San Francisco de Sales – Reina del Cielo https://www.reinadelcielo.org Wed, 24 Jan 2024 06:56:17 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.9 San Francisco de Sales https://www.reinadelcielo.org/san-francisco-de-sales/ Wed, 24 Jan 2024 06:01:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=8668

Cofundador de la Congregación de la Visitación
Memoria de san Francisco de Sales, obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia. Verdadero pastor de almas, hizo volver a la comunión católica a muchos hermanos que se habían separado y con sus escritos enseñó a los cristianos la devoción y el amor a Dios. Fundó, junto con santa Juana de Chantal, la Orden de la Visitación, y en Lyon entregó humildemente su alma a Dios el 28 de diciembre de 1622. Fue sepultado en Annecy, en Francia, en este día (1622). El patrono de los periodistas fue un escritor que se distinguió por decir la verdad con elegancia y sin herir a nadie, por escribir y hablar con tanta delicadeza que nadie se sentía molesto; un escritor y orador que no buscaba el morbo sino la transmisión de la simple y llana verdad evangélica. Y supo comunicar la idea de que todo lo auténticamente humano es cristiano.

Vida de San Francisco de Sales

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San Francisco nació en el castillo de Sales, en Saboya, el 21 de agosto de 1567. Fue bautizado al día siguiente en la Iglesia parroquial de Thorens, con el nombre de Francisco Buenaventura. Durante toda su vida sería su patrono San Francisco de Asís. El cuarto donde él nació se llamaba “el cuarto de San Francisco”, porque había en él una imagen del “Poverello” predicando a los pájaros y a los peces.

De niño Francisco fue muy delicado de salud ya que nació prematuro; pero gracias al cuidado que recibió, se pudo recuperar y fortalecerse con los años. Si bien no era robusto, su salud le permitió desplegar una enérgica actividad durante su vida.

La Madre de Francisco

La Señora Francisca de Boisy era una mujer sumamente amable y trabajadora y profundamente piadosa. Santa Juana de Chantal dice que la gente la admiraba como a una de las damas más respetables de esa época.

Tenía que mandar y dirigirlo todo en un amplísimo castillo donde laboran cuarenta trabajadores, sirvientas, mensajeros, labradores, y encargados del ganado.

Es muy importante tener en cuenta las cualidades de la mamá de Francisco, porque éste, por el valle nublado frío y oscuro donde estaba su casa, podría haber sido un hombre retraído y más bien inclinado a la tristeza y el pesimismo. Y en cambio, por la maravillosa formación que Doña Francisca le va proporcionando y por la educación que le hace dar su padre, obtiene las bases para llegar a ser más tarde con la gracia de Dios y por sus grandes esfuerzos, un portento de amabilidad y del más exquisito trato social.

Doña Francisca era una mujer que vivía muy ocupada, pero sin afanes ni apresuramientos. Quizás de ella habrá aprendido el niño Francisco aquella virtud suya que le dará resultado toda su vida: trabajar mucho, trabajar siempre, pero sin perder la calma, sin inquietud, no dejando para mañana lo que se puede hacer hoy.

La religión dominaba la vida de doña Francisca, y la compartía con todos, de ahí que Francisco aprendiese todo esto y luego lo usase más tarde para el beneficio de muchas almas.

Infancia

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Era un niño lindo, rubio, rosado que se divertía jugando en el Castillo. Le gustaba ir al Templo y rezar mirando hacia el altar y también era muy dado a ayudar a los pobres. Sin duda había recibido del Espíritu Santo el don de la Magnificencia, que consiste en un gusto especial por dar, y dar con gran generosidad. Como niño vivo e inquieto, que le gustaba curiosear por aquel inmenso Castillo donde vivía; parecía que tenía cien pulgas debajo de la ropa que no le dejaban estar quieto, por lo que su madre y la nodriza tenían que estar constantemente viendo que estaba haciendo.

Su madre le enseñaba el catecismo y le narraba bellos ejemplos religiosos. Y cuando el pequeño Francisco se encontraba con otros niños por el camino o en el prado, les repetía las enseñanzas y narraciones que había escuchado de labios de su mamá. Se estaba entrenando para lo que sería su mas preciado trabajo: enseñar catecismo, pero enseñarlo bellamente a base de amenos ejemplos.

Hay un hecho en su infancia que denota mucho su celo por Dios pero también su inclinación a la ira, con la que luchará por 19 años de su vida hasta dominarla. Se cuenta que un día un Calvinista fue a visitar el Castillo, Francisco se enteró y como no podía meterse en la sala a protestar, tomó un palo en las manos, y lleno de indignación se fue al corral de las gallinas, arremetiendo contra ellas y gritando: “Fuera los herejes: No queremos herejes”. Las pobres gallinas salieron corriendo y gritando ante su atacante, y a tiempo llegaron los sirvientes para salvarlas. Este que ahora atacaba a las gallinas, después llegará a tener un genio tan bondadoso y amable que no procederá con ira ni siquiera contra los más tremendos adversarios; ahora bien , esta bondad no nació con él sino que fue una conquista, poco a poco, con la ayuda de Dios.

Su padre, Don Francisco, tenía temor de que su hijo fuera a crecer flojo de voluntad porque la mamá lo quería muchísimo y podía hacerlo crecer algo consentido y mimado. Entonces le consiguió de profesor a un sacerdote muy rígido y muy exigente, el Padre Deage. Este será su preceptor durante toda su vida de estudiante. Era un hombre super exacto en todo, pero muy frecuentemente demasiado perfeccionista en sus exigencias. Este preceptor lo ayudará mucho en su formación pero le hará pasar muchos ratos amargos, por exigirle demasiado. Francisco no protestará nunca y en cambio le sabrá agradecer siempre, pero para su comportamiento futuro tomará la resolución de exigir menos detalles importunos y hacer más amables a quienes él tenga que dirigir.

A los 8 años entró en el Colegio de Annecy, y a los 10 años hizo su Primera Comunión junto con la Confirmación. Desde ese día se propuso no dejar pasar un día sin visitar a Jesús Sacramentado en el Templo o en la Capilla del colegio. El que más tarde será el gran promotor del culto solemne a la Eucaristía, fue preparado muy cuidadosamente por la madre y por su Sacerdote preceptor para recibir por primera vez a Jesús Sacramentado. Guiado por su madre se trazó unos buenos propósitos como recuerdo de su Primera Comunión:

1) Cada mañana y cada noche rezaré algunas oraciones.

2) Cuando pase por frente de una Iglesia entraré a visitar a Jesús Sacramentado, si no hay una razón grave que me lo impida.

3) Siempre y en toda ocasión que me sea posible ayudaré a las gentes más pobres y necesitadas.

4) Leeré libros buenos, especialmente Vidas de Santos.

Durante toda su vida procuró ser enteramente fiel a estos propósitos.

Un año más tarde en la misma Iglesia de Santo Domingo (actualmente San Mauricio), recibió la tonsura.

Francisco, estudiante

Un gran deseo de consagrarse a Dios consumía al joven, que había cifrado en ello la realización de su ideal; pero su padre (que al casarse había tomado el nombre de Boisy) tenía destinado a su primogénito a una carrera secular, sin preocuparse de sus inclinaciones. A los 14 años, Francisco fue a estudiar a la Universidad de París que, con sus 54 colegios, era uno de los más grandes centros de enseñanza de la época.

