nueva vida – Reina del Cielo https://www.reinadelcielo.org Wed, 05 Dec 2018 20:53:43 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.9 El mejor Regalo de Navidad https://www.reinadelcielo.org/el-mejor-regalo-de-navidad/ Fri, 07 Dec 2018 09:32:52 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=17739 A medida que nos hacemos adultos, añoramos muchas de las cosas que, tal vez ya no tenemos, o que sucedían años atrás

Ha sido un año duro, lleno de pruebas y dolor para muchos: cristianos y no cristianos. Las persecuciones, los atentados en nombre de Dios, un niño que yace en la playa… ¿Cómo poder olvidarnos? Nuestra reflexión en este Adviento ha girado en torno a ellos y en la búsqueda de la paz.

https://youtu.be/CNRRTazlblU

En medio de estas circunstancias nos preguntamos: –¿Dios estás ahí?– De pronto nos convertimos en la niña del video que busca respuestas. Que busca a Dios pero imagina un Dios allá lejos en lo alto del cielo, casi inalcanzable e imperceptible. ¿Dios estás ahí? Preguntamos una y otra vez. Es la añoranza que envuelve nuestro corazón: el anhelo de un Dios cercano, que nos escuche y nos hable, que nos diga que nos ama y experimentar su amor infinito.

-¿Dios mío me amas? -¿Cómo podría saberlo?

Los días pasan y de repente: ¡un recién nacido en un pesebre! Un pequeño niño, tan humano como tú y como yo, y tan divino como el Padre Celestial. La evidencia máxima del amor de Dios por nosotros, por cada uno de nosotros. Un amor tan grande que entrega lo más preciado: su único hijo para la salvación de nuestras almas.

¡Esa es la respuesta! Ahí, en ese humilde pesebre, pequeño y envuelto en pañales encontramos lo que más anhelamos en la vida: el amor, la paz y el perdón.

¡Sacudámonos de esa melancolía! ¡El Rey de Reyes ha nacido! Y está aquí con nosotros, es el mejor regalo que podemos recibir. Él no es un Dios lejano, es un Dios cercano que está a nuestro lado todos los días hasta el fin de los tiempos. Un Dios que sintió como nosotros, que amó como nosotros y que sufrió dolores inimaginables. Un Dios que cargó y carga con nuestros pecados y sufrimientos. ¡Alegrémonos, Dios está aquí!

Que en Navidad, arrodillados frente al pesebre, elevemos una alabanza a este pequeño Niño, agradeciendo a Dios que vive entre nosotros por su amor infinito. ¡El niño Dios a nacido y ha vencido a la muerte!

“No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida”.
San León Magno

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Fuente: Catholic-link


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Volvió a la fe un miércoles de ceniza https://www.reinadelcielo.org/volvio-a-la-fe-un-miercoles-de-ceniza/ Fri, 10 Mar 2017 13:04:05 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=8980 Matthew Walther es un periodista norteamericano conservador, inconformista, polémico y hasta peleón, editor asociado del Free Beacon de Washington. Es un hombre apasionado al que le gusta nadar contraco- rriente. Fuma tabaco y bebe cerveza y si lo critican por hacerlo (“ha bebido demasiado”, dicen a veces sus opositores) entonces se hace una foto con una botella y la cuelga en Twitter, para provocar más.

Walther se alejó de la fe católica de su infancia durante varios años, hasta que un Miércoles de Ceniza sintió una llamada que lo atrapó.

Huyó de Dios y probó otras cosas

Mathew testimonio“Entre los 12 y los 20 años, antes de mi retorno a la iglesia en febrero de 2010, yo creí en el budismo, el vetegarianismo, el pacifismo, el matrimonio gay, el marxismo, el libertarianismo, la crítica literaria y, lo que más me avergüenza, me parece, en los méritos litera- rios de Finnegan’s Wake”, explica con humor, refirién- dose a la difícil novela irónica de James Joyce.

De todas esas cosas, la que le acercó a la fe fue la penúltima, la crítica literaria: más en concreto, el tener que escribir un ensayo “más bien aburrido” sobre los poetas Yeats y T.S. Eliot. Él venía de estar casi una década alejado de Dios.

Un niño sensible, e inquieto

“Yo fui un niño muy piadoso que creció temiendo al infierno con una intensidad casi física. Incluso la visión de demonios en dibujos animados podía llenarme de terror. Pero al mismo tiempo desde muy niño tenía dudas. Recuerdo perfectamente estar en la cama con 7 años pensando: ‘cuando te mueres, ya no hay nada”.

A los 12 años, decidió ignorar todo lo relacionado con Dios, el cielo o el infierno. “Cuando mi catequista nos dijo que saltarse la misa del domingo era un pecado mortal, decidí que probablemente no existía ni el cielo ni el infierno, y mucho menos un Dios que se interesase por lo que hagamos con nuestro tiempo el domingo u otro día de la semana”.

