revelación – Reina del Cielo https://www.reinadelcielo.org Fri, 15 Nov 2024 19:05:15 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.9 Catalina Laboure, vidente de la Medalla Milagrosa https://www.reinadelcielo.org/nuestra-senora-de-la-medalla-milagrosa/ Fri, 15 Nov 2024 06:01:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=3487 Catalina Labouré, novicia de las Hijas de la Caridad, el 27 de noviembre de 1830, en París, vio a la Santísima Virgen, y de ella aprendió la siguiente jaculatoria: “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti”. Pequeña oración que nosotros también podemos repetir a diario.

Anteriormente, en el mes de julio de aquél mismo año, la novicia ya había visto a la Virgen, por primera vez. En aquél momento Nuestra Señora le presentó sobre el altar de la capilla dos tableros que presentaban las dos caras de una medalla. Catalina, la novicia, tenía la misión de hacer acuñar una medalla igual a ese modelo. Con la promesa de la Virgen, que dice: “Todas las personas que la lleven con confianza, colgada al cuello, recibirán grandes gracias”.

Descubre esta hermosa historia en el video que te presentamos a continuación:

Nota: Si el video no se reproduce correctamente, aparecerá un mensaje que te invita a verlo directamente en YouTube.

Fuente: www.aleteia.org

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La Llaga del hombro de Jesús, el Padre Pio y San Bernardo de Claraval https://www.reinadelcielo.org/la-llaga-del-hombro-de-jesus-el-padre-pio-y-san-bernardo-de-claraval/ Tue, 20 Aug 2024 06:01:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=6441

¿Qué tienen en común el místico medieval, San Bernardo de Claraval y el santo Padre Pio de Pietrelcina?

Bueno, los dos son santos, compartiendo la recompensa eterna que Dios ha preparado para ellos. pero además ambos tenían una devoción sincera a la “Llaga del hombro de Jesús”.

San Bernardo de Claraval, el místico francés que ayudó a renovar la Orden de los Cistercienses en el siglo XII, de acuerdo con los anales de Claraval, tuvo una conversación con nuestro Señor. El oró, preguntándole a Jesús cuál fue su mayor sufrimiento que no se recuerda; y el Señor le respondió:

Llaga del hombro de Cristo

“Tenía en mi hombro, mientras soporté Mi Cruz en el Camino de los Dolores, una herida grave que era más dolorosa que las demás, y que no es recordada por los hombres. Honra esta herida con tu devoción, y te daré todo lo que me pidas a través de su virtud y el mérito. Y en lo que se refiere a todos aquellos que veneren esta llaga, les perdonaré todos sus pecados veniales y no recordaré sus pecados mortales “.

San Pío de Pietrelcina, capuchino, sacerdote y místico, murió en 1968. El Padre Pío era conocido como confesor y hombre santo que, durante más de 50 años, soportó las Llagas de Cristo (los estigmas) en las manos y los pies.

En un libro publicado en lengua italiana por el convento de San Pio, titulado “Il Papa e Il Frate”, de Stefano Campanella, se publicó que el futuro San Pio, una vez, había tenido una conversación muy interesante con Karol Wojtyla, el futuro papa san Juan Pablo II .

Según Campanella, el padre Wojtyla le preguntó al Padre Pío cuál de sus heridas era la que le causaba el mayor de los dolores. El padre Wojtyla espera que el Padre Pio dijera que era su herida en el pecho, pero en cambio el Padre Pío contestó: “Es mi llaga en el hombro, que nadie conoce y nunca se ha curado o tratado”.

En 2008, cuarenta años después de la muerte del Padre Pío, Frank Rega escribió:

Camiseta del Padre Pio

Hubo un tiempo en que Padra [sic] había confiado al hermano Modestino Fucci, ahora el portero de convento del Padre Pío en San Giovanni Rotondo, Italia, que sus dolores más grandes se produjeron cuando cambió su camiseta. El hermano Modestino, como el padre Wojtyla, pensó que el Padre Pío se refería a los dolores de la herida en el pecho. Luego, el 4 de febrero de 1971, al hermano Modestino se le asignó la tarea de hacer un inventario de todos los elementos en la celda del padre fallecido en el convento, y también de sus pertenencias en los archivos. Ese día se descubrió que una de las camisetas del Padre Pio llevaba un círculo de manchas de sangre en la zona del hombro derecho.

Esa misma noche, el hermano Modestino pidió al Padre Pío en oración que lo ilumine sobre el significado de la camiseta manchada de sangre. Le pidió al Padre que le diera una señal, si realmente llevaba la “Llaga del hombro de Cristo”. Luego se fue a dormir, despertándose a la una de la mañana, con un terrible dolor, insoportable en su hombro, como si hubiera sido cortado con un cuchillo hasta el hueso del hombro. Sintió que moriría de dolor si continuaba, pero duró muy poco tiempo. A continuación, la sala se llenó con el aroma de un perfume celestial de flores —el signo de la presencia espiritual del Padre Pío— y oyó una voz que decía: “¡Esto es lo que tuve que sufrir!”

San Bernardo de Claraval, después de recibir el mensaje de Cristo en relación con el dolor que experimenta en su hombro, trató de fomentar la devoción a la Llaga del hombro de Cristo, y escribió esta oración:

Oración a la Llaga del hombro de Cristo

Oh amado Jesús, manso Cordero de Dios, a pesar de ser yo una criatura miserable y pecadora, te adoro y venero la llaga causada por el peso de vuestra cruz que abriendo vuestras carnes desnudo los huesos de vuestro hombro sagrado y de la cual vuestra Madre Dolorosa tanto se compadeció. También yo, oh carísimo Jesús, me compadezco de Vos y desde el fondo de mi corazón te glorifico y te agradezco por esta llaga dolorosa de vuestro hombro en la que quisiste cargar vuestra cruz por mi salvación. Ah! por los sufrimientos que padeciste y que aumentaron el enorme peso de vuestra cruz, ruégote con mucha humildad, ten piedad de mi pobre criatura pecadora, perdonad mis pecados y conducidme al cielo por el camino de la cruz. 



Se rezan siete Ave María y se agrega:

Madre santísima imprime en mi corazón las llagas de Jesucristo crucificado…
(Indulgencia de 300 días)
Oh dulcísimo Jesús, no seas mi juez sino mi salvador… (Indulgencia de 100 días)

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Fuente: Aleteia.org
Traducción: Admin de Reina del Cielo

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Santa Margarita Maria Alacoque – Sagrado Corazon de Jesus https://www.reinadelcielo.org/santa-margarita-maria-alacoque-sagrado-corazon-de-jesus/ https://www.reinadelcielo.org/santa-margarita-maria-alacoque-sagrado-corazon-de-jesus/#comments Mon, 10 Jun 2024 06:01:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=255 Santa Margarita Maria Alacoque

1647-1690

Vidente de las revelaciones del Sagrado Corazon de Jesus

Fiesta: 16 de octubre

Todos conocemos y practicamos la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, pero como tantas otras maravillas de la Iglesia, desconocemos el origen de tan extraordinario regalo. Fue una humilde monjita la que tuvo las visiones del Señor, quien le reveló esta devoción, como último esfuerzo de Su Amor para poder atraer así a las almas que lo ignoran y rechazan pese a Sus permanentes invitaciones a la salvación.

Al analizar la vida de Santa Margarita María, podemos advertir el extraordinario paralelo con las devociones entregadas por el mismo Señor a Sor Faustina Kowalska en Polonia, en el siglo XX. La devoción es la de la Divina Misericordia, continuación de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

Santa Margarita María Alacoque fue sin dudas una elegida, pero fue ella la que respondió al llamado, pudiendo haberse perdido en las tentaciones del mundo. Su vida fue una sinfonía al Amor de Dios, a la obediencia, a la sencillez y particularmente a un profundo amor al Santisimo Sacramento, Jesús Eucaristía.

Esta extraordinaria santa nació en el año 1647 en la diócesis de Autun (Francia).

Como suele suceder con muchos grandes santos, tuvo una fuerte devoción por el Amor de Dios desde que era muy pequeña, viviendo experiencias misticas que le abrieron las puertas del mundo sobrenatural, el mundo de Dios. Su familia rechazó su vocación, a la que tuvo que convencer con grandes sufrimientos y la eficaz ayuda de la Madre de Dios.

Finalmente, entró a formar parte de las monjas de la Visitación de Paray-le-Monial y allí llevó una vida de constante perfección espiritual. Tuvo una serie de revelaciones místicas referentes sobre todo a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, cuyo culto se esforzó desde entonces por introducir en la Iglesia. Murió el día 17 de octubre del año 1690 y fue canonizada en 1920 por el Papa Benedicto XV.

Es la patrona de los que piadosamente alaban y dan gloria al Sagrado Corazón de Jesús.

Dijo el Señor a Santa Margarita María:

“Te constituyo heredera de Mi Corazón y de todos Mis tesoros”.

La Devoción al Sagrado Corazón de Jesús es un inmenso regalo que Jesús le hace a Su Iglesia, es sangre que corre por las venas del Cuerpo Mistico del Señor, Sangre que lo vivifica y alimenta en el camino a la perfección en el amor, a la que Dios nos invita de modo insistente. La santidad no es una meta inalcanzable, es nuestra obligación de cristianos el buscarla desde el lugar que nos toque, de acuerdo a la Voluntad del Señor.

Oremos con frecuencia:

“Jesús Manso y Humilde de Corazón, haz nuestro corazón semejante al Tuyo”.

“Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”.

Vida de Santa Margarita

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Santa Margarita María nació el 25 de julio de 1647, en Janots, Borgoña, Francia (Diócesis de Autun). Fue la quinta de siete hijos de un notario acomodado.

A los cuatro años Margarita hizo una promesa al Señor. Sintiéndose inspirada rezó: “O Dios Mío, os consagro mi pureza y hago voto de perpetua castidad.” Aunque ella misma confesó mas tarde que no entendía lo que significaba las palabras “voto” o “castidad.

Cuando tenía 8 años murió su padre, e ingresaron a la niña en la escuela de las Clarisas Pobres de Charolles. Desde el primer momento se sintió atraída por la vida de las religiosas, en quienes la piedad de Margarita produjo tan buena impresión, que le permitieron hacer la Primera Comunión a los 9 años, lo cual no se acostumbraba en aquella época. Dos años después, Margarita contrajo una dolorosa enfermedad reumática que la obligó a guardar cama hasta los 15 años. Por este motivo tuvo que regresar a su casa.

Hija de la Virgen María

Ya de regreso, Margarita (que estaba muy enferma y sin tener un remedio seguro) buscó alivio en la Virgen Santísima. Le hizo una promesa de que si Ella le devolvía la salud se haría una de sus hijas. Apenas hizo la promesa, recobró la salud. Dice Santa Margarita: “Recibí la salud, y una nueva protección de esta Señora la cual se declaró dueña de mi corazón, que mirándome como suya, me gobernaba como consagrada a Ella, me reprendía mis faltas y me enseñaba a hacer la Voluntad de Dios.”

Además de la salud, esta promesa logró en Margarita un profundo sentido de unión con la Virgen, quién desde ese momento empezó a dirigir toda su vida, pero no sin dificultades. “Apenas comencé a gozar de plena salud, recordará mas tarde Margarita, me fui tras la vanidad y afecto de las criaturas, halagándome que la condescendiente ternura que por mi sentían mi madre y mis hermanos me dejara en libertad para algunas ligeras diversiones y para consagrar a ellas todo el tiempo que deseara…”.

La Virgen la reprende severamente cuando la veía dispuesta a sucumbir en la terrible lucha que sostenía en su interior. Estando en una ocasión rezando el rosario sentada, se le presentó la Virgen ante ella y le dijo “Hija mía, me admiro de que me sirvas con tanta negligencia”. Causaron tal impresión estas palabras en la vida de Margarita, que le sirvieron de aviso para toda su vida.

Pero la Virgen es también ternura y consuelo. Un día le dijo a Margarita: “Nada temas; tu serás mi verdadera hija, y yo seré siempre tu buena Madre. Santa Margarita María hizo voto a la Virgen de ayunar todos los sábados y de rezar el oficio de su Inmaculada Concepción. Viendo su deseo de radical entrega, la Santísima Virgen le ayuda a alcanzar su meta.

El Santísimo Sacramento

Las cosas en la casa de Margarita no iban muy bien. Desde la muerte de su padre se habían instalado en su casa dos parientes y una de las hermanas de su papá, quienes habían relegado a segundo término a la mamá de Margarita y habían tomado en sus manos el gobierno de la casa. De este modo no tenían autoridad alguna ni Margarita ni su mamá en la casa. Era una guerra continua ya que todo estaba bajo llave, de tal modo que ellas no podían hacer nada sin el permiso de sus parientes.

Margarita entonces empezó a dirigir todos sus afectos, su dicha y su consolación en el Santísimo Sacramento del altar. Pero ni siquiera esto le fue posible libremente, ya que la Iglesia de su pueblo quedaba a gran distancia y Margarita no podía salir de la casa sin el permiso de sus familiares. En repetidas ocasiones un familiar le daba permiso y otro se lo negaba.

Pero si Margarita sufría por su situación, mayor era el sufrimiento que le causaba al ver la condición de su madre. Ella, enferma con una erisipela en su cabeza que le producía una hinchazón e inflamación muy peligrosas, se veía continuamente cerca de la muerte. Y cuanto mas rogaba Margarita a sus parientes para que ayudasen a su mamá, ellos, sin mucho interés, buscaron tan solo un cirujano que la vio una sola vez. Este, después de hacerla sangrar por un rato, les dijo a todos que solo un milagro podría salvar a la mamá de Margarita. Viendo el descuido hacia su madre en medio de su estado crítico, Margarita, en su angustia, acudió al mismo Señor, y en oración le pidió que El mismo fuese el remedio para su pobre madre y que le enseñase a ella, qué tenia que hacer.

Pronto se haría imperiosa la necesidad de esa fortaleza especial que Margarita pedía. En cuanto regresó a la casa, encontró que estaba reventada la mejilla de su mamá con una llaga casi tan ancha como la palma de una mano, y de ella salía un hedor insoportable. Venciendo su natural repugnancia a las heridas, Margarita curaba todos los días la llaga de su mamá, teniendo varias veces que cortar mucha de su carne podrida. Durante todo el tiempo de la enfermedad, Margarita apenas dormía y comía muy escasamente. Pero ella no dejaba de dirigirse al Señor y le decía con frecuencia, “mi Soberano Maestro, si Vos no lo quisieras, no sucedería esto, pero os doy gracias de haberlo permitido para hacerme semejante a Vos.”

Y así iba creciendo en Margarita un gran amor a la oración y al Santísimo Sacramento. Ella se lamentaba, pues sentía que no sabía como orar, más era el mismo Señor quien le enseñaba. El la movía a arrodillarse ante El y pedirle perdón por todas sus ofensas y después de adorarlo, era el mismo Señor quien se le presentaba en El misterio que El quería que ella meditase. Y consumido en El, crecía en ella el deseo de solo amarlo cada vez más.

El llamado del mundo

sagrado corazon y santa margarita maria

Cuando su madre y sus parientes empezaron a hablarle de matrimonio, la joven Margarita no podía sino sentir temor, pues no quería en nada ir en contra de aquel voto de entrega exclusiva a Dios que una vez había pronunciado. Mas era grande la presión ya que no le faltaban pretendientes que querían empujarle a perder su castidad. Por otro lado, su madre insistía en la necesidad de pronto matrimonio. Llorando ella le decía a Margarita que no tenía mas esperanzas para salir de la miseria en que se hallaban mas que en el matrimonio de Margarita, teniendo el consuelo de poder retirarse con ella tan pronto como estuviera colocada en el mundo.

Todo esto fue muy duro para Margarita, quien sufría horriblemente. El demonio la tentaba continuamente, diciéndole que si ella se hacía religiosa, esta pena mataría a su mamá. Pero por otra parte, la llamada de Margarita a ser religiosa y el horror a la impureza no cesaban de influenciarle y tenía, por Gracia de Dios, continuamente delante de sus ojos su voto, al que sentía que si llegase a faltar sería castigada con horribles tormentos.

