cuento – Reina del Cielo https://www.reinadelcielo.org Tue, 02 Jan 2018 10:46:08 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.9 Con un niño entre los brazos https://www.reinadelcielo.org/con-un-nino-entre-los-brazos/ Tue, 02 Jan 2018 10:40:54 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=10944 En tiempos de Navidad, compartimos este cuento que nos ayudará a vivir el espíritu navideño, recibiendo a Jesús que nace entre nosotros. Es un cuento de Dolores Aleixandre.

La luz vacilante de una candela dentro de la gruta nos hizo saber dónde estaba la señal que andábamos buscando: un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Conozco bien los alrededores de Belén desde que comencé a trabajar como pastor, después de que una racha de malas cosechas me dejara arruinado. Procedo de una familia acomodada y religiosa en la que aprendí la tradición y las oraciones de nuestro pueblo, aprendí la Torah y leí a los Profetas pero, cuando llegué a Belén con las manos vacías y me vi obligado a pasar las noches al raso, pensé que Dios me había abandonado y no volví a rezar nunca más.

Me habitué a la vida ruda de unos pastores a quienes se había anunciado una extraña señal: un resplandor nos había envuelto en medio de la noche y una voz que venía de arriba y de dentro de nosotros a la vez, nos anunciaba lo insólito: el Dios que había dicho en los comienzos “que haya luz”, haciendo desaparecer las tinieblas del caos, pronunciaba ahora su Palabra definitiva: “No temáis, os anuncio una gran alegría para todo el pueblo…”. De pronto, nos sentimos envueltos en el abrigo cálido de su complacencia, nos supimos destinatarios de las promesas de los profetas, deslumbrados, como Moisés, por el resplandor de la zarza ardiente.

La Virgen y el Niño 2Mientras duró la luz que nos había cegado, todo parecía evidente, pero ahora estábamos otra vez en medio de la oscuridad de una noche heladora y el júbilo del anuncio escuchado comenzaba a desvanecerse como el rocío al amanecer. Habían desaparecido las voces, los himnos y el resplandor y todo invitaba a sospechar de que se había tratado de un espejismo, una ilusión, un piadoso engaño. “Ha sido un sueño”, decían algunos, “a veces la luna llena juega malas pasadas…”. “Un niño recién nacido no puede ser señal de la presencia del Altísimo”, decían otros. “¿Cómo vamos a ser precisamente nosotros los primeros en saber la llegada del Mesías?”, añadían los más escépticos. “Hay que regresar al realismo a ras de suelo del frío, la oscuridad y al cuidado de las ovejas. Ningún ángel nos reemplazará si hay que defenderlas de los lobos o atender a las recién paridas”.

Los pastores somos gente más habituada al silencio que a las palabras, pero algunos expresaron con rudeza las preguntas que llevábamos todos dentro: “¿Por qué la claridad de Dios nos ha envuelto precisamente a nosotros, tan alejados de él y tan olvidados de los mandamientos de su ley? ¿Quién va a creer de labios de esta gente perdida y rechazada que somos el anuncio de que la complacencia y la ternura de Dios abrazan a todos? ¿Y cómo es posible que la señal del Mesías que todos esperan sea un niño nacido en un lugar como éste?”.

Con palabras balbucientes hablé para intentar convencerles: “De joven aprendí algo de las Escrituras y recuerdo las palabras de Isaías: ‘El pueblo que andaba a oscuras vio una luz intensa; vivía en tierra de sombras y le brilló una luz…’. Fue él el primero en atreverse a anunciar: ‘Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado…’ (Is 9,1-5). Y además, ¿cómo explicar esta alegría desmesurada que nos ha invadido y que ha arrastrado nuestros temores con la fuerza de un huracán?”.

