Rey – Reina del Cielo https://www.reinadelcielo.org Fri, 22 Nov 2024 20:24:08 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.9 Jesucristo, Rey del Universo https://www.reinadelcielo.org/jesucristo-rey-del-universo/ Fri, 22 Nov 2024 08:28:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=17473 ]]> La celebración de la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, cierra el Año Litúrgico en el que se ha meditado sobre todo el misterio de su vida, su predicación y el anuncio del Reino de Dios.

La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925. El Papa quiso motivar a los católicos a reconocer en público que el mandatario de la Iglesia es Cristo Rey.

Durante el anuncio del Reino, Jesús nos muestra lo que éste significa para nosotros como Salvación, Revelación y Reconciliación ante la mentira mortal del pecado que existe en el mundo. Jesús responde a Pilatos cuando le pregunta si en verdad Él es el Rey de los judíos: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí” (Jn 18, 36). Jesús no es el Rey de un mundo de miedo, mentira y pecado, Él es el Rey del Reino de Dios que trae y al que nos conduce.

La fiesta

Jesucristo Rey

Cristo Rey anuncia la Verdad y esa Verdad es la luz que ilumina el camino amoroso que Él ha trazado, con su Vía Crucis, hacia el Reino de Dios. “Si, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.”(Jn 18, 37) Jesús nos revela su misión reconciliadora de anunciar la verdad ante el engaño del pecado. Así como el demonio tentó a Eva con engaños y mentiras para que fuera desterrada, ahora Dios mismo se hace hombre y devuelve a la humanidad la posibilidad de regresar al Reino, cuando cual cordero se sacrifica amorosamente en la cruz.

Esta fiesta celebra a Cristo como el Rey bondadoso y sencillo que como pastor guía a su Iglesia peregrina hacia el Reino Celestial y le otorga la comunión con este Reino para que pueda transformar el mundo en el cual peregrina.

La posibilidad de alcanzar el Reino de Dios fue establecida por Jesucristo, al dejarnos el Espíritu Santo que nos concede las gracias necesarias para lograr la Santidad y transformar el mundo en el amor. Ésa es la misión que le dejo Jesús a la Iglesia al establecer su Reino.

Se puede pensar que solo se llegará al Reino de Dios luego de pasar por la muerte pero la verdad es que el Reino ya está instalado en el mundo a través de la Iglesia que peregrina al Reino Celestial. Justamente con la obra de Jesucristo, las dos realidades de la Iglesia -peregrina y celestial- se enlazan de manera definitiva, y así se fortalece el peregrinaje con la oración de los peregrinos y la gracia que reciben por medio de los sacramentos. “Todo el que es de la verdad escucha mi voz.”(Jn 18, 37) Todos los que se encuentran con el Señor, escuchan su llamado a la Santidad y emprenden ese camino se convierten en miembros del Reino de Dios.

“Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tu me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos si están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. …No te pido que los retires del mundo, sino que los guarde del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad.” (Jn 17, 9-11.15-17)

Ésta es la oración que recita Jesús antes de ser entregado y manifiesta su deseo de que el Padre nos guarde y proteja. En esta oración llena de amor hacia nosotros, Jesús pide al Padre para que lleguemos a la vida divina por la cual se ha sacrificado: “Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros.” Y pide que a pesar de estar en el mundo vivamos bajo la luz de la verdad de la Palabra de Dios.

Así Jesucristo es el Rey y el Pastor del Reino de Dios, que sacándonos de las tinieblas, nos guía y cuida en nuestro camino hacia la comunión plena con Dios Amor.

¿Por qué Jesucristo es Rey?

Desde la antigüedad se ha llamado Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, en razón al supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que:

  • Jesucristo Rey 2
    reina en las inteligencias de los hombres porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad;
  • reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobles propósitos;
  • reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús.

Sin embargo, profundizando en el tema, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey, ya que del Padre recibió la potestad, el honor y el reino; además, siendo Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.

Ahora bien, que Cristo es Rey lo confirman muchos pasajes de las Sagradas Escrituras y del Nuevo Testamento. Esta doctrina fue seguida por la Iglesia –reino de Cristo sobre la tierra- con el propósito celebrar y glorificar durante el ciclo anual de la liturgia, a su autor y fundador como a soberano Señor y Rey de los reyes.

En el Antiguo Testamento, por ejemplo, adjudican el título de rey a aquel que deberá nacer de la estirpe de Jacob; el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra.

