La falta de unión de las personas en este mundo actual es evidente en todos los ámbitos, pero no deja de llamarme la atención lo que ocurre en la oración comunitaria.
El rezo es un acercamiento a Dios, un momento de búsqueda de la perfección en la humildad y la pequeñez. Cuando se hace en comunidad debiera ser en tal estado de unión, que haga que sea un canto, una alabanza al Dios de lo alto. Cada uno de los que oran debiera buscar estar en unión con sus hermanos para hacer del rezo un mensaje de armonía, de hermandad y humildad que alegre al Cielo todo.
¿Y qué se observa?
Muchas veces se ve que tenemos apuro al rezar, como si quisiéramos terminar pronto. Y cuando lo hacemos en comunidad no le damos chance al hermano de rezar en unión verdadera. Algunas personas cambian ciertas partes de las oraciones para demostrar que saben más o que simplemente gustan de rezar distinto. Se escuchan aquí y allá voces que sin dudas rezan adrede a un ritmo o de un modo distinto al del grupo. ¿Qué se quiere demostrar, que se es distinto, que se tiene un modo personal o mejor de rezar?. Y a medida que se desarrolla la oración uno escucha esa falta de armonía y de unión y espera que mejore, que cada uno renuncie a su individualidad y lime esas asperezas y rugosidades que afloran de modo evidente. Pero no, insisten en su esfuerzo de romper la cadena del rezo, con sus ritmos, tonos y palabras puestas adrede en una forma que los aparta del grupo. A veces esto ocurre de tal manera que la oración parece una verdadera torre de babel, incómoda a los oídos y más aún a los corazones. También es muy triste que quienes conducen la oración lo hagan a veces de tal forma que sea imposible orar en armonía comunitaria, como si no les importara el rezo o como si quisieran que el resultado fuera un verdadero galimatías. Suelo imaginar el rostro de los ángeles custodios en esos momentos, tristes ante tal falta de humildad y amor verdadero por Dios.
Pero si bien esto es cierto y ocurre muy a menudo, también es resaltable lo hermosa que es la oración comunitaria hecha en verdadera unión. El canto de los hijos de Jesús y María se hace una sinfonía cuando todos aceptan ser nada más que un miembro de la comunidad. Cuando nadie quiere sobresalir y sacrifica los gustos o hábitos propios para seguir el ritmo, el tono y las palabras de la oración comunitaria, y todos orando de corazón. Allí siempre me imagino la sonrisa de los ángeles custodios, que miran a Jesús y María con la felicidad de mostrar a sus protegidos agradando en humildad y unión al Dios Creador.
Esta es una pequeña reflexión sobre algo bastante cotidiano, pero que refleja el estado del mundo actual. Los rastros de vanidad, soberbia y egocentrismo que tengamos mientras oramos hacen al esfuerzo estéril. Son sólo palabras dichas, pero no llegan al Cielo.
Empecemos entonces por aquí: oremos en la Santa Misa, en comunidad, en nuestra familia o en grupos de oración, y encontremos allí la armonía del rezo humilde y de corazón.
Si podemos unirnos en el diálogo sincero con Dios, podremos unirnos también en muchas otras cosas. La verdadera oración nos debe empequeñecer, nos debe anonadar frente a la sublime y omnipotente Presencia de Dios.