Su padre le había enviado al colegio de Navarra, a donde iban los hijos de las familias de Saboya; pero Francisco, que temía por su vocación, consiguió que consintiera en dejarle ir al Colegio de Clermont, dirigido por los jesuitas y conocido por la piedad y el amor a la ciencia que reinaban en él. Acompañado por el Padre Déage, Francisco se instaló en el hotel de la Rosa Blanca de la calle St. Jacques, a unos pasos del Colegio de Clermont. Francisco se propuso un Plan de Vida durante su estadía en el colegio. Se propuso dedicarse a hacer lo que tenía que hacer: prepararse bien para el futuro.

Desde el principio, guiado, por su director, el Padre Déage, se trazó un programa de acción: Cada semana confesarse y comulgar. Cada día atender muy bien a las clases y preparar las tareas y lecciones para el día siguiente. Dos horas diarias de ejercicios de equitación, de esgrima, de baile .

La debida mezcla entre los ejercicios de piedad y las artes gimnásticas le fueron consiguiendo un aire de elegancia y respetabilidad. Era alto, gallardo y bien presentado. Enemigo de los lujos, pero siempre decorosamente presentado. En las reuniones de gente de refinada elegancia era el invitado preferido, porque a la vez de ser muy sencillo y sin rebuscamientos inútiles, era “la cultura personificada”.

Más tarde, cuando sea Obispo, la gente exclamará: “en las reuniones sociales se porta con la santidad de un digno ministro de Dios, y en las ceremonias religiosas se porta con la elegancia del más exquisito de los caballeros”. Y al preguntarle alguien el por que, respondió: “Cuando estoy en la alegría de una fiesta social me imagino estar revestido de ornamentos de Obispo, y me comporto con la dignidad que esto exige. Y cuando estoy celebrando una ceremonia religiosa me imagino estar en la más exquisita y refinada reunión, y trato de comportarme con la educación y urbanidad que en estos casos se exige”.

Pronto se distinguió en retórica y en filosofía; después se entregó apasionadamente al estudio de la teología. Cada día estaba más decidido a consagrarse a Dios y acabó por hacer voto de castidad perpetua, poniéndose bajo la protección de la Santísima Virgen. Pero no por ello faltaron las pruebas.

La más terrible tentación de su juventud

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Vivir en gracia de Dios en aquellos ambientes no era nada fácil. Sin embargo, Francisco supo alejarse de toda ocasión peligrosa y de toda amistad que pudiera llevarle a ofender a Dios y logró conservar así el alma incontaminada y admirablemente pura. Francisco tenía 18 años.

Su carácter era muy inclinado a la ira, y muchas veces la sangre se le subía a la cara ante ciertas burlas y humillaciones, pero lograba contenerse de tal manera que muchos llegaban hasta imaginarse que a Francisco nunca le daba mal genio por nada. Pero entonces el enemigo del alma, al ver que con las pasiones más comunes no lograba derrotarlo, dispuso atacarlo por un nuevo medio más peligroso y desconocido.

Empezó a sentir en su cerebro el pensamiento constante y fastidioso de que se iba a condenar, que se tenía que ir al infierno para siempre. La herejía de la Predestinación, que predicaba Calvino y que él había leído, se le clavaba cada vez más en su mente y no lograba apartarla de allí. Perdió el apetito y ya no dormía. Estaba tan impresionantemente flaco y temía hasta enloquecer. Lo que más le atemorizaba no eran los demás sufrimientos del infierno, sino que allá no podría amar a Dios.

El Señor permitiéndole la tentación le da la salida. El primer remedio que encontró fue decirle al Señor: “Oh mi Dios, por tu infinita Justicia tengo que irme al infierno para siempre, concédeme que allá yo pueda seguirte amando. No me interesa que me mandes todos los suplicios que quieras, con tal de que me permitas seguirte amando siempre”; esta oración le devolvió gran parte de paz a su alma.

Pero el remedio definitivo, que le consiguió que esta tentación jamás volviese a molestarle fue al entrar a la Iglesia de San Esteban en París, y arrodillarse ante una imagen de la Santísima Virgen y rezarle la famosa oración de San Bernardo:

“Acuérdate Oh piadosísima Virgen María, que jamás oyó decir que hayas abandonado a ninguno de cuantos han acudido a tu amparo, implorando tu protección y reclamando tu auxilio. Animado con esta confianza, también yo acudo a ti, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados , me atrevo a comparecer ante tu soberana presencia. No desprecies mis súplicas, Madre del Verbo Divino, antes bien, óyelas y acógelas benignamente. Amén”

Al terminar de rezar esta oración, se le fueron como por milagro todos sus pensamientos de tristeza y de desesperación y en vez de los amargos convencimientos de que se iba a condenar, le vino la seguridad de que “Dios envió al mundo a su Hijo no para condenarlo, sino para que los pecadores se salven por medio de Él. Y el que cree no será condenado” (Juan 3:17).

Esta prueba le sirvió mucho para curarse de su orgullo y también para saber comprender a las personas en crisis y tratarlas con bondad.

Estudiante de universidad

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En el 1588, partió para la ciudad italiana de Padua; su padre le había dado la orden de estudiar abogacía, doctorarse en derecho. Francisco fue obedeciendo a su padre. Estudiaba derecho durante cuatro horas diarias para poder llegar a ser abogado. Otras cuatro horas estudiaba Teología, la ciencia de Dios, porque tenía un gran deseo: llegar a ser sacerdote.

Durante su estadía en Padua, dice el mismo Francisco, que lo que más le ayudó fue la amistad y dirección espiritual de ciertos sacerdotes jesuitas muy sabios y muy santos. Le ayudó mucho la lectura de un libro, que le acompañará durante su vida por 17 años, escrito por el Padre Scupoli llamado: “El Combate Espiritual”. Lo leía todos los días y sacaba gran provecho de su lectura.

San Francisco hizo un detallado plan de vida para preservarse durante su estadía en Padua, y se propuso hacer lo siguiente:

1) Cada mañana hacer el Examen de previsión : que consistía en ver que trabajos, que personas o actividades iba a realizar en ese día, y planear como iba a comportarse ante ellos.

2) A mediodía visitar el Santísimo Sacramento y hacer el Examen Particular: examinando su defecto dominante y viendo si había actuado con la virtud contraria a él, (durante 19 años su examen particular será acerca del mal genio, de aquel defecto tan fuerte que era su inclinación a encolerizarse).

3) Ningún día sin Meditación: Aunque fuese por media hora, dedicarse a pensar en los favores recibidos por el Señor, en las grandezas de Dios , en las verdades de la Biblia o en los ejemplos de los santos.

4) Cada día rezar el Santo Rosario: no dejarlo de rezar ningún día de su vida, promesa que siempre cumplió.

5) En su trato con los demás ser amable pero moderado.

6) Durante el día pensar en la Presencia de Dios.

7) Cada noche antes de acostarse hacer el Examen del día : decía, “recordaré si empecé mi jornada encomendándome a Dios. Si durante mis ocupaciones me acordé muchas veces de Dios para ofrecerle mis acciones, pensamientos, palabras y sufrimientos. Si todo lo que hoy hice fue por amor al buen Dios. Si traté bien a las personas. Si no busqué en mis labores y palabras darle gusto a mi amor propio y a mi orgullo, sino agradar a Dios y hacer bien a mi prójimo. ¿Si supe hacer algún pequeño sacrificio?, ¿Si me esforcé por estar fervoroso en la oración? y pediré perdón al Señor por las ofensas de este día, haré propósito de portarme mejor en adelante; y suplicaré al cielo que me conceda fortaleza para ser siempre fiel a Dios; y rezando mis tres Avemarías me entregaré pacíficamente al sueño. Firmado: Francisco de Sales, Padua 1589.