Pero, la ternura hacia su madre comenzó a sobreponerse con la idea de que, siendo aún niña cuando hizo el voto, y no comprendiendo lo que era, bien podría obtener dispensas. Comenzó pues Margarita a mirar al mundo y a arreglarse para ser del agrado de los que la buscaban. Procuraba divertirse lo más que podía, pero durante todo el tiempo en que estaba en estos juegos y pasatiempos, continuamente el Señor la llamaba a Su Corazón.

Cuando por fin ella se apartaba un poco para recogerse, el Señor le hacía severas reprensiones ante las cuales sufría horriblemente. Dice Santa Margarita: “Me lanzaba Jesús flechas tan ardientes, que traspasaban mi corazón y lo consumían dejándome como transida de dolor. Pasando esto, volvía a mis resistencias y vanidades”.

La batalla decisiva

En una ocasión Jesús le dijo: “Te he elegido por esposa y nos prometimos fidelidad cuando hiciste el voto de castidad. Soy quien te he motivo a hacerlo, antes de que el mundo tuviera parte en tu corazón… Y después te confié al cuidado de mi Santa Madre, para que te formase según mis designios.

Finalmente, el Divino Maestro se le aparece un día todo desfigurado, cual estaba en Su flagelación y le dice: “¿Y bien querrás gozar de este placer?- Yo no gocé jamás de ninguno, y me entregué a todo género de amarguras por tu amor y por ganar tu corazón- ¿Querrás ahora disputármelo?”. Comprendió ella que era su vanidad la que había reducido al Señor a tal estado. Que estaba ella perdiendo un tiempo tan precioso, del cual se le pediría una cuenta rigurosa a la hora de su muerte. Y con esta gracia extraordinaria, revivió en ella el deseo de la vida religiosa con tal ardor, que resolvió abrazarla a costa de cualquier sacrificio, aunque pasarían cinco años antes de poder realizarlo.

Ingreso en el Convento de la Visitación de Paray-le-Monial

Cuando sus parientes por fin se dieron cuenta de la firmeza de Margarita, la enviaron a la casa de unos tíos que tenían una hija religiosa de la Orden de las Ursulinas. Pero Margarita no sentía que era ahí donde el Señor la quería y además sentía en su corazón una voz que le decía, “No es ahí donde te quiero, sino en Santa María. Una vez, viendo ella un cuadro de San Francisco de Sales, le pareció que le dirigía una mirada tan paternalmente amorosa, llamándola a ser su hija. Sintió que debía ella ser de la orden que este santo había fundado junto con Santa Juana de Chantal: las Visitandinas. Además, sentía mucha atracción hacia esta orden porque llevaba el nombre de María Santísima: Las Visitandinas, en honor al misterio de la Visitación.

Después de muchas dificultades en convencer a sus parientes de que ella quería entrar en el convento de la Visitación, por fin logró Margarita lo que tanto deseaba, y eligió a Paray-le-Monial como el lugar donde debía estar. En cuanto entró al locutorio del convento de Paray, oyó en su corazón una voz: “Aquí es donde te quiero”. Su hermano le regaló la dote y Margarita ingresó en el Convento de la Visitación de Paray-le-Monial el 20 de junio de 1671.

Transcurridos dos meses de postulantazo tomó el santo hábito el 25 de agosto de 1671. Dijo entonces: “mi divino Maestro me dio a entender que estábamos en días de nuestros desposorios, los cuales le daban un nuevo imperio sobre mi. En seguida me dio a conocer que, a imitación de los amantes apasionados, no me daría a gustar, durante este tiempo, sino lo que había de mas dulce en la suavidad de las caricias de Su Amor”.

La joven novicia se mostró humilde, obediente, sencilla y franca en el noviciado. Según el testimonio de una de sus connovicias, edificó a toda la comunidad “por su caridad para con sus hermanas, a las que jamás dijo una sola palabra que pudiese molestarles, y por la paciencia con que soportó las duras reprimendas y humillaciones a las que fue sometida con frecuencia”. En efecto, el noviciado de la santa no fue fácil. Por ejemplo, por más que le pidiese su superiora, le era imposible a Margarita practicar la meditación discursiva. Ella cuenta, “por mas esfuerzos que hacía yo por practicar el método que me enseñaban, acababa siempre por volver al método de mi Divino Maestro, aunque no quisiese.” Esto le causaba mucho dolor ya que su mayor deseo era de obedecer a su Superiora.

También hubo otra situación que fue causa de gran abnegación para Margarita. Se trata de una natural repugnancia que tenía toda la familia de Margarita hacia el queso. Era tanta la aversión que tenían al queso, que el hermano de Margarita les pidió expresamente a las hermanas que no le obligasen a Margarita jamás el tener que comerlo. Pero ya en el convento, se dio todo lo opuesto. Margarita, por obediencia tenía que comer queso. Al principio no podía por las nauseas que le daban y salía corriendo. Pero le suplicaba a su Señor que le ayudase ya que ella no quería ser diferente de las demás en nada. Con gran esfuerzo de su parte, Margarita logró comer queso. Cosa que ofreció como sacrificio por más de diez años.

La obediencia a sus superiores

Otra dificultad para Margarita fue el hecho de su propia vida tan sobrenatural, pues sus superiores le indicaban que esas formas de espiritualidad no iban con el espíritu de la Visitación. Miraban con recelo sus experiencias como sujetas a la ilusión y al engaño, y así dudaban sus superioras el permitir que Margarita hiciese sus votos de profesión y le mandaron que le pidiese al Señor que la hiciese útil a la santa religión por la práctica exacta de todas las observancias. Esto Margarita lo llevó al Señor y El le respondió:

“Di a tu Superiora que te haré más útil a la religión de lo que ella piensa, pero de una manera que aún no es conocida sino por Mi. Y en adelante adaptaré mis Gracias al espíritu de la regla, a la voluntad de tus superioras y a tu debilidad, de suerte que has de tener por sospechoso cuanto te separe de la práctica exacta de la regla, la cual quiero que prefieras a todo. Además, me contento de que antepongas a la mía, la voluntad de tus superiores, cuando te prohíben ejecutar lo que te hubiere mandado. Déjales hacer cuanto quisieren de ti: Yo sabré hallar el medio de cumplir mis designios, aun por vías que parezcan opuestas y contrarias. No me reservo sino el dirigir tu interior y especialmente tu corazón, pues habiendo establecido en él, el imperio de Mi puro Amor, jamás le cederé a ningún otro.

El Señor no enseñó que la Voluntad Divina se pueda relegar a favor de la autoridad humana. Mas bien el Señor enseñó a Margarita que la obediencia a sus superioras es, en efecto, el medio mas seguro para acatar Su Divina Voluntad, ya que aun siendo sus superioras limitadas, la obediencia lograría que la Voluntad Divina triunfe a pesar de todo. El Señor promete que si ella obedece a sus superioras… “yo sabré hallar el medio de cumplir mis designios”.

Margarita toma sus votos

Santa Margarita María

La Madre Superiora quedó contenta con la respuesta del Señor recibida por Margarita y a esta se le abren las puertas para hacer su voto de profesión el 6 de noviembre de 1672. El Señor por su parte cumplió plenamente Su promesa, pues El se encargó de trabajar fuertemente en purificar y transformar su corazón en un corazón semejante al suyo.
El sacerdote al celebrar su profesión dijo: “Jesucristo te iluminará. ¡Ve delante por las sendas del justo, como la aurora resplandeciente…!”.

Escribió Santa Margarita ese día por la tarde: “Yo vil y miserable criatura, prometo a mi Dios someterme y sacrificarme a todo lo que pida de mi, inmolando mi corazón al cumplimiento de todo lo que sea de Su agrado, sin reserva de otro interés mas que de Su mayor Gloria y puro amor, al cual consagro y entrego todo mi ser y todos mis momentos.

Tres armas para la lucha

Margarita recibió del Señor tres armas necesarias en la lucha que debía emprender para lograr la purificación y transformación.

La primera arma: Una conciencia delicada y un profundo odio y dolor ante la más pequeña falta

Una vez le dijo el Señor cuando había Margarita cometido una falta: “Sabed que soy un Maestro Santo, y enseño la santidad. Soy Puro, y no puedo sufrir la más pequeña mancha. Por lo tanto, es preciso que andes en Mi Presencia con simplicidad de corazón en intención recta y pura, pues no puedo sufrir el menor desvío, y te daré a conocer que si el exceso de Mi Amor me ha movido a ser tu Maestro para enseñarte y formarte en Mi manera y según Mis designios, no puedo soportar las almas tibias y cobardes, y que si soy manso para sufrir tus flaquezas, no seré menos severo y exacto en corregir tus infidelidades.”

Y así confiesa Margarita que nada era mas doloroso para ella que ver a Jesús incomodado contra ella, aunque fuese de forma muy poca. En comparación a este dolor, nada le parecían los demás dolores, correcciones y mortificaciones, y por tanto acudía inmediatamente a pedir penitencia a su superiora cuando cometía una falta, pues sabía que Jesús solo se contentaba con las penitencias impuestas por la obediencia. Esta arma se fundamenta en su gran deseo de amar.

La segunda arma: La santa obediencia

Lo que más severamente le reprendía Jesús a Margarita eran sus faltas en la obediencia, ya sea a sus superiores o a su regla. La menor réplica a los superiores con señales de incomodidad o repugnancia le es insoportable al Señor en un alma religiosa. Una vez, corrigiéndola, le decía: “Te engañas creyendo que puedes agradarme con esa clase de acciones y mortificaciones en las cuales la voluntad propia, hecha ya su elección, más bien que someterse, consigue doblegar la voluntad de las superioras. ¡Oh! yo rechazo todo eso como fruto corrompido por el propio querer, el cual en un alma religiosa me causa horror, y me gustaría mas verla gozando de todas sus pequeñas comodidades por obediencia, que martirizándose con austeridades y ayunos por voluntad propia.

La tercera arma: Su Santa Cruz

La Cruz es el más precioso de todos Sus regalos. Un día, después que ella recibió la comunión, se hizo presente ante los ojos de ella una gran Cruz, cuya extremidad no podía ver. Estaba la cruz toda cubierta de flores, y el Señor le dijo: “He ahí el lecho de Mis castas esposas, donde te haré gustar las delicias de Mi Amor. Poco a poco irán cayendo esas flores, y solo te quedarán las espinas, ocultas ahora a causa de tu flaqueza, las cuales te harán sentir tan vivamente sus punzadas, que tendrás necesidad de toda la fuerza de Mi Amor para soportar el sufrimiento.

Era de esta forma intensa y purificadora que el Señor obraba Sus designios en el corazón de Margarita. El, para desatar cada vez más de su alma el afecto a las cosas de esta tierra y sobre todo a si misma, quiso permitir que viniesen sobre ella continuas humillaciones y desprecios. Pero no dejaba por ello el Señor de suplirle todas las Gracias necesarias. En otra ocasión le dijo el Señor: “Has de querer como si no quisieras, debiendo ser tus delicias agradarme a Mí. No debes buscar nada fuera de Mí pues de lo contrario injuriarías a Mi poder y Me ofenderías gravemente, ya que Yo quiero ser solo todo para ti.

El trabajo de Margarita

Al día siguiente de su profesión destinaron a Margarita a la enfermería, como auxiliar de la enfermera, Sor Catalina Marest, excelente religiosa, aunque de temperamento activo, diligente y eficiente. Margarita en cambio era callada, lenta y juiciosa. Recordándose ella después de su paso por la enfermería, escribía: “solo Dios sabe lo que tuve que sufrir allí.” Y no eran exageradas sus palabras pues había recibido un sinnúmero de insultos y desengaños durante ese tiempo. Jesús le comunicó una parte de Sus terribles angustias en Getsemaní y la quiere víctima inmolada. Ella le dice a Jesús: “Nada quiero sino Tu Amor y Tu Cruz, y esto me basta para ser buena religiosa, que es lo que deseo.

Revelaciones del Corazón de Jesús

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El profundo significado del Corazón está revelado en la Biblia extensivamente, pero quiso Jesús revelarnos en profundidad sus alcances a través de las revelaciones a Margarita.

Primera revelación

El 27 de diciembre de 1673, día de San Juan el Apóstol, Margarita María tenía solo 14 meses de profesa y 26 años de edad, y estaba como de costumbre arrodillada ante el Señor en el Santísimo Sacramento expuesto en la capilla. Era el momento de la primera gran revelación del Señor. Ella lo cuenta así: “Estando yo delante del Santísimo Sacramento me encontré toda penetrada por Su Divina Presencia. El Señor me hizo reposar por muy largo tiempo sobre Su Pecho Divino, en el cual me descubrió todas las maravillas de Su Amor y los secretos inexplicables de Su Corazón Sagrado.

El me dijo: “Mi Divino Corazón, está tan apasionado de Amor a los hombres, en particular hacia ti, que, no pudiendo contener en El las llamas de Su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo los cuales contienen las Gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra mía.

“Luego, continúa Margarita, me pidió el corazón, el cual yo le suplicaba tomara y lo cual hizo, poniéndome entonces en el Suyo adorable, desde el cual me lo hizo ver como un pequeño átomo que se consumía en el horno encendido del Suyo, de donde lo sacó como llama encendida en forma de corazón, poniéndolo a continuación en el lugar de donde lo había tomado, diciéndome al propio tiempo: “He ahí, mi bien amada, una preciosa prenda de Mi Amor, que encierra en tu costado una chispa de sus mas vivas llamas, para que te sirva de corazón y te consumas hasta el último instante y cuyo ardor no se extinguirá ni enfriará. De tal forma te marcaré con la Sangre de Mi Cruz, que te reportará más humillaciones que consuelos. Y como prueba de que la Gracia que te acabo de conceder no es nada imaginario, aunque he cerrado la llaga de tu costado, te quedará para siempre su dolor y, si hasta el presente solo has tomado el nombre de esclava mía, ahora te doy el de discípula muy amada de Mi Sagrado Corazón.

Después de este favor tan grande, Margarita quedó por muchos días como abrasada toda y embriagada y tan fuera de si que podía hablar y comer solamente haciéndose una gran violencia. Ella ni siquiera podía compartir lo sucedido con su superiora lo cual tenía gran deseo de hacer, y tampoco podía dormir, pues la llaga (cuyo dolor le era tan grato) engendraba en ella tan vivos ardores, que la consumía y la abrasaba toda.

Los primeros viernes de cada mes

A partir de la primera revelación Margarita sufriría todos los primeros viernes de mes una reproducción de la misteriosa llaga del costado, cosa que le sucedería hasta su muerte. Estos eran los momentos particularmente elegidos por el Señor para manifestarle lo que quería de ella y para descubrirle los secretos de Su amable Corazón. Entre estas visitas le decía el Señor, “Busco una víctima para Mi Corazón, que quiera sacrificarse como hostia de inmolación en el cumplimiento de Mis designios. En su gran humildad, Margarita le presentó varias almas que según ella corresponderían más fielmente, pero el Señor le respondió que era ella a quien había escogido. Esto no era sino ocasión de confusión para Margarita pues su temor era que llegasen a atribuir a ella las Gracias que del Señor recibía.

Segunda revelación

Unos dos o tres meses después de la primera aparición, se produjo la segunda gran revelación. Escribe Margarita: “El Divino Corazón se me presentó en un trono de llamas, mas brillante que el sol, y transparente como el cristal, con la llaga adorable, rodeado de una corona de espinas y significando las punzadas producidas por nuestros pecados, y una Cruz en la parte superior…la cual significaba que, desde los primeros instantes de Su Encarnación, es decir, desde que se formó el Sagrado Corazón, quedó plantado en El la Cruz, quedando lleno, desde el primer momento, de todas las amarguras que debían producirle las humillaciones, la pobreza, el dolor, y el menosprecio que Su Sagrada Humanidad iba a sufrir durante todo el curso de Su vida y en Su Santa Pasión.

