Lejos están las épocas en que ancianidad era símbolo de sabiduría, en que nuestros abuelos ocupaban los espacios más importantes, los reservados para aquellos dignos de ser escuchados en todo momento. Luego de una vida rica en experiencias, en golpes que enseñan a discernir, ellos llegaban al pico máximo de su capacidad de comprender la realidad, y así eran reconocidos por sus familias, y por la sociedad toda.
Seamos sinceros, si nosotros mismos miráramos hacia atrás en nuestra propia vida advertiríamos con horror la interminable cantidad de errores que hemos cometido, por falta de experiencia. ¡Si pudiéramos comenzar de nuevo, qué distintas serían las cosas! Pero la vida gira una sola vez en su loca y vertiginosa carrera, y no hay marcha atrás que nos vuelva a colocar en la ruta correcta, luego de las curvas erradas por las que torcimos nuestro camino.
¡La voz de la experiencia! Quién fuera lo suficientemente sabio para saber apreciarla a edad temprana. Tristemente, no podemos mirarnos a nosotros mismos a esa edad, porque el propio ímpetu de nuestra juventud nos da esa energía loca que nos hace subestimar la importancia de la experiencia. Sin embargo, todos somos nietos, todos tenemos detrás nuestro esa maravillosa cuna de sabiduría que son nuestros queridos abuelos. Y tristemente, en lugar de ponerlos en un lugar
destacado, para que sean nuestros consejeros y fuentes de sabiduría, los descartamos como algo que no sirve. Triste, muy triste. A ellos, que son nuestras propias raíces, nuestro encuentro con lo que somos. Porque somos nuestra historia.
Hoy el mundo ha aislado a sus abuelos de tal manera, que se los somete a un incomprensible vacío asistencial, ocupacional y afectivo. O sea, no tienen quién los ayude, no tienen nada que hacer, y no tienen quien los ame. Por supuesto que hablo en promedio, porque siempre hay excepciones. Y justamente de eso quiero hablarte hoy, a ti, ¿eres la excepción?
Mi pregunta es simple: ¿cuidas a tus abuelos, los haces sentirse valiosos en la vida, dándoles el espacio que su sabiduría requiere? Y lo más importante, ¿les demuestras un amor sincero? ¿Los amas realmente? Ellos viven muchas veces ignorados, sin tener qué hacer. Nadie les pide nada, ni espera nada de ellos, ni los consulta o pone en roles de consejo. Y mucho peor, muchas veces se los deja en soledad, sin la atención y el amor que su edad requiere.
Hace poco, un joven sano y puro de corazón me preguntó: ¿está mal que diga que el hecho más trascendente de mi vida fue la muerte de mi abuelo? Vi en su mirada un reflejo, un brillo fugaz que me dijo todo. Por mi mente corrieron alocadas mil ideas, y todas convergieron en el mismo punto: el enorme amor de este muchacho por su abuelo. Qué extraordinaria historia de amor, porque en él pude ver el respeto, la admiración, el reflejo de la honradez de una generación derramada sobre la piel joven y fresca de otra nueva e inexperta generación. Pude sentir la mirada cristalina del ?viejo? que se fue, y el vacío en el alma del joven que se quedó sólo, sin su amado abuelo.
No, no está mal que digas eso, mi pequeño amigo. Tú eres un privilegiado, porque has encontrado una fuente de sabiduría en el amor por alguien que seguirá unido a ti por toda la eternidad. El te espera, pacientemente, para reencontrarse contigo cuando el Maestro así lo disponga.
En este pequeño encuentro pude comprender la importancia de predicar para que nuestros abuelos vuelvan al lugar que nunca debieron abandonar: el centro de nuestra sociedad, el espacio reservado a los más dignos de ser escuchados, respetados y amados. Y tú me dirás, ¿qué hago yo por mis abuelos, si ya han fallecido? Pues, por ellos puedes dar el más extraordinario regalo de amor que ellos puedan recibir: tu oración por sus benditas almas.
No, el mundo no ha conservado ese sano respeto reverencial que la experiencia merece, en la persona de nuestros abuelos. Prefiere seguir andando a los golpes, cometiendo errores de todo tipo, menospreciando la voz de los que podrían ayudarnos a incorporar una enorme cuota de sabiduría a nuestra sociedad. Dios, mientras tanto, observa nuestro comportamiento con tristeza y preocupación, esperando volvamos nuestra mirada a nuestros maestros en el arte de vivir.
Nuestra unión con nuestros abuelos trasciende este mundo, estamos unidos a ellos con lazos espirituales, de amor y fe, que trascienden esta vida. Si ellos están contigo aún en esta vida, tienes una extraordinaria oportunidad de demostrarles tu amor, respeto, valoración, tu capacidad de cuidarlos y escucharlos. Si ya se han ido, ora al buen Dios por sus almas, porque nadie mejor que tú para que la oración llegue al Trono de Dios y derrita los Oídos del que todo lo sabe.
Somos nietos, aunque a veces lo olvidemos, o pretendamos no serlo. Nuestra vida surgió de esa chispa de amor que engendró a nuestros padres, y fueron nuestros abuelos los que abrieron las puertas del cielo para que nuestra existencia sea bendecida desde la eternidad. El Eterno, el Dios de nuestros padres, de nuestros ancestros, nos llama a unirnos a nuestra historia con lazos
de amor indestructibles. Porque somos nietos, ayer, hoy, mañana, siempre.