Así Francisco, mantuvo protegido su corazón todo el tiempo en el que estuvo estudiando en Padua y a los 24 años obtuvo el doctorado en leyes, y fue a reunirse con su familia en el castillo de Thuille, a orillas del lago de Annecy. Ahí llevó durante 18 meses, por lo menos en apariencia, la vida ordinaria de un joven de la nobleza. El padre de Francisco tenía gran deseo de que su hijo se casara cuanto antes y había escogido para él a una encantadora muchacha, heredera de una de las familias del lugar. Sin embargo, el trato cortés, pero distante, de Francisco hicieron pronto comprender a la joven que este no estaba dispuesto a secundar los deseos de su padre.

El santo declinó, por la misma razón, la dignidad de miembro del senado que le había sido propuesta, a pesar de su juventud.

Hasta entonces Francisco sólo había confiado a su madre y a su primo Luis de Sales y a algunos amigos íntimos, su deseo de consagrarse al servicio de Dios. Pero había llegado el momento de hablar de ello con su padre. El Señor de Boisy lamentaba que su hijo se negara a aceptar el puesto en el senado y que no hubiese querido casarse, pero ello no le había hecho sospechar, ni por un momento, que Francisco pensara en hacerse sacerdote.

La muerte del deán del capítulo de Ginebra hizo pensar al canónigo Luis de Sales en la posibilidad de nombrar a Francisco para sustituirle, lo cual haría menos duro el golpe para el padre del santo. Con la ayuda de Claudio de Granier, obispo de Ginebra, pero sin consultar a ningún miembro de la familia, el canónigo explicó el asunto al Papa, quien debía hacer el nombramiento y, a vuelta de correo, llegó la respuesta del Sumo Pontífice que daba a Francisco el puesto. Este quedó muy sorprendido ante la dignidad con que le distinguía el Papa, pero se resignó a aceptar ese honor que no había buscado, con la esperanza de que su padre accedería así más fácilmente a su ordenación.

Pero el Señor de Boisy era un hombre muy decidido y pensaba que sus hijos le debían una obediencia absoluta. Francisco tuvo que recurrir a toda su respetuosa paciencia y su poder de persuasión para convencerle de que debía ceder.

Por fin vistió la sotana el día mismo en que obtuvo el consentimiento de su padre, y fue ordenado sacerdote 6 meses después, el 18 de diciembre de 1593. A partir de ese momento, se entregó al cumplimiento de sus nuevos deberes con un celo que nunca decayó. Ejercitaba los ministerios sacerdotales entre los pobres, con especial cariño; sus penitentes predilectos eran los de cuna humilde.

Su predicación no se limitó a Annecy únicamente, sino a otras muchas ciudades. Hablaba con palabras sencillas, que los oyentes le escuchaban encantados, pues no había en sus sermones todo ese ornato de citas griegas y latinas tan común en aquellos tiempos, a pesar de que Francisco era doctor. Pero Dios tenía destinado al santo emprender, en breve, un trabajo mucho más difícil.

A la conquista de los Calvinistas; La Misión de Chablais

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Las condiciones religiosas de los habitantes del Chablais, en la costa sur del lago de Ginebra, eran deplorables debido a los constantes ataques de los ejércitos protestantes, y el duque de Saboya rogó al Obispo Claudio de Granier que mandase algunos misioneros a evangelizar de nuevo la región. El Obispo envió a un sacerdote de Thonon, capital del Chablais; pero sus intentos fracasaron. El enviado tuvo que retirarse muy pronto. Entonces el Obispo presentó el asunto a la consideración de su capítulo, sin ocultar sus dificultades y peligros. De todos los presentes, Francisco fue quien mejor comprendió la gravedad del problema, y se ofreció a desempeñar ese duro trabajo, diciendo sencillamente: “Señor, si creéis que yo pueda ser útil en esa misión, dadme la orden de ir, que yo estoy pronto a obedecer y me consideraré dichoso de haber sido elegido para ella”. El Obispo aceptó al punto, con gran alegría para Francisco.

Pero el Señor de Boisy veía las cosas de distinta manera y se dirigió a Annecy para impedir lo que él llamaba “una especie de locura”. Según él, la misión equivalía a enviar a su hijo a la muerte. Arrodillándose, a los pies del Obispo le dijo: “Señor, yo permití que mi primogénito, la esperanza de mi casa, de mi avanzada edad y de mi vida, se consagrara al servicio de la Iglesia; pero yo quiero que sea un confesor y no un mártir”. Cuando el Obispo, impresionado por el dolor y las súplicas de su amigo, se disponía a ceder, el mismo Francisco le rogó que se mantuviese firme: “¿Vais a hacerme indigno del Reino de los Cielos? -preguntó- Yo he puesto la mano en el arado, no me hagáis volver atrás”.

El Obispo empleó todos los argumentos posibles para disuadir al Sr. de Boisy, pero éste se despidió con las siguientes palabras: “No quiero oponerme a la voluntad de Dios, pero tampoco quiero ser el asesino de mi hijo permitiendo su participación en esta empresa descabellada. …yo jamás autorizaré esta misión”.

Francisco tuvo que emprender el viaje, sin la bendición de su padre, el 14 de Septiembre de 1594, día de La Santa Cruz. Partió a pie, acompañado solamente por su primo, el canónigo Luis de Sales, a la reconquista del Chablais.

El gobernador de la provincia se había hecho fuerte con un piquete de soldados en el castillo de Allinges, donde los dos misioneros se las ingeniaron para pasar las noches a fin de evitar sorpresas desagradables. En Thonon quedaban apenas unos 20 católicos, a quienes el miedo impedía profesar abiertamente sus creencias. Francisco entró en contacto con ellos y los exhortó a perseverar valientemente. Los misioneros predicaban todos los días en Thonon, y poco a poco, fueron extendiendo sus fuerzas a las regiones circundantes.

El camino al castillo de Allinges, que estaban obligados a recorrer, ofrecía muchas dificultades y, particularmente en invierno, resultaba peligroso. Una noche, Francisco fue atacado por los lobos y tuvo que trepar a un árbol y permanecer ahí en vela para escapar con vida. A la mañana siguiente, unos campesinos le encontraron en tan lastimoso estado que, de no haberle transportado a su casa para darle de comer y hacerle entrar en calor, el santo habría muerto seguramente. Los buenos campesinos eran calvinistas. Francisco les dio las gracias en términos tan llenos de caridad, que se hizo amigo de ellos y muy pronto los convirtió al catolicismo.

En el 1595, un grupo de asesinos se puso al asecho de Francisco en dos ocasiones, pero el cielo preservó la vida del santo en forma milagrosa.

El tiempo pasaba y el fruto del trabajo de los misioneros era muy escaso. Por otra parte, el Sr. de Boisy enviaba constantemente cartas a su hijo, rogándole y ordenándole que abandonase aquella misión desesperada. Francisco respondía siempre que si su Obispo no le daba una orden formal de volver, no abandonaría su puesto. El santo escribía a un amigo de Envían en estos términos: “Estamos apenas en los comienzos. Estoy decidido a seguir adelante con valor, y mi esperanza contra toda esperanza está puesta en Dios”.