“Me hizo ver, continúa Margarita, que el ardiente deseo que tenía de ser amado por los hombres y apartarlos del camino de la perdición en el que los precipita Satanás en gran número, le había hecho formar el designio de manifestar Su Corazón a los hombres, con todos los tesoros de Amor, de Misericordia, de gracias, de santificación, y de salvación que contiene, a fin de que cuantos quieran rendirle y procurarle todo el amor, el honor y la gloria que puedan, queden enriquecidos abundante y profusamente con los Divinos tesoros del Corazón de Dios, cuya fuente es, al que se ha de honrar bajo la figura de Su Corazón de carne, cuya imagen quería ver expuesta y llevada por mi sobre el corazón, para grabar en el Su Amor y llenarlo de los dones de que está repleto, y para destruir en El todos los movimientos desordenados. Que esparciría Sus Gracias y bendiciones por dondequiera que estuviere expuesta Su santa imagen para tributarle honores, y que tal bendición sería como un último esfuerzo de Su Amor, deseoso de favorecer a los hombres en estos últimos siglos de la Redención amorosa, a fin de apartarlos del imperio de satanás, al que pretende arruinar, para ponernos en la dulce libertad del imperio de Su Amor, que quiere restablecer en el corazón de todos los que se decidan a abrazar esta devoción.

En esta segunda gran revelación nuestro Señor empezó a descubrir Sus intenciones y formular Sus promesas. La imagen del Sagrado Corazón de Cristo es el símbolo de Su ardiente Amor hacia nosotros, el cual había entregado sin condiciones, y el Señor quería que esta imagen se expusiese en las casas o llevarse sobre el pecho en forma de medalla, ofreciendo así promesas de gracias y bendiciones a quienes lo veneraban. Por el momento Margarita no podía decir nada de lo que había visto pues no había llegado la hora. Estas revelaciones tendrían que pasar primero por muchos exámenes y sufrir mucha oposición. Y aún había mucho más que Jesús quiera revelar.

Tercera revelación

Santa Margarita María 2

En lo que probablemente era el primer viernes de junio de 1674, fiesta de Corpus Christi, tuvo Margarita la tercera gran revelación. Una vez entre otras, escribe Santa Margarita, “que se hallaba expuesto el Santísimo Sacramento, después de sentirme retirada en mi interior por un recogimiento extraordinario de todos mis sentidos y potencias, Jesucristo mi Amado se presentó delante de mi todo resplandeciente de Gloria, con Sus cinco llagas brillantes, como cinco soles y despidiendo de Su Sagrada Humanidad rayos de luz de todas partes pero sobre todo de Su adorable Pecho, que parecía un horno encendido; y, habiéndose abierto, me descubrió Su amante y amable Corazón.

Entonces Jesús le explicó las maravillas de Su puro Amor y hasta qué exceso había llegado Su Amor para con los hombres de quienes no recibía sino ingratitudes. Esta aparición es más brillante que las demás. Amante apasionado, se queja del desamor de los suyos y así, Divino Mendigo, nos tiende la Mano el Señor para solicitar nuestro amor.

Le dirige las siguientes peticiones:

Comulgarás tantas veces cuanto la obediencia quiera permitírmelo

Jueves a viernes haré que participes de aquella mortal tristeza que Yo quise sentir en el huerto de los olivos; tristeza que te reducirá a una especie de agonía mas difícil de sufrir que la muerte.

Por acompañarme en la humilde oración que hice entonces a Mi Padre en medio de todas Mis congojas, te levantaré de once a doce de la noche para postrarte durante una hora conmigo; el rostro en el suelo, tanto para calmar la cólera Divina, pidiendo misericordia para los pecadores, como para suavizar, en cierto modo, la amargura que sentí al ser abandonado por mis apóstoles, obligándome a echarles en cara el no haber podido velar una hora conmigo…

“Una vez, estando expuesto el Santísimo Sacramento, se presentó Jesucristo resplandeciente de gloria, con Sus cinco llagas que se presentaban como otros tantos soles, saliendo llamaradas de todas partes de Su Sagrada Humanidad, pero sobre todo de Su adorable Pecho que, parecía un horno encendido. Habiéndose abierto, me descubrió su amabilísimo y amante Corazón, que era el vivo manantial de las llamas. Entonces fue cuando me descubrió las inexplicables maravillas de Su puro Amor con que había amado hasta el exceso a los hombres, recibiendo solamente de ellos ingratitudes y desconocimiento.

“Eso, le dice Jesús a Margarita, fue lo que más Me dolió de todo cuanto sufrí en Mi Pasión, mientras que si me correspondiesen con algo de amor, tendría por poco todo lo que hice por ellos y, de poder ser, aún habría querido hacer más. Mas sólo frialdades y desaires tienen para todo Mi afán en procurarles el bien. Al menos dame tú el gusto de suplir su ingratitud de todo cuanto te sea dado conforme a tus posibilidades.

Ante estas palabras, Margarita solo podía expresarle al Señor su impotencia, y Él le replicó: “Toma, ahí tienes con qué suplir cuanto te falte. Y del Corazón abierto de Jesús, salió una llamarada tan ardiente que pensó que la iba a consumir, pues quedó muy penetrada y no podía ella aguantarlo, por lo que le pidió que tuviese compasión de su debilidad. El le respondió: “Yo seré tu fortaleza, nada temas, solo has de estar atenta a Mi Voz y a lo que exija de ti con el fin de prepararte para la realización de Mis designios.

Entonces el Señor le describió a Margarita exactamente de que forma se iba a realizar la práctica de la devoción a Su Corazón, junto con su propósito, que era la reparación. Finalmente, Jesús mismo le avisa sobre las tentaciones que el demonio levantará para hacerla caer.

Estas son las palabras de Jesús en tan importante día: Primeramente me recibirás en el Santísimo Sacramento tanto como la obediencia tenga a bien permitírtelo; algunas mortificaciones y humillaciones por ello habrán de producirse y que recibirás como gajes de mi amor. Comulgarás, además, todos los primeros viernes de mes, y en la noche del jueves al viernes, te haré participe de la mortal tristeza que quise sentir en el huerto de los Olivos, cuya tristeza te reducirá, sin que logres comprenderlo, a una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Para acompañarme en la humilde plegaria que elevé entonces a mi Padre, en medio de todas tus angustias, te levantarás entre las once y las doce de la noche para postrarte conmigo durante una hora, con la cara en el suelo, tanto para apaciguar la cólera divina, pidiendo por los pecadores, como para endulzar de algún modo la amargura que sentía por el abandono de mis apóstoles, lo cual me llevó a reprocharles que no habían podido velar una hora conmigo. Durante esa hora harás lo que te diga. Pero, oye hija mía, no creas a la ligera todo espíritu, ni te fíes, porque Satanás está rabiando por engañarte. Por eso, no hagas nada sin permiso de los que te guían, a fin de que, contando con la autoridad de la obediencia, él no pueda engañarte, ya que no tiene poder alguno sobre los obedientes.

Agudas pruebas

Después de la aparición, Margarita sintió que estaba fuera de si, y no sabiendo donde estaba, le faltaron las fuerzas y cayó desmayada. Sus hermanas, viéndola en tal aspecto, la levantaron y la cargaron donde la Madre Superiora. Ella, viendo que Margarita no podía hablar ni aun sostenerse, arrodillada ante sus pies, la mortificó y la humilló con todas sus fuerzas. Y cuando Margarita le respondió a su pregunta de lo sucedido, contándole todo cuanto había pasado, recargó sobre ella nuevas humillaciones y no le concedió nada de cuanto decía que el Señor le mandaba hacer, mas bien lo acogió con desprecio.

El fuego que devoraba a Margarita por dentro a causa de las revelaciones le ocasionó una fiebre continua. Ante esta misteriosa enfermedad la Madre Superiora no podía sino sentir miedo y por tanto le dijo a Margarita: “Pida a Dios su curación, de esta forma sabré si todo viene del Espíritu del Señor.

Margarita, obedeciendo a esta orden, le expuso todo cuanto le pedía su superiora al Señor, el cual no tardó en recobrarle por completo su salud por las manos de la Virgen Santísima. Y así consiguió Margarita el poder cumplir lo que Dios le pedía.

Viendo la Madre Superiora que continuaban las visiones, y no sabiendo que más hacer para asegurarse de su veracidad, decide consultar a los teólogos. Ella creyó que debía obligarla a romper el profundo silencio que hasta entonces había observado, con el fin de hablar del asunto con personas de doctrina. Compareció pues Margarita ante estos personajes, y haciéndose gran violencia para sobrepasar su extremada timidez, les contó todo lo sucedido. Más Dios permitió que algunos de los consultados no conocieran la verdad de las revelaciones. Condenaron el gran atractivo que tenía Margarita por la oración y la tildaron de visionaria, prohibiéndole detenerse en sus inspiraciones. Hasta uno de ellos llegó a aconsejar: “procuren que esta hija se alimente bastante y todo irá mejor.

“Se me empezó a decir, cuenta Margarita, que el diablo era el autor de cuanto sucedía en mi, y que me perdería si no ponía muy en guardia en contra de sus engaños e ilusiones. Para Margarita esto fue motivo de gran sufrimiento, no por razón del rechazo o porque pensaban mal de ella, sino por el conflicto interno que le causaba. Llegó a pensar que ella estaba en el error pero por más que trataba de resistir las atracciones de Dios no lo lograba. Se sentía profundamente abandonada, puesto que se le aseguraba que no la guiaba el Espíritu de Dios, y sin embargo, no lo podía resistir.

Cada vez era mayor la oposición aun dentro del convento contra Margarita. Había significativos movimientos de cabeza, miradas reprobatorias y muecas. Algunas pensaban que una visionaria venía a ser como la personificación de todo un escuadrón de demonios, un peligro evidente y una gran amenaza para todas. Llegó hasta tal punto que las hermanas empezaban a rociarla con agua bendita cuando pasaba.

Triunfo

El Señor le había prometido a Margarita que Su obra triunfaría a pesar de todos los obstáculos. Esta promesa empezó a cumplirse cuando, a primeros días de febrero de 1675, le envío al jesuita Padre Claudio Colombiere. En cuanto este santo sacerdote habló con Margarita, pudo ver su santidad y creyó en sus revelaciones, lo cual comunicó inmediatamente a la Madre Superiora. Ante el juicio del Padre Claudio, quién era reconocido por su sabiduría y santidad, la Madre Superiora pudo por fin descansar y le ordenó a Margarita que le contase todo al Padre Colombiere.

Cuarta revelación

Sagrado Corazón

Fue bajo esta nueva aceptación que se dio la cuarta y última revelación que se puede considerar como la más importante. El Señor quería establecer en la Iglesia una fiesta litúrgica en honor del Sagrado Corazón de Jesús. Sucedió esta revelación en el curso de la octava del Corpus Christi del año 1675, o sea entre el 13 y el 20 de junio.

Cuenta Margarita: Estando ante el Santísimo Sacramento un día de Su octava, y queriendo tributarle amor por Su tan gran Amor, me dijo el Señor: “No puedes tributarme ninguno mayor que haciendo lo que tantas veces te he pedido ya.” Entonces el Señor le descubrió Su Corazón y le dijo: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombre y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles Su Amor. Y, en compensación, sólo recibe, de la mayoría de ellos, ingratitudes por medio de sus irreverencias y sacrilegios, así como por las frialdades y menosprecios que tienen para conmigo en este Sacramento de amor. Pero lo que más me duele es que se porten así los corazones que se me han consagrado. Por eso te pido que el primer viernes después de la octava del Corpus se celebre una fiesta especial para honrar a Mi Corazón, y que se comulgue dicho día para pedirle perdón y reparar los ultrajes por El recibidos durante el tiempo que ha permanecido expuesto en los altares. También te prometo que Mi Corazón se dilatará para esparcir en abundancia las influencias de Su Divino Amor sobre quienes le hagan ese honor y procuren que se le tribute.

El Padre Colombiere le ordenó a Margarita a que cumpliese plenamente la Voluntad del Señor, y que también escribiese todo cuanto le había revelado. Margarita obedeció a todo lo que se le pidió pues su más grande deseo era que se llegase a cumplir el designio del Señor.

Pasarían más de diez años antes que se llegase a instituir la devoción al Sagrado Corazón de Jesús en el monasterio de la Visitación. Serian diez años muy duros para Margarita. La Madre Superiora, que por fin llegó a creer en ella, fue trasladada a otro monasterio. Pero antes de irse ordena a Margarita a que relatara ante toda la comunidad todo cuanto el Señor le había revelado. Ella accedió solo en nombre de la santa obediencia y les comunicó a todas lo que el Señor le había revelado incluyendo los castigos que El haría caer sobre la comunidad y sobre ellas. Y cuando todos enfurecidos empezaron a hablarle duramente, Margarita se mantuvo callada, aguantando en humildad todo cuanto le decían.

Al siguiente día, la mayoría de las monjas se sintieron culpables de lo que habían hecho, y acudieron a la confesión. Margarita entonces oyó que el Señor le decía que ese día por fin llegaba la paz de nuevo al monasterio y que por su gran sufrimiento, Su Divina Justicia había sido aplacada.

La anunciada muerte de Margarita

En contra de su voluntad, Margarita fue asignada como maestra de novicias y asistente a la superiora. Esto llegó a ser parte del plan del Señor para que por fin se empezara a abrazar la devoción del Sagrado Corazón de Jesús. Sin embargo Margarita nunca llegó a ver durante su vida en la tierra el pleno reconocimiento de esta devoción. En la tarde del 17 de octubre del 1690, habiendo Margarita previamente indicado esta fecha como el día de su muerte, encomendó su alma a su Señor, quien ella había amado con todo su corazón. Muere entre las 7 y 8 PM. Tenía 43 años de edad y 18 años de profesión religiosa.

Pasaron solamente tres años después de su muerte cuando el Papa Inocencio XIII empezó un movimiento que abriría las puertas a esta devoción. Proclamó una bula papal dando indulgencias a todos los monasterios Visitandinos, que resultó en la institución de la fiesta del Sagrado Corazón en la mayoría de los conventos. En 1765, el Papa Clemente XIII introdujo la fiesta en Roma, y en 1856 el Papa Pío IX extendió la fiesta del Sagrado Corazón a toda la Iglesia. Finalmente, en 1920, Margarita fue elevada a los altares por el Papa Benedicto XV.

Intervenciones sobrenaturales

La vida de Santa. Margarita estuvo marcada por experiencias sobrenaturales, pero ellas nunca fueron causa para escapar de las realidades cotidianas, sino al contrario. Las gracias sobrenaturales le trajeron duras pruebas y la necesidad de ejercitar heroicamente las virtudes que forjan la santidad en la vida diaria. He aquí algunos ejemplos.

En 1680 estuvo Margarita enferma de gravedad. Llegaba la fiesta del Corpus, donde se le concedió tomar el Pan de Vida, y se le dio el mandato de no tomar medicina alguna durante cinco meses, ni poner los pies en la enfermería. Añadió la Superiora por escrito que por orden de santa obediencia pidiera la salud a nuestro Señor a fin de poder practicar los ejercicios de la santa regla hasta la fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen de ese año 1680. Durante los cinco meses fijados por la Madre Superiora, Santa Margarita gozó de perfecta salud, quedando satisfecha la Madre Superiora de la prueba.

Otra intervención divina ocurrió cuando Santa Margarita tenía que entrar en los ejercicios anuales. En ese momento, Santa Margarita estaba en la enfermería abrasada de calentura. La Madre Superiora le dijo: “Vaya, hija mía, le encomiendo al cuidado de Nuestro Señor Jesucristo; que El la dirija, gobierne y cure según Su voluntad”. El Señor se le presenta y le hace levantar con mil señales de amor, y le dice: “Quiero volverte con salud a la que te ha enviado enferma y puesto en mis manos. Así quedó sana y vigorosa como si nunca hubiera estado enferma.

Se le presentó una vez delante de ella Jesús cargando con la Cruz, cubierto de llagas y de sangre y le dijo con voz dolorosamente triste: ¿No habrá quien tenga piedad de Mi y quiera compartir y tener parte en Mi dolor en el lastimoso estado en que Me ponen las pecadores sobre todo en este tiempo?. La santa se le ofreció y el Salvador colocó sobre sus hombros Su pesada Cruz. Una enfermedad le hizo sentir muy pronto lo desgarrador de aquellos clavos.

