carcel – Reina del Cielo https://www.reinadelcielo.org Fri, 07 Dec 2018 10:00:00 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.9 La fe le salvó la vida en el corredor de la muerte https://www.reinadelcielo.org/la-fe-le-salvo-la-vida-en-el-corredor-de-la-muerte/ Fri, 07 Dec 2018 09:26:36 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=17713 Joe D´Ambrosio tenía 26 años cuando en 1988 fue arrestado en Estados Unidos tras ser acusado del asesinato de Tony Klann. Su vida cambió para siempre cuando en el juicio escuchó la palabra “culpable”. Hasta ese momento nunca había tenido problema alguno con la ley y de repente todo se vino abajo cuando el juez le condenó a la pena de muerte.

“Estuve muy cerca de ser ejecutado”, recuerda este hombre, que pasó casi 20 años en el corredor de la muerte siendo inocente. Sólo la providencial visita a su pequeña celda de un sacerdote católico al que otro recluso le había dicho que fuera a verlo logró que se reabriera el caso y se demostrara su inocencia. Ahora Joe está en libertad, y se dedica plenamente junto con el religioso que le salvó la vida a concienciar sobre otras alternativas distintas a la pena de muerte.

Acusado y condenado a muerte

Joe Dambrosio presoDesde el principio Joe defendió que era imposible que él hubiera matado a la víctima porque en ese momento se encontraba en su apartamento. Sin embargo, fue acusado y pese a la endeblez de las pruebas condenado a muerte.

 

“Imagina tu peor pesadilla, y multiplícala por mil millones, y ni siquiera estaría cerca de todo esto”, asegura D´Ambrosio en algunas de las charlas que imparte. Él pensaba que su mejor defensa sería su propia inocencia, hasta que vio que no sería así.

Sólo Dios podía contrarrestar la frustración y la desesperación

Por ello, a la condena a muerte se le unía la frustración y desesperación de saber que era inocente. Durante las dos décadas que ha pasado en el corredor de la muerte no sabía si aquel sería el día en el que alguien vendría para llevárselo a la sala en la que recibiría la inyección letal.

En ese tiempo vivió en una diminuta celda, con su uniforme naranja que le recordaba que era un condenado a muerte. Sólo una rendija por la que le pasaban la comida era muchos días su único contacto con otro ser humano.

¿Cómo soportar todo esto? Aferrándose a Dios. De ascendencia italiana, Joe era católico y en esta situación sólo esta fe le ayudó para no desesperar totalmente ante la que era una injusticia incalificable.

“La fe en Dios y en mi inocencia impidieron que me volviera loco”, cuenta este hombre que ahora tiene 56 años. Pero si su fe fue la que le ayudó a seguir vivo en la cárcel fue la providencial visita de un sacerdote la que le sacó de la celda.

El sacerdote que apareció en su celda

Joe DambrosioJoe insiste en que fue la “providencia” el que trajo este sacerdote a su vida, porque cumplía todo aquello que él necesitaba en aquel momento. Este religioso es hoy uno de los mejores amigos de este hombre libre. Además de sacerdote, antes él había ejercido como abogado y enfermero.

Su nombre es Neil Kookoothe. Un día este sacerdote visitaba a otro preso en el corredor de la muerte. El recluso le dijo que visitara al hombre que estaba en la celda de al lado, la de Joe, porque creía que posiblemente era inocente.

El padre Kookoothe decidió ver a Joe a su celda. Una vez allí, el condenado a muerte sólo le pidió una cosa, que revisara su caso porque era inocente. Hasta ese momento, este sacerdote se había negado a mirar individualmente cada caso porque consideraba que superaba su misión como capellán. Pero en esa ocasión aceptó.

La gran pregunta: “¿Lo mataste?”

El sacerdote revisó el expediente judicial y descubrió discrepancias médicas y legales. Pero tenía que estar seguro de que D´Ambrosio le estaba diciendo la verdad, así que fue a visitarlo por segunda vez.