San Francisco hacía todos los intentos para tocar los corazones y las mentes del pueblo. Con ese objeto, empezó a escribir una serie de panfletos en los que exponía la doctrina de la Iglesia y refutaba la de los calvinistas. Aquellos escritos, redactados en plena batalla, que el santo hacía copiar a mano por los fieles, para distribuirlos, formarían más tarde el volumen de las “controversias”. Los originales se conservan todavía en el convento de la Visitación de Annecy. Aquí empezó la carrera de escritor de San Francisco de Sales, que a este trabajo añadía el cuidado espiritual de los soldados de la guarnición del castillo de Allinges, que eran católicos de nombre y formaban una tropa ignorante y disoluta.

En el verano de 1595, cuando San Francisco se dirigía al monte Voiron a restaurar un oratorio a Nuestra Señora, destruido por los habitantes de Berna, una multitud se echó sobre él, después de insultarle, y le maltrató.

Poco a poco el auditorio de sus sermones en Thonon fue más numeroso, al tiempo que los panfletos hacían efecto en el pueblo. Por otra parte, aquellas gentes sencillas admiraban la paciencia del santo en las dificultades y persecuciones, y le otorgaban sus simpatías. El número de conversiones empezó a aumentar y llegó a formarse una corriente continua de apostatas que volvían a reconciliarse con la Iglesia.

Cuando el Obispo Granier fue a visitar la misión, 3 o 4 años más tarde, los frutos de la abnegación y celo de San Francisco de Sales eran visibles. Muchos católicos salieron a recibir al Obispo, quien pudo administrar una buena cantidad de confirmaciones, y aún presidir la adoración de las 40 horas, lo que había sido inconcebible unos años antes, en Thonon. San Francisco había restablecido la fe Católica en la provincia y merecía, en justicia, el título de “Apóstol del Chablais”.

Mario Besson, un posterior obispo de Ginebra ha resumido la obra apostólica de su predecesor en una frase del mismo San Francisco de Sales a Santa Juana de Chantal: “Yo he repetido con frecuencia que la mejor manera de predicar contra los herejes es el amor, aun sin decir una sola palabra de refutación contra sus doctrinas”. El mismo Obispo Mons. Besson, cita al Cardenal Du Perron: “Estoy convencido de que, con la ayuda divina, la ciencia que Dios me ha dado es suficiente para demostrar que los herejes están en el error; pero si lo que queréis es convertirles, llevadles al Obispo de Ginebra, porque Dios le ha dado la gracia de convertir a cuantos se le acercan”.

San Francisco de Sales, Obispo:

Monseñor de Granier, quien siempre había visto en Francisco un posible coadjutor y sucesor, pensó que había llegado el momento de poner en obra sus proyectos. El santo se negó a aceptar, al principio, pero finalmente se rindió a las súplicas de su Obispo, sometiéndose a lo que consideraba como una manifestación de la voluntad de Dios. Al poco tiempo, le atacó una grave enfermedad que lo puso entre la vida y la muerte. Al restablecerse fue a Roma, donde el Papa Clemente VIII, que había oído muchas alabanzas sobre la virtud y las cualidades del joven sacerdote decano, pidió que se sometiese a un examen en su presencia. El día señalado se reunieron muchos teólogos y sabios.

El mismo Sumo Pontífice, así como Baronio, Bernardino, el cardenal Federico Borromeo (primo del santo) y otros, interrogaron al santo sobre 35 puntos difíciles de teología. San Francisco respondió con sencillez y modestia, pero sin ocultar su ciencia. El Papa confirmó su nombramiento de coadjutor de Ginebra, y Francisco volvió a su diócesis, a trabajar con mayor ahínco y energía que nunca.

En 1602 fue a París donde le invitaron a predicar en la capilla real, que pronto resultó pequeña para la tal multitud que acudía a oír la palabra del santo, tan sencilla, tan conmovedora y tan valiente. Enrique IV concibió una gran estima por el coadjutor de Ginebra y trató en vano de retenerle en Francia.

Años más tarde, cuando San Francisco de Sales fue de nuevo a París, el rey redobló sus instancias; pero el joven obispo se rehusó a cambiar su diócesis de la montaña, su “pobre esposa”, como él la llamaba, por la importante diócesis -“la esposa rica”- que el rey le ofrecía. Enrique IV exclamó: “El Obispo de Ginebra tiene todas las virtudes, sin un solo defecto”.

A la muerte de Claudio de Granier, acaecida en el otoño de 1602, Francisco le sucedió en el gobierno de la diócesis. Fijó su residencia en Annecy, donde organizó su casa con la más estricta economía, y se consagró a sus deberes pastorales con enorme generosidad y devoción. Además del trabajo administrativo, que llevaba hasta en los menores detalles del gobierno de su diócesis, el santo encontraba todavía tiempo para predicar y confesar con infatigable celo. Organizó la enseñanza del catecismo; él mismo se encargaba de la instrucción de Annecy, y lo hacía en forma tan interesante y fervorosa, que las gentes del lugar recordaban todavía, muchos años después de su muerte, “el catecismo del obispo”.

La generosidad y caridad, la humildad y clemencia del santo eran inagotable. En su trato con las almas fue siempre bondadoso, sin caer en la debilidad; pero sabía emplear la firmeza cuando no bastaba la bondad.

En su maravilloso “Tratado del Amor de Dios” escribió: “La medida del amor es amar sin medida”. Supo vivir lo que predicaba.

Con su abundante correspondencia alentó y guió a innumerables personas que necesitaban de su ayuda. Entre los que dirigía espiritualmente, Santa Juana de Chantal ocupa un lugar especial. San Francisco la conoció en 1604, cuando predicaba un sermón de cuaresma en Dijón. La fundación de la Congregación de la Visitación, en 1610, fue el resultado del encuentro de los dos santos.

El libro “Introducción a la Vida Devota” nació de las notas que el santo conservaba de las instrucciones y consejos enviados a su prima política, la Sra. de Chamoisy, que se había confiado a su dirección. San Francisco se decidió, en 1608, a publicar dichas notas, con algunas adiciones. El libro fue recibido como una de las obras maestras de la ascética, y pronto se tradujo en muchos idiomas.

En 1610, Francisco de Sales tuvo la pena de perder a su madre (su padre había muerto años antes). El santo escribió más tarde a Santa Juana de Chantal: “Mi corazón estaba desgarrado y lloré por mi buena madre como nunca había llorado desde que soy sacerdote”. San Francisco habría de sobrevivir por nueve años a su madre, nueve años de inagotable trabajo.

Últimos meses y muerte del Santo

En 1622, el duque de Saboya, que iba a ver a Luis XIII en Aviñón, invitó al santo a reunirse con el en aquella ciudad. Movido por el deseo de abogar por la parte francesa de su diócesis, el obispo aceptó al punto la invitación, aunque arriesgaba su débil salud un viaje tan largo, en pleno invierno.

Parece que el santo presentía que su fin se acercaba. Antes de partir de Annecy puso en orden todos sus asuntos y emprendió el viaje como si no tuviera esperanza de volver a ver a su grey. En Aviñón hizo todo lo posible por llevar su acostumbrada vida de austeridad; pero las multitudes se apiñaban para verle y todas las comunidades religiosas querían que el santo obispo les predicara.