Otra vez al acercarse a la sagrada mesa se le apareció la Sagrada Hostia resplandeciente como sol, y distinguió al Señor, llevando en la mano una corona de espinas. El se la puso en la cabeza, diciéndole: “Recibe, hija mía, esta corona en señal de la que se te dará pronto por su conformidad conmigo”.

Sus tres ardientes deseos

Sus grandes deseos fueron siempre:

Deseo de amar a Dios y recibir la santa Comunión

Deseo de padecer. A consecuencia del deseo de amar, quería dar su vida puesto que no tenia nada más que dar.

Deseo de morir, así podría unirse con su gran Amor. Pero ella se conformaba con vivir hasta el día del Juicio, si esto era la voluntad de Dios, esta separación le dolía más que mil muertes.

Sus cualidades naturales

Santa Margarita era muy sensible, tímida, juiciosa y discreta, de buen espíritu, temperamento constante, corazón caritativo hasta lo imposible. Tenía poca educación formal y sin embargo una profunda sabiduría sobre las verdades sobrenaturales. Tenía un gran juicio y valentía para ser fiel a la verdad. Sabía perdonar de corazón. Las mas humillantes persecuciones que soportó quedaron para siempre sepultadas hasta llegar a ser extremadamente atenta para cuantos la hicieron sufrir.

Sus amigas, las almas del Purgatorio

Trataba a las almas del Purgatorio como sus queridas amigas. Su divino Dueño les había hecho donación de su sierva durante el año 1683. Debía hacerlo y sufrirlo todo por su rescate. Santa Margarita participaba de los sufrimientos de aquellas almas, se compadecía amargamente, oraba y practicaba duras penitencias para conseguir su liberación. Un día, sentada ante Jesús Sacramentado, de repente se le presenta una persona rodeada de llamas por todas partes. Es el alma de un religioso benedictino que la había confesado una vez en Paray-le-Monial. Le suplica que aplique por espacio de tres meses los méritos de todas sus obras y oraciones por su entrada al cielo. Le explicó: “Sufro tan terriblemente por el demasiado apego que tuve a mi reputación, mi poca caridad, algunas veces con mis hermanos y alguna torcida intención en mis prácticas de devoción y en mis relaciones con las criaturas. Margarita promete su cooperación. Durante estos tres meses permanece aquella alma cerca de su víctima voluntaria y la hace participar de los efectos del fuego purificador.

El dolor intensísimo lo hace llorar casi continuamente. Al cabo de los tres meses convenidos, se le aparece de nuevo a Margarita resplandeciente de gloria y ella le ve subir al cielo. El le da las gracias y promete ser su protector delante de Dios.


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Santa Catalina de Siena https://www.reinadelcielo.org/santa-catalina-de-siena/ Mon, 29 Apr 2024 06:01:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=261 Nació en Siena (Italia) el 24 de marzo de 1347, penúltima de los veinticinco hijos del tintorero Jácomo Benincasa y de Lapa Piacenti. A los 7 años, en compañía de su hermano Esteban, en Valle Piatta. levantó sus ojos y vió sobre la torre de la iglesia de Santo Domingo, un trono resplandeciente en el cual estaba nuestro Señor revestido de hábitos pontificales y con tiara, y a sus lados los apóstoles San Pedro, San Pablo y San Juan. La miró el Señor y la bendijo. Visión profética que anunciaba la misión de Catalina en bien del papado.

Pronto nació la idea de hacerse Terciaria dominica. Le gustaba sobremanera la vida de los dominicos, empleada en estudiar, orar y predicar. En algún momento incluso pensó en vestirse de niño para entrar como novicio. Jácomo, su padre, vió un día una blaca paloma que entró donde ella estaba orando y se le puso quieta en la cabeza. Le abrió esto los ojos para ver que su hija era objeto de complacencias divinas y desde entonces prohibió que la molestasen. A los dieciseis años obtuvo el permiso paterno para entrar con las Terciarias. Al verse con el hábito de una Orden de Penitencia, redobló sus mortificaciones que comenzaron desde muy niña. Su abstinencia era asombrosa, su cama, el suelo o una tabla, y usaba cilicio y disciplinas.

Continuó socorriendo a los pobres sin descanso, y hasta el mismo Cristo se le presentó un día en la figura de un forastero que le pidió ropa. Después se le aparece como Jesús y le regala un vestido como prenda del que le dará en la gloria. Tenía frecuentes visiones de Jesús y santos; un día se le presentó Jesús y le dijo:

“Puesto que has dejado los placeres y diversiones del mundo por amor a mí, quiero desposarme contigo”.

Al punto entraron en ese bendito cuarto, la Santísima Virgen, San Juan Evangelista, San Pablo Apóstol, Santo Domingo y el Rey David con su arpa. La Madre de Dios tomó la mano de Catalina y se la presentó a Jesús para que le diera la suya, pidiéndole que se desposara con la Santa. Así lo hizo Jesús, y tomando un anillo se lo puso en el dedo diciéndole: Yo, tu Creador y Salvador te desposo conmigo en la fe; consérvalo puro hasta que celebremos las bodas eternas en el cielo.

siena

La ceremonia terminó y el anillo quedó en el dedo para siempre, aunque sólo ella lo veía. A su casa llegaban justos, pecadores, jávenes, maduros, sacerdotes, religiosos, nobles, sabios, hombres de toda condición en busca de luces y en ruego de ser convertidos. Todos, aún los soberbios o curiosos que iban por probarla, se retiraban seducidos y totalmente cambiados. Le concedió Jesús la gracia de permutar las penas de otros si las asumía ella; así su propio padre fue preservado de ir al purgatorio a cambio de un dolor que sintió Catalina en su costado y que le duró toda la vida.

También para su madre, Catalina logró del Señor la gracia de la resurrección, después que ésta murió sin los sacramentos. Movida de su amor al prójimo, ya fuera en su casa, en hospitales o en donde quiera que se encontrasen, atendía con admirable solicitud a los enfermos, desvalidos y abandonados. Pero a pesar de su caridad con el prójimo, una vez fue calumniada por una hermana terciaria a la que atendía, acusándola con su Priora. El Señor, para alentar a Catalina se le apareció presentándole una corona de oro y piedras preciosas y otra de espinas, diciéndole que escogiera. Contestó ella: Hace tiempo, Señor, que he renunciado a mi voluntad; pero si a mi arbitrio lo dejáis, hecha está mi elección. Y tomando con ambas manos la corona de espinas se la puso en la cabeza con tal fuerza que se le clavaron las espinas por todas partes. El Señor prometió salir en su defensa, y lo hizo haciendo que el cuerpo y rostro de Catalina fuesen luminosos, lo que fue visto por la terciaria enferma, la cual estupefacta por aquella transfiguración, pidió perdón a la santa y contó a los demás que la había calumniado.

Intimidad y Celebraciones Esponsales con Jesús

Como una consagración más formal a Dios, a los diez y ocho años, Santa Catalina recibió el largo hábito blanco y negro deseado de la tercera orden de Santo Domingo. El hecho de pertenecer a una tercera orden significaba que la persona viviría la espiritualidad Dominica, pero en el mundo secular. Ella fue la primera mujer soltera en ser admitida. A partir de ese momento su celda llego a ser su paraíso, y se ofrecía a si misma en oración y mortificación. Durante tres años vivió como en una ermita, manteniéndose en silencio y sin hablar con nadie excepto Dios y su confesor. Durante este período, había momentos en que formas repugnantes y figuras tentadoras se presentarían en su imaginación, y las tentaciones más degradantes la asediaban. Posteriormente, el diablo extendió en su alma como una nube y una oscuridad tan grande que fue la prueba más severa jamás imaginable. Santa Catalina continuó con un espíritu de oración ferviente, de humildad y de confianza en Dios. Mediante ello perseveró victoriosa, y al final fue liberada de dichas pruebas que solo habían servido para purificar su corazón. Cuando Jesús la visitó después de este tiempo, ella le pregunto: “¿Dónde estabas Tú, mi divino Esposo, mientras yacía en una condición tan abandonada y aterradora?” Ella escuchó una voz que le decía, “Hija, estaba en tu corazón, fortificándote por la gracia.” En 1366, Santa Catalina experimentó lo que se denominaba un ‘matrimonio místicoÂ’ con Jesús. Cuando ella estaba orando en su habitación, se le apareció una visión de Cristo, acompañado por Su madre y un cortejo celestial. Tomando la mano de Santa Catalina, Nuestra Señora la llevó hasta Cristo, quien le colocó un anillo y la desposó Consigo, manifestando que en ese momento ella estaba sustentada por una fe que podría superar todas las tentaciones. Para Catalina, el anillo estaba siempre visible, aunque era invisible para los demás.

Su servicio al prójimo

servicio

Luego de tres años de vida solitaria en su hogar, Santa Catalina sintió que el Señor la estaba llamando en ese momento a llevar una vida más activa. Por lo tanto, comenzó a relacionarse más con los demás y a servirlos. Dios recompensó su caridad con los pobres a través de varios milagros, a menudo multiplicando víveres en sus manos, y haciendo que ella pudiera llevar todo lo necesario a los pobres, lo cual no hubiera podido lograrlo de otro modo a través de su fortaleza natural. En su ardiente caridad, trabajó intensamente por la conversión de los pecadores, ofreciendo sus continuas oraciones y ayunos. En Siena, cuando hubo un terrible brote de peste, trabajó constantemente para aliviar a los enfermos. “Nunca se la vio tan admirable como en ese momento”, escribió un sacerdote que la había conocido desde su infancia. “Siempre estaba con los que padecían por causa de la peste; los preparaba para la muerte y los enterraba con sus propias manos. Yo mismo fui testigo del gozo con que los atendía y de la maravillosa eficacia de sus palabras, que dieron lugar a muchas conversiones.”

Todos sus discursos, acciones y su silencio inducían a los hombres al amor a la virtud, de tal modo a que nadie, de acuerdo al Papa Pío II, que se acercara alguna vez a ella regresaba sin ser una mejor persona. Santa Catalina era capaz de reconciliar a los peores enemigos, más a través de sus oraciones que de sus palabras. Por ejemplo, un hombre a quien ella estaba tratando de persuadir para que llevara una vida virtuosa, cuando Santa Catalina vio que sus palabras no estaban teniendo efecto, ella hizo una pausa repentina en su discurso para ofrecer oraciones por el. Sus oraciones fueron escuchadas en ese mismo instante, y un cambio radical se produjo en el hombre. Luego se reconcilió con sus enemigos y adoptó una vida penitencial. Los pecadores más empedernidos no podían resistir sus exhortaciones y oraciones en pos de un cambio de vida. Miles acudían a escucharla o solo a verla, y fueron ganados por sus palabras y por su ejemplo de arrepentimiento.

Se reunieron alrededor de la santa un grupo de fervientes seguidores. Por ejemplo, un ermitaño de edad avanzada abandonó su soledad para estar cerca de ella porque decía que encontraba más paz de mente y progreso en la virtud siguiéndola que lo que jamás hubiera hallado en su celda. Otro descubrió que cuando ella hablaba, el amor divino se inflamaba en todo su ser, y su desprecio por lo mundano aumentaba. Un cálido afecto la vinculaba a aquellos a quienes ella llamaba su familia espiritual – hijos suyos dados por Dios a quienes podía ayudar a lo largo del camino hacia la perfección. Ellos eran testigos de su espíritu de profecía, su conocimiento de las conciencias de los demás y su extraordinaria luz en las cuestiones espirituales. Ella leía sus pensamientos y frecuentemente tenía conocimiento de sus tentaciones cuando se alejaban de ella. En ese momento la opinión pública acerca de Catalina estaba dividida; varios la reverenciaban como a una santa, mientras que otros la consideraban una fanática o la denunciaban como hipócrita. Su confesor de ese tiempo, el Padre Raimundo, sería posteriormente el biógrafo de la santa.

Una conciliadora para la Iglesia

Uno de los mayores logros de Santa Catalina fue su labor de llevar de vuelta el Papado a Roma a partir de su desplazamiento a Francia. Asimismo, se la llego a reconocer como conciliadora – ella comenzó ayudando a resolver varios conflictos familiares, y luego su trabajo se amplió para incluir el establecimiento de la paz en las ciudades estados italianas. Por ejemplo, en 1375, Santa Catalina tuvo noticias a través de Fray Raimundo de que la gente de Florencia se había adherido a una liga que estaba en contra de la Santa Sede. El Papa Gregorio XI, que residía en Avignon, escribió a la ciudad de Florencia, pero sin éxito. Ocurrieron divisiones internas y asesinatos entre los florentinos, y pronto se demando su reconciliación. Santa Catalina fue enviada por los magistrados de la ciudad como mediadora. Antes de llegar a Florencia, se reunió con los jefes de los magistrados, y la ciudad encomendó toda la situación a su criterio, con la promesa de que debía ser seguida a Avignon por sus Embajadores, quienes debían firmar y ratificar las condiciones de reconciliación y confirmar cada cosa que había hecho. Su Santidad, luego de haber tenido una conferencia con ella, en admiración de su prudencia y santidad, le manifestó: “No deseo nada más que la paz. Dejo esta cuestión totalmente en sus manos; solo le recomiendo el honor de la Iglesia.” Sin embargo, los florentinos no fueron sinceros en su búsqueda de la paz, y continuaron sus intrigas secretas para apartar a toda Italia de su obediencia a la Santa Sede.

La santa tuvo otra misión durante su viaje a Avignon. El Papa Gregorio IX, electo en 1370, tenía su residencia en Avignon, donde los cinco papas previos también habían residido. Los romanos se quejaban de que sus obispos habían abandonado su iglesia durante setenta y cuatro años, y amenazaron con llevar a cabo un cisma. Gregorio XI hizo un voto secreto para regresar a Roma; pero no hallando este deseo agradable a su corte, el mismo consulto a Santa Catalina acerca de esta cuestión, quien le respondió: “Cumpla con su promesa hecha a Dios.” El Papa, sorprendido de que tuviera conocimiento por revelación lo que jamás había revelado a nadie, resolvió inmediatamente hacerlo. La Santa pronto partió de Avignon. Se cuenta con varias cartas escritas por ella y dirigidas al Papa, a fin de adelantar su retorno a Roma, en donde finalmente falleció en 1376.

Posteriormente, Santa Catalina escribió al Papa Gregorio XI en Roma, exhortándole firmemente a contribuir por todos los medios posibles a la paz general de Italia. Su Santidad le encomendó la misión de ir a Florencia, aún dividida y obstinada en su desobediencia. Ella vivió un tiempo allí en medio de varios peligros incluso contra su propia vida. A la larga, ella logró que la gente de Florencia se dispusiera a la sumisión, a la obediencia y a la paz, aunque no bajo la autoridad de Gregorio XI, sino del Papa Urbano VI. Esta reconciliación ocurrió en 1378, luego de lo cual Santa Catalina regresó a Siena.

Conclusión de la Vida de la Santa

santa catalina de siena

Santa Catalina regreso de esta manera a Siena, donde prosiguió su vida de oración. Ella obtuvo la unión perpetua de su alma con Dios. Aunque a veces estuviera obligada a conversar con diferentes personas sobre varios y diversos asuntos, ella siempre estaba ocupada y absorta en Dios. En una visión, Jesús se le presentó con dos coronas, una de oro y otra de espinas, ofreciéndole elegir con cual de las dos se complacería. Ella respondió: “Yo deseo, Oh Señor, vivir aquí siempre conforme a tu pasión, y encontrar en el dolor y en el sufrimiento mi reposo y deleite.” Luego, tomando ansiosamente la corona de espinas, se la colocó sobre la cabeza.

