de piedras y, por fin, un batanero le golpeó en la cabeza con el cabestán hasta dejarle muerto. Allí mismo se le dio sepultura. Hoy se muestra su sepulcro frente al ángulo sudeste de la muralla de la ciudad.

La Iglesia unió las festividades de ambos apóstoles mártires y la ha celebrado el día 1 de mayo hasta el año 1955. En este año señaló dicha fecha para la fiesta de San José Obrero y trasladó la festividad de San Felipe y Santiago al día 11 del mismo mes.

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Fuente: Mercaba.org

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La criba de Cafarnaún https://www.reinadelcielo.org/la-criba-de-cafarnaun/ Fri, 11 Oct 2019 08:45:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=594 Tuve que ir a mi diccionario para encontrar el significado de la palabra criba. Significa filtrar, clasificar, purificar, depurar, separar lo bueno de lo malo, lo útil de lo inútil. Y es realmente una criba lo que Dios hace en Sus Viñas de cuando en cuando, para asegurar que la Obra avance sólo con aquello que está adherido del modo correcto; con aquello que está fuerte y sinceramente prendido del tronco del que brota la Gracia verdadera. Y también para forzar a que se desprendan las plantas parásitas que solo intentan robar de aquello que no les corresponde, de lo ajeno.

Mar de Genesaret

Dejen que trate de explicarme con un pasaje ocurrido en las cercanías del Mar de Genezaret, dos mil años atrás. Cuando Jesús alimentó milagrosamente a la multitud en Galilea, y les habló con Palabras de amor y consuelo, todos se sintieron protegidos y seguros. Jesús bajó entonces a predicar a la sinagoga de Cafarnaún, mientras la multitud lo siguió, esperando más comida gratuita y palabras consoladoras para el alma, más caricias. En Su Prédica, Jesús fue duro. Presentó Su mirada profunda de lo que abrigaban los corazones de muchos, la intención de recibir, no de dar. Les puso una carga en sus espaldas: la de trabajar, la de ser buenos, la de amar, la de ser humildes y aceptar el último lugar, la de servir y no ser servidos. Puso en carne viva las miserias que había que extirpar de los corazones, para que surja el nuevo y definitivo Pueblo de Dios, la nueva iglesia que debía nacer.

Casi todos se la tomaron a mal con Jesús, El tuvo que huir prácticamente bajo una lluvia de insultos y acusaciones, de gritos y amenazas. Los Doce, frustrados y enojados, le dijeron: ¿por qué los espantaste, si costó tanto trabajo juntarlos? Jesús les dijo entonces: ¿es que ustedes también me van a dejar? Los Apóstoles comprendieron que no importaba la multitud para Jesús, o que los que lo sigan sean muchos o pocos, sino que sean aquellos que estén dispuestos a hacer la Voluntad del Padre, y no simplemente estar para recibir algo, material o espiritual. Comprendieron la necesidad de poner a prueba a los seguidores, de someter a la criba, a la purificación, a los que se acercaban a Dios hecho Hombre.

Como ocurrió en aquellos tiempos, Dios nos atrae en algún momento de nuestra vida de un modo impactante, relevador. Se puede decir que en ese momento El nos golpea con un llamado de Amor, con una alegría interior incontenible que nos produce un deseo de trabajar para El, de hacer algo por los demás, de hacer brillar nuestro carácter de cristianos con una alegría chispeante, contagiosa. ¡Un deseo de seguirlo! Puede ocurrir durante nuestra niñez, adolescencia, o en cualquier momento de nuestra vida. La decisión de cuando es el momento indicado va por cuenta de El, exclusivamente. Incluso, Jesús puede hacerlo más de una vez en nuestra vida, si es que eso hace sentido a Su Plan de Salvación. En esos momentos nos sentimos felices, llenos de la alegría de ser hijos de Dios ¿Qué más podemos pedir?

Tocar el cielo con la manos

Sin embargo, siempre Dios nos pone en el camino la hora de la prueba, para asegurarse de que comprendimos sinceramente el sentido del llamado. En la criba, aquellos que se acercaron a Su obra por interés material, se encuentran expuestos ante los demás en esa miseria insostenible que es la de mezclar el dinero con el espíritu. Aquellos otros que llegaron por vanidad y deseo de protagonismo y figurar bajo el halo de los reflectores, no soportan el ser enviados al último lugar y estallan de envidia y celos. Los que buscan dar lástima y ser siempre consolados por los demás, sin deseo alguno de dar, muestran su descontento y enojo cuando fallan a la hora de trabajar desinteresadamente por amor a los hermanos. Los que se aproximaron arrastrándose falsamente dando imagen de amigos, con la sola intención de destruir, son expuestos a su miserable verdad cuando no resisten su falsa actitud y sale a la luz su verdadero rostro.