¿Materialismo? No, hay Algo que trasciende

Pero esa postura de inicio de adolescencia se transformó con los años. Al irse acabando su adolescencia, desapareció su materialismo. Por un lado, se enamoró seriamente. Por otro lado, explica, escuchaba la músi- ca del norirlandés Van Morrison. El materialismo estric- to no bastaba para encajar estas realidades: el amor, la belleza… Intuía que había Algo en vez de la nada.
Repasando aquella época, considera que era una especie de pagano espiritual: “Yo rendía honores, casi literalmente, a cosas como las olas grises, los truenos, las hojas de otoño, las caras de las mujeres hermosas, el olor de las lilas, las primeras nevadas. Con todo lo que había por ahí, el cuentecito sobre un Nazareno me parecía poca cosa”.

Un poema especial en una fecha especial

Orar a Dios 2 (ft img)Y entonces llegó ese día de febrero de 2010, cuando estaba trabajando en una oficina aburrida (“gogoliana”, explica en el Catholic Herald) y preparaba un ensayo consultando los poemas de T.S.Eliot (1888-1965). Y encontró uno titulado Miércoles de Ceniza (aquí en español) que hasta entonces nunca le había interesado.

Eliot era agnóstico en esta época. Pero en este poema, el poeta le rezaba a la Virgen, usando palabras de las liturgias de días marianos. A Matthew Walther le capturaron estas palabras en concreto:

Y ruego a Dios que se apiade de nosotros. Y le ruego que yo pueda olvidarme. De aquellas cosas que conmigo mismo discuto demasiado. Explico demasiado.

Pocas horas después, consultó el calendario y com- probó que ese mismo día era Miércoles de Ceniza. Era una señal, entendió: demasiada casualidad. Buscó en Google los horarios de actividades en la catedral, que estaba cerca, y acudió al templo. Llevaba casi diez años sin ir a la iglesia, excepto por el funeral de una tatarabuela.

Misa el Miércole de Ceniza

Era un oficio más que los que recordaba de niño: la mayor parte estaba en latín. Y le asombró que aún había agua en las pilas bautismales: recordaba que en su parroquia se retiraba en Cuaresma.
Y se quedó a la misa y recibió la ceniza. Ir a la iglesia el Miércoles de Ceniza, ponerse en la cola para recibir su imposición, es algo que cualquiera puede hacer, cualquier pecador, cualquier pagano, está abierto a todos.

Transformado para siempre

“Desde ese día, ni por un instante he dudado de la exis- tencia de Dios o de la Encarnación de su Hijo. Fue tam- bién, aunque entonces no me di cuenta, el inicio de mi devoción por su Madre”.
Es consciente de que aquel día y su fruto fue un “don tan extraordinario para alguien tan indigno como yo, de una forma tan extraña y asombrosa, uno de esos pequeños chistes de la Providencia”. Aquel día fue el que se inició su proceso de retorno a la Iglesia.

Ahora casi no lee poemas de T.S.Eliot, excepto una vez al año, y entonces, cita, “el corazón perdido se eleva y alegra, en las lilas perdidas y las voces perdidas del mar”.

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Fuente: Religión en Libertad


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De dónde vengo y quién soy https://www.reinadelcielo.org/de-donde-vengo-y-quien-soy/ Fri, 29 May 2015 08:12:14 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=4208

Una seguidora de de Reina del Cielo comparte con nosotros esta hermosa historia.
¡Muchas gracias! ¡Disfruten de la lectura!


Pedro era el pordiosero más pobre de la aldea. Cada noche dormía en el zaguán de una casa diferente, frente a la plaza central del pueblo.

Cada día se recostaba debajo de un árbol distinto, con la mano extendida y la mirada perdida en sus pensamientos.
Cada tarde comía de la limosna o de los mendrugos que alguna persona caritativa le acercaba.

Sin embargo, a pesar de su aspecto y de la forma de pasar sus días, Pedro era considerado por todos, el hombre más sabio del pueblo, quizás no tanto por su inteligencia, sino por todo aquello que había vivido.

Una mañana soleada, el rey en persona apareció en la plaza. Rodeado de guardias, caminaba entre los puestos de frutas y baratijas buscando nada en concreto.

Riéndose de los mercaderes y de los compradores, casi tropezó con Pedro, que dormitaba a la sombra de una encina.
Alguien le contó que estaba frente al más pobre de sus súbditos, pero también frente a uno de los hombres más respetados por su sabiduría.

Corona y espada de ReyEl rey, divertido, se acercó al mendigo y le dijo: “Si me contestas una pregunta te doy esta moneda de oro.”
Pedro lo miró, casi despectivamente, y le dijo:

“Puede quedarse vos con su moneda, ¿para qué la querría yo? ¿Cuál es su pregunta?”