Además, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: “Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz… y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra”.

Por último, aquellas palabras de Zacarías donde predice al “Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino”, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas, ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?

En el Nuevo Testamento, esta misma doctrina sobre Cristo Rey se halla presente desde el momento de la Anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen, por el cual ella fue advertida que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David, y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin.

El mismo Cristo, luego, dará testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey y públicamente confirmó que es Rey, y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.

Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, bastante olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador, ya que con su preciosa sangre, como de Cordero Inmaculado y sin tacha, fuimos redimidos del pecado. No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande; hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo.

Oraciones a Cristo Rey

Oración

Jesús Sábana Santa (ft img)

¡Oh Jesús! Te reconozco por Rey Universal
Todo cuanto ha sido hecho Tú lo has creado
Ejerce sobre mí todos tus derechos
Renuevo las promesas de mi bautismo,
renunciado a Satanás, a sus seducciones y a sus obras;
y prometo vivir como buen cristiano
Muy especialmente me comprometo a procurar, según mis medios,
el triunfo de los derechos de Dios y de tu Iglesia
Divino Corazón de Jesús, te ofrezco mis pobres obras
para conseguir que todos los corazones reconozcan tu sagrada realeza
y para que así se establezca en todo el mundo el Reino de tu Paz.

Oración: Que viva mi Cristo

Que viva mi Cristo, que viva mi Rey
que impere doquiera triunfante su ley,
que impere doquiera triunfante su ley.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey!
Mexicanos un Padre tenemos
que nos dio de la patria la unión
a ese Padre gozosos cantemos,
empuñando con fe su pendón.
Él formó con voz hacedora
cuanto existe debajo del sol;
de la inercia y la nada incolora
formó luz en candente arrebol.
Nuestra Patria, la Patria querida,
que arrulló nuestra cuna al nacer
a Él le debe cuanto es en la vida
sobretodo el que sepa creer.
Del Anáhuac inculto y sangriento,
en arranque sublime de amor,
formó un pueblo, al calor de su aliento
que lo aclama con fe y con valor.
Su realeza proclame doquiera
este pueblo que en el Tepeyac,
tiene enhiesta su blanca bandera,
a sus padres la rica heredad.
Es vano que cruel enemigo
Nuestro Cristo pretenda humillar.
De este Rey llevarán el castigo
Los que intenten su nombre ultrajar.

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Fuente: ACI Prensa


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San Enrique https://www.reinadelcielo.org/san-enrique/ Fri, 12 Jul 2024 10:04:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=9799

San Enrique nace en Baviera el año 973, es descendiente de Otón el Grande y de Carlomagno. Nació en el castillo de su padre, el duque de Baviera, junto al río Danubio.

En su juventud vive junto a los monjes del monasterio benedictino de Hildesheim. De ellos recibe una educación completa fundamentada en el amor a Dios. Completa su educación bajo el obispo de Regensburg, San Wolfang. ¡Que preparación tan estupenda para ser un gran rey, sabiendo que todo rey, como todo cristiano, debe representar a Jesucristo, Rey de reyes!

El 995 sucedió a su padre en el gobierno del ducado de Baviera. El 1002, es proclamado en Maguncia rey de Germanía. El 1014 el Papa Benedicto VIII lo consagra en Roma Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El Papa, como reconocimiento de su celo por la fe le regala un globo de oro rematado en una cruz. Enrique lo agradece, entiende el simbolismo y lo manda llevar a la abadía de Cluny, Francia.

Su esposa es Cunegunda, santa mujer

San Enrique aplicó los valores evangélicos a las decisiones del gobierno comprendiendo que era su deber como rey reinar bajo la autoridad de Cristo. Se distinguió por su interés en la reforma de la vida de la Iglesia, en la defensa de sus derechos y en promover la actividad misionera. Fundó varios obispados y dotó monasterios. Influye en la conversión de San Esteban de Hungría, que se había casado con una hermana suya. Se opone al cisma del antipapa Gregorio y apoya a Benedicto VIII. Mantiene amistad con Odilón, abad de Cluny. Juntos trabajan en la reforma eclesiástica, restituyendo la disciplina y la observancia regular. Trabajó también mucho por la paz.

Al final de su vida, Enrique II, llamado con razón el Piadoso, se retira al monasterio de Vanne. El abad Ricardo le ordena volver al trono, pero muere poco después, el 13 de julio del 1024, en el castillo de Grona.

