padre Aldo Trento – Reina del Cielo https://www.reinadelcielo.org Fri, 24 Nov 2017 19:15:14 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.9 La muerte, su sentido y por qué no temerle https://www.reinadelcielo.org/la-muerte-su-sentido-y-por-que-no-temerle/ Fri, 24 Nov 2017 19:14:17 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=10679 ]]>

Si muchos viesen morir a nuestros pacientes no temerían la muerte.

Noviembre es un mes en el que la Iglesia nos invita a pensar en la muerte. No en vano empieza con la celebración de los santos (los que han alcanzado el Paraíso ganado en la tierra) y la conmemoración de los fieles difuntos. El sacerdote Aldo Trento, acostumbrado a verle los ojos a la muerte en la clínica para enfermos terminales que dirige en Asunción del Paraguay, reflexiona en Tempi sobre la importancia de meditar en la muerte cuando aún hay tiempo, para afrontarla mejor a su llegada:

«In omnibus operibus tuis, memorare novissima tua, et in aeternum non peccabis [En tus acciones ten presente tu final, y así jamás cometerás pecado]». (Eclesiástico 7, 36).

Los Novísimos son cuatro: Muerte, Juicio, Infierno y Paraíso

Padre Aldo Trento visita enfermoEste pensamiento me acompaña desde los años del seminario, cuando en la última meditación de cada retiro espiritual el predicador nos hablaba de la muerte. Y confieso que sentía un gran miedo. Pero a la edad que ya tengo y estando, además, enfermo, no digo que la desee pero pensar en ella me da paz, me permite vivir intensamente cada instante teniendo la mirada fija en Jesús Eucaristía.

Todas las noches, cuando me voy a la cama, una cama de plaza y media en la que hay espacio para un crucifijo de un metro, lo giro hacia mí y recito los Misterios dolorosos del rosario. Contemplar en cada instante Su sufrimiento me permite reconocer también en el mío el significado último, sin el cual el dolor sería insoportable. Una vez terminado el rosario, apoyo el crucifijo en su almohada, me doy la vuelta y, terminadas las letanías en honor de la Virgen, por fin, después de muchos años, duermo en paz. Un pequeño gesto, el de dormir en compañía del crucifijo, que además de darme ánimos al mirar el rostro de Aquel por quien vale la pena sufrir, me recuerda el destino final que, sin embargo, va más allá de la cruz.

El hospital es, a la vez, un gran recurso para mantener viva esta memoria y un desafío continuo a la razón de la vida, porque hace que me tome en serio la realidad, que abrace el valor de cada instante en el que, en mi libertad, se juega el destino final: «Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti», diría San Agustín. La clínica Casa Divina Providencia-Don Luigi Giussani, que acoge a enfermos terminales y pobres, es la memoria viva y palpitante que demuestra que estamos hechos para un más allá, para la eternidad. El filósofo Horkheimer diría: «Somos peregrinos del Absoluto»; no como Heidegger, que definía al hombre como un «ser para la muerte», ni como Sartre, que lo veía como «una pasión inútil». En nuestra clínica todo pide eternidad. No existe el miedo a la muerte, porque en cada uno de los pacientes está claro que la muerte es un volver al lugar de donde hemos partido.

El padre Antonio Sepp (1655-1733), el conocido como “genio de las Reducciones”, describía en su diario esta ataraxia que caracterizaba a los guaraníes ante la muerte:

«Todos los días visitamos entre veinte y treinta enfermos [¿quién lo hace hoy?], les ofrecemos los Santos Sacramentos, asistimos a los moribundos, consolamos a los padres y a las madres de familia […]. Mi alma se enternece cuando visito y contemplo a estos pobrecillos, sobre todo cuando, con mi Crucifijo en mano, intento animar a un moribundo. Entonces no puede evitar decir: “Espero poder morir yo también como ellos”. Porque he visto morir a muchos hombres en Europa, también a religiosos, pero poquísimos lo han hecho como estos. No se puede describir con cuánta paz y serenidad de conciencia, con que virtuosidad del cuerpo y del espíritu mueren estos indios. El indio no mostrará tampoco signos de impaciencia o molestia después de haber pasado por una larga y dolorosa enfermad, ni emitirá un sólo gemido de dolor o un suspiro, nunca llorará o gritará… En el lecho del dolor no le preocupan ni su amada esposa ni sus queridos hijos, cuyos suspiros no le rompen el corazón. No le preocupan el dinero ni los bienes materiales, que debe abandonar. No tiene que pagar deudas ni hacer testamento, no le preocupan los enemigos porque casi no tiene. Puedo afirmar que no creo que exista bajo el sol una raza que entregue el alma de manera tan digna y serena como estos pobres y sencillos indígenas, abandonados y despreciados por el mundo».

Si uno supiera como mueren nuestros pacientes, podría confirmar lo que escribió el padre Sepp hace trescientos años.

Padre Aldo Trento con niñoLos guaraníes consideran que la muerte es recoger en un único e inefable acto toda la historia de la palabra de un hombre, que en este acto supremo se convierte en Palabra y entra a formar parte de la gran Palabra divina, la que estaba presente en el momento en que fue concebido, que lo vio nacer y, después, renacer en cada una de las etapas de su vida. Para los jefes de la tribu, la muerte no es la última y más difícil de las pruebas de la vida terrena, generalmente considerada como prueba para el alma y preparación a la vida verdadera en la casa de los dioses (nuestro Paraíso, la llamada «tierra sin maldad»).