Y el rey se sintió desafiado por la respuesta y en lugar de una pregunta banal, se despachó con una cuestión que hacía días lo angustiaba y que no podía resolver. Un problema de bienes y recursos que sus consejeros no habían podido solucionar.

La respuesta de Pedro fue justa y creativa. El rey se sorprendió; dejó su moneda a los pies del mendigo y siguió su camino por el mercado, meditando sobre lo sucedido.

Al día siguiente el rey volvió a aparecer en el mercado.
Ya no paseaba entre los mercaderes, fue directo a donde Pedro descansaba, esta vez bajo un olivar.
Otra vez el rey hizo una pregunta y otra vez Pedro la respondió rápida y sabiamente.
El soberano volvió a sorprenderse de tanta lucidez. Con humildad se quitó las sandalias y se sentó en el suelo frente a Pedro.

“Pedro, te necesito,” le dijo. “Estoy agobiado por las decisiones que como rey debo tomar. No quiero perjudicar a mi pueblo y tampoco ser un mal soberano. Te pido que vengas al palacio y seas mi asesor. Te prometo que no te faltará nada, que serás respetado y que podrás partir cuando quieras… por favor.”

Por compasión, por servicio o por sorpresa, el caso es que Pedro, después de pensar unos minutos, aceptó la propuesta del rey.

Esa misma tarde llegó Pedro al palacio, en donde inmediatamente le fue asignado un lujoso cuarto a escasos doscientos metros de la alcoba real. En la habitación, una tina de esencias y con agua tibia lo esperaba.

Durante las siguientes semanas, las consultas del rey se hicieron habituales.
Todos los días, a la mañana y a la tarde, el monarca mandaba llamar a su nuevo asesor para consultarle sobre los problemas del reino, sobre su propia vida o sobre sus dudas espirituales. Pedro siempre contestaba con claridad y precisión.

El recién llegado se transformó en el interlocutor favorito del rey. A los tres meses de su estancia ya no había medida, decisión o fallo que el monarca no consultara con su preciado asesor.

Obviamente esto desencadenó los celos de todos los cortesanos que veían en el mendigo-consultor una amenaza para su propia influencia y un perjuicio para sus intereses materiales.

Un día todos los demás asesores pidieron audiencia con el rey. Muy circunspectos y con gravedad le dijeron.

“Tu amigo Pedro, como tú le llamas, está conspirando para derrocarte.”

“No puede ser” dijo el rey. “No lo creo.”

El Rey y el mendigo“Puedes confirmarlo con tus propios ojos,” dijeron todos. “Cada tarde a eso de las cinco, Pedro se escabulle del palacio hasta el ala Sur y en un cuarto oculto se reúne a escondidas, no sabemos con quién. Le hemos preguntado a dónde iba alguna de esas tardes y ha contestado con evasivas. Esa actitud terminó de alertarnos sobre su conspiración.”

El rey se sintió defraudado y dolido. Debía confirmar esas versiones.

Esa tarde a las cinco, aguardaba oculto en el recodo de una escalera.
Desde allí vio cómo, en efecto, Pedro llegaba a la puerta, miraba hacia los lados y con la llave que colgaba de su cuello abría la puerta de madera y se escabullía sigilosamente dentro del cuarto.

“¿Lo vísteis?” gritaron los cortesanos, “lo vísteis?”

Seguido de su guardia personal el monarca golpeó la puerta.

“¿Quién es?” dijo Pedro desde adentro.

“Soy yo, el rey,” dijo el soberano. “Ábreme la puerta.”
Pedro abrió la puerta.

No había nadie allí, salvo Pedro.

Ninguna puerta, o ventana, ninguna puerta secreta, ningún mueble que permitiera ocultar a alguien.

Sólo había en el suelo un plato de madera desgastado; en un rincón una vara de caminante y un crucifijo; en el centro del cuarto, una túnica raída colgando de un gancho del techo.

“¿Estás conspirando contra mí, Pedro?” preguntó el rey.

“¿Cómo se le ocurre, majestad?” contesto Pedro. “De ninguna forma, ¿por qué lo haría?”

“Pero vienes aqui cada tarde en secreto. ¿Qué es lo que buscas si no te ves con nadie? ¿Para qué vienes a este cuchitril a escondidas?”

Pedro sonrió y se acercó a la túnica raída que pendía del techo. La acarició y le dijo al rey:

“Hace sólo seis meses cuando llegué, lo único que tenía era esta túnica, este plato y esta vara de madera” dijo Pedro.
“Ahora me siento tan cómodo en la ropa que visto, es tan confortable la cama en la que duermo, es tan halagador el respeto que me vos me dáis y tan fascinante el poder que regala mi lugar a vuestro lado… que vengo cada día para estar seguro de no olvidarme de dónde vine y quién soy, y vengo a agradecérselo al Señor.”

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