Concilio Vaticano II – Reina del Cielo https://www.reinadelcielo.org Wed, 20 Nov 2024 11:35:20 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.9 ¿Van al cielo los niños que mueren sin ser bautizados? https://www.reinadelcielo.org/van-al-cielo-los-ninos-que-mueren-sin-ser-bautizados/ Wed, 20 Nov 2024 06:01:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=23940 Es común que en las experiencias pastorales y hasta en las conversaciones cotidianas, se presente la inquietud por el destino de aquellos que mueren sin haber recibido el bautismo. Tema que se torna tan apremiante para aquellos padres que han perdido a sus pequeños por distintos motivos.

Este tema ha angustiado a los cristianos de todos los tiempos. Muchos han dado diversas respuestas a esta situación, algunas llenas de esperanza y otras no tan esperanzadoras.

Nos basamos en el Concilio Vaticano II, la Declaración Dominus Iesus. El artículo «Una speranza di salvezza» de Guiseppe di Rosa de la revista Civiltá Cattolica  y el documento «La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautismo», de la Comisión teológica internacional. Empezaremos por aclarar algunas dudas:

¿Existe el limbo?

En el desarrollo del pensamiento teológico, nos encontramos con algunos pensadores que han dado respuesta al destino de los no bautizados, con la existencia de un lugar que se establece «al borde» del infierno. Siendo así una condición media entre el cielo y el infierno, al que se le ha atribuido el nombre de «el limbo».

San Agustín por ejemplo fue uno de los promotores de esta teoría (solo inicialmente). Veremos más adelante cuál fue su posterior posición. Esta respuesta carece de un valor cristocéntrico, por lo que el pensamiento cristiano no la tiene como verdad dogmática, sino como un pensamiento teológico que se ha dado en la historia de la humanidad.

Pero este pensamiento está en desacuerdo con el deseo infinito que nos ha revelado Dios de querer la salvación de todos los hombres, motivo por el cual Cristo muere en la Cruz. Dado esto, esta teoría carece de fundamento en la revelación divina.

¿Qué dijo san Agustín sobre el infierno bondadoso?

Esta es la posición final de san Agustín como respuesta a Pelagio que afirmaba que los niños sin bautizar, ingresaban a la vida eterna pero no al Reino de Dios. Agustín afirmó que ellos eran destinados al infierno pero que allí habían de pasar por una pena mitissima. Es decir, la pena más ligera de todas.

Abelardo y Lombardo, teólogos del siglo XI y XII, van a explicar que esta pena mitissima, no es más que la privación de la visión beatifica, también conocida como la visión plena de Dios. A lo que personajes como Duns Escoto y santo Tomás, van a responder que estos niños no bautizados no sufren por la privación de la visión de Dios, ya que esta visión es conocida por la fe y la fe es recibida por el bautismo. Por tanto, no pueden sufrir por la ausencia de aquello que no han conocido.

Esta respuesta ha sido una opinión teológica, que tampoco ha sido dogmática.

¿El Concilio Vaticano II habla sobre este tema?

El Concilio no habla directamente del tema, pero sí nos da luces ante este interrogante que preocupa y hasta angustia a tantos cristianos diariamente.

La doctrina de la Iglesia en el Concilio nos recuerda la universalidad de la voluntad salvífica de Dios para todos los hombres, motivo por lo cual Cristo se ha encarnado, muerto y resucitado. Lo que da una luz de esperanza, ya que podríamos hablar de salvación y visión plena de Dios para aquellos niños que han fallecido sin recibir el bautismo.

Respuesta que a diferencia de las anteriores, es absolutamente cristocéntrica. Por tanto, la fe cristiana, basada en el magisterio del Concilio Vaticano II puede esperanzarse en la salvación de aquellos niños que sin cometer pecado personal alguno, pueden ser admitidos en la plena visión de Dios.

¿Cuales son los motivos de esperanza que tenemos?

Empecemos por recordar que la esperanza cristiana es una esperanza contra toda esperanza, es decir, es una esperanza que supera toda imposibilidad. Por otro lado debemos tener claro que si bien la Iglesia como madre y maestra nos ha enseñado que por medio del bautismo, obtenemos la fe y la salvación, debemos tener presente que la acción misericordiosa de Dios no encuentra ningún límite.

