Hace algunos años me dijo un hombre: “La sombra yace al pie del faro”. Y es una frase que ha quedado dentro de mi, reapareciendo en aquellos momentos en que la realidad me muestra que es tremendamente cierta.
El faro ilumina a los navegantes, a lo lejos, en medio de la inmensidad del mar. Los guía por el camino seguro, es señal y símbolo de paz para ellos, porque al verlo navegan con confianza aun en medio de la más cerrada noche. La luz del faro barre el horizonte, segura de extender su mirada hacia la distancia, cubriendo con su manto a aquellos que necesitan de su guía y protección. Sin embargo, al pie del faro, en su base de piedra llena de musgo y moho, hay oscuridad. La luz no puede llegar allí, es un punto ciego donde se esconden las sombras. La oscuridad escapa del haz de luz, de la fuente de luminosidad, y se esconde donde no puede ser atacada: bien cerca del faro, a sus pies. Casi podríamos decir que cuanto más se acerca al faro, más segura y poderosa se siente.
Y es hasta entendible que así sea: el mal quiere extinguir la fuente de luz, por eso redobla sus ataques para apagarla, buscando ubicarse lo más cerca posible del poder, del mando, de aquellos que tienen la responsabilidad de guiar a otros. Si logran oscurecer a los que guían, se aseguran que el faro no emita más luz, dejando a la gente en medio de la oscuridad que el mal propone.
Esta triste realidad la vemos en los gobernantes de muchas naciones: la oscuridad se arroja sobre ellos para buscar que gobiernen siendo fuente de sombras. Las tentaciones orientadas al poder, la corrupción, la soberbia, la vanidad y la falta de caridad son las sombras que los atacan. Cuando la luz fue extinguida, ese faro ya no puede iluminar a su pueblo, dejando a las pobres almas sumidas en una noche espiritual y humana. También lo vemos en los lugares de trabajo: los responsables deconducir a muchas empresas son tentados para hacer indigna la tarea de quienes siguen sus ordenes. ¡Y el trabajo es fuente de dignificación del hombre!. De este modo las sombras extinguen estos faros que podrían hacer también del sudor del hombre una alabanza a Dios. En cambio, lo transforman en una guerra de vanidades, ambición, egoísmo, corrupción y división. Y que podemos decir de las familias: cuantas veces vemos matrimonios unidos en la fe que se encuentran con hijos que se desvían del amor a Dios. Esas familias que son fuente de luz y ejemplo para muchos otros, y de repente se enfrentan en su propio hogar con una fuente de oscuridad, cercana, tratando de oscurecer a los otros hijos o a la familia toda. Es un intento del mal de apagar esa fuente de luz, ese faro.
Y finalmente, también podemos entender muchos de los ataques a la Iglesia bajo el mismo principio. Si Ella es el Cuerpo Místico de Cristo, que trofeo más grande podría tener el mal más que oscurecerla, apagarla. ¡Es el gran faro!. Las sombras redoblan sus esfuerzos para ubicarse lo más cerca posible del faro y oscurecer su fanal, su fuente de luz. Pero la Iglesia es eterna, nunca acabará. Sufrirá, tendrá que soportar muchas sombras moviéndose cerca, tratando de detenerla. ¡Pero las sombras no prevalecerán!.
El Mal se concentra en aquellos puntos desde donde puede influir más en otros: en gobernantes, padres de familia, lideres de empresa, en todo aquel que sea guía de almas. Cuando nos toca el turno de ser faros seamos fuente de luz, no dejemos que la oscuridad opaque la luminosidad de nuestro consejo, nuestra guía y nuestro ejemplo.