Estas y muchas otras miserias son expuestas en la hora de la criba. Duele y mucho, porque quienes conducen las obras del Señor y Su Madre los vieron acercarse con enorme esperanza, alegría y deseo de que su intento de conversión sea duradero, sincero. Sin embargo, es inevitable que una cantidad de ellos caigan pesadamente en la hora de la prueba. Duele, pero así debe ser. Lo más triste es que casi nunca se van en silencio, sino que se alejan con una actitud de destrucción, de negación de la Presencia del Amor de Dios allí. Y suelen entonces unirse en un grupo, donde se alimentan mutuamente de palabras de critica y juicios del todo humanos. Lo hacen así para justificarse, ya que su conciencia les grita por el pecado cometido. Quieren que quede claro ante los demás que ellos hacen lo correcto, pero olvidan que para Dios nada puede ocultarse, no hay lugar para el engaño. Pueden engañar a algunos hombres, o a muchos, pero no a Dios ¡Que El se apiade de sus almas!

Como en Cafarnaún, en la hora de la criba Jesús se queda rodeado de unos pocos. Pero son los que siguen adelante con humildad y sinceridad, y terminan pasando las muchas pruebas que Dios pone en su camino, alimentando a la Iglesia con su sangre, sangre de mártires. En aquella época eran mártires carnales, reales, porque eran muertos por el testimonio que daban. En ésta época son mártires sociales, porque son asesinados socialmente ante los demás. Mártires en los dos casos, pocos pero valiosos, son quienes siguen inflamando las venas de la iglesia, son la sangre espiritual del Cuerpo Místico de Jesús.


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¿En qué consiste seguir al Corazón de Jesús? #video https://www.reinadelcielo.org/en-que-consiste-seguir-al-corazon-de-jesus-video/ Sat, 12 Jan 2019 11:20:42 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=19094 ¡¡La devoción al Corazón de Jesús!! Esta devoción ha existido desde los primeros tiempos de la Iglesia, desde que se meditaba en el costado y el Corazón abierto de Jesús, de donde salió sangre y agua.

De ese Corazón nació la Iglesia y por ese Corazón se abrieron las puertas del Cielo.

¿Cómo seguir al Corazón de Jesús? Mira este video

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Fuente: Canal de YouTube de Catholic Stuff


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«Motivos», canción de Abel Pintos, y cómo seguir a Jesús https://www.reinadelcielo.org/motivos-cancion-de-abel-pintos-y-como-seguir-a-jesus/ Fri, 14 Sep 2018 19:16:25 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=16110 Esta canción nos ayuda a reflexionar sobre el evangelio de Mateo 16, 13-23, donde Jesús les pregunta a los discípulos «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?». Es una pregunta que también podemos hacernos a nosotros mismos. En esta canción, Abel habla sobre su motivo para vivir hoy.

Estos son algunas preguntas en las que podemos reflexionar:

Motivos
Abel Pintos

Y si te cuento los motivos,
Que tengo hoy para vivir
Cómo te explico lo esencial
De tu existencia para mi?
Llevas la luz de mi bandera,
Y el don de la sinceridad.
Confio más en vos que
En todo lo que pueda imaginar

No me importa para donde vas,
Yo voy sin mirar atras,
Si te tengo por delante.
Cuando quieras caminar,
No me importa donde vas,
Quiero ser tu acompañante
A veces pierdo los sentidos,
Pensando el tiempo de partir
No quiero irme de este mundo
Con mil cosas por decir

No me importa para donde vas,
Yo voy sin mirar atras,
Si te tengo por delante
Cuando quieras caminar,
No me importa donde vas,
Quiero ser tu acompañante
Y sin pecar de loco ni atrevido,
Yo te elijo mi destino y mi camino por seguir
Si ya anduve solo demasiado,
Quiero vivir a tu lado lo que quede por vivir

Y no me importa para donde vas,
Yo voy sin mirar atras,
Si te tengo por delante.
Cuando quieras caminar,
No me importa donde vas,
Quiero ser tu acompañante
Y no me importa para donde vas

Si te tengo por delante
Y cuando quieras caminar,
No me importa donde vas,
Quiero ser tu acompañante
Y andar andando por andar,
Por un camino sin final

¿Cuál es mi motivo para vivir hoy?

Preguntémonos con sinceridad: ¿Por qué nos levantamos cada mañana? ¿Qué es lo primero que pensamos cuando escuchamos el despertador? A veces estamos tan acostumbrados a la rutina que no nos preguntamos por qué hacemos las cosas. ¡Qué lindo sería volver a darle un sentido a cada cosa que hagamos! Volver a poner a Jesús en cada actividad que realizamos. Aunque sea cocinar, viajar en colectivo o escuchar música. Él quiere estar con nosotros en cada momento.

¿Me dejo guiar por Jesús?

Para hacer esto tenemos que aprender a escucharlo. Muchas veces pensamos que Dios solamente le habla a algunos pocos elegidos, pero en realidad Él siempre está tratando de comunicarse con nosotros, a través de la oración, de su Palabra, de la cotidianidad de tus tareas y a través de las personas que están a nuestro alrededor. Es importante estar atentos para poder escuchar Su voz. Esa voz que nos invita a acercarnos más a Él y a los hermanos. «El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.» Juan 3, 8

¿Jesús está conmigo siempre?