En el viaje de regreso, San Francisco se detuvo en Lyon, hospedándose en la casita del jardinero del convento de la Visitación. Aunque estaba muy fatigado, pasó un mes entero atendiendo a las religiosas. Una de ellas le rogó que le dijese qué virtud debía practicar especialmente; el santo escribió en una hoja de papel, con grandes letras: “Humildad”.

Durante el Adviento y la Navidad, bajo los rigores de un crudo invierno, prosiguió su viaje, predicando y administrando los sacramentos a todo el que se lo pidiera. El día de San Juan le sobrevino una parálisis; pero recuperó la palabra y el pleno conocimiento. Con admirable paciencia, soportó las penosas curaciones que se le administraron con la intención de prolongarle la vida, pero que no hicieron más que acortársela.

En su lecho repetía: “Puse toda mi esperanza en el Señor, y me oyó y escuchó mis súplicas y me sacó del foso de la miseria y del pantano de la iniquidad”.

En el último momento, apretando la mano de uno de los que le asistían solícitamente murmuró: “Empieza a anochecer y el día se va alejando”.

Su última palabra fue el nombre de “Jesús”. Y mientras los circundantes recitaban de rodillas las Letanías de los agonizantes, San Francisco de Sales expiró dulcemente, a los 56 años de edad, el 28 de Diciembre de 1622, fiesta de los Santos Inocentes. Había sido obispo por 21 años.

Después de su muerte

San Francisco de Sales 3

A la misma hora en que falleció San Francisco de Sales, en la ciudad de Grenoble estaba Santa Juana de Chantal orando por él, cuando oyó una voz que decía: ” Ya no vive sobre la tierra”, pero era poca inclinada a creer en favores extraordinarios, no creyó que fuese un aviso de la muerte del santo. Cuando le llegaron con la noticia, comprendió que aquella voz era cierta y durante todo el día y la noche no podía parar de llorar la muerte del Santo.

El día 29 de Diciembre la ciudad entera de Lyon fue desfilando por la humilde casita donde había muerto el querido santo. Y era tanto el deseo de la gente de besarle las manos y los pies, que los médicos no lograban llevarse el cadáver para hacerle la autopsia.

-La hiel: Dice monseñor Camus que al sacarle la hiel la encontraron convertida en 33 piedrecitas, señal de los esfuerzos tan heroicos que había tenido que hacer para vencer su temperamento tan inclinado a la cólera y al mal genio y llegar a ser el santo de la amabilidad.

-Reliquias: Todos en Lyon querían un recuerdo del santo: sus ropas fueron partidas en miles de pedacitos para darle a cada cual alguna reliquia.

-El corazón: dentro de un estuche de plata fue llevado el corazón del gran Obispo al convento de las Hermanas de la Visitación en Lyon, y guardado allí como un tesoro.

-Expuesto al público: Una vez embalsamado, el cuerpo de Monseñor Francisco de Sales fue vestido con sus ornamentos episcopales y trasladado en un ataúd para sus funerales en la iglesia de la Visitación. Estuvo expuesto para veneración de los fieles por dos días.

Cuando la noticia llegó a Annecy, tomó a todos por sorpresa y después de un silencio general, todos lloraban a su querido obispo.

Inmediatamente que llegó su cadáver a Annecy y fue sepultado, empezaron a ocurrir milagros por la intercesión del santo, lo que llevó a La Santa Sede a abrir su causa de Beatificación en 1626.

¿Que sucedió el día que abrieron su tumba?

En 1632 se hizo la exhumación del cadáver de Francisco de Sales para saber cómo estaba. Abrieron su tumba los comisionados de la Santa Sede acompañados de las monjas de la Visitación. Cuando levantaron la lápida, apareció el santo igual que cuando vivía. Su hermoso rostro conservaba la expresión de un apacible sueño. Le tomaron la mano y el brazo estaba elástico (llevaba 10 años de enterrado). Del ataúd salía una extraordinaria y agradable fragancia.

Toda la ciudad desfiló ante su santo Obispo que apenas parecía dormido. Por la noche cuando todos los demás se hubieron ido, la Madre de Chantal volvió con sus religiosas a contemplar más de cerca y con más tranquilidad y detenimiento el cadáver de su venerado fundador. Más a causa de la prohibición de las autoridades no se atrevió a tocarle ni a besar sus hermosas manos pálidas.

Pero al día siguiente los enviados de la Santa Sede le dijeron que la prohibición para tocarlo no era para ella, y entonces se arrodilló junto al ataúd, se inclinó hacia el santo, le tomó la mano y se la puso sobre la cabeza como para pedirle una bendición. Todas las hermanas vieron como aquella mano parecía recobrar vida y moviendo los dedos, suavemente oprimió y acarició la humilde cabeza inclinada de su discípula preferida y santa.

Todavía hoy, en Annecy, las hermanas de la Visitación conservan el velo que aquel día llevaba en la cabeza la Madre Juana Francisca.

San Francisco fue beatificado por el Papa Alejandro VII en el 1661, y el mismo Papa lo canonizó en el 1665, a los 43 años de su muerte.

En el 1878 el Papa Pío IX, considerando que los tres libros famosos del santo: “Las controversias”(contra los protestantes); La Introducción a la Vida Devota” (o Filotea) y El Tratado del Amor de Dios (o Teótimo), tanto como la colección de sus sermones, son verdaderos tesoros de sabiduría, declaró a San Francisco de Sales “Doctor de la Iglesia” , siendo llamado “El Doctor de la amabilidad”.

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Fuente: Catholic.net


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Tres experiencias místicas cambiaron la vida de este atracador, presidiario y académico agnóstico https://www.reinadelcielo.org/tres-experiencias-misticas-cambiaron-la-vida-de-este-atracador-presidiario-y-academico-agnostico/ Fri, 23 Aug 2019 18:14:41 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=23058 Scott Woltze era un adolescente que decidió ser un tipo duro, y lo consiguió… en una de las peores cárceles de EEUU. Después decidió ser un académico, un intelectual, y también lo consiguió. No contaba con Dios para nada.

En abril de 2007, tres experiencias místicas le cambiaron para siempre. Las explicó en su blog bringustolife.blogspot.com.es en 2013. Poco después, empezó a servir en un apostolado de evangelización callejero. 

Adolescencia sin esperanza

Scott se crió en una familia de origen católico, aunque de niño y adolescente la misa no tenía ningún significado para él. El ambiente en su casa y su familia era muy malo, conflictivo e inestable. Se sentía solo, todo le parecía absurdo y sin sentido. De niño recibió palizas y fue golpeado, y al crecer decidió que ya no se sometería a nadie, que sería duro y agresivo.

Se juntó con otros chicos y empezó su escalada de pequeños crímenes: vandalismo, peleas, robos. Sentía cierto placer en destruir cosas de desconocidos: ¡que vieran lo absurdo de la vida! El dolor y lo autodestructivo daban algún sentido a la existencia. 

Con un cuchillo al rojo vivo se marcó dos heridas en el pecho: saber que las heridas sangraría al levantar pesos y hacer esfuerzos le parecía especialmente adecuado. 
“Pensé que las quemaduras me endurecerían y taparían otros dolores más profundos”, escribe. 