“Lo miré a los ojos y le pregunté: ‘¿Lo mataste?’ Porque si descubro que me estás mintiendo…”. Pero él le aseguró que le estaba diciendo la verdad.

Tardarían nueve años con varios abogados defensores, ayuda divina y vencer la tenacidad de un fiscal que se negaba a facilitar documentos cuando por fin la Corte admitió la inocencia de Joe en 2007. “Todo lo que necesitábamos para demostrar mi inocencia estaba en el archivo de la fiscalía, el informe policial y los archivos del forense. Pero no se nos permitió verlo”, dijo este inocente, que podría haber salido de la cárcel unos cuantos años antes de no haber sido por ello.

Toda la parroquia rezaba por Joe

sacerdote de JoeEl padre Kookothe se involucró completamente y también la parroquia que dirigía, que rezó para que el caso llegara a buen puerto. Durante años hablaba a sus feligreses sobre su trabajo en el corredor de la muerte. En todo este tiempo ha ayudado personalmente a una docena de hombres a aceptar su ejecución. “Algunos están listos para morir”, asegura.

Pero también mantuvo al tanto a sus feligreses sobre el caso Joe D´Ambrosio. Habían oído tanto sobre él que cuando finalmente pudo salir del corredor de la muerte e ir a misa a esta parroquia la gente hizo fila a la salida del templo para saludarlo. Además, quisieron hacerle un regalo, que consistía en un reloj que ahora Joe no se quita nunca. Tampoco tiene nada más en propiedad tras más de dos décadas en una celda aislada.

Este sacerdote había ayudado a tener una buena muerte a varios presos del corredor de la muerte antes de conocer a Joe

La vuelta a la vida normal no es sencilla. De hecho, todavía tiene reflejos de las costumbres de la cárcel. Una de las cosas que más le ha costado es abrir las puertas, porque durante muchos años eran los guardias de la prisión las que las abrían, nunca él.

El sacerdote, un pastor y un amigo

Todavía recuerda el peor momento que vivió en el corredor de la muerte: “El que vinieron a decirme que mi madre había muerto”. Además ese día la Corte Suprema de Ohio le negaba un nuevo juicio. Fue desesperante, pero también aquí la Iglesia vino en su ayuda.

“Celebré el funeral de la madre de Joe. Dos semanas después, pedí visitar a Joe. Estuve allí para contarle el funeral de su madre, para ser sus ojos y oídos, para decirle cuántas personas estaban allí, qué vestía ella…”, cuenta el sacerdote sobre algo que Joe nunca olvidará.

La “providencia” de Dios

Mirando hacia atrás tras tantos años turbulentos tras las rejas, D’Ambrosio está convencido de que ningún otro sacerdote podría haber hecho por él lo que hizo el padre Kookoothe. Fue la providencia de Dios el que lo trajo hacia mí. Así es como lo veo”, dijo D’Ambrosio.

Y el padre Kookoothe ve el suyo: “Puedo ver mi propósito, que Dios me ponga en ese lugar (corredor de la muerte) para ayudar a estos hombres”. Y ahora juntos visitan a presos que están en el corredor de la muerte, a los que van a ser ejecutados y también recorren el país concienciando de que es mejor una condena de prisión que de muerte, pues en caso de error con esta última no hay marcha atrás.

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Fuente: Religión en Libertad


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La inocencia perdida https://www.reinadelcielo.org/la-inocencia-perdida/ Fri, 15 Jul 2016 16:34:50 +0000 http://www.reinadelcielo.org/?p=7403 Jan llevaba casi dos años en una cárcel polaca esperando condena y no tenía perspectiva alguna para su futuro. Cada día transcurría lento para este joven nacido en Breslavia (Polonia), pensando obsesivamente en su porvenir inmediato. Sería una condena a cadena perpetua o al menos 25 años entre rejas en el mejor de los casos. Esto no lograba asimilarlo y siendo de carácter compulsivo, una sola idea ocupaba su mente…

