Me siento agradecida por cada uno de mis hijos, los tres que se encuentran a mi lado y aquél que partió prematuramente al lado de Dios. Las 10 semanas que estuvó en mi vientre marcaron mi vida para siempre.
Hablar de una pérdida, de un aborto espontáneo, es casi un tabú, las madres que perdemos a un hijo en el vientre tenemos aún pocos espacios en donde compartir esta experiencia y encontrar consuelo. Personalmente, creo que no se habla lo suficiente del dolor, de la angustia, del anhelo grande y de la culpa que trae una experiencia tan honda.
Jamás imaginé que pudiera existir un dolor tan inexplicable. Una pena tan grande que pareciera que te va a partir por dentro. La impotencia y el asombro de ver la vida de tu hijo irse entre tus dedos (literalmente), y no poder hacer nada. La culpa que se siente por creer que no has sido suficiente. Tantos sentimientos, tantas preguntas juntas, anhelos, sueños y expectativas que nunca verán la luz. Nombres que se quedaron flotando en el aire, pequeños detalles que se quedan casi huérfanos. Una maternidad y una paternidad trunca, hermanos que ahora juegan en sus sueños.
Este tiempo ha sido un tiempo duro, pero a la vez de una riqueza espiritual muy grande. Dios en su infinita bondad permitió que encontrara a una persona maravillosa, que vive a miles de kilómetros de distancia, pero que me acompañó y me ayudó a atravesar este duro camino casi de la mano. Encontré a Karen Edminsten por una de esas diosidencias (las casualidades no existen), le escribí porque el título de su libro, “After a miscarriage. A catholic woman’s companion to healing and hope” (Luego de una pérdida. Una compañía para la mujer católica hacia la esperanza y sanación). Me pareció muy interesante pero no estaba disponible en mi país. Le conté un poco de mi historia y no solo me envió una copia de su libro, sino que tuvo la delicadeza de acompañarme con sus oraciones y palabras de aliento siempre que recurrí a ella.
1. La pena no se puede vivir a solas
Pareciera que luego de una pérdida nadie puede entender lo que estás viviendo, es como si de pronto tu vida se hubiera detenido pero en el resto del mundo todo siguiera igual. Las palabras de consuelo suenan vacías, te cansas de tanto llorar y si pudieras salir corriendo de donde estás, lo harías. Las preguntas son interminables y si no te haces dueña de ellas en algún punto, corres el riesgo de hacer que la herida no solo no sane sino se haga más onda. Una pérdida puede generar un trauma tan grande que incluso puede llevarte a la depresión, no dudes en buscar ayuda profesional si así lo requieres.
Aunque parezca que nadie puede entender lo que vives, es necesario que dejes que los demás entren en tu vida. Abre tu corazón herido y deja que entren, permite que te vean herida y frágil, llora y abraza el consuelo, así este consuelo no sea de la medida que esperabas. Déjate amar, el amor es la mejor medicina. Busca ayuda y déjate ayudar. Hablar de lo sucedido ayudará mucho.
Para las que hemos perdido un bebé en el vientre ayuda mucho que el resto lo reconozca, que reconozca el dolor a través de un mensaje, una tarjeta o una visita breve. Gracias de todo corazón a los que estuvieron cerca y respetaron mis tiempos.
2. Tu esposo también sufre, aunque no lo demuestre como tú
Ver llorar a mi esposo es algo que no sucede con frecuencia. Admiro su fortaleza y la capacidad de dar vuelta a la página que tiene. Siempre he considerado esto como algo muy sano de hacer, sin rencor y con amor. Y sin embargo, ahora cómo quisiera que se eche a llorar conmigo, que extrañe de la misma manera en que extraño yo. Me ha costado tiempo entender que él también sufre y que nuestra familia no hubiera funcionado si es que él no hubiera escogido la cordura a pesar de su dolor. El nos ha llevado en hombros a todos y ha secado cada una de mis lágrimas. El que él no sufra en el mismo modo en que lo hago yo, no significa que no sufra en lo absoluto. Sus ilusiones y el amor por ese hijo al que hablaba desde el primer momento en que supo que habitaba en mi vientre, también se han roto.