Algo debió resonarles por dentro, porque aceptaron mi propuesta de ponernos en camino. Cuando entramos en la cueva, vimos en la penumbra a una mujer muy joven recostada sobre un haz de heno y, junto a ella, un hombre que debía ser su esposo y que se afanaba por encender fuego. El niño, apenas un envoltorio minúsculo encima del pesebre, estaba dormido. Había una serenidad tranquila en ellos, inesperada por lo inhóspito del lugar. Les ofrecimos pan y un cuenco de leche y ellos nos dijeron sus nombres y nos contaron que venían desde Nazaret para inscribirse en Belén. No habían encontrado sitio en la posada y, ante la inminencia del parto, se habían refugiado en aquel establo y ahí estaban, guardado en el corazón su alegría y sus preguntas. Yo recordé también el salmo que había rezado en mi juventud: “¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!… Hasta la golondrina ha encontrado un nido…” (Sal 84), pero no lograba comprender por qué no se cumplían aquella promesas y la tórtola no encontraba nido donde colocar a su polluelo. Recordé también un proverbio de nuestro pueblo: “Hijo mío, cuida tu corazón porque en él están las fuentes de la vida” (Pr 4,23) y pensé que aquella mujer vivía en contacto con su propio corazón, como un árbol plantado junto a corrientes de agua.

San José y el Niño DiosFue entonces cuando, inesperadamente, ella puso en mis brazos al niño. Hoy soy ya viejo pero no he podido olvidar lo que me fue revelado aquella noche: aquel puñado de hombres insignificantes y excluidos éramos el pueblo que caminaba en tinieblas y había visto una luz grande; habíamos pasado de la sombra y el frío al interior de un hogar iluminado y caliente. Nos había nacido un niño, se nos entregaba un hijo, Dios venía a nuestro encuentro precisamente porque éramos los últimos de su pueblo. El niño sobre el pesebre representaba el destino mismo de Dios, un Dios que plantaba su tienda junto a los más pobres y perdidos, un Dios sin palabra, desarmado e inútil que comenzaba a llamarse Emmanuel, “Dios-con-nosotros”.

Junto al pesebre aquella noche aprendí a pronunciar el nombre que le revelaba como inseparable de nuestras fatigas y lágrimas, de nuestras oscuridades, esperanzas y preguntas. Estaba como nosotros a la intemperie, entraba en nuestra historia como uno de tantos y por eso se le cerraban las puertas y carecía de techo y de privilegios. Esta era la señal: el Salvador, el Mesías, el Señor, descansaba ahora entre los brazos torpes de un pastor.

“Voy a hacer pasar delante de ti todo lo mejor que tengo” (Ex 33,19) había prometido Dios a Moisés en el Sinaí. Aquella noche de Belén, en una de sus grutas, lo mejor de nuestro Dios: su misericordia entrañable, la ternura de su amor, la fuerza de su fidelidad, se manifestaba por primera vez entre nosotros. El Dios que se había revelado en la tormenta del monte, envuelto en la nube, mostraba ahora su rostro y hacía descansar su gloria en la fragilidad de un niño.

En medio de la oscuridad de la noche sentí en lo hondo de mi corazón, como un susurro de ángeles, la certeza de estar envuelto en la paz que Dios concede gratuitamente a todos los hombres y mujeres que Él quiere tanto.

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Fuente: 21 Revista Cristiana


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El conmovedor cuento de Navidad https://www.reinadelcielo.org/el-conmovedor-cuento-de-navidad/ Fri, 15 Dec 2017 20:07:30 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=10843 ]]> De la enorme cantidad de historias o situaciones del Evangelio que han pasado al lenguaje popular, hay una que fue siempre especialmente valorada como “certificado de buenas intenciones” en las obras que se hacen por los demás:

“Cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; asi tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 2-4).

Farmers, una cadena neozelandesa de grandes almacenes y productos para el hogar, ha entendido que un spot que reflejase esa idea era un buen mensaje navideño, y lo presenta así: “El conmovedor cuento de Navidad [Christmas] sobre un anciano gruñón con la secreta misión de ayudar a sus vecinos, y sobre el inesperado regalo que recibe a cambio”.

Una amplia difusión

El anuncio está protagonizado, en el papel del anciano vecino, por Ian Mune, célebre actor, director y guionista neozelandés, un habitual en la pequeña pantalla de aquel país desde los años 60. y quien hizo el papel de Bounder en El Señor de los Anillos: la Comunidad del Anillo (2001), de Peter Jackson.

Farmers encargó la difusión del anuncio y de su imagen de marca a la agencia de publicidad líder FCB, que se propuso “crear el anuncio favorito de la Navidad” y “encontrar una forma fresca de trasladar el mensaje de generosidad de la Navidad”. El anuncio ha sido colocado en todas las grandes cadenas de televisión de Nueva Zelanda para ser emitido durante toda la campaña navideña.