Fue canonizado en 1146 por S.S. Eugenio III.

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Fuente: Corazones.org


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El Rey Bueno y las muletas https://www.reinadelcielo.org/el-rey-bueno-y-las-muletas/ Fri, 24 Nov 2023 07:06:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=277 ]]> Había una vez un Reino, cuyo Rey se caracterizaba por Su infinita Bondad. Y así, Su Reino se manifestaba como fiel reflejo de esa Bondad, ya que era simplemente perfecto. Quienes allí vivían no sabían de sufrimientos ni necesidades, vivían en la plenitud de la vida. Pero ocurrió que un grupo de ciudadanos de aquel Reino, ciudadanos por legítima herencia de Sangre, vivían en una comarca lejana, sin poder disfrutar de las delicias que su ciudadanía les garantizaba ¡Si pudieran tan sólo llegar al Reino!

¿Por qué no iban allí entonces? La historia cuenta que por una deformación genética, desde su nacimiento, todos los habitantes de la comarca sufrían de una severa incapacidad para caminar. ¡Simplemente no podían ir por sus propios medios al Reino, sin realizar un gran esfuerzo! Y así vivían, arrastrándose algunos (hasta pareciéndose por momentos a las serpientes que andaban por la comarca), otros erguidos con gran esfuerzo para al menos lucir dignos, y unos pocos esforzándose por llegar al Reino, añorando estar con el Rey Bueno.

Algunos llegaron al Reino y le contaron al Rey sobre lo que ocurría en la comarca. Fue entonces que Él decidió ayudarlos para que se esforzaran, para que se esmeraran en llegar hasta Él. El Rey Bueno envió mensajero tras mensajero, pero con tristeza recibió noticias desalentadoras a su regreso: ¡se habían acostumbrado a vivir arrastrándose muchos de ellos, y ya ni siquiera pensaban en tratar de ir al Reino!. Hasta estaban orgullosos de su incapacidad de caminar, habían transformado su deformación de nacimiento en algo natural, se envanecían de sus defectos. El Rey, entonces, envió uno y otro mensajero con el mismo resultado, quedando muchas noches triste y llorando en Su Palacio.

Un día, el Rey pensó que sería bueno hacer un esfuerzo final, uno definitivo. ¡Enviaría a Su propio Hijo, para enseñarles y relatarles lo hermoso que es Su Reino, para invitarlos!. E ideó también algo maravilloso: les enseñaría a construir muletas, muletas que podrían usar para caminar hasta el Hogar Paterno. El plan era perfecto, no podía fallar, pensó el Rey. Sin dudas que sería la forma de Salvar a los habitantes de aquella comarca lejana, de traerlos de nuevo a Casa: Su Hijo llevaría la enseñanza, el deseo de volver al Reino, y las muletas que les dejaría serían el medio para caminar hasta Casa nuevamente.

castilo

El Hijo del Rey fue a la comarca, vivió con ellos, y cumplió con creces Su cometido. Sólo que fueron pocos los que lo escucharon, los que lo amaron y aprendieron lo enseñado. Su invitación a ir a la Casa de Su Padre ofendió a muchos, a quienes se habían acostumbrado a vivir arrastrándose, haciendo de ello la razón de su vida. Las muletas, de tal modo, fueron tomadas por ellos como signo de amenaza, de agresión. El Hijo del Rey, entonces, fue perseguido y maltratado, hasta extremos indecibles. Pero, habiendo cumplido Su misión, regresó a la Casa de Su Padre para gozar de Su abrazo y amor infinito. ¡La comarca tenía ahora lo necesario para salvarse!.

Sus enseñanzas prendieron con fuerza, y movieron a muchos a valorar y utilizar las muletas como modo de erguirse y dirigirse al Reino prometido. Fueron tiempos felices, donde cientos y hasta miles de habitantes de la comarca entraron con sus muletas a la Casa del Rey. Pero, tristemente, con el tiempo muchos de los habitantes del lugar de los lisiados se olvidaron de la verdadera finalidad de las muletas: ¡era el medio de llegar a Casa, y no lo veían!. Algunos empezaron a usarlas para caminar por la comarca, sin dirigirse al Reino, otros empezaron a modificarlas para hacerlas distintas, hasta hacerlas inutilizables y motivo de discordia, usándolas incluso para golpearse entre ellos. Las transformaron en objetos extraños que no se sabía para que servían. Algunos, finalmente, repudiaron las muletas hasta odiarlas, prefiriendo arrastrarse por la comarca día y noche antes que utilizarlas, y ni pensar de desear ir a la Casa del Rey Bueno.