Por lo que Dios puede conferir la gracia del bautismo aún sin haber sido administrado sacramentalmente, y así ingresar en la salvación que Dios otorga al hombre. Como bien dice Lumen Gentium n.16, «el designio de salvación abarca a todo el género humano sin distinción».

¿Qué es el bautismo de sangre y el bautismo de deseo?

La Iglesia también reconoce el bautismo de sangre y el bautismo de deseo, que son conferidos a quienes mueren por martirio o por enfermedad repentina. Pensemos en aquellos inocentes que mueren en el vientre materno, ellos como mártires por predicar la vida en medio de la sociedad actual que se ve inundada por la cultura de la muerte, reciben el bautismo de sangre por el cual se unen a los sufrimientos de Cristo y por Él, reciben la adopción filial.

Y para aquellos que han muerto repentinamente o que por algún motivo no han tenido la oportunidad de que se les administre el sacramento, pero sí han gozado del deseo de ser bautizados, de sus padres y/o familiares, reciben el bautismo por deseo que les hace miembros de la Iglesia, herederos del Reino de los Cielos.

¿Por qué tener esperanza cuando han partido sin ser bautizados?

Por último, quiero compartirte una especie de lista de razones para tener esperanza en la salvación de aquellos bebés que han muerto sin el bautismo:

— Recordemos que la gracia de la salvación es para todos, sin distinción.
— Cristo ha muerto por todos los hombres, de toda época y lugar.
— Para Dios no es imposible conferir la gracia bautismal a quien no ha recibido la administración del sacramento.
— Dios ofrece la salvación en todo momento y circunstancia.
— Los bebés que sufren se unen a los padecimientos de Cristo en la Cruz, y así se hacen uno con Él en el Reino.
— Todas las víctimas de violencia, en especial por motivos de persecución, reciben el bautismo de sangre.
— La Iglesia, en todas la Eucaristías del mundo, ora por los fieles difuntos, por los que sufren, por los necesitados, y por la salvación de todo el género humano.

Una pequeña reflexión

Quisiera rescatar una parte muy importante del documento «La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautismo» que mencionamos al principio:

«Al reflexionar teológicamente sobre la salvación de los niños que mueren sin Bautismo, la Iglesia respeta la jerarquía de las verdades y por tanto empieza por reafirmar claramente el primado de Cristo y de su gracia, que tiene prioridad sobre Adán y el pecado.

Cristo, en su existencia por nosotros y en el poder redentor de su sacrificio, ha muerto y resucitado por todos. Con toda su vida y su enseñanza ha revelado la paternidad de Dios y su amor universal. Si la necesidad del bautismo es de fide, la tradición y los documentos del Magisterio que han reafirmado esta necesidad tienen que ser interpretados.

Es verdad que la voluntad salvífica universal de Dios no se opone a la necesidad del bautismo, pero también es verdad que los niños no oponen ningún obstáculo personal a la acción de la gracia redentora. Por otra parte el bautismo se administra a los niños, que están libres de pecados personales, no solo para liberarlos del pecado original, sino también para insertarlos en la comunión de salvación que es la Iglesia, por medio de la comunión en la muerte y resurrección de Cristo (cf. Rom 6,1-7).

La gracia es totalmente gratuita en cuanto es siempre puro don de Dios.La condenación, por el contrario, es merecida, porque es la consecuencia de la libre elección humana. El niño que muere después de haber sido bautizado es salvado por la gracia de Cristo mediante la intercesión de la Iglesia, incluso sin su cooperación. Nos podemos preguntar si el niño que muere sin Bautismo, pero por el cual la Iglesia expresa en su oración el deseo de salvación, puede ser privado de la visión de Dios sin su cooperación».

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Fuente: Catholic-link


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San Juan XXIII, el Papa bueno https://www.reinadelcielo.org/san-juan-xxiii-el-papa-bueno/ Fri, 11 Oct 2024 06:01:00 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=9565 († 1963)
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En Roma, Italia, San Juan XXIII, Papa, cuya vida y actividad estuvieron llenas de una singular humanidad. Se esforzó en manifestar la caridad cristiana hacia todos y trabajó por la unión fraterna de los pueblos. Solícito por la eficacia pastoral de la Iglesia de Cristo en toda la tierra, convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II. († 1963)

Fecha de beatificación: 3 de septiembre de 2000, por S.S. Juan Pablo II.
Fecha de canonización: 27 de abril de 2014, por S.S. Francisco
Memoria litúrgica: 11 de octubre

Su vida

Nació en el seno de una numerosa familia campesina, de profunda raigambre cristiana. Pronto ingresó en el Seminario, donde profesó la Regla de la Orden franciscana seglar. Ordenado sacerdote, trabajó en su diócesis hasta que, en 1921, se puso al servicio de la Santa Sede. En 1958 fue elegido Papa, y sus cualidades humanas y cristianas le valieron el nombre de “papa bueno”. Juan Pablo II lo beatificó el año 2000 y estableció que su fiesta litúrgica se celebre el 11 de octubre.