Atracar bancos también hastía

Cuando decidió atracar bancos lo hizo como una rebelión metafísica, como el capitán Ahab perseguía a Moby Dick, dice: un acto de afirmación egoísta frente a una vida cruel y sin sentido.

Sus dos primeros atracos a bancos, con 18 años ya cumplidos, le hicieron sentir vivo y emocionado. El tercero, ya no: era banal. ¿Subiría la “dosis” de crimen para mantenerse estimulado? Más bien estaba pensando en dejarlo todo, quizá suicidarse. 

Por suerte (así lo admite) un colega criminal se “chivó” a la policía de Portland a cambio de una recompensa y otros beneficios: les contó que Scott había atracado bancos en Washington. Y fueron a detenerlo. Al ver venir la policía, Scott tomó su rifle semiautomático de debajo de la cama. “No es que pensase disparar a la poli con él; simplemente, me daba la impresión de que era lo que se supone que un atracador de bancos debía hacer”, recuerda. Pero una idea pasó por su mente, sorprendiéndole: “¡no quiero morir, soy joven!” Tiró el rifle y salió corriendo vestido solo con sus boxers. Le atraparon poco después.

Formar parte de algo

El juez tenía fama de mandar mucha gente a la horca, pero al analizar el caso de Scott se ablandó y hasta se rió. El chico se había gastado todo el dinero en tonterías como ropa de seda y un coche caro, como imitando a los gánsteres de las películas de los años 30. Más que un atracador, pensó el juez, parecía un bobo imitador. 

Además, Scott lo contó todo, con pelos y señales. De hecho se sentía aliviado de confesar: no arrepentido, sino que le parecía cómodo formar parte de algo, aunque fuese un juicio. Además, no tenía antecedentes oficialmente.

Con todo, le enviaron a una de las prisiones más duras, de máxima seguridad, Clallam Bay.Se la consideraba una “escuela de gladiadores”: entrabas duro, y salías feroz.

El tenía claro que desde el primer momento debía mostrarse inflexible, sin miedo y digno de la confianza de los reclusos jefes. Los cobardes, los débiles y los abusadores sexuales enseguida pasaban a formar parte de la clase explotada, oprimida por los tipos duros, los “tíos de fiar”. Y Scott, que no tenía miedo a nada y no tenía nada que perder, pronto entró en el círculo de los “tíos de fiar”. 

En la cárcel, comunidad y cierta ley

Allí, entre los criminales que respetaban a los fuertes, Scott encontró lo que las calles, la escuela y su familia no le habían dado: un código de honor y una comunidad.

Había una auténtica camaradería y una auténtica amistad: se salía del individualismo para entrar en una red comunitaria guiada por el código del convicto. Una red sólo para fuertes, un código para los que cumplen las normas, en un entorno de asesinos y ladrones. Y así aprendió que “las personas y sus posesiones merecen cierto respeto y cuidado”. Scott ya no tenía que demostrar que era un tipo duro: ¡lo era oficialmente! 

Se sentía seguro en la sociedad presidiaria. Y podía plantearse preguntas sin ira. ¿Quién era él realmente? ¿Algún libro de grandes sabios del pasado le podría ayudar? 

Así empezó una doble vida en prisión: un “tío de fiar” para los presos; un lector empedernido y gran estudiante de literatura y filosofía para las autoridades. Las dos cosas eran ciertas. 

El Evangelio: quizá verdad, pero impracticable

Empezó leyendo los Evangelios. Si Dios existía, quizá merecía que se le diese una oportunidad. Los Evangelios eran apasionantes, se leían con agilidad, “estaban como cargados de electricidad”. El problema no es que fuesen verdad o no: es que eran impracticables. “¿Quién puede vivir esto?”, pensaba el joven Scott. 

Perdón, paz, mansedumbre, paciencia, disponibilidad… ¡él, que había jurado no ser nunca más vulnerable, no ser débil! Scott paseaba por la prisión “meditando las dulces palabras de Jesús, con los puños cerrados listos para golpear al primero que se mostrase irrespetuoso conmigo”.

Además, ¿quién iba a los servicios religiosos en prisión? Los débiles, los blandos, los presos por delitos sexuales, aquellos a los que no debes frecuentar para que no piensen que ya no eres un “tío de fiar”. Había alguna excepción, chicanos e hispanos, tipos muy duros, sí, pero se entendía que no debían hablar de su religión, que era algo estrictamente privado. El camino de Jesús era impracticable, y simplemente lo desechó. 

Leyó algo de religión oriental, muy tamizada por la “nueva era”: no era nada práctico, y la cárcel obliga a tener los pies en la tierra. Además, clásicos “new age” como “Las enseñanzas de Don Juan” y libros de Castaneda eran contradictorios e incoherentes. 

El canon filosófico occidental

Así que se volcó en el canon filosófico de Occidente: Voltaire, Rousseau, Hobbes, Tosstoy, James Joyce, Camus… Los leía, analizaba, tomaba notas, escribía artículos, memorizaba poesías. Se disciplinó, con hábitos de muchas horas de lecturas y estudios. Se hizo las grandes preguntas: la naturaleza de la vida humana, cómo ser feliz, qué es la virtud y la integridad…

Como siempre necesitaba más libros, escribió a varias instituciones pidiendo donaciones de libros para la Biblioteca. Casi nadie respondió, excepto un tal George Weigel, del Centro de Ética y Política Pública, que le envió unos libros y respondió con una carta dándole ánimos. Luego ese Weigel se haría famoso como biógrafo de Juan Pablo II y analista político-eclesial. Scott se lo encontraría años después, fuera de la cárcel, y se asombraría al ver que Weigel recordaba su caso.

¿Pegar a un violador para no salir?

Pasado algo más de un año, y siendo un interno ejemplar, las autoridades plantearon trasladarle a una prisión de mínima seguridad, “una especie de escuela de adultos inmaduros donde los pringados y los delincuentes sexuales pueden mezclarse con todo el  mundo”.

Scott estaba horrorizado. ¿Dejar él a sus compañeros y amigos, muchos condenados de por vida? 

Decidió que buscaría algún violador para pegarle una paliza y asegurarse unos años más de prisión.

Pero dos jefazos de la cárcel le disuadieron. “King” era un jefe del sindicato del crimen de Atlanta, que había contratado 11 asesinatos. Cuando saliese, su sindicato premiaría su silencio en prisión con dinero y fiestas. Danny era un distribuidor de cocaína que mató a dos camellos callejeros por ser deshonestos. Los dos le dijeron:“Scott, mira a tu alrededor, esto no es lo que quieres”. Ellos mandaban, y él obedeció. “Eran mis amigos realmente, renunciaban a un ´tipo fiable´ por amor desinteresado. Por favor, rezad una oración por ellos“, escribe hoy Scott.

De convicto a académico

A los 21 años, con una conducta intachable, Scott estaba en la calle de nuevo y se puso a estudiar en el Reed College, un lugar con fama de formar profesores de Letras con prestigio en todo el país. (También es famoso porque Steve Jobs dejó ese centro para fundar Apple). Después empezó a estudiar un doctorado en Políticas en la Universidad de Michigan.

El caso es que en prisión había conocido lo que era un código de honor y una comunidad, y en el mundo académico no veía nada de eso. En prisión era una persona disciplinada sinceramente volcada en la búsqueda filosófica de la verdad y la coherencia, y en el mundo académico sólo había cinismo y relativismo, y a Scott se le pegaba.