Mientras tanto, en estos tiempos tristes, unos pocos llegaban a las puertas del Reino utilizando sus muletas. Allí el Rey y Su Hijo los esperaban felices hasta el extremo, para alegría de todo el pueblo que celebraba el retorno de un miembro más de la Nación del Rey Bueno.

En la comarca, las enseñanzas del Hijo habían dejado Sus huellas, pero se debatían entre las disputas generadas entre los que habían transformado las muletas en un instrumento inútil, entre los que las odiaban y repudiaban, y entre quienes sólo querían enseñar al pueblo a utilizarlas del modo correcto, como muestra del Amor que les había enseñado el Hijo del Rey.

¿Qué crees que son las muletas?. Pues es simple: es la Religión, la Verdadera Religión, y todo aquello que Dios nos dio como instrumento útil de Salvación. Las muletas, como la Religión, valen por su utilidad: salvarnos, llegar al Reino. Usarlas de otro modo no tiene sentido, no nos llevan a ninguna parte. Así, tanto las muletas como la Religión no sirven de nada si uno no las pone al servicio del fin supremo: ¡El amor!

El Rey nos envía las muletas para que vayamos a Él, que es puro Amor. El amor es el que nos mueve a querer ir al Reino, y es entonces que descubrimos la verdadera finalidad de las muletas, y nos echamos a caminar decididos, con fe y confianza en la promesa que nos hizo el Hijo del Rey.


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La Corona de Espinas https://www.reinadelcielo.org/la-corona-de-espinas/ Fri, 26 Mar 2021 12:21:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=356 ]]> Hablar de Dios o no hablar de nada, decía con pasión Santa Teresa de Ávila. Con ese entusiasmo que contagia, cuando hablamos de las cosas de Él. Así me encontraba un día hablando con un grupo de desprevenidos visitantes, que no esperaban encontrarse envueltos en semejante diálogo. Así se daba la charla, hablando de las grandezas del Señor, de Su Amor infinito por nosotros. Uno de los que participaban de tan encendido intercambio, solo miraba, absorbía cada cosa que se decía sin expresar opinión o realizar pregunta alguna.

Corona de espinas

¿Qué pensamientos habitaban en su corazón? Era un muchacho de aquellos que con sólo verlos uno sabe que son buenos, hechos de buena madera. Mirada sincera, una actitud de enfrentar el mundo con transparencia y curiosidad, también algo de tristeza y dolor. Imposible saber qué cosa ocurría en su alma en ese momento, pero sin dudas que algo hacía el Señor en su interior. Nuestro Jesús acariciaba su corazón y buscaba abrir una rendija para que la luz se precipite y estalle en el rincón más olvidado de sus recuerdos.

Cuando ya nos íbamos se atrevió, y nos habló de su infancia. Nos habló de haber vivido llamados de Dios que de algún modo quedaron sepultados bajo esa herrumbrosa fortaleza llamada madurez. Nos contó de su casa paterna, cuando jugaba de muy pequeño en su patio, con sus amiguitos vecinos. Pero algo conmocionaba su alma, una y otra vez. Siempre que entraba en un depósito donde la familia guardaba los trastos viejos, un rincón oscuro y polvoriento, se encontraba con la misma imagen: Jesús, coronado de espinas, lo miraba, en silencio. Nuestro Jesús miraba a ese niño pequeño sin que nadie más pudiera verlo, con Su Corona de Espinas y una expresión de dolor y tristeza en el Rostro, en el Santo Rostro.

Nuestro amigo no comprendía lo que ocurría. ¿Quién podría explicárselo, si es que hacía falta tanta fe para creerle a un testigo tan insignificante? La imagen de Jesús se grabó en su alma, recorrió los años de su vida oculta en un rincón oscuro de su corazón y emergió iluminada aquel día en que hablábamos de las cosas del Cielo. Lo miré con una sonrisa, y le pregunté: ¿ya comprendiste por qué Jesús se presentó con Su Corona? El no lo sabía, ni lo sabe. Yo quise ayudarlo a buscar el cabo que una ese recuerdo con su vida actual, para transformar su vida en Gracia, en unión con el Corazón Amante de Jesús.