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Nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia de Bérgamo (Italia). Ese mismo día fue bautizado, con el nombre de Ángelo Giuseppe. Fue el cuarto de trece hermanos. Su familia vivía del trabajo del campo. La vida de la familia Roncalli era de tipo patriarcal. A su tío Zaverio, padrino de bautismo, atribuirá él mismo su primera y fundamental formación religiosa. El clima religioso de la familia y la fervorosa vida parroquial, fueron la primera y fundamental escuela de vida cristiana, que marcó la fisonomía espiritual de Ángelo Roncalli.

Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889 y, en 1892, ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el «Diario del alma». El 1 de marzo de 1896 el director espiritual del seminario de Bérgamo lo admitió en la Orden franciscana seglar, cuya Regla profesó el 23 de mayo de 1897.

De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio seminario romano, gracias a una beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo, además, un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904, en Roma. En 1905 fue nombrado secretario del nuevo obispo de Bérgamo, Mons. Giácomo María Radini Tedeschi. Desempeñó este cargo hasta 1914, acompañando al obispo en las visitas pastorales y colaborando en múltiples iniciativas apostólicas: sínodo, redacción del boletín diocesano, peregrinaciones, obras sociales. A la vez era profesor de historia, patrología y apologética en el seminario, asistente de la Acción católica femenina, colaborador en el diario católico de Bérgamo y predicador muy solicitado por su elocuencia elegante, profunda y eficaz.

En aquellos años, además, ahondó en el estudio de tres grandes pastores: san Carlos Borromeo (de quien publicó las Actas de la visita apostólica realizada a la diócesis de Bérgamo en 1575), san Francisco de Sales y el entonces beato Gregorio Barbarigo. Tras la muerte de Mons. Radini Tedeschi, en 1914, don Ángelo prosiguió su ministerio sacerdotal dedicado a la docencia en el seminario y al apostolado, sobre todo entre los miembros de las asociaciones católicas.

En 1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado como sargento sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la «Casa del estudiante» y trabajó en la pastoral de estudiantes. En 1919 fue nombrado director espiritual del seminario.

En 1921 empezó la segunda parte de la vida de don Ángelo Roncalli, dedicada al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo central de las Obras pontificias para la Propagación de la fe, recorrió muchas diócesis de Italia organizando círculos de misiones. En 1925 Pío XI lo nombró visitador apostólico para Bulgaria y lo elevó al episcopado asignándole la sede titular de Areópoli. Su lema episcopal, programa que lo acompañó durante toda la vida, era: «Obediencia y paz».

Tras su consagración episcopal, que tuvo lugar el 19 de marzo de 1925 en Roma, inició su ministerio en Bulgaria, donde permaneció hasta 1935. Visitó las comunidades católicas y cultivó relaciones respetuosas con las demás comunidades cristianas. Actuó con gran solicitud y caridad, aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928. Sobrellevó en silencio las incomprensiones y dificultades de un ministerio marcado por la táctica pastoral de pequeños pasos. Afianzó su confianza en Jesús crucificado y su entrega a él.

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En 1935 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Era un vasto campo de trabajo. La Iglesia católica tenía una presencia activa en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba renovando y organizando. Mons. Roncalli trabajó con intensidad al servicio de los católicos y destacó por su diálogo y talante respetuoso con los ortodoxos y con los musulmanes. Cuando estalló la segunda guerra mundial se hallaba en Grecia, que quedó devastada por los combates. Procuró dar noticias sobre los prisioneros de guerra y salvó a muchos judíos con el «visado de tránsito» de la delegación apostólica. En diciembre de 1944 Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París.