En 1378, cuando Urbano VI fue electo Papa, su temperamento hizo que los cardenales se distanciaran, y que varios de ellos se retiraran. Luego declararon la elección nula, y eligieron a Clemente VII, con quien se retiraron de Italia y residieron en Avignon. Santa Catalina escribió largas cartas a los cardenales quienes primero habían reconocido a Urbano, y luego eligieron a otro; presionándolos a volver a su pastor legal. Ella también le escribió a Urbano mismo, exhortándolo a sobrellevar con temple y gozo los problemas en que se encontraba, y a aplacar el temperamento que le había llevado a tener tantos enemigos. A través del Padre Raimundo de Capua, su confesor y posteriormente su biógrafo, el Papa pidió a Santa Catalina regresar a Roma. El la escuchó y siguió sus instrucciones. Ella también escribió a los reyes de Francia y de Hungría para exhortarlos a renunciar al cisma.

Gracias a www.corazones.org por este material


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Entrevista a Catalina Rivas https://www.reinadelcielo.org/entrevista-a-catalina-rivas/ Fri, 12 Apr 2024 06:01:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=27846 ]]> En esta entrevista podemos disfrutar del testimonio, el recuerdo y el mensaje que El Señor, a través de Catalina Rivas, nos quiso y nos quiere revelar. Yo he conocido a Catalina muchos años atrás -porque ella me contactó- y después de algún tiempo le pregunté un día por qué me había buscado, y ella simplemente me respondió “porque El Señor así me lo pidió”. Con mi esposa Marta hemos llevado una amistad de hermanos con Catalina desde entonces, y no hemos cesado de difundir su obra, que es simplemente la obra de Dios en estos tiempos. Disfruta esta maravilla, palabra por palabra.

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Fuente: Canal de Frank Periodista


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Rabino revela Nombre del Mesías https://www.reinadelcielo.org/rabino-revela-nombre-del-mesias/ Wed, 10 Jan 2024 06:01:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=41 Con el mayor de los respetos por nuestros hermanos judíos, publicamos esta nota que relata los últimos tiempos de un reconocido Rabino Ortodoxo Sefardí en Jerusalén, Ytzak Kaduri antes de morir dejó un legado para ser abierto un año después de su fallecimiento. En este documento él revela el Nombre del Mesías: Jesús.

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Visiones de Navidad de María Valtorta, Italia, 1944 https://www.reinadelcielo.org/visiones-de-navidad-de-maria-valtorta-italia-1944/ Wed, 20 Dec 2023 06:01:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=3001 ]]> El viaje a Belén

(Escrito el 5 de junio de 1944)

María y el niño

Veo un camino principal. Viene por él mucha gente. Borriquillos cargados de utensilios y de personas. Borriquillos que regresan. La gente los espolea. Quien va a pie, va aprisa porque hace frío.

El aire es limpio y seco. El cielo está sereno, pero tiene ese frío cortante de los días invernales. La campiña sin hojas parece más extensa, y los pastizales apenas si tienen hierba un poco crecida, quemada con los vientos invernales; en los pastizales las ovejas buscan algo de comer y buscan el sol que poco a poco se levanta; se estrechan una a la otra, porque también ellas tienen frío y balan levantando su trompa hacia el sol como si le dijesen: “ Baja pronto, ¡que hace frío! “. El terreno tiene ondulaciones que cada vez son más claras. Es en realidad un terreno de colinas. Hay concavidades con hierba lo mismo que valles pequeños. El camino pasa por en medio de ellos y se dirige hacia el sureste.

María viene montada en un borriquillo gris. Envuelta en un manto pesado. Delante de la silla está el arnés que llevó en el viaje a Hebrón, y sobre el cofre van las cosas necesarias. José camina a su lado, llevando la rienda. ¿Estás cansada?: le pregunta de cuando en cuando.

María lo mira. Le sonríe. Le contesta: « No. » A la tercera vez añade: « Más bien tu debes sentirte cansado con el camino que hemos hecho. »

« ¡Oh, yo ni por nada! Creo que si hubiese encontrado otro asno, podrías venir más cómoda y caminaríamos más pronto. Pero no lo encontré. Todos necesitan en estos días de una cabalgadura. Lo siento. Pronto llegaremos a Belén. Más allá de aquel monte está Efrata. »

Ambos guardan silencio. La Virgen, cuando no habla, parece como si se recogiese en plegaria. Dulcemente se sonríe con un pensamiento que entreteje en sí misma. Si mira a la gente, parece como si no viera lo que hay: hombres, mujeres, ancianos, pastores ricos, pobres, sino lo que Ella sola ve.

« ¿ Tienes frío? » pregunta José, porque sopla el aire. « No. Gracias. »

Pero José no se fía. Le toca los pies que cuelgan al lado del borriquillo, calzados con sandalias y que apenas si se dejan ver a través del largo vestido. Debe haberlos sentido fríos, porque sacude su cabeza y se quita una especie de capa pequeña, y la pone en las rodillas de María, la extiende sobre sus muslos, de modo que sus manitas estén bien calientes bajo ella y bajo el manto.

Encuentran a un pastor que atraviesa con su ganado de un lado a otro. José se le acerca y le dice algo. El pastor dice que sí, José toma el borriquillo y lo lleva detrás del ganado que está paciendo. El pastor toma una rústica taza de su alforja y ordeña una robusta oveja. Entrega a José la taza que la da a María.

« Dios os bendiga» dice María. « A ti por tu amor, y a ti por tu bondad. Rogaré por ti. »

« ¿ Venís de lejos? »

« De Nazaret» responde José.

« ¿Y vais?»

« A Belén. »

El camino es largo para la mujer en este estado. ¿Es tu mujer? »

« Sí. »

«¿ Tenéis a donde ir? »

« No. »

« ¡Va mal todo! Belén está llena de gente que ha llegado de todas partes para empadronarse o para ir a otras partes. No sé si encontréis alojo. ¿Conoces bien el lugar? »

« No muy bien. »

« Bueno.. . te voy a enseñar… porque se trata de Ella (y señala a María). Buscad el alojo. Estará lleno. Te lo digo para darte una idea. Está en una plaza. Es la más grande. Se llega a ella por este camino principal. No podéis equivocaros. Delante de ella hay una fuente. El albergue es grande y bajo con un gran portal. Estará lleno. Pero si no podéis alojaros en él o en alguna casa, dad vuelta por detrás del albergue, como yendo a la campiña. Hay apriscos en el monte. Algunas veces los mercaderes que van a Jerusalén los emplean como albergue. Hay apriscos en el monte, no lo olvidéis: húmedos, fríos y sin puerta, pero siempre son un refugio, porque la mujer… no puede quedarse en la mitad del camino. Tal vez allí encontréis un lugar… y también heno para dormir y para el asno. Que Dios os acompañe. »

« Y a ti te dé su alegría» responde la Virgen. José por su parte dice: « La paz sea contigo. »

Vuelve a continuar su camino. Una concavidad más extensa se deja ver desde la cresta a la que han llegado. En la concavidad, arriba y abajo, a lo largo de las suaves pendientes que la rodean, se ven casas y casas. Es Belén.

« Hemos llegado a la tierra de David, María. Ahora vas a descansar. Me parece que estás muy cansada… »

« No. Pensaba yo… estoy pensando… » María aprieta la mano de José y le dice con una sonrisa de bienaventurada: « Estoy pensando que el momento ha llegado. »

« ¡ Que Dios nos socorra! ¿Qué vamos a hacer? »

« No temas, José. Ten constancia. ¿ Ves qué tranquila estoy yo? »

« Pero sufres mucho. »

« ¡ Oh no! ». Me encuentro llena de alegría. Una alegría tal, tan fuerte, tan grande, incontenible, que mi corazón palpita muy fuerte y me dice: ” i Va a nacer! ¡ Va a nacer! ” Lo dice a cada palpitar. Es mi Hijo que toca a mi corazón y que dice: “Mamá: ya vine. Vengo a darte un beso de parte de Dios. ¡Oh, qué alegría, José mío! »

Pero José no participa de la misma alegría. Piensa en lo urgente que es encontrar un refugio, y apresura el paso. Puerta tras puerta pide alojo. Nada. Todo está ocupado. Llegan al albergue. Está lleno hasta en los portales, que rodean el patio interior.

José deja a María que sigue sentada sobre el borriquillo en el patio y sale en busca de algunas otras casas. Regresa desconsolado. No hay ningún alojo. El crepúsculo invernal pronto se echa encima y empieza a extender sus velos. José suplica al dueño del albergue. Suplica a viajeros. Ellos son varones y están sanos. Se trata ahora de una mujer próxima a dar a luz. Que tengan piedad. Nada. Hay un rico fariseo que los mira con manifiesto desprecio, y cuando María se acerca, se separa de ella como si se hubiera acercado una leprosa. José lo mira y la indignación le cruza por la cara. María pone su mano sobre la muñeca de José para calmarlo. Le dice: « No insistas. Vámonos. Dios proveerá. »

Salen. Siguen por los muros del albergue. Dan vuelta por una callejuela metida entre ellos y casuchas. Le dan vuelta. Buscan. Allí hay algo como cuevas, bodegas, más bien que apriscos, porque son bajas y húmedas. Las mejores están ya ocupadas. José se siente descorazonado.

« Oye, galileo » le grita por detrás un viejo. « Allá en el fondo, bajo aquellas ruinas, hay una cueva. Tal vez no haya nadie. »

Se apresuran a ir a esa cueva. Y que si es una madriguera. Entre los escombros que se ven hay un agujero, más allá del cual se ve una cueva, una madriguera excavada en el monte, más bien que gruta. Parece que sean los antiguos fundamentos de una vieja construcción, a la que sirven de techo los escombros caídos sobre troncos de árboles.

Como hay muy poca luz y para ver mejor, José saca la yesca y prende una candileja que toma de la alforja que trae sobre la espalda. Entra y un mugido lo saluda. « Ven, María. Está vacía. No hay sino un buey. » José sonríe. « Mejor que nada … »

María baja del borriquillo y entra.

José puso ya la candileja en un clavo que hay sobre un tronco que hace de pilar. Se ve que todo está lleno de telarañas. El suelo, que está batido, revuelto, con hoyos, guijarros, desperdicios, excrementos, tiene paja. En el fondo, un buey se vuelve y mira con sus quietos ojos. Le cuelga hierba del hocico. Hay un rústico asiento y dos piedras en un rincón cerca de una hendidura. Lo negro del rincón dice que allí suele hacerse fuego.

María se acerca al buey. Tiene frío. Le pone las manos sobre su pescuezo para sentir lo tibio de él. El buey muge, pero no hace más, parece como si comprendiera. Lo mismo cuando José lo empuja para tomar mucho heno del pesebre y hacer un lecho para María – el pesebre es doble, esto es, donde come el buey, y arriba una especie de estante con heno de repuesto, y de este toma José – no se opone. Hace lugar aun al borriquillo que cansado y hambriento, se pone al punto a comer. José voltea también un cubo con abolladuras. Sale, porque afuera vio un riachuelo, y vuelve con agua para el borriquillo. Toma un manojo de varas secas que hay en un rincón y se pone a limpiar un poco el suelo. Luego desparrama el heno. Hace una especie de lecho, cerca del buey, en el rincón más seco y más defendido del viento. Pero siente que está húmedo el heno y suspira. Prende fuego, y con una paciencia de trapista, seca poco a poco el heno junto al fuego.

María sentada en el banco, cansada, mira y sonríe. Todo está ya pronto. María se acomoda lo mejor que puede sobre el muelle de heno, con las espaldas apoyadas contra un tronco. José adorna todo aquel… ajuar, pone su manto como una cortina en la entrada que hace de puerta, Una defensa muy pobre. Luego da a la Virgen pan y queso, y le da a beber agua de una cantimplora. « Duerme ahora» le dice. « Yo velaré para que el fuego no se apague. Afortunadamente hay leña. Esperamos que dure y que arda. Así podemos ahorrar el aceite de la lámpara. »

María obediente se acuesta. José la cubre con el manto de ella, y con la capa que tenía antes en los pies.

« Pero tu vas a tener frío… »

« No, María. Estoy cerca del fuego. Trata de descansar. Mañana será mejor. »

María cierra los ojos. No insiste. José se va a su rincón. Se sienta sobre una piedra, con pedazos de leña cerca. Pocos, que no durarán mucho por lo que veo.

Están del siguiente modo: María a la derecha con las espaldas a la… puerta, semi-escondida por el tronco y por el cuerpo del buey que se ha echado en tierra. José a la izquierda y hacia la puerta, por lo tanto, diagonalmente, y así su cara da al fuego, con las espaldas a María. Pero de vez en vez se voltea a mirarla y la ve tranquila, como si durmiese. Despacio rompe las varas y las echa una por una en la hoguera pequeña para que no se apague, para que dé luz, y para que la leña dure. No hay más que el brillo del luego que ahora se reaviva, ahora casi está por apagarse. Como está apagada la lámpara de aceite, en la penumbra resaltan sólo la figura del buey, la cara y manos de José. Todo lo demás es un montón que se confunde en la gruesa penumbra.

Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo

(Escrito el 6 de junio de 1944)

Nacimiento de Jesús

Veo el interior de este pobre albergue rocoso que María y José comparten con los animales. La pequeña hoguera está a punto de apagarse, como quien la vigila a punto de quedarse dormido. María levanta su cabeza de la especie de lecho y mira. Ve que José tiene la cabeza inclinada sobre el pecho como si estuviese pensando, y está segura que el cansancio ha vencido su deseo de estar despierto. ¡Qué hermosa sonrisa le aflora por los labios! Haciendo menos ruido que haría una mariposa al posarse sobre una rosa, se sienta, y luego se arrodilla. Ora. Es una sonrisa de bienaventurada la que llena su rostro. Ora con los brazos abiertos no en forma de cruz, sino con las palmas hacia arriba y hacia adelante, y parece como si no se cansase con esta posición. Luego se postra contra el heno orando más intensamente. Una larga plegaria.

José se despierta. Ve que el fuego casi se ha apagado y que el lugar está casi oscuro. Echa unas cuantas varas. La llama prende. Le echa unas cuantas ramas gruesas, y luego otras más, porque el frío debe ser agudo. Un frío nocturno invernal que penetra por todas las partes de estas ruinas. El pobre José, como está junto a la puerta – llamemos así a la entrada sobre la que su manto hace las veces de puerta – debe estar congelado. Acerca sus manos al fuego. Se quita las sandalias y acerca los pies al fuego. Cuando ve que éste va bien y que alumbra lo suficiente, se da media vuelta. No ve nada, ni siquiera lo blanco del velo de María que formaba antes una línea clara en el heno oscuro. Se pone de pie y despacio se acerca a donde está María.

« ¿ No te has dormido? » le pregunta. Y por tres veces lo hace, hasta que Ella se estremece, y responde: « Estoy orando. »
« ¿ Te hace falta algo? »
« Nada, José. »
« Trata de dormir un poco. Al menos de descansar. »
« Lo haré. Pero el orar no me cansa. »
« Buenas noches, María. »
« Buenas noches, José».
María vuelve a su antigua posición. José, para no dejarse vencer otra vez del sueño, se pone de rodillas cerca del fuego y ora. Ora con las manos juntas sobre la cara. Las mueve algunas veces para echar más leña al fuego y luego vuelve a su ferviente plegaria. Fuera del rumor de la leña que chisporrotea, y del que produce el borriquillo que algunas veces golpea su pesuña contra el suelo, otra cosa no se oye.
Un rayo de luna se cuela por entre una grieta del techo y parece como hilo plateado que buscase a María. Se alarga, conforme la luna se alza en lo alto del cielo, y finalmente la alcanza. Ahora está sobre su cabeza que ora. La nimba de su candor.