Se daba cuenta de que su inquietud filosófica por el bien común se quedaba en nada, sustituida por narcisismo. Se sacó muchas novias, con las que cortaba cuando el primer enamoramiento y la primera pasión sexual pasaban. 

Buscaba placeres para “apurar” cada posibilidad: algunos honestos (bicicleta de montaña, levantar pesas, rugby), otros exhibicionistas (noches enteras de discoteca sin camisa, muchas compañeras sentimentales). 

Humanistas de discurso solipsista

En la Universidad, casi todos eran como Scott, filósofos y académicos “humanistas seculares”, que despreciaban cualquier discurso religioso. Pero sólo coincidían en eso: no eran una comunidad. ¿En qué basaban su esperanza, o el sentido de la vida? Cada uno en una cosa distinta. No había nada común: cada uno tenía su discurso, solipsista, ajeno al de al lado. Era una torre de marfil de eruditos que hablaban solos.

En ese ambiente, Scott sufrió algunas enfermedades estomacales y luego una dura depresión. Incluso fue a confesarse a un cura sólo para decir que pensaba en suicidarse. ¿Fue este momento de debilidad cuando Dios le tocó? No. La depresión pasó, dejando un Scott más amable y paciente. Pero no tenía inquietud religiosa alguna. 

Pasaron entonces 4 cosas que prepararon el camino a su conversión. Las llama “momentos de gracia”. 

La paz y gozo de la ley natural

Primera gracia: se dio cuenta de que las pocas personas de entornos académicos que vivía según la ley moral natural, incluso los que no eran directamente religiosos, “tenían una paz y un gozo que nosotros los secularistas no teníamos”

Scott da gracias a Dios porque podría haber desdeñado esto como hacían otros, con burlas y desprecios, pero no lo hizo: le pareció algo valioso y envidiable que otros tenían de forma indudable. 

Una ‘voz’ misteriosa que le salvó la vida

Segunda gracia: se salvó en un accidente porque oyó “una voz”. Conducía su coche, paró en un semáforo, y un camión bloqueaba su visión lateral. Se puso verde, se preparó para avanzar. “Una voz, calma pero seria, vino, fuera de mí, y dijo: “No vayas”. Quedé asombrado, y no me moví: no por obediencia, ¡sino porque me había aturdido oir una voz! No había nadie, las calles estaban vacías”. En ese momento pasó un coche a toda velocidad que le habría arrollado y sintió que había slavado su vida por esa voz. 

“Veamos esta evidencia. Debe haber seres inteligentes junto a nosotros que nos protegen, como ángeles“, se planteó como hipótesis de trabajo, en frío. ¿O eran quizá extraterrestres amables? Pero parecía menos creíble.

Él no creía en lo sobrenatural, pero se mantenía intelectualmente honesto. No podía autoengañarse con cháchara autoconvincente sobre “intuición” o “instinto natural”, afirma. “Yo oí lo que oí; no se si fue una voz interior o exterior, pero no podía explicarlo científicamente. Lo guardé en mi corazón y me maravillé”.

Es posible ayudar sin violencia

Tercera gracia: una noche tuvo un incidente con un tipo grosero que molestaba a una compañera gorda en un bar. Scott le mostró los puños y el grosero se calló y apartó. Enfadado, Scott salió a la calle. 

Un parapléjico del campus le pidió en ese momento que le ayudase con su coche. Scott notó que su enfado desaparecía ayudando a esta persona. Vio que podía ayudar sin recurrir a la ira y la violencia. Entendió que podía haber acallado al grosero, con ayuda de otros, sin violencia. Para el antiguo y duro presidiario atracador de bancos, era un cambio. Otro camino era posible.

Cristianos honestos y serios

Cuarta gracia: una camarera le invitó a ir a su iglesia presbiteriana. Era guapa y no tenía una buena excusa a mano, así que Scott accedió. Miraba a los presbiterianos como el antropólogo a los indígenas amazónicos. Pero le gustaron muchas cosas: eran honestos y amigables, y muy serios estudiando la Biblia, analizando textos, idiomas y traducciones… ¡que era lo que él hacía como especialista en Letras! Entendió que había gente que vivía de otra forma.

Y entonces llegó la experiencia mística. 

La mañana que cambió su vida

Scott estaba cortando el césped. Era abril de 2007, por la mañana. En lo académico estaba contento, pronto impartiría su primer curso de verano. Pero en lo personal estaba molesto: por razones egoístas, estaba distanciándose de la camarera guapa, una chica que necesitaba amistades y había tenido una vida dura. “Tienes 33 años, a ver si creces de una vez”, se recriminaba a sí mismo. No le gustaba cómo trataba a la gente. Llevaba 12 años con cambios de novias, y sólo había encontrado más y más soledad. Decidió que quería el bien de esta chica, que tomaría otro camino,

Mientras giraba una esquina con mi cortacésped, de repente, toda mi persona resonó con una intervención divina. Una voz tranquila desplazó cualquier otro pensamiento y sensación, y clara y plenamente presente en mi mente, dijo: Te amo, y te perdono. Al terminar estas palabras, un inmenso amor que nunca creí posible ardió en mi pecho como un horno. Era un amor que consumía, pero a la vez era suave; lentamente se extendía de mi corazón a mi cabeza y hacia mis pies. Con ese amor, Dios colocaba en mi mente -como quien pone cosas en la estantería- dos convicciones. Primera: que quitaba el peso de mis hombros, la desconfianza, el cansancio y la fiereza del ex-presidiario. Segunda: la promesa, la intención de Dios, de restaurar en mí el niño que había sido 25 años antes. Dios me devolvía a mí mismo”.

De esa experiencia mística, Scott saca la fuerza para decir que es cierta la promesa de Apocalipsis: “ya no habrá luto, ni llanto, ni dolor, las cosas viejas han pasado; yo todo lo hago nuevo” (capítulo 21)

“A los que han sido víctimas de abuso, los que han perdido un niño, los que tienen el corazón herido, desesperado en la cautividad del pecado o la soledad… a todos les digo que el abrazo amoroso de Dios aniquila toda lágrima y dolor. Una vez has sentido ese abrazo, no necesitas una explicación de Dios. Él es bastante”, asegura hoy.

¿De qué religión es Dios?

Sus vecinos sólo habrían visto que Scott se paraba unos 10 segundos con el cortacésped. Luego habrían visto que seguía cortando, más rápido. Pero todo había cambiado: su corazón ardía. Y ardió un rescoldo durante tres días, disminuyendo poco a poco su intensidad. Y pensaba. ¡Dios se le había revelado como amor, pero no le había dado su Nombre! ¿De qué religión era? ¿Qué quería de Scott? Eso se preguntaba. ¿Tenía que hacer él algo?

Al día siguiente de esta experiencia, aún con esa llama en su interior, puso la radio mecánicamente para entretenerse mientras fregaba. Era un típico programa de hombres que se jactan con comentarios machistas y despectivos sobre mujeres y conquistas sexuales. “Me apresuré a quitar la voz, me daban ganas de vomitar”, recuerda. Aquello, que antes veía más o menos normal, era incompatible con el amor de pureza y bondad que calentaba su corazón. Había cosas incompatibles, no todo valía.

Después de dos días de comer poco y dormir poco, experimentando ese calor en su alma, sintió que disminuía la llama, “como el agua sale de un cubo con un agujerito”. El tercer día, cesó la sensación. 