Hay una sintonía impresionante entre los guaraníes que aún no han encontrado a Jesús y nosotros. Éste es el motivo por el cual, en nuestra clínica, la persona más importante es el sacerdote, al que llaman «Pai», es decir, «Padre». Hace trece años que estoy con ellos y he acogido a 2.010 pacientes terminales; a 1.503 de ellos los he acompañado en el momento de su muerte, es decir, en el momento de su vuelta a esa Palabra que los creó. Es impresionante el vínculo con las primeras palabras del Prólogo de San Juan. Los veo morir -el 90% de ellos tienen menos de 60 años- y no hay signos de desesperación en ninguno de esos rostros. La fe católica ha exaltado al máximo el concepto positivo de la muerte, que ven como el encuentro con el «Logos».

«Vendrá la muerte y tendrá tus ojos», escribía Pavese, pero hoy ya no tengo miedo gracias a mis hijos, que llevan en la sangre la certeza de ser peregrinos del Absoluto. La Iglesia, en el mes de noviembre, nos recuerda esos Novísimos y por esto, decía Eliot, el hombre de hoy la odia, porque es la única que le recuerda su destino. «Memento mori» era el saludo de los monjes, un saludo que ponía en marcha la razón porque les situaba ante las grandes preguntas del destino final. Y no olvidemos que el artículo más importante del Credo es el último: «Creo en la Resurrección de la carne y la vida eterna. Amén».

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Fuente: Religión en Libertad
Traducción de Helena Faccia Serrano


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Luis, con 12 años de edad: «Jesús, con la enfermedad he llegado a conocerte más» https://www.reinadelcielo.org/luis-con-12-anos-de-edad-jesus-con-la-enfermedad-he-llegado-a-conocerte-mas/ Fri, 02 Jun 2017 16:05:52 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=9534 ]]>

El sacerdote Aldo Trento, que atiende a personas enfermas pobres o excluidas en la Fundación San Rafael de Asunción del Paraguay, ofreció en Tempi (publicación italiana) la historia de la edificante muerte de un niño fallecido en el centro:

Luisito, un niño de 12 años, se estaba yendo. Sus respiraciones eran cada vez más profundas y distanciadas. Apenas abría los ojos. Le costaba oír. Miraba a la Virgen, miraba a su madre. A la pregunta del sacerdote: «¿Amas a Jesús, estás preparado para encontrarte con Él?», respondió: «Sí, padre».

La madre había reunido a toda la familia para decirle adiós. Fue un momento hermoso y feliz para todos. Cuando se fueron, la madre dejó las líneas publicadas más abajo, fruto de noches insomnes durante las cuales velaba, como la Virgen María, a su hijo inquieto y atormentado por una metástasis que lo consumió totalmente.

Tras las líneas de la madre, una carta que Luisito escribió a Jesús poco antes de morir.

Carta de la madre de Luisito

Dios mío, estoy ante mi hijo, que se está muriendo. Mentiría si afirmase que estoy resignada. Estoy triste y llena de miedo, porque he hecho todo lo humanamente posible para curar a Luis. ¡Oh Dios, mi hijo está en tus manos! Si quieres, Tú puedes hacer el milagro de curar a mi hijo. Señor, no te lo digo como un reproche, sino que te lo pido con todo mi corazón. Sin embargo, si mi hijo está destinado a volver con tus ángeles al Paraíso, soy feliz. Señor, te pido de nuevo que Luis no sufra, que no sienta dolor… y te doy las gracias por habérmelo dado como hijo.

Es un niño especial: alegre, cariñoso, siempre piensa antes en los otros. Recuerdo que cuando le enviaba a la panadería para comprar pan, en el camino de vuelta lo iba dividiendo con sus amigos y luego me decía: «Mamá, no te enfades. Quita la parte que me toca y dásela a mis hermanos». ¿Te acuerdas, Señor, cuando le pedía a su padre que cantara tocando la guitarra durante la misa en la capilla? Señor, has elegido a este hijo mío para darnos una lección de vida, para enseñarnos cómo combatir en esta vida conociéndote, Dios mío, como él suele hacer.

Te doy las gracias, Señor, porque a través de la enfermedad de mi Luis has ayudado a mis otros hijos a salir del pozo ciego en el que habían caído y a reemprender nuevamente Tu camino. Te doy las gracias, Señor, por haber permitido que lo tuviera un año más; él me ha ayudado a acercarme a ti, oh Dios, porque a pesar de todo lo que veo y sufro, sé que él va al Cielo, y porque sólo dos veces durante todo este largo tiempo de enfermedad ha dicho “¡ay!”: cuando se estaba recuperando de la cirugía y cuando le hicieron una punción en los pulmones.

Gracias, Señor, porque a causa de su enfermedad Luis ha llegado a esta Clínica Divina Providencia, para estar más cerca de ti y conocerte mejor. Te pido que me ayudes a ser cada día más fuerte en la fe, Señor, y que tengas piedad de esta pobre pecadora enviando Tu Misericordia sobre mi familia.

Carta de Luisito a Jesús

Oh Jesús, antes de tener esta enfermedad yo te conocía poco, pero muy poco. Con la enfermedad, poco a poco he llegado a conocerte más. Ahora sé que Tú eres mi Salvador, porque todas las cosas que te pedía, o todo lo que te pido, me lo has dado siempre.

Recuerdo que una vez te pedí salud para mi madre y Tú me escuchaste, Señor. Hiciste que mi madre se sintiera mejor y ahora ya no tiene su enfermedad de los vértigos. También cuando me faltaba el aire y me estaba asfixiando, me has dado la respiración para decir estas palabras. Viniste a la tierra para morir por mí y cuando decidas que me quieres llevar cerca de Tu Padre, iré.

Gracias, Señor, por todo; gracias por los días que me has dado de vida, gracias por la luz, porque aún estoy con mi madre, con mis hermanos, con toda la gente a la que más amo. Luis.

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Fuente: Religión en Libertad


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