«Ya había decidido el método para suicidarme: me iban a pasar unas pastillas después del juicio, porque tras pasar por el juzgado había más ocasiones; durante el proceso el control y la vigilancia son más estrictos, pero una vez dictada la sentencia ya se interesan menos por ti…»

La inocencia perdida

indiferencia (ft img)Jan Krzesz (nombre ficticio, para proteger a su familia) –cuyo testimonio lo hizo público Revista Amaos– reconoce que no hubo durante su infancia o adolescencia experiencias que condicionaran sus conductas posteriores y las consecuencias que lo llevaron a prisión. Habla con nostalgia de la formación católica, hábitos de fe y sana afectividad vivida en el grupo familiar. «Tuve una infancia estupenda: estaba rodeado de amor y de la custodia divina. Nada anunciaba la tragedia que iba a sobrevenirme» —afirma el mismo Jan.

En el colegio destacaba en los deportes y era hábil en los estudios, siendo reconocido por sus pares que solían nombrarlo delegado de curso. A sus 13 años, comenzó a experimentar algunos cambios propios de la edad y a sentirse muy atraído por todo lo que venía de la Europa Occidental, Estados Unidos y en especial las películas en videocasete. Fue entonces que un hecho significativo desbarató el alma de Jan…

«Satanás me mordió y me contagió con su veneno estando todavía en la escuela. Un día, un compañero de clase me invitó a su casa, bajo secreto total, a ver una película porno. Después de visionarla, en mi vida se metió la impureza, apoderándose de mí de una manera enfermiza. Así fue mi comienzo con el mal».

Es lo que recuerda el joven polaco que desde ese momento su vida fue de mal en peor y, aunque de vez en cuando tenía momentos de paz, «el conjunto fue un desastre…».

Ni el llanto de su madre lo conmovía

Consumir a diario alcohol, tabaco, drogas e irse de copas por la noche era su agenda cotidiana. Como no trabajaba y necesitaba financiar los vicios, comenzó a robar; primero a sus padres, luego las víctimas eran personas del vecindario familiar y de ahí sus fechorías las efectuaba incluso en otras ciudades. «Mi pobre madre estaba siempre en la ventana esperando a ver si yo volvía. Recuerdo su rostro cubierto de lágrimas y de angustia… Pero a mí nada me conmovía, era insensible a cualquier argumento y nada me podía convencer: solamente contaba el dinero… Se me había metido esto en la cabeza: llegar a ser alguien importante en la calle. El trabajo honesto no me interesaba, porque despreciaba a la gente honrada y no contaba con ella para nada».Finalmente comenzaron los arrestos, el primero cuando tenía 18 años. Como en muchos lugares del mundo, las prisiones de Polonia no lucen por sus logros en reinserción y para Jan el tiempo preso fue sólo un período de aprendizaje y formar vínculos para nuevos delitos… «Me arrestaban una vez cada varios meses. Yo me creía que era dueño de la situación…»

Viviendo bajo el código de honor de los delincuentes

Antes de cumplir los 21 años la delincuencia era su única fuente de ingresos, sin importarle cuánto dolor causaba, ni menos las consecuencias en su alma. Con un colega conocido en prisión, lideraban una banda de robos a mayor escala que les financiaban lujos y juerga. Incluso cuando en un atraco –sin intención previa, dice Jan– terminaron con la vida de una persona, pero eso no lo detuvo.

«Por desgracia, eso no nos enseñó nada y yo incluso después me metí más de lleno en el mundo de la delincuencia. Me impresionaba su brutalidad y el hecho de que la gente me tuviera miedo. Para mí solamente contaban mis socios y el código de honor de los delincuentes. Iba por la vida sembrando destrucción, llanto, terror e injusticia…

Su carrera delictiva se detuvo tras ser detenido el año 2007. Pensó que era un trámite como en tantas otras ocasiones. Pero esta vez alguien se ocupó de investigar y lograr un acuerdo con el socio de Jan.

