Jornada Mundial de la Juventud – Reina del Cielo https://www.reinadelcielo.org Fri, 30 Nov 2018 18:43:05 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.9 Mensaje del Papa Francisco ante la inminente JMJ 2019 en Panamá https://www.reinadelcielo.org/mensaje-del-papa-francisco-ante-la-inminente-jmj-2019-en-panama/ Fri, 30 Nov 2018 18:43:05 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=17631 Más de una vez habla el Papa Francisco acerca del llamado a la felicidad que tenemos todos. Y que de modo especial lo experimentan los jóvenes, por su ardor, su valentía, su capacidad de entrega y sacrificio. El deseo de vivir la felicidad es algo natural en todos nosotros, sin embargo, el joven lo experimenta como una lanza que penetra el corazón, y no lo deja tranquilo, hasta que descubre un camino auténtico que responde auténticamente a su búsqueda interior de sentido para la vida.

La clave de esa felicidad está en la actitud que tuvo María, frente al anuncio del Arcángel Gabriel, que la invitaba a ser la Madre de Cristo, y era el llamado que Dios Padre le hacía. Su «sí» al llamado del Padre, la encamino por un sendero lleno de aventuras, muchas veces con obstáculos y duras adversidades. Pero… ¿Qué cosa en nuestra vida, que valga realmente la pena, no tiene dificultades y obstáculos?

Seguir a Dios, no es de ninguna manera un recorte a nuestra libertad, como muchos nos quieren hacer creer. La cultura actual, a través de todos los medios de comunicación, quiere hacernos creer que seguir el Plan de Dios es negar la propia libertad. Cerrar la posibilidad de optar por lo que queramos, y hacer lo que «nos da la gana», lo que nos antoja. Nada más alejado de la verdad.

Optar por Dios y responder al llamado que nos hace a vivir con valentía y generosidad, es el «secreto» de nuestra vocación. Fortalece nuestra libertad, nos lleva por el único camino que realmente nos forja para ser dueños de nosotros mismos y ser libres para realizar los sueños que queramos. El pasaje: «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan». (Mateo 7, 13-14). Recordemos como el «joven rico» niega el llamado de Cristo (Marcos 10, 21) esclaviza la libertad a las propuestas engañosas del mundo. Buscando la felicidad y la libertad, muchos terminan «encadenados» a vicios e ideologías, que reducen y denigran nuestra verdadera identidad y vocación.

La respuesta a la propia vocación

Decir «sí» al Plan de Dios, es el primer paso para la felicidad. Para ser feliz y ayudar a que los demás sean felices. Es más, mi propia felicidad pasa necesariamente por la felicidad de los demás. Ese «sí» al llamado de Dios, es algo que irradia sonrisas y alegra los corazones. Esas sonrisas y alegría son frutos maduros de la vida cristiana. ¡Qué distintas son las vidas de aquellos que «firmaron el cheque en blanco» por el Señor! (significa apostar hasta el último centavo, basado en la pura confianza, sin medir cuánto costará). Así como María, cuando uno apuesta y entrega su vida por Dios, no tiene nada que perder. Es más:

«Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? Pues ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?» (Marcos 8, 35-37).

Es en la medida en que uno aprende a decirle «sí» a Dios, como descubre su vocación. Puede ser al matrimonio, a ser sacerdote o consagrado. Sea cual sea, responder al llamado es la única manera para darle el verdadero sentido a tu vida. Lo digo así, pues… ¿cuántos jóvenes … cuántas personas pasan años de su vida, sin descubrir el sentido de la vida? Es triste, pero así viven miles de personas.

Por esta razón tenemos el deber de anunciar y llevar al Señor a todos los corazones. Como dice San Pablo: «Pues si anuncio el evangelio, no tengo porqué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!» (1 Corintios 9, 16).

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Fuente: Catholic-link


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