Santa Ángela de la Cruz, sigue haciendo milagros

El 2 de agosto de 1875 cuatro monjas sin hábito que llevaban ya unos días atendiendo a enfermos y pobres de la zona, fueron al alba al Convento de Santa Paula para oír la misa del padre Torres Padilla. Ese día se constituyó oficialmente la Compañía de las Hermanas de la Cruz. Sevilla aún no sabía quiénes eran esas monjas. Pero pronto las conocería y su cariño por ellas fue inmediato y duradero porque 145 años más tarde perdura y aumenta cada día. Crece en cantidad y sobre todo en admiración por su entrega y generosidad. Las herederas de Santa Ángela de la Cruz siguen viviendo el Evangelio de manera radical, tal y como les enseñó la fundadora, una joven zapatera que se enamoró de Jesús, y en estos tiempos difíciles de pandemia y necesidad económica han sido, una vez más, consuelo, bálsamo y ejemplo.

El primer convento de las Hermanas de la Cruz era una habitación con derecho a cocina en el corral de vecinos que había en el número 13 de la calle San Luis. Las monjas eran cuatro jóvenes que capitaneaba Ángela Guerrero, oficiala en un taller de calzado, y otras tres compañeras: Josefa de la Peña, Juana María Castro y Juana Magadán. Con los ahorros de Hermana Josefa se costearon los escasos enseres del convento, porque el grueso del dinero se empleó en los pobres y necesitados La alegría y la emoción hizo que se olvidaran de poner el potaje y ese día no tuvieron nada para comer.

¿Cómo fue capaz Sor Ángela, una obrera de familia humilde y escasa instrucción de fundar un Instituto religioso, crear un carisma propio y configurar un camino de santidad viable y seguro? La respuesta es muy sencilla, gracias a su fe, su confianza, su humildad y su amor. Ángela Guerrero se enamoró de Jesucristo, creyó en Él y se puso en manos de la Divina Providencia viviendo la pobreza en extremo, de manera radical. Abandonó su vida anterior, familia y trabajo, para hacerse pobre con los pobres y manifestar humildemente su amor con obras de entrega y servicio. En silencio, para oír la voz de Dios, pero entregada a su voluntad, sin más deseo que servirle en los más necesitados, en los enfermos. 

Y desde ese 2 de agosto de 1875 hasta nuestros días la Compañía de la Cruz ha sido una bendición para los enfermos y necesitados de Sevilla y de todas las ciudades de España, Italia y Argentina donde las Hermanas tienen casa. El Instituto que concibió Sor Ángela desarrolló una espiritualidad propia basada en el misterio del amor de Dios en la cruz, y es un vivero de santidad con dos santas en los altares, Sor Ángela, y Madre María de la Purísima, y el cofundador, el padre José Torres Padilla, en proceso de Canonización. 

Nunca en sus 145 años de existencia han abandonado las Hermanas de la Cruz sus labores asistenciales ni siquiera en las peores epidemias sufridas a lo largo de la historia. Y en esta pandemia del Covid-19 ha sido igual. Durante el confinamiento por el coronavirus han seguido atendiendo día y noche a las ancianas que cuidaban antes. Y lo mismo han hecho con los pobres y necesitados que acuden al convento en busca de consuelo material, pero tomando precauciones con mascarillas y guardando las distancias.

Durante el estado de alarma la actividad en la Casa Madre ha sido incesante.

Muchos días a las siete de la mañana llegaban los alimentos que enviaban empresas, tiendas con mercancía perecedera que tenían que cerrar, y particulares, que querían ayudar a los más desfavorecidos y saben que las Hermanas son unas intermediarias muy eficaces. A las doce del mediodía el cargamento ya estaba repartido. Un numeroso equipo de Hermanas preparaba las bolsas y dos religiosas las iban entregando a las personas que hacían cola. Unas veces eran verduras, otras palés de yogur, o camiones de plátanos y frutas, o leche y huevos. Las Hermanas de la portería entregaban los alimentos y el vale del mes a las personas que acuden asiduamente a solicitar su ayuda. Con ese vale pueden comprar en los supermercados los productos que les hacen falta.

Y si las hijas de Sor Ángela no dejaron de cuidar a las abuelitas que atienden en sus casas, se volcaron aún más si cabe con las ancianas ingresadas en la residencia anexa a la Casa Madre. Allí se suspendieron las visitas y las propias Hermanas suplieron a la monitora de manualidades, la fisioterapeuta, la peluquera y la podóloga que las atienden normalmente para que el virus no pudiera colarse. Ese celo y la intercesión de Santa Ángela han hecho posible que no se haya detectado ningún caso de coronavirus entre las ancianas de la residencia, y ni siquiera entre las religiosas de la comunidad, y eso que se les han realizado las pruebas en dos ocasiones. Un milagro más de la santa sevillana

Desde que se inició el estado de alarma por el coronavirus la capillita blanca de cal donde reposa el cuerpo incorrupto de Santa Ángela está cerrada a los fieles y por ahora seguirá así. Como es pequeña solo podrían entrar unas diez personas y el resto tendría que permanecer en la calle.

Pero Santa Ángela sigue velando como siempre por sus hijas, por los necesitados y por los sevillanos en general, con su calderilla de milagritos grandes y chicos de Madre cariñosa. A todos atiende y todos confían en ella esperando el ansiado reencuentro.

Ángeles de este mundo

En el confinamiento, temerosos por la enfermedad y por sus secuelas económicas, nos llegaban por las redes sociales vídeos y fotos de las Hermanas de la Cruz con mascarilla acudiendo a sus velas con las enfermas. Sabíamos que ellas seguían atendiendo sus obligaciones y rezando por todos. Y eso nos tranquilizaba. Algo seguía funcionando como siempre en esos meses difíciles.

Cuando el padre Torres pidió a Ángela Guerrero que escribiese cómo se imaginaba su convento y sus religiosas, la joven veía a sus monjas como una comunidad «extraordinaria por su penitencia, su obediencia y su mortificación en todo». Su oración debería ser continua como la de los ángeles del cielo y solo la interrumpirían para aliviar a sus hermanos: «En fin, ellas deben ser los ángeles de este mundo que lleven el consuelo a todas partes». Santa Ángela fue la capitana de esos ángeles y puede estar orgullosa porque en los 145 años de existencia del Instituto, «pobreza, limpieza, antigüedad”, han sido y son ángeles en los corrales de vecinos y en todas las epidemias y vicisitudes históricas alternando su vida de penitencia con la atención a los hermanos.

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Fuente: ABC de Sevilla