Experiencia demoníaca en el parque

Esa noche decidió salir a correr con sus perros por un parque con bosque. “Nada más llegar allí, un pensamiento maligno me pasó por la cabeza. Y luego otro, y otro. Cada uno era peor que el anterior, un crescendo de maldad. Me asombró no sólo la malignidad de esas ideas, sino que claramente venían de fuera, como si una entidad invisible los metiese en mi mente. Adiviné de inmediato que debe haber algo así como espíritus malignos, y que Dios me permitía claramente distinguir sus acciones en mí, de lo que eran mis propios pensamientos”.

“Salí del coche, empecé a correr, a un paso rápido, hablando y gritando en voz alta todo el rato, en alabanza, adoración, y deseo de entender mejor. Me emocionaba ver que Dios no me había dejado huérfano, como temía, sino que me mostraba más cosas, aunque no fuesen buenas noticias. Y me preguntaba, una y otra vez,: ¿existen los demonios?”

Y al girar una esquina en aquel parque vacío en la noche, los vio, bajo la luna. “Era como una escena de película de terror: mil demonios furiosos avanzando hacia mí, como mil experimentos genéticos fallidos. Sus pieles eras naranjas, marrón sucio, verde milo, rojo eléctrico, pero todas horrendas. Aunque tenían un aspecto monstruoso, y trataban de llegar a mí, no me asusté: les bloqueaba algo a unos 50 metros de mí. Era una especie de zona desmilitarizada entre nosotros, y yo sabía que era la proteccción de Dios, que Él me quería mostrar algo bajo su protección”.

Scottt no cree que los demonios tengan realmente cuerpos humanoides deformes. Opina que son espíritus, pero que esa apariencia, lo que Dios le permitía ver de ellos, expresaba su deformidad, cuánto se han separado de los espíritus puros que fueron una vez. 

Durante varios segundos, Dios levantó el velo que separa lo natural y lo sobrenatural. Tres días antes, no me sorprendió descubrir que Dios existe; algo parecido a un ángel me había salvado de un accidente meses antes, y antes de eso yo era un agnóstico dispuesto a admitir algún tipo de dios-relojero de la Ilustración, que pone en marcha el mundo y luego se retira. Ahora, me asombraba ver que Dios me conocía y me amaba,y me revelaba su amor. Pero lo de los demonios fue la mayor impresión de mi vida. Lo primero que pensé fue que el típico granjero medieval entendía mejor nuestra condición humana, sus peligros y posibilidades, que las personas más inteligentes que yo conocía”.

Pasados esos segundos, desaparecida la visión, Scott recapituló lo que mostraban sus experiencias: que había un sólo Dios, que exigía el bien y luchaba contra el mal, que había demonios. Todo eso apuntaba a las religiones abrahámicas, no encajaba con las orientales. Y pensó que si Dios se había revelado a él, seguramente lo había hecho ante más personas en más ocasiones, y que esa revelación se habría conservado.

Tercer dato místico: la imagen persistente

Se fue a la cama exhausto. Y al despertar a la mañana siguiente, notó algo en la esquina superior izquierda de su línea de visión: era como una imagen, del tamaño de una moneda, con la silueta de hombre sobre un fondo dorado brillante. 


La imagen estaba presente siempre, no importa donde mirase, incluso si cerraba los ojos: era como si la hubiesen estampado en mi mente”. Cuando él intentaba enfocar en la imagen, se hacía más nítida. Cuando la desatendía, se ponía traslúcida, pero coloreada; seguía ahí, como una salpicadura de color en unas gafas. 

El hombre de la imagen estaba fijo sobre su fondo dorado. No había forma de enfocar la mirada sobre el núcleo de su rostro, pero sí en el resto de su persona: pelo largo y oscuro a la altura de los hombros y aspecto de mediterráneo antiguo, por sus ropas y piel morena. 

“¿Quién era? Dios callaba. Yo deseaba que fuese Sócrates, Platón, Aristóteles… nuestra mente se siente cómoda con lo que conoce”. Pero no tenía el pecho ancho de Platón ni la nariz famosa de Sócrates. ¿Elías, Juan Bautista, incluso Mahoma? Era el síndrome “todo menos Jesús, por favor”, que -como Scott descubriría en los siguientes años- es común en muchas personas con conversiones impactantes.

Allí permanecía, en esa esquina de su visión, durante 10 días, y Scott se impacientaba: ¿qué quería decirle Dios con esa imagen? Ya desesperado, volvió a enfocar sobre ella… y vio que se movía, que una brisa extraña movía su pelo. “Es un hombre real, un hombre vivo”, pensó. Y era obvio para él que no vivía en este mundo, sino en otro, que debía ser el Cielo. “Ya no podía seguir engañándome: aunque yo no podía ver su rostro claramente, Él sí me veía a mi con claridad: y lo admití: sí, es Jesús”.

Ahí desapareció la imagen. Y se acabaron las experiencias místicas, que se habían concentrado en esas dos semanas. Ya no habría más. Ahora era cosa suya seguir investigando: ¿dónde encontraría más de ese “sabor”, ese “aroma” que había gustado?

San Francisco de Asís… y San Francisco de Sales

Lo encontró en los Evangelios: con alivio descubrió que el Jesús que allí habla y actúa encajaba con el Dios que se le había revelado. Durante un tiempo él, académico, profesor de Letras, evitó las sutilezas de la teología: quería simplicidad. 

Pero necesitaba leer más: y optó por las “Florecillas de San Francisco”, las anécdotas medievales del santo de Asís. Aquello tenía “ese sabor” que él había vivido. Y después, la “Introducción a la Vida Devota”, de San Francisco de Sales. Y después, los primeros Padres de la Iglesia.

Desde 2014 Scott se dedica a la evangelización callejera en Portland participando en un apostolado llamado Urban Missionaries, inspirado por el beato Carlos de Foucault, cuyo símbolo del Sagrado Corazón adoptan; con neveras que llevan bebidas, hablan con las personas en la calle acerca del amor de Dios

Su decisión por la fe católica

Sus conocidos presbiterianos tenían valentía, fe, celo por Dios y amabilidad, pero su culto estaba más centrado en ellos mismos que en Dios.

él quería adorar a Dios, mirarle, descansar en Él. Lo buscó en la liturgia católica, y en la variante más sublime en la que pudo pensar: buscó una misa por la Forma Extraordinaria del rito romano. La encontró en una parroquia levantada por inmigrantes polacos en Detroit. Tomó el misal en inglés y latín, y nervioso se preguntó si aquel sería su lugar. 

Sonó una campana. Se levantó con todo el mundo. Empezaron a cantar “Asperges Me”. “Con sólo cantar las dos primeras palabras, supe que estaba en la casa de Dios, que finalmente estaba en casa”.

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Fuente: Religión en Libertad


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Introducción a la Vida Devota https://www.reinadelcielo.org/introduccion-a-la-vida-devota/ Wed, 01 Oct 2014 20:37:27 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=2423 Este escrito, de San Francisco de Sales, no lleva de la mano y nos guía en la iniciación en la Vida Devota. Bien podríamos decir que es son los avisos y ejercicios que se requieren para conducir al alma, desde su primer deseo de la vida devota, hasta una entera resolución de abrazarla.

Invitamos a la lectura de esta obra que nos puede ayudar en el camino espiritual, que nos uno más íntimamente con el Señor.

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