La “Sagrada Cuna”, aunque muchos podrían pensar que se encuentra en Belén, en realidad se encuentra, en la actualidad, en Roma, en la Basílica de Santa María la Mayor, y aquí contamos su historia que data de los años del Concilio de Éfeso en el 431.
La basílica dedicada a Santa María es un “santuario”, que puede considerarse como la “catedral” de la catequesis mariana primitiva y medieval. Quien entra en ella se encuentra arropado por huellas marianas que están ahí desde tiempos paleo-cristianos y también desde los inicios del segundo milenio.
La construcción y dedicación de la basílica de Santa Maria Mayor tuvo lugar a partir y como fruto del concilio de Éfeso (431), celebrado bajo el pontificado de Celestino I (422-432).
Su sucesor, el Papa Sixto III (432-440), que dedicó el templo a la “Virgen”, había sido enviado por el papa Celestino al concilio, siendo todavía diácono.
El concilio de Calcedonia (451) determinó posteriormente con más exactitud la terminología: en Cristo hay una sola persona (divina) en dos naturalezas (la divina y la humana).
En el contexto cultural histórico, la mentalidad helenística encontraba dificultad en aceptar la encarnación de la divinidad, salvando armónicamente humanidad y divinidad.
En Antioquía y Constantinopla se subrayaba la humanidad. En Alejandría (Egipto), la divinidad (espiritualidad). En Roma se prestaba más atención a la virginidad y maternidad de María.
Éfeso y Calcedonia muestran a María madre de la única persona divina del Verbo encarnado, con su doble naturaleza, divina y humana.
Con el tiempo, la basílica fue cambiando el nombre, al principio se la llamaba Santa María del Pesebre, como nos muestran los indicios históricos y literarios donde se da a entender que el Papa Sixto III (432-440) instituyó en la primitiva basílica o junto a ella una especie de “gruta de la Natividad” del Señor, para celebrar la memoria del misterio de Belén.
Pero este “pesebre” no era una representación plástica del nacimiento del Señor por medio de figuras, puesto que esta plasticidad tiene lugar a partir del siglo XIII en tiempo de san Francisco de Asís.
Propiamente era un “oratorio” con altar propio y con algunos signos que hacían referencia a Belén, aun prescindiendo de la llegada de las reliquias de Belén.
En la biografía del Papa Sergio II (844-847) se habla de camera Praesepis, que el Papa hizo decorar y que estaba contigua a la basílica de la “Madre de Dios”, llamada también “Mayor”.
En relación con el título de “Liberiana”, la basílica tiene también, desde antiguo, el título de Santa Maria de las Nieves (ad nives), según una “leyenda” o “tradición” multisecular: “Me construirás una Iglesia en el lugar donde mañana encuentres nieve fresca”.
El prodigio al que la tradición atribuye el origen de Santa María la Mayor tiene lugar la noche anterior al clamoroso descubrimiento. Imaginen una nevada en Roma, a principios de agosto, pleno verano, hoy podría ser una broma del “clima-ficción”. Y no sería muy distinto en la Roma del fin del imperio.
Pero es lo que la Virgen comunica en sueños, al mismo tiempo, la noche del 4 de agosto del año 358 al Papa Liberio y a un tal Juan, patricio de la Urbe: una Iglesia donde mañana haya nieve fresca.
El patricio Juan la mañana del 5 corre donde el Papa para comunicarle la increíble visión nocturna y poco después la confirmación del milagro: la colina del Esquilino amanece blanca por una nevada de agosto.
En 1590, la llamada capilla “sixtina” suplantó a la capilla del Pesebre. El Papa Sixto V encomendó la construcción de esta capilla al arquitecto Domenico Fontana.
En la cripta, bajo el tabernáculo, se colocó el pesebre de Arnolfo de Cambio que fue construido en 1198-1216 por orden de Inocencio III y debido a la desaparición en el siglo XVI de algunas figuras del pesebre primitivo. Fontana hizo transportar (1589) en bloque el Pesebre de Arnolfo de Cambio, desmantelando la antigua capilla del Pesebre.