Jesús -corona de espinas-

El Señor fue coronado de espinas como burla suprema. El único Rey Verdadero, digno del mejor trono, recibió una Corona hecha de Espinas. El mundo quiso hacer de El una mueca de realeza, y Jesús calló. No hizo falta el reconocimiento del mundo para que El sea coronado como Rey del Universo, sólo el silencio y la humildad acompañaron la burla del hombre. La Corona representó la inutilidad de toda vanidad humana, de las premiaciones y condecoraciones del mundo, del culto a la imagen. Jesús nos invitó así a reconocer la verdadera Realeza, la que proviene del amor, de la sencillez, de la humildad, al mostrarse a nosotros Coronado como el Rey más pobre, el más despojado de toda solemnidad terrenal.

Pero la Corona también tenía largas espinas que se hundieron en las sienes de Jesús, se enredaron en Su ensangrentada cabellera, y abrieron profundas heridas que hicieron brotar Sangre Real. Las espinas clavadas en Su Santa cabeza representaron el dolor que los malos pensamientos del hombre, pasado, presente y futuro, infringieron a Su Sagrado Corazón. Dios hecho Hombre, El quiso cargar con todos los pecados, y los de pensamiento son como silenciosas espadas que atraviesan el alma humana, y la desgarran. Su mirada triste, bajo la Corona de Espinas, reflejó lo que un Dios es capaz de hacer por Sus Hijos, para salvarlos.

Mi amigo fue iluminado en su niñez inocente por los Ojos de Dios, pero de Dios hecho Hombre condenado, coronado de un tejido de espinas. La luz marcó huellas imborrables en su alma, invitándolo a vivir una vida unida a El, compartiendo Su sencillez, Su dolor ante la burla del hombre, Su Pureza de pensamiento, Su deseo irrefrenable de enfrentar la maldad con silencio y paciencia, con inocencia y entrega. Dios quiso invitarlo a comprender que la verdadera fortaleza no es la que el hombre busca, sino la que se esconde en reconocer al Rey de Reyes, en Su Trono, la Cruz. Porque no hay hombre que sea más hombre, que cuando se encuentra de rodillas frente a Su Dios.


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De dónde vengo y quién soy https://www.reinadelcielo.org/de-donde-vengo-y-quien-soy/ Fri, 29 May 2015 08:12:14 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=4208

Una seguidora de de Reina del Cielo comparte con nosotros esta hermosa historia.
¡Muchas gracias! ¡Disfruten de la lectura!


Pedro era el pordiosero más pobre de la aldea. Cada noche dormía en el zaguán de una casa diferente, frente a la plaza central del pueblo.

Cada día se recostaba debajo de un árbol distinto, con la mano extendida y la mirada perdida en sus pensamientos.
Cada tarde comía de la limosna o de los mendrugos que alguna persona caritativa le acercaba.

Sin embargo, a pesar de su aspecto y de la forma de pasar sus días, Pedro era considerado por todos, el hombre más sabio del pueblo, quizás no tanto por su inteligencia, sino por todo aquello que había vivido.

Una mañana soleada, el rey en persona apareció en la plaza. Rodeado de guardias, caminaba entre los puestos de frutas y baratijas buscando nada en concreto.

Riéndose de los mercaderes y de los compradores, casi tropezó con Pedro, que dormitaba a la sombra de una encina.
Alguien le contó que estaba frente al más pobre de sus súbditos, pero también frente a uno de los hombres más respetados por su sabiduría.

Corona y espada de ReyEl rey, divertido, se acercó al mendigo y le dijo: “Si me contestas una pregunta te doy esta moneda de oro.”
Pedro lo miró, casi despectivamente, y le dijo:

“Puede quedarse vos con su moneda, ¿para qué la querría yo? ¿Cuál es su pregunta?”

Y el rey se sintió desafiado por la respuesta y en lugar de una pregunta banal, se despachó con una cuestión que hacía días lo angustiaba y que no podía resolver. Un problema de bienes y recursos que sus consejeros no habían podido solucionar.

La respuesta de Pedro fue justa y creativa. El rey se sorprendió; dejó su moneda a los pies del mendigo y siguió su camino por el mercado, meditando sobre lo sucedido.

