motivos – Reina del Cielo https://www.reinadelcielo.org Fri, 24 May 2019 17:48:51 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.9 Motivo y consecuencia https://www.reinadelcielo.org/motivo-y-consecuencia/ Fri, 24 May 2019 13:32:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=279 La causa y el efecto de las cosas constituyen una importante forma de plantear la visión de la vida. O lo que es lo mismo, el motivo por el cual hacemos las cosas, y la consecuencia de nuestros actos. La vida es una interminable sucesión de expresiones de nuestra voluntad, donde actuamos con un motivo y generamos una consecuencia, originando efectos que alteran nuestro propio destino y el de los demás también. Muchas veces, a su vez, las consecuencias de nuestros actos, se transforman en el motivo de un nuevo acto, y así la cadena de causa y efecto, causa y efecto, sigue hasta el infinito.

Pero qué importante es que tengamos en claro el orden en que van las cosas, qué cuestión constituye el motivo correcto que debemos enfocar, y cual la consecuencia. ¡confundir motivos con consecuencias es una forma segura de desbarrancar nuestra vida y nuestra alma!. Déjenme ponerles un ejemplo: ¿por qué comemos?. La respuesta correcta es: porque lo necesitamos para subsistir, este es el motivo para desear alimentarnos. ¿Y cual es la consecuencia de la necesidad de alimentarse?. Pues, ¡la consecuencia es comer!. Y de tal modo, tenemos la fortaleza y la vitalidad necesarias para vivir una vida sana y balanceada. ¿Qué ocurre si creemos que el motivo de desear alimentarnos es simplemente comer, en lugar de creer que comer es la consecuencia de la necesidad de subsistír?. Pues que entonces al ser “comer” el motivo, la consecuencia es engordar, acumular excesiva grasa en nuestro cuerpo, desbalancear nuestra salud. Nuestra atención estará puesta en el lugar equivocado, en “comer”, en lugar de en “subsistir”. Cuando confundimos el motivo con la consecuencia, parecemos esas bicicletas con el piñón roto: pedaleamos, pedaleamos, pero la bicicleta no sólo no se mueve, sino que terminamos cayendo al piso por falta de movimiento, de equilibrio. Nuestra acción y esfuerzo aparente, el pedalear, no logran el efecto buscado, el avanzar en perfecto equilibrio sobre la bicicleta.

puente al cielo¿Le ves una aplicación práctica a ésta reflexión, en tu vida espiritual?. ¡Claro que la hay!. Mira: ¿Cuál es el verdadero motivo para asistir a Misa?. Piensa: quizás porque es tu obligación, o porque te lo enseñaron tus padres, o porque tu comunidad lo hace, entre muchos otros motivos. En realidad la cuestión es un poco distinta: asistir a Misa debe ser la “consecuencia” de otro motivo, de otra causa. La causa verdadera debe ser tu amor por Dios, tu amistad cercana con El, tu necesidad de estar cerca Suyo, ¡porque El está realmente Presente en la Eucaristía!. De este modo, asistir a Misa será algo que no te pesará, y tu actitud durante la Misa será totalmente distinta, si planteas las cosas de este modo, del modo correcto. ¿Crees que tus sentimientos en la Misa serán los mismos?. Pues, no. Tu voz le hablará a Dios, tus ojos lo mirarán, todo tendrá un sentido totalmente distinto al estar allí por amor, no por obligación. ¿Cuántas personas en este mundo se sientan todos los días en el mismo banco de la misma iglesia, sin haber descubierto todavía, profundo en el corazón, el verdadero motivo para estar allí?. Causa o consecuencia…

¿Por qué rezas?. Piénsalo, y nuevamente verás que rezar no debe ser un motivo, sino una consecuencia, la consecuencia de necesitar hablar con Dios, contarle tus cosas de cada día, reír y llorar con El, sorprenderlo con tus confesiones, tus pedidos, tu entrega, ¡tu vida!. Rezar de otro modo, no tiene el mismo efecto en Dios. ¡Claro que es preferible rezar a no hacerlo!. Pero si lo quieres hacer en forma perfecta, debes hacerlo como consecuencia de tu amor por Dios. De otro modo, si rezar es la “causa”, la “consecuencia” será que lo haces mecánicamente, con la boca y no con el corazón, tus oraciones no llegarán a Dios con el mismo sentido y fuerza que si lo haces como necesidad surgida de tu pasión por Cristo.

¿Por qué ayudas a los pobres, a los necesitados? El motivo debe ser tu amor por ellos, tu corazón fracturado al ver su necesidad. La ayuda será una consecuencia, no un motivo: el motivo verdadero será el amor por ellos. ¿Y si lo haces por otros motivos?. Lo más probable es que busques “otros efectos o consecuencias”: reconocimiento, que te mencionen como un colaborador. En fin, si lo haces por amor, el reconocimiento no sólo no te interesará, sino que no lo desearás, y hasta lo rechazarás en una actitud de “sincera” humildad (la humildad es sincera cuando es un “efecto”, no una “causa”).

Medita estos ejemplos: en todos verás que hay un ”motivo” profundo para las cosas buenas que intentes hacer o hagas: ¡el amor!: Sin amor, nada sirve. Ni los más caritativos gestos: si no están impulsados por el amor, no valen de nada. Hasta las acciones de quienes trabajan para Dios, si no son acciones fundadas en la caridad, no son perfectas. Por supuesto que es preferible que las hagan a que no las hagan, pero poca utilidad tendrán para sus almas, si no están fundadas en el amor.