La capilla “sixtina” (de Sixto V) tuvo como objetivo custodiar el Santísimo Sacramento y, en la cripta debajo del altar, las reliquias del Pesebre. Pesebre y Eucaristía, están, pues, relacionados.
El tabernáculo es monumental y reproduce la maqueta de la misma capilla. En el altar también quedan reproducidas algunas escenas de la Navidad.
Las reliquias de la Sagrada Cuna
Las reliquias o restos de la Cuna tienen especial valor mariano, por el hecho de ser “memoria” de la actuación virginal y materna de María: “Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre” (Lc 2,7).
Las madres palestinas solían poner al niño en una cuna de barro cocido (por supuesto, con la ropita necesaria), que podía apoyarse sobre un caballete (en forma de aspa) o simplemente colocarse en el suelo o en otro lugar.
De un objeto o “pesebre” semejante, habla Orígenes (año 248). “En Belén se muestra la gruta donde nació Jesús y el pesebre donde fue envuelto en pañales”.
San Jerónimo, que se encontraba en Belén desde el año 386, en una homilia detalla que el pesebre había sido de arcilla, pero que luego fue cambiado por uno de plata.
El santo se lamenta del cambio, pero también reconoce y agradece la devoción de los fieles, aunque él preferia el pesebre anterior, de arcilla.
En Belén, desde el siglo V, la “cuna”, de oro y plata, quedaba iluminada con lámparas. Los peregrinos tomaban tierra y polvo de la gruta como reliquias. Con el tiempo, en vez de tierra, también traían pedazos de madera.
Algunos tienen la hipótesis de que las reliquias de la cuna fueran enviadas por san Sofronio de Jerusalén, al Papa Teodoro I (642-649), de origen oriental, a consecuencia de las dificultades originadas por la invasión musulmana. Precisamente es en tiempos del Papa Teodoro, cuando la basílica se llama Sancta Maria ad Praesepe.
Como ya dijimos antes, el Papa Sixto V hizo colocar las reliquias de la Cuna bajo el altar de la capilla “sixtina”, construida con este objetivo.
En 1606, la Reina de España Margarita de Austria, ofreció un relicario de plata, que desapareció en los disturbios de 1797. Se encargó un nuevo relicario a modo de urna oval, de cristal y plata dorada parcialmente, a Giuseppe Valadier (1762-1839); era una oferta de la duquesa española Manuela de Villahermosa.
En esa urna, que es la actual, hay bajorrelieves del Pesebre, la adoración de los Magos, la Fuga a Egipto, la última cena. Sobre la urna, un niño Jesús, de oro puro, que bendice. Dos querubines, cada uno con un vaso de cristal, que custodia algunas reliquias (supuestamente, heno del pesebre y un fragmento del velo de María).
La restauración se inauguró en 1864 y allí se trasladó la reliquia de la Cuna. Después de la muerte de Pío IX, el Papa León XIII quiso erigir en el hipogeo una estatua orante de su predecesor, que había definido la Inmaculada en 1854
Actualmente en la urna de la Cuna se conservan cinco listones de madera, en posición horizontal (uno de los listones no es auténtico). Con cuatro listones se puede montar un caballete para sostener una “cuna” de barro cocido, que era usual entre las mamás de Palestina, como hemos indicado más arriba.
La devoción a la Cuna es multisecular y manifiesta el deseo de imitar la humildad de Jesucristo y expresarle el propio amor, como en el caso de los santos más relacionados con esta devoción: san Carlos Borromeo, san Ignacio de Loyola, santa Brígida y san Cayetano de Thienne, entre tantos otros.
También es importante constatar la piedad o devoción, la veneración a la imagen de la Virgen llamada de “San Lucas” y, más recientemente, Salus Populi Romani. Una devoción tan querida por san Juan Pablo II y Papa Francisco a la que dedicaremos un artículo especial, contando esta antigua tradición tan querida por el pueblo romano.
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Fuente: Aleteia.org