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Vemos a Cristo en los enfermos y en los que sufren. Le vemos en los refugiados. El Evangelio dice: “tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber…” (ver artículo)
Es Jesús vivo y resucitado, es María, pero ya no en una imagen, sino en cuerpo y alma. El Señor nos está esperando y esa es nuestra alegría.
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Si mi unión con Jesús está firme y fundamentada en una confianza ciega en Él, mi esperanza crece y florece en la alegría de saberme hijo de Dios.
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“Estoy muy contenta, uno se siente impresionado de la Obra de Dios a través del sufrimiento, de tantas personas que rezan por mí”, escribió agradecida la hermana Cecilia. (ver artículo)