Al día siguiente el rey volvió a aparecer en el mercado.
Ya no paseaba entre los mercaderes, fue directo a donde Pedro descansaba, esta vez bajo un olivar.
Otra vez el rey hizo una pregunta y otra vez Pedro la respondió rápida y sabiamente.
El soberano volvió a sorprenderse de tanta lucidez. Con humildad se quitó las sandalias y se sentó en el suelo frente a Pedro.

“Pedro, te necesito,” le dijo. “Estoy agobiado por las decisiones que como rey debo tomar. No quiero perjudicar a mi pueblo y tampoco ser un mal soberano. Te pido que vengas al palacio y seas mi asesor. Te prometo que no te faltará nada, que serás respetado y que podrás partir cuando quieras… por favor.”

Por compasión, por servicio o por sorpresa, el caso es que Pedro, después de pensar unos minutos, aceptó la propuesta del rey.

Esa misma tarde llegó Pedro al palacio, en donde inmediatamente le fue asignado un lujoso cuarto a escasos doscientos metros de la alcoba real. En la habitación, una tina de esencias y con agua tibia lo esperaba.

Durante las siguientes semanas, las consultas del rey se hicieron habituales.
Todos los días, a la mañana y a la tarde, el monarca mandaba llamar a su nuevo asesor para consultarle sobre los problemas del reino, sobre su propia vida o sobre sus dudas espirituales. Pedro siempre contestaba con claridad y precisión.

El recién llegado se transformó en el interlocutor favorito del rey. A los tres meses de su estancia ya no había medida, decisión o fallo que el monarca no consultara con su preciado asesor.

Obviamente esto desencadenó los celos de todos los cortesanos que veían en el mendigo-consultor una amenaza para su propia influencia y un perjuicio para sus intereses materiales.

Un día todos los demás asesores pidieron audiencia con el rey. Muy circunspectos y con gravedad le dijeron.

“Tu amigo Pedro, como tú le llamas, está conspirando para derrocarte.”

“No puede ser” dijo el rey. “No lo creo.”

El Rey y el mendigo“Puedes confirmarlo con tus propios ojos,” dijeron todos. “Cada tarde a eso de las cinco, Pedro se escabulle del palacio hasta el ala Sur y en un cuarto oculto se reúne a escondidas, no sabemos con quién. Le hemos preguntado a dónde iba alguna de esas tardes y ha contestado con evasivas. Esa actitud terminó de alertarnos sobre su conspiración.”

El rey se sintió defraudado y dolido. Debía confirmar esas versiones.

Esa tarde a las cinco, aguardaba oculto en el recodo de una escalera.
Desde allí vio cómo, en efecto, Pedro llegaba a la puerta, miraba hacia los lados y con la llave que colgaba de su cuello abría la puerta de madera y se escabullía sigilosamente dentro del cuarto.

“¿Lo vísteis?” gritaron los cortesanos, “lo vísteis?”

Seguido de su guardia personal el monarca golpeó la puerta.

“¿Quién es?” dijo Pedro desde adentro.

“Soy yo, el rey,” dijo el soberano. “Ábreme la puerta.”
Pedro abrió la puerta.

No había nadie allí, salvo Pedro.

Ninguna puerta, o ventana, ninguna puerta secreta, ningún mueble que permitiera ocultar a alguien.

Sólo había en el suelo un plato de madera desgastado; en un rincón una vara de caminante y un crucifijo; en el centro del cuarto, una túnica raída colgando de un gancho del techo.

“¿Estás conspirando contra mí, Pedro?” preguntó el rey.

“¿Cómo se le ocurre, majestad?” contesto Pedro. “De ninguna forma, ¿por qué lo haría?”

“Pero vienes aqui cada tarde en secreto. ¿Qué es lo que buscas si no te ves con nadie? ¿Para qué vienes a este cuchitril a escondidas?”

Pedro sonrió y se acercó a la túnica raída que pendía del techo. La acarició y le dijo al rey:

“Hace sólo seis meses cuando llegué, lo único que tenía era esta túnica, este plato y esta vara de madera” dijo Pedro.
“Ahora me siento tan cómodo en la ropa que visto, es tan confortable la cama en la que duermo, es tan halagador el respeto que me vos me dáis y tan fascinante el poder que regala mi lugar a vuestro lado… que vengo cada día para estar seguro de no olvidarme de dónde vine y quién soy, y vengo a agradecérselo al Señor.”

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