Por supuesto que todas estas “supuestas” buenas obras y vida piadosa, si no están basadas en el amor, no son nada, siguiendo las palabras de San Pablo. Como el pedalear en la bicicleta con el piñón roto: un esfuerzo que se ve, que hasta genera sudor y movimiento, pero que no produce efecto motriz alguno, sino caída.

¿Por qué buscas a Dios?. ¿Porque lo amas, porque lo necesitas, porque el corazón estalla de amor por él?. Si no encuentras éste motivo en tu corazón, revisa tu interior, medita, porque el Señor te llama. El, que es puro Amor, te quiere manso y sereno, pacífico como Sus buenas ovejas. Y esa paz sólo la encuentras si buscas como único motivo de tus actos, el amor. Amor por Dios, como “motivo” principal de tu vida, pero también muy activamente y en forma cotidiana, amor por tus hermanos, como una directa “consecuencia” de tu amor por Dios.


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El motivo correcto https://www.reinadelcielo.org/el-motivo-correcto/ Fri, 02 Jun 2017 17:21:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=367 ]]> ¿Es lícito enojarse? ¿Y deprimirse? Todo lo es, o no lo es, dependiendo del motivo que habita en lo profundo de nuestro corazón. Con el motivo correcto, nuestros actos adquieren valor ante Dios. Sin el motivo correcto, por bien que suenen ante los oídos de los hombres serán como campanas de madera ante los oídos de Dios. Por más que las golpeemos con insistencia, su sonido será hueco y sordo.

Jesús se enojó algunas veces en Su vida terrenal, como lo podemos leer en las Escrituras. Y aunque alguna gente pretende ver en todo momento al Señor con el látigo en Sus Manos echando a los cambistas del templo (Juan 2, 13-22), fueron pocas las ocasiones en que Su enojo afloró ante la mirada del pueblo de aquellos tiempos. El mismo Dios hecho Hombre demostró Su ira cuando las cosas llegaron a puntos insoportables, cuando los comerciantes corrompieron con su presencia la Casa de Su Padre, el Templo.

La clave, para nosotros, es saber si nuestros arranques de ira responden a motivos valederos, o no. Observando con atención mis propios enojos he notado que la mayor parte de ellos responden, en lo profundo del corazón, a mi incapacidad de verme herido en mi propia vanidad. Si, vanidad. Cuando alguien me expone como débil, o tonto, o incapaz de controlar una situación, se dispara en mi interior un sentimiento de ira. ¿Es esto correcto? En general no lo es. Es simplemente que no me agrada el ser expuesto ante los demás de ese modo, lo que no es otra cosa más que vanidad.

Jesús - JerusalenSi yo fuera lo suficientemente fuerte en mi espiritualidad no me importaría mi imagen ante los hombres, sino sólo ante Dios, pero es obvio que esos enojos revelan que sí me importa lucir bien ante los ojos del mundo. Habrá otros enojos que son genuinos y comprensibles, pero he encontrado que el filtro de la vanidad me permite clasificar rápidamente buena parte de ellos entre aceptables, o inaceptables. Es importante, vistas con esta claridad las cosas, que logre reducir mis enojos originados en mi vanidad, para que mi alma se serene y encuentre la paz que sólo Jesús da.

Jesús se entristeció y lloró, entre otras oportunidades, cuando vio a Jerusalén y comprendió cuan grande era la desgracia que sobre ella se abatiría (Lucas 19, 41-44). Pero El era en general un Hombre alegre, esperanzado, lleno de vida y ganas de hacer el bien. Una vez más, viendo como actuó Jesús entre nosotros, ¿cuál es la justa medida para nuestras tristezas? En un caso extremo, es fácil ver que la tristeza de una madre que pierde a su hijo es comprendida por el Señor. El problema surge cuando nos abandonamos en estados de tristeza permanentes, porque allí dejamos de lado la esperanza, ancla que nos sujeta a la vida, sostenidos en la fe en nuestro Dios.

Así he observado que mis tristezas se relacionan, en demasiadas oportunidades, con una especie de olvido de que al fin del día, Dios se hace cargo de mi vida. Es sencillamente un olvido de la esperanza, un alejarse del entendimiento firme de que Jesús se hace cargo de mis días, llueva o truene. El Señor no me abandona nunca, ¿por qué abandonarse a la tristeza, entonces? ¿Acaso no es El el dueño de mi vida? Si mi Señor permite que algo me ocurra, algún motivo bueno habrá. Si no sé como se resolverá este problema que me angustia, ¿por qué preocuparme si Jesús se hará cargo de guiar mis pasos?

Si mi unión con Jesús está firme y fundamentada en una confianza ciega en Él, mi esperanza crece y florece en la alegría de saberme hijo de Dios. No hay lugar allí para tristezas vanas. Por supuesto que siempre estaré expuesto a angustias profundas que nada tienen que ver con la falta de esperanza, sino que serán tristezas en unión a un Jesús triste también, acompañándome en el dolor.

Todo, en nuestra vida, adquiere un sentido bueno ante Dios, de acuerdo al motivo que anida en lo profundo de nuestro corazón. Si aprendemos a mirarnos en nuestro interior, creciendo en nuestro conocimiento de nosotros mismos, veremos cuantas miserias motivan nuestras tristezas, enojos, nuestro comportamiento de cada día. Una gota de esperanza, de confianza en Dios, de entrega a Su Voluntad, hará que crezcamos en sabiduría, en paz interior, en amor bien entendido. Nuestra vida será entonces un diálogo permanente con El, para Su alegría y consuelo.


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