Jesús no está al final del camino, está siempre a nuestro lado. Podemos pensar que llegar a Dios depende de nosotros y de que nunca nos equivoquemos. Pero Él nos amó primero, nos amó desde antes de que naciéramos y nos conoce más que nosotros mismos. Él nos dejó la Eucaristía para poder recibirlo como la muestra más grande de amor. Nos otorgó el sacramento de la Reconciliación para borrar nuestros pecados y volver a intentarlo. Jesús quiere acompañarnos en cada paso. «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Juan 3,16-17

¿Recorro mi camino solo?

No caminamos solos, tenemos hermanos para caminar. Al compartir con ellos nuestros sueños, miedos y experiencias de fe, descubrimos que podemos aprender mucho unos de otros.

«Entonces denme esta alegría: pónganse de acuerdo, estén unidos en el amor, con una misma alma y un mismo proyecto. No hagan nada por rivalidad o vanagloria. Que cada uno tenga la humildad de creer que los otros son mejores que él mismo. No busque nadie sus propios intereses, sino más bien preocúpese cada uno por los demás» Carta a los Filipenses 2, 2-4

Que esta canción les ayude a reflexionar ¡Cómo seguir a Jesús!

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Fuente: Catholic-link


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Hambre de Cielo https://www.reinadelcielo.org/hambre-de-cielo/ Fri, 29 Sep 2017 12:31:50 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=10294 ]]>

D. Francisco Pradas nos dice que tiene hambre de Cielo, hambre de eternidad.

Es Jesús vivo y resucitado, es María, pero ya no en una imagen, sino en cuerpo y alma. El Señor nos está esperando y esa es nuestra alegría.


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Dejó las Olimpiadas de Atlanta por entrar al Convento https://www.reinadelcielo.org/dejo-las-olimpiadas-de-atlanta-por-entrar-al-convento/ Fri, 27 May 2016 09:00:27 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=7009

Sor María Leticia, una monja del Convento de las Madres Dominicas de Lerma (Burgos), dejó su exitosa carrera deportiva de esgrima para encontrase con Dios.

Después de ganar diferentes campeonatos regionales e incluso nacionales, fue llamada para formar parte del equipo español de esgrima para las Olimpiadas de Atlanta de 1996, pero su decisión no fue participar en los Juegos Olímpicos sino realizar una experiencia con un grupo de monjas de clausura.

Después de una infancia exitosa en el ámbito deportivo y tras coquetear con las fiestas, las discotecas, el alcohol y los chicos, Sor María Leticia encontró la felicidad y la paz al entrar en una Iglesia: “Yo entré y sentí que algo vivía, que había alguien, que era real… La presencia que yo sentí en aquella eucaristía fue fortísima, no se me olvidó… me marcó”. En este momento Sor María Leticia tenía que decidir, o la esgrima o Dios.

Mira la entrevista y su precioso testimonio.

 

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Fuente: Mayfeelings TV

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Catalina Rivas – Una gran mistica de nuestro tiempo https://www.reinadelcielo.org/un-saludo-de-catalina-rivas/ Fri, 27 Mar 2015 08:01:51 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=3743 La Iglesia Catolica nos regala enormes riquezas, que vienen de Dios mismo. Una categoria de esas riquezas son los misticos que Dios regala a cada generación. Ellos son, de algún modo, equivalentes a los profetas que Dios daba al pueblo judío y que podemos contemplar en el Antiguo Testamento. Hoy en día esos testigos de Dios son tan diversos como los pastorcitos de Fatima, o el Padre Pio, o los videntes de Medjugorje, o nuestra querida Catalina Rivas. Katya es una gran mística de nuestro tiempo, un regalo para esta generación. A ella Dios legó textos maravillosos que El mismo le dictó, y la fundación de una maravillosa obra que es El Apostolado de la Nueva Evangelización, entre muchas otras perlas que a través de Katya nos siguen siendo dadas. Nosotros la conocemos desde hace muchos años, y hemos publicado algunos ejemplos de su obra, para que ustedes la conozcan, y la busquen en toda su dimensión espiritual. De ella tenemos publicadas obras obras como:

La Santa Misa – Visiones reveladas a Catalina Rivas (click aquí para ver)

Catalina Rivas testimonia un milagro – fotografías (click aquí para ver)

Jesús narra Su Pasión-Catalina Rivas (click aquí para ver)

En esta ocasión, queremos compartir una foto de Catalina que nos envía ella misma y, al mismo tiempo, nos envía un saludo y un recuerdo a los lectores.

Ella sigue caminando tras las huellas de Jesús, con la fortaleza y la mirada puesta en El Cielo, todo el tiempo

Catalina Rivas (light)

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