María levanta su cabeza como si de lo alto alguien la llamase, nuevamente se pone de rodillas. ¡Oh, qué bello es aquí! Levanta su cabeza que parece brillar con la luz blanca de la luna, y una sonrisa sobrehumana transforma su rostro. ¿Qué cosa está viendo? ¿Qué oyendo? ¿Qué cosa experimenta? Sólo Ella puede decir lo que vio, sintió y experimentó en la hora dichosa de su Maternidad. Yo sólo veo que a su alrededor la luz aumenta, aumenta, aumenta. Parece como si bajara del cielo, parece como si manara de las pobres cosas que están a su alrededor, sobre todo parece como si de Ella procediese.
Su vestido azul oscuro, ahora parece estar teñido de un suave color de miosotis, sus manos y su rostro parecen tomar el azulino de un zafiro intensamente pálido puesto al fuego. Este color, que me recuerda, aunque muy tenue, el que veo en las visiones del santo paraíso, y el que vi en la visión de cuando vinieron los Magos, se difunde cada vez más sobre todas las cosas, las viste, purifica, las hace brillantes.
La luz emana cada vez con más fuerza del cuerpo de María; absorbe la de la luna, parece como que Ella atrajese hacia sí la que le pudiese venir de lo alto. Ya es la Depositaria de la Luz. La que será la Luz del mundo. Y esta beatífica, incalculable, inconmensurable, eterna, divina Luz que está para darse, se anuncia con un alba, una alborada, un coro de átomos de luz que aumentan, aumentan cual marea, que suben, que suben cual incienso, que bajan como una avenida, que se esparcen cual un velo…

La bóveda, llena de agujeros, telarañas, escombros que por milagro se balancean en el aire y no se caen; la bóveda negra, llena de humo, apestosa, parece la bóveda de una sala real. Cualquier piedra es un macizo de plata, cualquier agujero un brillar de ópalos, cualquier telaraña un preciosismo baldaquín tejido de plata y diamantes. Una lagartija que está entre dos piedras, parece un collar de esmeraldas que alguna reina dejara allí; y unos murciélagos que descansan parecen una hoguera preciosa de ónix. El heno que sale de la parte superior del pesebre, no es más hierba, es hilo de plata y plata pura que se balancea en el aire cual se mece una cabellera suelta.

El pesebre es, en su madera negra, un bloque de plata bruñida. Las paredes están cubiertas con un brocado en que el candor de la seda desaparece ante el recamo de perlas en relieve; y el suelo… ¿ qué es ahora? Un cristal encendido con luz blanca; los salientes parecen rosas de luz tiradas como homenaje a él; y los hoyos, copas preciosas de las que broten aromas y perfumes.
La luz crece cada vez más. Es irresistible a los ojos. En medio de ella desaparece, como absorbida por un velo de incandescencia, la Virgen… y de ella emerge la Madre.
Sí. Cuando soy capaz de ver nuevamente la luz, veo a María con su Hijo recién nacido entre los brazos. Un Pequeñín, de color rosado y gordito, que gesticula y mueve Sus manitas gorditas como capullo de rosa, y Sus piecitos que podrían estar en la corola de una rosa; que llora con una vocecita trémula, como la de un corderito que acaba de nacer, abriendo Su boquita que parece una fresa selvática y que enseña una lengûita que se mueve contra el paladar rosado; que mueve Su cabecita tan rubia que parece como si no tuviese ni un cabello, una cabecita redonda que la Mamá sostiene en la palma de su mano, mientras mira a su Hijito, y lo adora ya sonriendo, ya llorando; se inclina a besarlo no sobre Su cabecita, sino sobre Su pecho, donde palpita Su corazoncito, que palpita por nosotros… allí donde un día recibirá la lanzada. Se la cura de antemano Su Mamita con un beso inmaculado.
El buey, que se ha despertado al ver la claridad, se levanta dando fuertes patadas sobre el suelo y muge. El borrico vuelve su cabeza y rebuzna. Es la luz la que lo despierta, pero yo me imagino que quisieron saludar a su Creador, creador de ellos, creador de todos los animales.

José que oraba tan profundamente que apenas si caía en la cuenta de lo que le rodeaba, se estremece, y por entre sus dedos que tiene ante la cara, ve que se filtra una luz. Se quita las manos de la cara, levanta la cabeza, se voltea. El buey que está parado no deja ver a María. Ella grita: « José, ven. »
José corre. Y cuando ve, se detiene, presa de reverencia, y está para caer de rodillas donde se encuentra, si no es que María insiste: « Ven, José», se sostiene con la mano izquierda sobre el heno, mientras que con la derecha aprieta contra su corazón al Pequeñín. Se levanta y va a José que camina temeroso, entre el deseo de ir y el temor de ser irreverente.

A los pies de la cama de paja ambos esposos se encuentran y se miran con lágrimas llenas de felicidad.
« Ven, ofrezcamos a Jesús al Padre» dice María.
Y mientras José se arrodilla, Ella de pie entre dos troncos que sostienen la bóveda, levanta a su Hijo entre los brazos y dice: « Heme aquí. En Su Nombre, ¡ oh Dios! te digo esto. Heme aquí para hacer Tu Voluntad. Y con El, yo, María y José, mi esposo. Aquí están Tus siervos, Señor. Que siempre hagamos a cada momento, en cualquier cosa, Tu Voluntad, para gloria Tuya y por amor Tuyo. » Luego María se inclina y dice: « Tómalo, José» y ofrece al Pequeñín.
« ¿ Yo? ¿ Me toca a mí? ¡ Oh, no! ¡ No soy digno! » José está terriblemente despavorido, aniquilado ante la idea de tocar a Dios.
Pero María sonriente insiste: « Eres digno de ello. Nadie más que tú, y por eso el Altísimo te escogió. Tómalo, José y tenlo mientras voy a buscar los pañales. »
José, rojo como la púrpura, extiende sus brazos, toma ese montoncito de carne que chilla de frío y cuando lo tiene entre sus brazos no siente más el deseo de tenerlo separado de sí por respeto, se lo estrecha contra el corazón diciendo en medio de un estallido de lágrimas: « ¡ Oh, Señor, Dios mío! » y se inclina a besar los piececitos y los siente fríos. Se sienta, lo pone sobre sus rodillas y con su vestido café, con sus manos procura cubrirlo, calentarlo, defenderlo del viento helado de la noche. Quisiera ir al fuego, pero allí la corriente de aire que entra es peor. Es mejor quedarse aquí. No. Mejor ir entre los dos animales que defienden del aire y que despiden calor. Y se va entre el buey y el asno y se está con las espaldas contra la entrada, inclinado sobre el Recién nacido para hacer de su pecho una hornacina cuyas paredes laterales son una cabeza gris de largas orejas, un grande hocico blanco cuya nariz despide vapor y cuyos ojos miran bonachonamente.

María abrió ya el cofre, y sacó ya lienzos y fajas. Ha ido a la hoguera a calentarlos. Viene a donde está José, envuelve al Niño en lienzos tibios y luego en su velo para proteger Su cabecita. «¿ Dónde lo pondremos ahora?» pregunta.
José mira a su alrededor. Piensa… « Espera » dice. « Vamos a echar más acá a los dos animales y su paja. Tomaremos más de aquella que está allí arriba, y la ponemos aquí dentro. Las tablas del pesebre lo protegerán del aire; el heno le servirá de almohada y el buey con su aliento lo calentará un poco. Mejor el buey. Es más paciente y quieto. » Y se pone hacer lo dicho, entre tanto María arrulla a su Pequeñín apretándoselo contra su corazón, y poniendo sus mejillas sobre la cabecita para darle calor. José vuelve a atizar la hoguera, sin darse descanso, para que se levante una buena llama. Seca el heno y según lo va sintiendo un poco caliente lo mete dentro para que no se enfríe. Cuando tiene suficiente, va al pesebre y lo coloca de modo que sirva para hacer una cunita. « Ya está » dice. « Ahora se necesita una manta, porque el heno espina y para cubrirlo completamente … »

« Toma mi manto » dice María.
« Tendrás frío. »
« ¡ Oh, no importa! La capa es muy tosca; el manto es delicado y caliente. No tengo frío para nada. Con tal de que no sufra Él. »
José toma el ancho manto de delicada lana de color azul oscuro, y lo pone doblado sobre el heno, con una punta que pende fuera del pesebre. El primer lecho del Salvador está ya preparado.
María, con su dulce caminar, lo trae, lo coloca, lo cubre con la extremidad del manto; le envuelve la cabecita desnuda que sobresale del heno y la que protege muy flojamente su velo sutil. Tan solo su rostro pequeñito queda descubierto, gordito como el puño de un hombre, y los dos, inclinados sobre el pesebre, bienaventurados, lo ven dormir su primer sueño, porque el calor de los pañales y del heno han calmado Su llanto y han hecho dormir al dulce Jesús.

Yo, María, redimí a la mujer con mi Maternidad divina

(Escrito el mismo día)

Dice María:

Inmaculado Corazón de María 2

Yo, María, redimí a la mujer con mi Maternidad divina. Pero no fue sino el principio de su redención. Al haberme negado a casarme por el voto de virginidad, había rechazado cualquier satisfacción de concupiscencia y así merecí la gracia de Dios. Pero no era suficiente. Porque el pecado de Eva era un árbol de cuatro ramas: soberbia, avaricia, glotonería, lujuria. Y las cuatro tenían que cortarse antes de que el árbol fuera hecho estéril en sus raíces.

Humillándome hasta lo profundo, vencí la soberbia. Me humillé delante de todos. No me refiero a mi humildad para con Dios, que toda criatura debe tributarle. Su Verbo la tuvo. También yo, mujer, tenía que tenerla. ¿ Pero has pensado qué humillación debí sufrir, y sin defenderme en modo alguno de parte de los hombres?

Aun José, que era un hombre justo, me había acusado en su corazón. Los demás, que no lo eran, habían pecado de murmuración contra mi estado, y el rumor de sus palabras había llegado cual amarga aura a romperse contra mi persona humana. Y fue el principio de las innumerables humillaciones que mi vida de Madre de Jesús y del linaje humano me proporcionaron. Humillaciones de pobreza, humillaciones de perseguida, humillaciones por los reproches de parientes y amigos que, ignorando la verdad, tomaban como débil mi modo de ser madre para con mi Jesús que se había convertido en un jovenzuelo, humillaciones en los tres años de su ministerio, humillaciones crueles en la hora del Calvario, humillaciones hasta reconocer que no tenía con qué comprar un lugar para sepultar a mi Hijo, ni aromas para envolver su cuerpo.

Vencí la avaricia de los Primeros Padres renunciando anticipadamente a mi Hijo.
Una madre jamás renuncia, a no ser que se vea forzada, a su hijo. Pídasele a su corazón la patria, el amor de esposa, o de Dios mismo, ella se opondrá a tal separación. Es natural. El hijo crece en el seno, y jamás se corta completamente el lazo que une su persona con la nuestra. Aun cuando se corta el ombligo, siempre queda un nervio que parte del corazón de la madre, un nervio espiritual más vivo, más sensible que un nervio físico, que se injerta en el corazón del hijo. Se siente extenderse hasta una aflicción sin nombre, si el amor de Dios o de una criatura, o las necesidades de la patria, alejan al hijo de la madre. Se despedaza hiriendo el corazón, si la muerte arranca a una madre su hijo.

Desde el momento que tuve a mi Hijo renuncié a Él. Lo di a Dios. Lo di a vosotros. Yo me despojé del fruto de mi vientre para reparar el fruto que Eva robó a Dios.
Vencí la glotonería del saber y del gozar, aceptando saber sólo lo que Dios quería que yo supiese, sin preguntarme a mi o a El más de lo que me fuese dicho. Creí sin hacer preguntas.

Vencí la glotonería del placer porque me negué a cualquier experiencia de los sentidos. Mi carne la puse bajo mis pies. La carne, instrumento de Satanás, la puse con Satanás junta bajo mi calcañal para hacer de ella un escabel desde el cual subiese al cielo. El cielo: mi meta. Donde está Dios. Era mi única hambre, hambre que no es gula, sino necesidad que Él bendice y que quiere que siempre lo deseemos.

Vencí la lujuria, que es glotonería llevada hasta la voracidad; pues cualquier vicio que no se refrena, conduce a otro peor. La glotonería de Eva, que era algo ya reprobable, la llevó a la lujuria. No le bastó haberse proporcionado a sí misma una satisfacción. Quiso llevar su crimen a una intensidad refinada y conoció y enseñó a su compañero la lujuria. Yo tergiversé los términos y en vez de descender, subí siempre. En lugar de hacer bajar, siempre he llamado a lo alto, y de mi compañero, que era un hombre justo, hice un ángel.

Ahora que tenia a Dios y con Él sus infinitas riquezas, me apresuré a despojarme de ellas, diciéndole: “Mira: se cumpla en Él y en mi Tu Voluntad”. Casto es el que tiene moderación no sólo en su cuerpo, sino también en sus afectos y pensamientos. Debía yo ser la Casta para borrar la mancha de la carne, del corazón, de la mente. No salí de mi discreción diciendo ni siquiera de mi Hijo – únicamente mío en la tierra como único de Dios en el Cielo – ” Esto es mío y lo quiero “.

Y sin embargo no era suficiente para obtener a la mujer la paz que Eva perdió, la obtuve al pie de la Cruz, cuando vi morir al que acabas de ver nacer. Cuando sentí desgarrarse mis entrañas al grito de mi Hijo que moría, me sentí vacía de todo feminismo: no más carne, sino ángel. María, la Virgen ante el Espíritu Santo, murió en ese momento. Quedó siendo la Madre de la gracia, la que con sus tormentos os la dio. La mujer que había vuelto yo a consagrar en la noche de Navidad, adquirió al pie de la Cruz los medios para convertirse en una criatura del Cielo.

Esto lo hice por vosotros, absteniéndome de toda satisfacción, aun la más santa. A vosotras mujeres a quienes Eva hizo compañeras no superiores a los animales, yo os he hecho, con tal de que lo queráis, las santas de Dios. Por vosotras subí. Os he hecho subir muy arriba como José. La roca del Calvario es mi monte de los Olivos. De allí subí llevando a los Cielos el alma nuevamente santificada de la mujer junto con mi cuerpo glorificado porque llevó al Verbo de Dios y que canceló en mi los últimos vestigios de Eva, la última raíz de aquel árbol de las cuatro ramas venenosas y de la raíz derrotada en los sentidos que había arrastrado al linaje decaído, y que hasta el fin de los siglos y hasta la última mujer, os morderá las entrañas. Os llamo desde ahora, desde donde resplandezco en medio de los rayos del Amor y os señalo la medicina con que os podáis venceros a vosotras mismas: la gracia de mi Señor y la Sangre de mi Hijo.

Adoración de los pastores

(Escrito el 7 de junio de 1944)

Adoración de los pastores al Niño Dios (ft img)

Veo una extensa campiña. La luna está en el zenit. En un cielo recamado de estrellas va bogando. Parecen otras tantas chapitas de diamantes clavadas en un inmenso baldaquín de color azul subido, y la luna se ríe en medio de ellas con su cara blanquísima de la que bajan ríos de luz que blanquean la tierra. Los árboles que no tienen follaje parecen más altos y negros; mientras que las paredes que hay acá y allá parecen como si fueran de leche; y una casita lejana parece un bloque de mármol de Carrara.

A mi derecha veo un lugar rodeado de una valla de espinos por dos lados y de una pared baja y áspera por los otros dos. Sobre esta pared descansa el techo de una clase de tinglado largo y bajo, que por dentro está construido parte de piedra, parte de madera, algo así como si en el verano se quitase, y el tinglado se cambiase en portal. De este lugar sale de cuando en cuando un balido de muchas ovejas. Estarán durmiendo o tal vez crean que el día ya está cerca por el claror de la luna tan intenso, tan fuerte y que aumenta como si se acercase a la tierra o resplandeciese por un misterioso incendio.

Un pastor se asoma a la puerta, y levantando un brazo a la altura de su frente para ver mejor, mira hacia arriba. Parece imposible que deba protegerse de la claridad de la luna, pero es tan fuerte que deslumbra, sobre todo a quien sale de un lugar cerrado y oscuro. Todo está en calma. Pero esa luz es rara. El pastor llama a sus compañeros. Salen a la puerta. Un grupo de hombres irsutos, de diversas edades. Hay algunos que son jovencillos y otros con canas. Entre si hablan del hecho extraño. Los más jóvenes tienen miedo, sobre todo uno, un niño de 12 años que se pone a llorar, atrayendo sobre si las burlas de los otros.