El auténtico sentido de la Navidad

Muchos neozelandeses lo han recibido además como un soplo de aire limpio en medio de un impulso gubernamental a la orwelliana corrección política que politiza y envenena la convivencia en el país, y aviva el conflicto entre razas. Máxime tras la formación en octubre de un nuevo gabinete presidido por la laborista Jacinda Ardern, partidaria del matrimonio gay y de ampliar el aborto.

“¿Cómo es que el Ministerio de la Verdad de Nueva Zelanda no ordena que la mitad de los que salen en el anuncio sean negros? ¿Olvidó alguien enviarle a Farmers la circular?”, afirma un comentarista en Youtube.

“¡Precioso! Y no hay en él propaganda marxista por la diversidad, como en otros anuncios navideños, especialmente aquí en la Gran Bretaña”, dice otro, quizá en referencia al de Starbucks que concluye con un beso lésbico.

“Éste es el auténtico sentido de la Navidad”, resume bien un tercero.

Farmers, la obra de un empresario cristiano

Robert Laidlaw - revista TimeDesde 1934 Farmers organiza un desfile navideño al que asisten cientos de miles de personas. Se celebra en Auckland, la principal población del país, mayor que la capital Wellington. Este año tendrá lugar el 26 de noviembre. La celebración fue un deseo expreso de su fundador, Robert Laidlaw (1885-1971), “como un regalo de fantasía y espectáculo para los niños de la ciudad”.

Laidlaw, de religión evangélica, fue un hombre profundamente comprometido con su fe, que llegó a escribir un libro de divulgación de teología protestante, The reason why, que se convirtió en un best seller, habiendo vendido 16 millones de copias en treinta idiomas.

Cuando tenía 18 años, Laidlaw se comprometió con Dios a entregarle el 10% de sus ingresos, porcentaje que fue aumentando a medida que lo hacía su empresa, lo que le convirtió en mecenas de numerosas obras religiosas y sociales. Algunas de sus grandes aportaciones fueron necesariamente conocidas, por su dimensión y su condición de hombre público. De muchas solo supieron los beneficiados. De otras… ni ellos, en el espíritu del anuncio que ha lanzado su compañía casi medio siglo después de su muerte.

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Fuente: Religión en Libertad


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De dónde vengo y quién soy https://www.reinadelcielo.org/de-donde-vengo-y-quien-soy/ Fri, 29 May 2015 08:12:14 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=4208

Una seguidora de de Reina del Cielo comparte con nosotros esta hermosa historia.
¡Muchas gracias! ¡Disfruten de la lectura!


Pedro era el pordiosero más pobre de la aldea. Cada noche dormía en el zaguán de una casa diferente, frente a la plaza central del pueblo.

Cada día se recostaba debajo de un árbol distinto, con la mano extendida y la mirada perdida en sus pensamientos.
Cada tarde comía de la limosna o de los mendrugos que alguna persona caritativa le acercaba.

Sin embargo, a pesar de su aspecto y de la forma de pasar sus días, Pedro era considerado por todos, el hombre más sabio del pueblo, quizás no tanto por su inteligencia, sino por todo aquello que había vivido.

Una mañana soleada, el rey en persona apareció en la plaza. Rodeado de guardias, caminaba entre los puestos de frutas y baratijas buscando nada en concreto.

Riéndose de los mercaderes y de los compradores, casi tropezó con Pedro, que dormitaba a la sombra de una encina.
Alguien le contó que estaba frente al más pobre de sus súbditos, pero también frente a uno de los hombres más respetados por su sabiduría.

Corona y espada de ReyEl rey, divertido, se acercó al mendigo y le dijo: “Si me contestas una pregunta te doy esta moneda de oro.”
Pedro lo miró, casi despectivamente, y le dijo:

“Puede quedarse vos con su moneda, ¿para qué la querría yo? ¿Cuál es su pregunta?”

Y el rey se sintió desafiado por la respuesta y en lugar de una pregunta banal, se despachó con una cuestión que hacía días lo angustiaba y que no podía resolver. Un problema de bienes y recursos que sus consejeros no habían podido solucionar.

La respuesta de Pedro fue justa y creativa. El rey se sorprendió; dejó su moneda a los pies del mendigo y siguió su camino por el mercado, meditando sobre lo sucedido.