3. El poder tan grande de una vida tan pequeña
En este tiempo, en que en el continente el discurso anti vida cobra relevancia. El valor de una vida tan pequeña habla aún más fuerte. «No es una vida, es tan solo un cúmulo de células» Y yo pienso: ¿No somos todos acaso un cúmulo de células, de órganos y de tejidos? Efectivamente somos eso y más. ¿Cómo alguien tan pequeño ha ocasionado tal revolución en nuestras vidas? ¿Cómo es que nos hemos planteado el valor del presente y el sentido de la existencia? Mi pequeña vida, mi hijo ha dejado una huella tan grande que es imposible borrarla, su vida, así de chiquita le ha dado tanto a la nuestra. Sus hermanos lo llaman, lo amaron desde que les dimos la noticia de su llegada, tiene un lugar especial e insustituible en nosotros. Así como la vida de tantos bebés que partieron pronto. Hemos aprendido que el amor trasciende tiempo y espacio.
Es verdad que un sinnúmero de afirmaciones contradictorias inundan el ambiente: «un feto no es un niño» Ciertamente no lo es, lo que no significa que no sea mi hijo o que no sea un ser humano. «El ser humano surge en el momento en que se establece la relación amorosa entre la madre y ese ser que está creciendo en ella» ¿Quiere decir que si no te aman no existes? ¿Solo existen aquellos que son amados? Todos somos amados. Mi hijo fue amado desde el minuto cero… El valor de la vida es un misterio porque es un don, una potencia y una realidad siempre amada, infinitamente amada.
4. Tú no tienes la culpa
Mi hijo vive, tiene un nombre, una identidad, es una persona concreta que existirá por siempre. Yo espero por el día en que lo pueda mirar de frente y compartir con él la eternidad. Esa a la que hemos sido llamados todos, el regalo inmenso que Dios nos ha dado a través del sacrificio de su propio hijo Jesucristo. La muerte no tiene la última palabra. Si fue un aborto espontáneo recuerda que tú no tuviste la culpa. No te des vueltas en ideas que ahora no hacen sentido: si sólo me hubiera cuidado más, si hubiera comido mejor, si no hubiera hecho deporte, si no me hubiera caído, si fuera más joven… Tú no tienes la culpa, no hay nada que puedas hacer, más que honrar la vida que te ha sido dada y atesorar el breve pero precioso tiempo que estuvieron juntos. No vas a encontrar una explicación del por qué de lo sucedido, es lamentable y doloroso, pero cuando todo haya pasado descubrirás que, por más que no lo entiendas, todo tuvo un sentido.
5. La belleza del dolor luego de que este ha pasado
Mirando atrás, la experiencia de dolor está presente aún, el recuerdo hace que las lágrimas afloren inmediatamente, pero empieza a aparecer también una experiencia de gratitud. Gratitud por la experiencia del amor, de recibir el don de la vida, de valorar el momento presente, de amar en primera persona, de dejarse amar y consolar. Y aunque no encuentre más palabras para explicar esto, creo que es algo que con el tiempo (distinto para cada persona) y de la mano de Dios, empezarás a experimentar.
6. No temas pedir ayuda y buscar consuelo
Yo no lo sabía, pero existen instancias y apostolados dentro de la Iglesia católica que están al servicio de las madres que han perdido un hijo en el vientre. Puedes hacer una pequeña liturgia, colocarle un nombre, hay personas que pueden ayudarte; el Instituto IRMA, El apostolado de las lágrimas de Hanna y muchísimas instancias más. No estás sola en esto, recurre a tu director espiritual, a un sacerdote de confianza, a tu parroquia. María Santísima es quién mejor puede entender por lo que estás pasando, recuerda que ella perdió a su hijo en la Cruz para que nosotros ganáramos la vida eterna. Ella conoce tu sufrimiento.
«Que los hijos se reciban como vienen, como Dios los manda, como Dios permite»
(Papa Francisco)
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Fuente: Catholic-link