¿ De qué tienes miedo, tonto? le reprocha el de mayor edad. « ¿ No ves qué aire tan tranquilo? ¿ Nunca habías visto brillar la luna? ¿ Has estado siempre bajo las enaguas de tu mamá como un pollito bajo el ala de la gallina? ¡ Otras cosas verás! Una vez fui por los montes del Líbano, mucho más allá. Era joven entonces y no me costaba trabajo caminar. También era yo rico entonces… Una noche vi una luz tal que pensé que probablemente Elías volvía sobre su carro de fuego. El cielo parecía estar ardiendo. Un viejo – entonces el viejo era él – me dijo: “Gran desventura está por venir al mundo”. Y lo fue, porque llegaron los soldados romanos. ¡Oh, que verás cosas! … ¡ si vives! »

Pero el pastorcillo no lo escucha. Parece como si no tuviese ya miedo, porque sale del umbral, se desliza por detrás de un nervudo pastor, detrás del cual se había refugiado, y avanza a un lugar de hierba que está enfrente del tinglado. Mira en alto, camina como sonámbulo, como hipnotizado por algo que lo atrae. En un cierto punto lanza un «¡Oh!» y se queda como petrificado, con los brazos un poco abiertos. Los otros se miran estupefactos.

« ¿Pero qué le pasa a ese tonto?» pregunta uno.
Mañana lo devuelvo a su madre. No quiero tontos que guarden las ovejas » dice otro.

El viejo que poco antes había hablado, dice: « Vamos a ver antes de juzgar. Llamad a los otros que están durmiendo y tomad garrotes. No sea que vaya a ser una fiera o algunos malhechores. »
Entran, llaman a los otros, salen con antorchas y garrotes. Alcanzan al niño.
¡ Allá, allá! » murmura sonriente. « Más allá del árbol. Mirad esa luz que se acerca. Parece como si caminara sobre los rayos de la luna. Ved que se acerca. ¡Qué bella! »
« Yo veo tan solo una fuerte claridad. »
« Yo también. »
« También yo » dicen otros.
« No. Yo veo algo así como un cuerpo » dice uno y reconozco en él al pastor que dio la leche a María.
« ¡ Es un… es un ángel! … » grita el niño. « Mirad que baja… que se acerca … De rodillas todos ante el Angel de Dios! »

Un « ¡ oh! » largo y lleno de veneración se levanta del grupo de los pastores, que caen de cara hacia el suelo, y los de mayor edad parecen más abatidos. Los más jóvenes están de rodillas, miran al ángel que se acerca cada vez más y que se detiene, sacudiendo sus grandes alas, candor de perla en la claridad de la luna que lo rodea, encima de la pared del lugar.

« No tengáis miedo. No os traigo ninguna desventura. Os traigo el anuncio de una gran alegría para el pueblo de Israel y para todos los pueblos de la tierra. » La voz del ángel es armoniosa cual arpa en la que cantasen ruiseñores.
« Hoy en la ciudad de David, nació el Salvador. » Al decir esto, abre sus grandes alas, las mueve como muestras de alegría, y parece como si una lluvia de oro y piedras preciosas se desprendiesen de ellas. Un hermosísimo arco iris que forma un arco de triunfo en el pobre aprisco.

« El Salvador que es el Mesías. » El ángel brilla con una luz más extraordinaria. Sus dos alas, ahora firmes, extendidas de punta a punta hacia el cielo como dos velas inmóviles sobre el mar azul, parecen dos llamas que subiesen ardiendo.
« ¡ El Mesías, el Señor! » El ángel recoge sus dos resplandecientes alas, se pone como un manto de diamantes en su vestido de perlas, se inclina como si adorase, con los brazos sobre el pecho y su rostro que desaparece, pues lo tiene muy inclinado, entre la sombra de las puntas de las alas plegadas. No se ve sino una larga forma luminosa, inmóvil por el espacio de unos instantes.

Pero ved que se mueve. Abre nuevamente las alas, levanta su rostro en que la luz se une a una sonrisa hermosísima y dice: « Lo reconoceréis por estas señales: detrás de Belén, en un pobre establo encontraréis un niño envuelto en pañales, pues para el Mesías no hubo alojo en la ciudad de David. » El rostro del ángel se pone serio, como triste.

Pero de los cielos vienen muchos, ¡ oh! muchos, pero muchos ángeles semejantes a él, un ejército de ángeles que baja alborozándose y opacando la luna con su resplandor de paraíso. Se unen al ángel que había dado la noticia con un agitar de alas, con un exhalo de perfumes, con arpegio de notas en cuya comparación todas las voces más bellas de la tierra juntas, no serían más que un remedo. Si la pintura es el intento de la materia para ser luz, aquí la melodía es el esfuerzo de la música para bañar completamente a los hombres en la belleza de Dios, y oír esta melodía es conocer el paraíso donde todo es armonía de amor que de Dios mana para alegrar a los bienaventurados, y que de ellos va a El para decirle: « Te amamos. »

El ” Gloria ” angélico se desparrama en ondas siempre más largas por la quieta campiña, y con ella la luz. Los pajaritos unen su cántico que es un saludo a esta luz que ha salido antes, y las ovejas lanzan sus balidos por este sol anticipado. Pero yo me imagino, como en la gruta al hablar del buey y del asno, que los animales saludan a su Creador, que ha venido en medio de ellos para amarlos como Hombre, además de como Dios.

El canto disminuye y la luz también, entre tanto que los ángeles vuelven a subir al cielo… Los pastores vuelven en sí.
« ¿ Oíste? »
« ¿ Vamos a ver? »
« ¿ Y los animales? »
Nada les pasará. ¡Vamos y obedezcamos la palabra de Dios! …» « ¿Pero a dónde vamos? ». « Dijo que nació hoy! ¿Y que no encontró alojo en Belén? » Es el pastor que dio la leche, el que ahora habla. « Venid, yo sé. Vi a la mujer y me dio compasión. Enseñé un lugar para Ella, porque pensé que no encontraría alojo, y al hombre le di leche para Ella. Es muy joven y hermosa. Debe ser buena como el ángel que nos habló. Venid, venid. Vamos a tomar leche, quesos, corderos y pieles curtidas. Deben ser muy pobres… y ¡ quién sabe cuánto frío tendrá Él a quien no me atrevo a nombrar! ¡ Y pensar que yo hablé con Su Madre como si fuese una pobre mujer! »

Van al tinglado; poco después salen unos con jarros de leche, otros con redecillas de esparto entretejido y dentro quesos redondos, otros con cestas en una de las cuales hay un corderito, y otros con pieles curtidas.

« Yo le llevo una oveja. Hace un mes que parió. La leche le hará bien. Les podrá servir si la mujer no tiene leche, me pareció todavía muy joven y tan blanca… ¡Un rostro de jazmín bajo los rayos de la luna! » dice el pastor del camino y los guía. Van bajo la luz de la luna y de antorchas, después de que cerraron el tinglado y el recinto. Caminan por senderos entre vallas de espinos despojados de todo en el invierno. Dan vuelta por detrás de Belén. Llegan al establo, no por la parte por donde llegó María, sino por la parte contraria, de modo que no pasan por delante de los apriscos mejores, sino que es el primero que encuentran. Se acercan a la entrada.
« ¡ Entra! »
« ¡ No me atrevo! »
« ¡Entra tú! »
« No. »
« ¡Asómate al menos! »
« Tú, Leví, que fuiste el primero en ver al ángel, señal de que eres mejor que nosotros, mira. » Antes lo tacharon de tonto… ahora para su conveniencia quieren que haga algo a lo que no se atreven.

El niño titubea, pero se decide. Se acerca a la entrada, separa un poco el manto, mira… y se queda extático.
« ¿ Qué ves? » le preguntan ansiosos en voz baja.

« Veo a una mujer joven y bella y a un hombre inclinados sobre un pesebre… oigo que llora un recién nacido, y la mujer le habla con una voz… ¡ oh ! qué voz! ».
« ¿ Qué le dice? »

« Dice: ” ¡ Jesús mío! Jesús, cariño de tu Mamá! No llores, Pequeñín ” Dice: ” ¡ Oh! pudiera decirte: `Toma leche, Pequeñín’, pero todavía no tengo!” Dice: “¡Tienes mucho frío, amorcito mío! Te molesta el heno. ¡ Qué dolor para tu Mamita oírte llorar así y no poderte consolar!” Dice: “¡Duerme, vidita mía! ¡ Que se me rompe el corazón con oírte llorar y con verte esas lágrimas! ” lo besa, le calienta sus piececitos con sus manos, porque está agachada con los brazos en el pesebre. »
« ¡ Llama! ¡ Haz que te oigan! »
« Yo no. Tú que nos trajiste y la conoces. »

El pastor abre la boca y se limita tan sólo a dar una especie de gañido.
José se voltea, y viene a la puerta. « ¿Quiénes sois? »
« Pastores. Os traemos alimentos y lana. Vinimos a adorar al Salvador. »
« Entrad. »

Entran y el establo se hace más claro a la luz de las antorchas. Los mayores empujan a los jovenzuelos a que caminen ante ellos.
María se vuelve y sonríe. « Venid » dice. « Venid » y los invita con la mano, con la sonrisa, toma al que vio el ángel, lo acerca a sí, contra el pesebre. El niño mira cual un bienaventurado.

Los demás, a quienes también invita José, se acercan con sus presentes y los ponen con pocas palabras, pero llenas de emoción, a los pies de María. Luego contemplan al Niño que llora un poco y conmovidos y felices sonríen.
Uno al final se atreve a decir: « Toma, Madre. Es suave y limpia. La había preparado para mi hijo que va a nacerme, pero te la doy. Pon a tu Hijo en esta lana. Es delicada y caliente. » Le ofrece la piel de una oveja, una bellísima piel lanuda, blanca y grande.

María levanta a Jesús y lo envuelve en ella, Lo enseña a los pastores, que de rodillas sobre el heno del suelo lo contemplan extáticos.

Toman más confianza. Uno propone: « Sería bueno darle un poco de leche. Mejor: agua y miel. Pero no tenemos miel. Se da a los pequeñitos. Tengo siete hijos y conozco… »

« Aquí hay leche. Toma, Mujer. »
« Pero está fría. Se necesita caliente. ¿ Dónde está Elías? El trae la oveja. »
Elías debe ser el hombre del camino. Pero no está. Se quedó afuera, mira por la rendija, y no se le ve por la oscuridad de la noche.
« ¿ Quién os trajo? »
« Un ángel nos dijo que viniéramos y Elías nos guió hasta aquí… Pero ¿dónde está? »
La oveja lo denuncia con un balido.
« Acércate, se te necesita. »
Entra con su oveja, avergonzado de que todos le vean.
« ¿ Tú eres? » dice José que lo reconoce y María con la sonrisa le dice: « Eres bueno. »
Ordeña la oveja y con la punta de un lienzo empapado en leche caliente y espumosa María baña los labios del Recién nacido que chupa. Todos se echan a reír y más cuando, con el pedacito de tela entre los diminutos labios, Jesús se duerme al calor de la lana.
« Pero no podéis estaros aquí. Hace frío y está húmedo. Y. luego… huele mucho a animales. No está bien… y no hace bien al Salvador. »
« Lo sé » dice María con un gran suspiro. « Pero no hay lugar para nosotros en Belén. »
« No te desanimes, Mujer. Te buscaremos una casa. »
« Lo diré a mi dueña » dice el del camino, Elías. « Es buena. Os acogerá, aun cuando tuviera que daros su habitación. Apenas amanezca se lo diré. Tiene la casa llena de gente, pero os dará un lugar. »
Para mi Hijo, al menos. Yo y José podemos estar en el suelo, pero mi Hijito… »
No suspires, Mujer. Yo me encargo de ello. Diremos a muchos lo que se nos dijo. Nada os faltará. Por ahora tomad esto que nuestra pobreza os da. Somos pastores… »
« También nosotros somos pobres, y no podemos recompensaros con algo» dice José.
« ¡ Oh, no queremos ! Y aunque lo pudieseis, no lo aceptaríamos! El Señor ya nos recompensó. Ha prometido la paz a todos. Los ángeles decían : “Paz a los hombres de buena voluntad”. A nosotros ya nos la dio, porque el ángel dijo que este Niño es el Salvador, que es el Mesías, el Señor. Somos pobres e ignorantes, pero sabemos que los Profetas dijeron que el Salvador será el Príncipe de la Paz. A nosotros nos dijo que viniésemos a adorarlo, por esto nos dio Su Paz. ¡ Gloria a Dios en los altísimos Cielos y gloria a este su Mesías, y bendita seas tú, Mujer, que lo engendraste! ¡Eres santa, porque mereciste llevarlo en tu vientre! Mándanos como Reina, que estaremos felices de servirte. ¿ qué podemos hacer por ti? »

« Amar a mi Hijo y conservar siempre en el corazón los pensamientos de ahora. »
« Pero, ¿ tú no deseas nada? ¿ No tienes familiares a los cuales quieras que se les haga hacer saber que ya nació Él? »
« Sí. Me gustaría, pero no están cerca. Están en Hebrón … »
« Yo voy », dice Elías. « ¿ Quiénes son? »
« Zacarías el sacerdote e Isabel mi prima. »
« ¿ Zacarías? ¡Oh, lo conozco bien! En el verano voy por aquellos montes porque los pastizales son buenos y grandes y soy amigo de su pastor. Cuando vea que te has acomodado, voy a ver a Zacarías. »
« Gracias, Elías. »
« No tienes por qué. Es una gran honra para mí, pobre pastor, ir a hablar al sacerdote y decirle: ” Nació ya el Salvador “. »
No. Le dirás: ” Dice María de Nazaret, tu prima, que nació ya Jesús, y que vengas a Belén “. »
« Así se lo diré. »
Dios te lo pague. Me acordaré de ti, y de todos vosotros… »
« ¿ Le hablarás a tu Hijito de nosotros? »
« Le hablaré. »
« Yo soy Elías. » « Yo Leví. » « Yo Samuel. » « Yo Jonás. » « Yo Isaac. » « Yo Tobías. » « Yo Jonatás. »
« Yo Daniel. » « Yo Simeón. » « Yo me llamo Juan. » « Yo soy José y mi hermano es Benjamín, somos gemelos. »

« Me acordaré de vuestros nombres. »
« Ya nos vamos,… pero regresaremos… Traeremos a otros a adorar… »
«¿ Cómo regresar al aprisco dejando al Niño? »
« i Gloria a Dios que nos lo mostró ! »
« Déjanos besar su vestidito » dice Leví con una sonrisa angelical.

María levanta despacio a Jesús, y sentada en el heno, ofrece los piececitos, envueltos en lino, para que los besen. Los pastores se inclinan hasta el suelo y besan esos diminutos pies, envueltos en tela. Quien tiene barba se la hace a un lado, y casi todos lloran y cuando están para irse, salen retrocediendo, sin dar la espalda, dejando dentro su corazón…
La visión termina así: María sentada en la paja con el Niño sobre su seno; y José, apoyado en el pesebre sobre su brazo, lo mira y lo adora.

En los pastores están todos los requisitos necesarios para ser adoradores del Verbo

(Escrito el mismo día)

Dice Jesús:

« Los pastores fueron los primeros adoradores del Cuerpo de Dios. En ellos están todos los requisitos necesarios para ser adoradores de Mi Cuerpo, almas eucarísticas.
Fe segura: creyeron pronta y ciegamente al ángel.
Generosidad: dieron toda su riqueza a su Señor.
Humildad: se acercan a más pobres que ellos, hablando humanamente, con modestia de gestos que no envilecen, y se profesan sus siervos.
Deseo: cuando no pueden dar porque no tienen, se industrian en buscar por medio del apostolado y de la fatiga.
Pronta obediencia: María desea que se le avise a Zacarías y Elías va al punto. No lo deja para otro día.
Amor, sobre todo no saben separarse de allí. Tu has dicho: “Dejan allí su corazón”. Dijiste bien.
¿ Pero no se necesitaría hacer igual cosa con Mi Sacramento?
Y otra cosa y solo para ti: observa a quién se revela primeramente el ángel y quién merece ser el primero en sentir el cariño de María. Leví: el niño. Dios se muestra a quien tiene alma infantil y le muestra sus misterios y le concede que oiga las palabras divinas y de María. Quien tiene alma de niño, también tiene el santo atrevimiento de Leví, y dice: ” Permíteme que bese el vestido de Jesús “. Lo dice a María. Porque María es siempre la que os da a Jesús. Es Ella la que conduce a la Eucaristía. Es Ella el Copón viviente.