Durante los últimos meses del conflicto mundial, y una vez restablecida la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y trabajó en la normalización de la vida eclesiástica en Francia. Visitó los grandes santuarios franceses y participó en las fiestas populares y en las manifestaciones religiosas más significativas. Fue un observador atento, prudente y lleno de confianza en las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de Francia. Se distinguió siempre por su búsqueda de la sencillez evangélica, incluso en los asuntos diplomáticos más intrincados. Procuró actuar como sacerdote en todas las situaciones. Animado por una piedad sincera, dedicaba todos los días largo tiempo a la oración y la meditación.

En 1953 fue creado cardenal y enviado a Venecia como patriarca. Fue un pastor sabio y resuelto, a ejemplo de los santos a quienes siempre había venerado, como san Lorenzo Giustiniani, primer patriarca de Venecia.

Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró menos de cinco años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del buen Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y cordial, practicó cristianamente las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, recibiendo a hombres de todas las naciones y creencias, y cultivando un exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre todo sus encíclicas «Pacem in terris» y «Mater et magistra», fue muy apreciado.

Convocó el Sínodo romano, instituyó una Comisión para la revisión del Código de derecho canónico y convocó el Concilio ecuménico Vaticano II. Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre todo las de los barrios nuevos. La gente vio en él un reflejo de la bondad de Dios y lo llamó «el Papa de la bondad». Lo sostenía un profundo espíritu de oración. Su persona, iniciadora de una gran renovación en la Iglesia, irradiaba la paz propia de quien confía siempre en el Señor. Falleció la tarde del 3 de junio de 1963.

Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000, y estableció que su fiesta litúrgica se celebre el 11 de octubre [1], recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962.

Puedes ver la película de la vida de San Juan XXIII, el Papa bueno

El milagro para su beatificación

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El hecho atribuido a la intercesión del Papa Bueno hace referencia a la inexplicable curación de una religiosa, Sor Caterina Capitani, enferma de una dolencia estomacal. Era el año 1966 (apenas tres años después de la muerte de Juan XXIII), cuando la entonces joven Caterina Capitani examinada por los médicos de Nápoles recibió el terrible diagnóstico: “Perforación gástrica hemorrágica con fistulación externa y peritonitis aguda”. Un caso a todas luces desesperado en el que el desenlace fatal había sido ya aceptado por la familia. Sin embargo, el 22 de mayo de 1966, las hermanas de la enferma, sabedoras de que Caterina era una ferviente admiradora de Juan XXIII, oraron pidiendo su intercesión mientras le colocaban una imagen del Papa sobre el estómago de Sor Caterina. Pocos minutos después, la monja, a la que ya habían administrado el sacramento de la unción de los enfermos, comenzó a sentirse bien y pidió comer.

Sor Caterina Capitani, quien falleció en marzo del 2010 (a la edad de 68 años), relató haber visto a Juan XXIII sentado al pie de su cama de enferma, diciéndole que su plegaria había sido escuchada. Días más tarde, una radiografía documentó la desaparición completa del mal que padecía. La ciencia, fue incapaz de dar una explicación a la curación, además en el estómago no le quedaron señales de las cicatrices causadas por la fístula. Una comisión de médicos calificó de “inexplicable científicamente” la curación de la religiosa.

Su canonización

El papa Juan XXIII tenía en su haber más de veinte curaciones inexplicables atribuidas a su intercesión, incluidas dos de las que su postulador estába convencido de que soportarían el riguroso examen del equipo de asesores médicos de la congregación.

Entre los casos más interesantes, está la historia de una mujer de Nápoles que en 2002 ingirió sin querer una bolsa de cianuro. Invocando al beato se salvó del envenenamiento sin dañar los riñones, o el bazo, y curando al mismo tiempo la cirrosis hepática.

Pero un segundo milagro comprobado no fue necesario. El 5 de julio de 2013 el Papa Francisco firmó el decreto en el cual se aprueba la votación a favor de la canonización del Beato Juan XXIII (Angelo Giuseppe Roncalli) realizada el día 2 del mismo mes y año en la sesión ordinaria de los Cardenales y Obispos de la Congregación para la Causa de los Santos.

Para conocer más sobre este proceso recomendamos leer el artículo ¿Por qué Juan XXIII será santo sin milagro?
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NOTA
[1] En el santoral los santos y beatos se inscriben en su fecha de muerte, día de su ingreso a la casa del Padre. La fiesta litúrgica no tiene que coincidir obligatoriamente con la fecha de recordación en el santoral.

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Fuente: Vatican.va


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