Cuando un enfermo de cáncer está demasiado débil, los médicos no pueden aplicarle quimioterapia: para tener una posibilidad de ser sanado, el paciente debe primero fortalecerse y luego, afrontando las sesiones de quimio, intentar derrotar la enfermedad que corroe sus órganos.
Es llamativo, porque el tratamiento que nos da la esperanza de curación degrada primero la salud del enfermo, para luego acceder a la posibilidad de derrotar al enemigo. Este es el principal modo en que la medicina ataca el cáncer en nuestros tiempos, como bien sabemos por el dolor que nos causa.
Creo que Dios suele utilizar un método bastante similar en algunas oportunidades, a la hora de ayudarnos a derrotar el mal que corroe nuestra alma. Jesús, el Verdadero Médico de las almas, sabe que no podemos atravesar ciertas pruebas hasta no estar suficientemente crecidos y fortalecidos espiritualmente. Cuando estamos débiles en nuestra fe, o en nuestro conocimiento de Dios, El espera pacientemente que mejoremos, que adquiramos cierta fortaleza espiritual, la suficiente para que El pueda aplicar sus tratamientos de sanación. Y estos son muchas veces una verdadera quimioterapia aplicada a nuestra alma. Las pruebas de fe, el forzarnos a encontrar dentro nuestro la verdadera humildad y el sentido de negarse a uno mismo, el desapego de toda cosa mundana, sean bienes o afectos humanos, todo debe ser entregado y supeditado a una única misión suprema: mantenerse aferrado a Dios pase lo que pase, aunque arrecie la tormenta, hasta llegar a realizar una verdadera conversión.
En los inicios de nuestro camino de crecimiento espiritual solemos sentir una alegría inmensa, una Gracia gigantesca que el Señor nos concede, una inversión que El realiza para que fructifique más adelante. Más cuando nos encontramos en el desierto, cuando esa alegría se transforma en dudas, abulia, sequedad espiritual, nos preguntamos y le preguntamos al Señor: ¿por qué?. Esta es la pregunta que jamás se le debe realizar a Dios, porque es El el que guía nuestra vida, el que sabe lo que es bueno o malo para nosotros. El conoce cual es el momento adecuado: cuando el Señor nos ve con suficiente solidez, inicia su tratamiento de quimioterapia espiritual, quemando las impurezas, las ataduras, los temores, las pasiones, la soberbia y vanidad, las envidias y celos, el deseo de figurar y mandar, la curiosidad y las ambiciones, todo lo malo que anidó en nuestro interior a lo largo de nuestra vida. Jesús nos somete a un proceso que tiene como finalidad extinguir lo impuro que habita dentro nuestro. ¡Y duele, vaya si duele!. Es la época de la prueba, de lograr encontrar realmente a Dios como El es, y no como nosotros quisiéramos encontrarlo. De aceptar mansamente sus tratamientos y sanaciones, ya que el Médico no quiere otra cosa más que nuestro bien.
Se necesita estar fuerte espiritualmente para que el Señor pueda obrar en nosotros. Pero si cuando El obra, nos resistimos y tratamos de volver hacia atrás, rechazando el tratamiento, ¿qué posibilidades reales tenemos de que sanen nuestros cánceres espirituales?. Amemos el dolor que el tratamiento nos produce, porque proviene del Médico Celestial, proviene de quien quiere nuestra Salvación, y sabe muy bien como hacerlo.
La quimioterapia espiritual, como fue descripta, no es más ni menos que la Cruz, la hermosa Cruz que Cristo nos pone sobre nuestras espaldas.
Señor, dame una vida nueva, sáname de mis cánceres espirituales, haz que Tu Fuego queme todos los tumores que se han adherido a mi alma, desde mi nacimiento. Haz que este dolor que siento hoy, fructifique y me eleve hasta Tu Trono.