Quien va a María, me encuentra. Quien me pide por medio de Ella, por medio de Ella me recibe. La sonrisa de Mi Madre cuando alguien le dice: “Dame tu Jesús, porque quiero amarlo” hace estremecer los Cielos con un vivo esplendor de alegría, pues se siente feliz Ella. »


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Esto me dijo la Virgen para mitigar mi sufrimiento https://www.reinadelcielo.org/esto-me-dijo-la-virgen-para-mitigar-mi-sufrimiento/ Thu, 23 Mar 2023 09:08:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=25186 Durante la noche me visitó la Madre de Dios con el Niño Jesús en los brazos. La alegría llenó mi alma y dije: María, Madre mía, ¿sabes cuánto sufro? Y la Madre de Dios me contestó: «Yo sé cuánto sufres, pero no tengas miedo, porque yo comparto contigo tu sufrimiento y siempre lo compartiré». Sonrió cordialmente y desapareció.

En seguida mi alma se llenó de fuerza y de gran valor. Sin embargo eso duró apenas un día. Como si el infierno se hubiera conjurado contra mí. Un gran odio empezó a irrumpir en mi alma, el odio hacia todo lo santo y divino. Me parecía que esos tormentos del alma iban a formar parte de mi existencia por siempre.

Me dirigí al Santísimo Sacramento y dije a Jesús: «Jesús, Amado de mi alma, ¿no ves que mi alma está muriendo anhelándote? ¿Cómo puedes ocultarte tanto a un corazón que te ama con tanta sinceridad? Perdóname, Jesús, que se haga en mí tu voluntad. Voy a sufrir en silencio como una paloma, sin quejarme. No permitiré a mi corazón ni un solo gemido.

De “La Divina Misericordia y mi alma”
de Santa Faustina Kowalska


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Revelación de Jesús Misericordioso a Sor Faustina Kowalska https://www.reinadelcielo.org/revelacion-de-jesus-misericordioso-a-sor-faustina-kowalska/ Fri, 22 Apr 2022 08:35:31 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=3076 Escucha esta preciosa canción y las palabras reveladas a Sor Faustina por parte de Jesús Misericordioso

Del Diario de Sor Faustina
“Hija mía, haz lo que esté en tu poder para difundir la devoción de mi Misericordia. Yo supliré lo que te falta.
Dile a la humanidad doliente que se abrace en mi Corazón Misericordioso y yo la llenaré de paz.
Di, hija mía, que yo Soy el Amor y la Misericordia mismos.
Recordad mi pasión y si no creéis en mis palabras, creed al menos en mis llagas”.

Escucha la canción y las palabras reveladas:


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Visión de la visita de los Reyes Magos, según la beata Catalina Emmerich https://www.reinadelcielo.org/vision-de-la-visita-de-los-reyes-magos-segun-la-beata-catalina-emmerich/ Fri, 31 Dec 2021 07:43:40 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=25276 Solo se alimentaba de la Eucaristía y no probaba otros alimentos; tenía las llagas de la pasión de Cristo en su cuerpo y, además, poseía un don especial para revelar cómo fue la vida de Jesús y de la Virgen María a base de transmitir lo que ella llamaba “cuadros”; como fotogramas que pudiera estar viendo al mismo tiempo que se producían esos acontecimientos históricos.

Con estos antecedentes no era de extrañar que tanto la autoridad política de principios del siglo XIX (en este caso la napoleónica presente en lo que hoy se conoce como Alemania) y, la eclesiástica, investigaran duramente a una monja agustina llamada Ana Catalina Emmerich, que hoy está beatificada por la Iglesia católica.

Cuando entraba en éxtasis…

La religiosa Ana Catalina solía entrar en éxtasis y eso le permitía contemplar las vidas de Jesús, de la Virgen María, de algunos santos, así como de hechos futuros relacionados con la Iglesia.

Sus visiones las narra en voz alta y suele comenzar su relato con coletillas como: “vi que”, “como si”, “apareció”… En una primera etapa las recogía su médico, el doctor Wessener, pero fue el escritor Clemente Brentano, reconocido poeta que había trabajado con los hermanos Grimm, el que se convertiría en el encargado de trasladar al papel toda la información que le proporcionaba la monja estigmatizada.

Durante varios años, el literato Brentano realizó una callada y oculta labor de transcribir los “cuadros” que le dictaba Ana Catalina Emmerich, completando más de 16.000 folios.

La amarga pasión de Cristo

De todo este material, el mismo Brentano preparó un libro titulado La amarga pasión de Cristo (Vozdepapel), traducido al español por José María Sánchez de Toca, uno de los especialistas más reputados de la beata alemana, cuyo texto serviría de base para guionizar la película La Pasión de Cristo de Mel Gibson

Portada de La amarga Pasión de Cristo.El famoso libro en el que se basó el cineasta Mel Gibson para rodar la película del mismo título y que puede adquirir aquí

Posteriormente, el mismo Brentano preparó un libro titulado Vida de María, con las revelaciones de la beata Emmerich sobre la vida de la Virgen. En español está traducido también por Sánchez de Toca y se titula: La vida oculta de la Virgen María (Vozdepapel)

Precisamente en este libro La vida oculta de la Virgen María (Vozdepapel) están contenidas las revelaciones sobre cómo llegaron los Reyes Magos a Belén; quiénes eran, cuántos componían la caravana real y cómo adoraron al Niño Jesús…

Portada de La vida oculta de la Virgen María.Portada del libro de la beata Emmerich sobre la vida oculta de la Virgen María, publicado por Vozdepapel y que puede adquirir aquí.

Los Reyes Magos ya están llegando a Belén…

Cuenta la beata Ana Catalina Emmerich que los Reyes Magos habían dejado el palacio de Herodes, en Jerusalén, tras ser interrogados por éste sobre el nacimiento de Jesús.

Habían salido de la ciudad y tras avanzar unos kilómetros podían ver “una estrella, que relumbraba en la noche como una bola de fuego, ahora parecía como la luna de día y no era exactamente redonda sino como dentada; a menudo la ocultaban las nubes”.

La religiosa también señala en sus visiones qué Rey Mago va abriendo camino a la caravana: “Mensor (Melchor), el atezado, que era el más joven, iba delante y le seguía el castaño Seir (Baltasar), y Zeokeno (Gaspar), el más blanco y anciano”.

Es evidente que la descripción que hace Ana Catalina de los Reyes Magos, a los que llama “los tres Santos Reyes”, difiere en edad y color de piel a lo que tradicionalmente nos han transmitido desde el arte y la tradición popular.

Los Reyes Magos pierden la visión de la estrella

“Vi llegar la caravana de los reyes magos al mismo edificio fuera de Belén donde se inscribieron José y María. Era la antigua casa solariega de David, de la que todavía existe algún muro. Está casa había sido también del padre de José. Era una casa grande con otras más pequeñas alrededor; tenía delante un patio cerrado y delante de él una plaza plantada con árboles y una fuente. En esta plaza vi soldados romanos, ya que la Tesorería estaba en este edificio”.

“Cuando la caravana llegó allí, se formó a su alrededor una considerable aglomeración de curiosos. Había desaparecido la estrella y los Reyes estaban un poco inquietos. Se les acercaron unos hombres que les preguntaron”.

“Les dijeron que el Valle de los Pastores era un buen sitio para acampar, pero tardaron algún tiempo en decidirse. No oí que preguntaran por el rey de los judíos recién nacido. Sabían que éste era el lugar de la profecía, pero tras la conversación con Herodes temían llamar la atención”.

La estrella aparece de nuevo…

“Cuando vieron brillar un resplandor en el cielo a un lado de Belén, como cuando sale la luna, subieron de nuevo en sus monturas y marcharon por la zanja que discurre entre muros caídos y que rodea Belén a Mediodía hasta su parte oriental, y se acercaron al paraje de la Cueva del Pesebre por el lado del campo donde el ángel se apareció a los pastores”.

“Entonces, cuando la caravana llegó a la Tumba de Maraha que está en el valle que hay detrás de la Cueva del Pesebre, los Reyes se apearon de sus animales”.

“Ya estaba parte del campamento instalado cuando la estrella se apareció a los Reyes clara y brillante encima de la colina del pesebre, y la vieron dejar caer verticalmente sobre la loma un chorro de luz torrencial”.

Llegan hasta la cueva donde está la Virgen con el niño

“Al principio la miraban muy asombrados… pero de repente les invadió una gran alegría, pues vieron en el resplandor la figura refulgente de un niño tal y como la habían visto antes en la estrella. Entonces todos se descubrieron la cabeza y expresaron su veneración. Los reyes dieron unos pasos hasta la colina y encontraron la puerta de la cueva. Mensor abrió la puerta y vio la gruta llena de luz celestial, y al fondo la Virgen con el niño, sentada justo tal como ellos la habían visto en sus visiones”.

Primer encuentro con José

“Mensor volvió inmediatamente a decírselo a sus compañeros de viaje mientras José salía de la gruta hacia ellos acompañado de un viejo pastor. Los Reyes le dijeron sencillamente que venían a adorar y traer regalos al rey de los judíos recién nacido, cuya estrella habían visto. José les dio la bienvenida y el viejo pastor los acompañó hasta la caravana y los estuvo ayudando a instalarse”.

Adoración del Niño Jesús por los Reyes Magos

“Los Reyes se equiparon para las ceremonias solemnes que se avecinaban. Se pusieron encima unos grandes mantos blancos de cola larga con brillo amarillento como de seda natural… Los tres llevaban a la cintura cinturones de los que colgaban bolsas y cadenitas con cajitas doradas que eran como azucarillos con botones encima… A cada uno de los Reyes le seguían los cuatro acompañantes de la familia”.

“Después siguieron a José muy ordenadamente a ponerse bajo el porche de delante de la cueva, recubrieron la plancha con el lápiz de borlas y cada uno de los Reyes puso encima algunas cajitas y recipientes dorados… Mensor y todos los demás se quitaron las sandalias de los pies. José abrió la puerta de la cueva”.

Regalos de los Reyes

“Mensor tomó una bandeja de regalos y al llegar delante de la Virgen, hincó una rodilla y la puso respetuosamente a sus pies encima de un bastidor”.

“María estaba más tendida que sentada, con un brazo apoyado en una alfombra, a la izquierda el Niño Jesús que estaba acostado en una artesa recubierta de tapiz… Pero en el momento de entrar, la Santísima Virgen se incorporó para sentarse erguida, se bajó el velo, tomó al niño Jesús en su regazo y lo puso ante sí dentro dentro de su amplio velo”.

“Cuando Mensor se arrodilló y depositó los regalos con conmovedoras palabras de homenaje, inclinó humildemente su cabeza descubierta y cruzó sus manos sobre el pecho. María desnudó la parte superior del cuerpo del Niño, que estaba envuelto en pañales rojos y blancos y al que se le veía brillar tiernamente detrás de su velo; le sujetaba la cabecita con una mano y lo abrazaba con la otra; el niño tenía sus manitas cruzadas sobre el pecho como si rezara. Relucía amablemente y a veces también hacía de modo encantador como si agarrara algo en torno a sí”.

El oro de Mensor (Melchor)

“Y entonces vi que Mensor sacó de una bolsa que colgaba de su ceñidor, un puñado de bastoncillos relumbrantes, gruesos y pesados, como de un dedo de largo, con punta por arriba y granitos dorados en el medio, y lo puso humildemente como su regalo junto al Niño Jesús en el regazo de la Santísima Virgen”.

“María aceptó el oro, lo agradeció amablemente y lo cubrió con una esquina de su manto”.

El turno de Sair (Baltasar)…

“Cuando Mensor se retiró con sus cuatro acompañantes, Sair el castaño se acercó con los suyos. Hincó ambas rodillas con gran humildad y ofreció su regalo con emocionadas palabras mientras ponía en la plancha que estaba delante de Jesús una naveta incensario llena de granos de resina verdosos. Daba incienso porque seguía amorosamente la voluntad de Dios y se acomodaba reverentemente a ella. Estuvo retirado mucho tiempo con gran recogimiento antes de retirarse”.

…y Zeokeno (Gaspar)

“Después se acercó Zeokeno, que era el más blanco y el más anciano. era muy viejo y pesado y no intentó arrodillarse, pero estuvo de pie profundamente inclinado y depositó sobre la plancha un vaso de oro con fina hierba verde, un arbolito vertical delgadito y verde, que parecía crecer todavía sobre la raíz, con ramitas rizadas en las que había finas florecitas blancas. Era mirra. Zeokeno ofreció mirra que significa autosacrificio y vencimiento de las pasiones, pues este buen hombre había combatido extraordinarias tentaciones de idolatría, poligamia y violencia. Él y sus acompañantes permanecieron mucho tiempo ante Jesús, muy emocionados, tanto que me daba pena que los otros servidores tuvieran que esperar tanto delante del pesebre para ver al niño”.

Palabras emotivas e infantiles de los Reyes

“Las palabras de los Reyes y de todo su séquito eran extraordinariamente emotivas e infantiles; mientras se dejaban caer y presentaban los regalos decían poco más o menos: Hemos visto su estrella y que este niño es el Rey de todos los Reyes, y venimos a adorarle y rendirle tributo con regalos”.

“Estaban como completamente arrobados y con una oración infantil y ebria de amor encomendaron al Niño Jesús los suyos, su país y su gente, su hacienda y sus bienes y todo lo que para ellos tenía valor en la Tierra. Que el rey recién nacido quisiera aceptar sus corazones, sus almas y todos sus pensamientos y obras. Que los iluminara y les enviara todas las virtudes; y a la Tierra, felicidad, paz y amor. Al decirlo resplandecían de humildad y de amor y les rodaban lágrimas de alegría por la barba y las mejillas. Eran completamente felices, creían estar dentro de la estrella que desde milenios habían mirado sus antepasados suspirando con tal fiel anhelo. Tenían toda la alegría de la promesa cumplida después de muchos siglos”.

La aceptación de María

“La madre de Dios lo aceptó todo con mucha humildad, dando las gracias. Al principio no dijo nada, pero un sencillo movimiento bajo su velo expresó su alegría devota y emocionada”.

“Cuando los Reyes abandonaron la cueva con sus acompañantes y fueron a su tienda, entraron por fin los servidores… que habían estado esperando pacientemente y con mucha humildad delante de la puerta”.

“Los servidores no estuvieron mucho tiempo en la Cueva del Pesebre, pues los Reyes volvieron a entrar con toda solemnidad. Se habían cambiado de manto… y llevaban incensarios en sus manos, con los que incensaron con gran respeto al niño, a la Virgen santísima, san José y a toda la Cueva del Pesebre. Luego se retiraron inclinándose profundamente”.

La alegría de la Virgen y de San José

“Con todas esas cosas, María y José sentían una alegría tan dulce como nunca les había visto y muchas veces corrían por sus mejillas lágrimas de alegría. El reconocimiento y veneración solemne al Niño Jesús, al que habían tenido que albergar tan pobremente, y cuya altísima dignidad reposaba callada en la humildad de sus corazones, los reconfortaba infinitamente”.

La alabanza de los Reyes Magos

“Cuando los Reyes salieron del pesebre aparecieron las estrellas en el cielo. Se pusieron en corro junto al terebinto que está al borde de la Tumba de Maraha y allí tuvieron su culto a las estrellas con cánticos solemnes. Es indecible lo conmovedores que sonaban sus cantos en el valle silencioso. Sus antepasados habían mirado, rezado y cantado a las estrellas tantos siglos, y hoy se habían cumplido todos sus anhelos. Cantaban ebrios de gratitud y alegría”.

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Fuente: Religión en libertad


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