Su cómplice lo traicionó. «Lo desembuchó casi todo, especialmente los delitos más graves… Me quedé hecho polvo. Yo contaba con que tendría que responder por ello, pero entonces solamente pensaba en suicidarme. Sin embargo, Dios también tenía un plan…».

En ese plan fueron varios los «socios» que –sin saberlo incluso– sirvieron a Dios para que Jan alcanzara sanación y liberación. El primero fue su compañero de celda… «un tipo que rezaba y escuchaba la emisora católica Radio María», recuerda el joven polaco. El golpe maestro del amigo de celda fue invitar a Jan a que lo acompañase a ver al cura, quien venía una vez por semana a la cárcel. A regañadientes aceptó, cruzó un par de frases con el sacerdote y dio por concluido el encuentro. Pasaron meses en que no volvió por donde el cura, hasta que su compañero poco a poco, nuevamente logró que le acompañara. Lo que desde ese encuentro ocurrió, lo narra el propio Jan en primera persona:

Un 24 de agosto, aniversario de su liberación

«El cura me habló de confesarme, después mi compañero me dijo lo mismo. Pensé: «¿Confesarme? ¿Por qué no? Si no es más que una confesión, no me va a pasar nada por hacerlo. He estado en tantos sitios y he visto tantas cosas diferentes que confesarme no es ni un problema ni un reto para mí. Iré, le diré algo y ya está». ¡No me daba cuenta del poder de este sacramento!

Orar a Dios 2 (ft img)En la charla con el cura recibí un librito sobre el sacramento de la reconciliación. Le dije que me prepararía a conciencia, porque la mía iba a ser una confesión de más de diez años, pero no me preocupé demasiado por eso. Quedé con el cura en que me confesaría dos semanas más tarde. Mientras hojeaba el librito, me dolía un poco la barriga…

Llegó el día 24 de agosto de 2009. Fui a confesarme. No soy capaz de describir lo que me pasó: lágrimas, llanto, sollozos, un dolor que me partía el cuerpo… El Espíritu Santo expulsó de mí todo lo que era malo. ¡Nunca había llorado así, nunca había vivido nada parecido, esa fuerza tan grande! No entendía qué es lo que me estaba pasando. Rompí a llorar, no podía respirar, y el Espíritu Santo llevó a cabo Su gran limpieza, hasta que no me quedó nada dentro… Expulsó de mí todo mal, todas mis aberraciones y me devolvió la vida.

Volví de la confesión cambiado. Había empezado para mí una nueva vida: una vida en Dios y con Dios. Desde el primer día, Dios me mostró Su poder: muchos de mis defectos desaparecieron al instante, otros al cabo de un tiempo. Dios me acompañaba a cada paso y me envolvía con Su protección. Cuando contemplo mi «antigua» vida, no consigo entender cómo he podido vivir tantos años sin Dios… Y ahora Él lo es todo para mí. Estando en la cárcel, tengo la posibilidad de ayunar y rezar. Me he consagrado enteramente a Dios y a Él pertenezco.

Desde mi confesión, todo ha cambiado. Dios es el centro de mi miserable vida y la enriquece con Su presencia. Él ocupa el primer lugar, solo Él cuenta, y todo lo demás pasa a un segundo lugar. Empecé una vida nueva: llevo el escapulario del Carmen; rezo el breviario, el Rosario, la coronilla de la Divina Misericordia y otras muchas oraciones.

Aquí tengo un paraíso maravilloso y estoy rodeado de santos. A veces otros se ríen de mí, pero yo no me desánimo y sigo rezando, también convenzo a otros reclusos para que recen. Incluso hemos llegado a que, para rezar, nos ponemos en círculo y oramos juntos. Al principio, otros presos se burlaban de nosotros, pero ahora de alguna manera nos van aceptando poco a poco.

Si alguien quisiera arrebatarme a Dios, ya no quiero vivir sin Él. Lo amo y me entrego con todo mi ser a María y a Jesús, y todo ello en el Espíritu Santo».

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Fuente: Catholic.net


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