Veo al mundo como un avión que se quedó sin combustible, que todavía vuela, pero tiene un destino de catástrofe si no logra arrancar sus motores nuevamente. Planea, parece vivo, y lo hace en un silencio majestuoso, casi con vanidad y algo de soberbia. Como si dijera: ahora sí, mírenme volar por mis propios medios.
¡Qué tonto!. No se da cuenta que, cual canto de cisne, el silencio y armonía que lo rodean sólo son una advertencia de que algo terrible va a desencadenarse. ¡Es que no puede subsistir sin sus motores!.
El motor del mundo es el amor, el amor que parece haberse apagado en los corazones de los pueblos, y haber sido reemplazado por las vanidades, el materialismo y el individualismo. Es cierto que el mundo sigue planeando con soberbia y autonomía, pero sin su motor poco podrá hacer.
¡Se apagó el amor!.
Ya no parece ser el amor el que alimenta la relación en las familias, sino el deseo de saber más, tener más, poder más, disfrutar más. Es como una loca carrera hacia la nada, hacia el vacío. Y tampoco parece ser el amor el que alimenta el trabajo de los hombres: el deseo de servir al otro, el ansia de hacer las cosas lo mejor posible porque así debe ser, por más pequeñas que sean. La especulación y la competencia dominan al hombre, en muchos aspectos. Hacer las cosas sin pedir nada a cambio, ayudar sin esperar, unir a la gente por amor y no por el deseo de obtener algo. Algunas veces sentimos que si alguien hace algo por nosotros, luego vendrá la exigencia de devolver favor por favor. Y hasta nos surge el horrible sentimiento de preferir no recibir ayuda, para no deber nada a nadie. ¡Es el espíritu de desamor que nos invade, nos corroe por dentro!.
Se apagó el amor. ¿Y cómo se puede seguir sin amor?. Se puede seguir por un tiempo, como le ocurre al avión que tiene sus motores apagados, pero va camino a estrellarse. Este mundo, sin amor, es como un cuerpo que parece vivo, pero en realidad está muerto. No tiene un alma viva, si es que no tiene amor. La resurrección del alma es encontrar el amor de Dios, y es EL el que hace arrancar nuestros motores para poder volar majestuosos, entregados a Su Potencia Salvadora, hacia el Reino de Cristo. El Espíritu Santo, fuente de todo bien, no puede actuar si no le hacemos un lugar en nuestro interior. Y como El es Espíritu de Amor, el espacio para que nos pueda invadir se abre cuando nuestro corazón se deja tocar por el Amor de Dios.
Señor, resucita a este mundo. Insúflale el Amor de los Dos Corazones, Tu Sagrado Corazón y el Inmaculado Corazón de Tu Amadísima Madre. Que el Amor vuelva a abrasar los corazones de los pueblos, para que Tu Santo Espíritu pueda entrar en nosotros y guiarnos por los seguros senderos marcados por Tu Palabra. Pon a este mundo desierto en el Horno de Tu Sagrado Corazón, para que se queme todo mal, y pueda volver a ser un Jardín, donde vivamos en Paz contigo. Espíritu Santo, ven a mi, ven a mi vida, tómame y hazme Tu instrumento, un instrumento de Tu Amor.