Al día siguiente el rey volvió a aparecer en el mercado.
Ya no paseaba entre los mercaderes, fue directo a donde Pedro descansaba, esta vez bajo un olivar.
Otra vez el rey hizo una pregunta y otra vez Pedro la respondió rápida y sabiamente.
El soberano volvió a sorprenderse de tanta lucidez. Con humildad se quitó las sandalias y se sentó en el suelo frente a Pedro.

“Pedro, te necesito,” le dijo. “Estoy agobiado por las decisiones que como rey debo tomar. No quiero perjudicar a mi pueblo y tampoco ser un mal soberano. Te pido que vengas al palacio y seas mi asesor. Te prometo que no te faltará nada, que serás respetado y que podrás partir cuando quieras… por favor.”

Por compasión, por servicio o por sorpresa, el caso es que Pedro, después de pensar unos minutos, aceptó la propuesta del rey.

Esa misma tarde llegó Pedro al palacio, en donde inmediatamente le fue asignado un lujoso cuarto a escasos doscientos metros de la alcoba real. En la habitación, una tina de esencias y con agua tibia lo esperaba.

Durante las siguientes semanas, las consultas del rey se hicieron habituales.
Todos los días, a la mañana y a la tarde, el monarca mandaba llamar a su nuevo asesor para consultarle sobre los problemas del reino, sobre su propia vida o sobre sus dudas espirituales. Pedro siempre contestaba con claridad y precisión.

El recién llegado se transformó en el interlocutor favorito del rey. A los tres meses de su estancia ya no había medida, decisión o fallo que el monarca no consultara con su preciado asesor.

Obviamente esto desencadenó los celos de todos los cortesanos que veían en el mendigo-consultor una amenaza para su propia influencia y un perjuicio para sus intereses materiales.

Un día todos los demás asesores pidieron audiencia con el rey. Muy circunspectos y con gravedad le dijeron.

“Tu amigo Pedro, como tú le llamas, está conspirando para derrocarte.”

“No puede ser” dijo el rey. “No lo creo.”

El Rey y el mendigo“Puedes confirmarlo con tus propios ojos,” dijeron todos. “Cada tarde a eso de las cinco, Pedro se escabulle del palacio hasta el ala Sur y en un cuarto oculto se reúne a escondidas, no sabemos con quién. Le hemos preguntado a dónde iba alguna de esas tardes y ha contestado con evasivas. Esa actitud terminó de alertarnos sobre su conspiración.”

El rey se sintió defraudado y dolido. Debía confirmar esas versiones.

Esa tarde a las cinco, aguardaba oculto en el recodo de una escalera.
Desde allí vio cómo, en efecto, Pedro llegaba a la puerta, miraba hacia los lados y con la llave que colgaba de su cuello abría la puerta de madera y se escabullía sigilosamente dentro del cuarto.

“¿Lo vísteis?” gritaron los cortesanos, “lo vísteis?”

Seguido de su guardia personal el monarca golpeó la puerta.

“¿Quién es?” dijo Pedro desde adentro.

“Soy yo, el rey,” dijo el soberano. “Ábreme la puerta.”
Pedro abrió la puerta.

No había nadie allí, salvo Pedro.

Ninguna puerta, o ventana, ninguna puerta secreta, ningún mueble que permitiera ocultar a alguien.

Sólo había en el suelo un plato de madera desgastado; en un rincón una vara de caminante y un crucifijo; en el centro del cuarto, una túnica raída colgando de un gancho del techo.

“¿Estás conspirando contra mí, Pedro?” preguntó el rey.

“¿Cómo se le ocurre, majestad?” contesto Pedro. “De ninguna forma, ¿por qué lo haría?”

“Pero vienes aqui cada tarde en secreto. ¿Qué es lo que buscas si no te ves con nadie? ¿Para qué vienes a este cuchitril a escondidas?”

Pedro sonrió y se acercó a la túnica raída que pendía del techo. La acarició y le dijo al rey:

“Hace sólo seis meses cuando llegué, lo único que tenía era esta túnica, este plato y esta vara de madera” dijo Pedro.
“Ahora me siento tan cómodo en la ropa que visto, es tan confortable la cama en la que duermo, es tan halagador el respeto que me vos me dáis y tan fascinante el poder que regala mi lugar a vuestro lado… que vengo cada día para estar seguro de no olvidarme de dónde vine y quién soy, y vengo a agradecérselo al Señor.”

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