Óscar Torres Ávila es un joven colombiano de 22 años natural de Ibagué. Y desde niño tenía un don y también un sueño. El primero era para la música, concretamente para el piano, y el segundo era ser algún día sacerdote, pues ya desde muy pequeño su juego favorito era celebrar misa.
Durante un tiempo estos caminos fueron por separado. Este talento precoz para la música dedicó gran parte de su tiempo a formarse en conservatorios y escuelas superiores de música. Con 18 años ya era profesor hasta de cuatro academias. Su futuro era prometedor hasta que de repente el sueño de la infancia entró en escena. Sintió con tanta fuerza esa llamada al sacerdocio que lo puso por delante de aquello que era su vida.
Ahora Óscar es seminarista y está estudiando en el Seminario Internacional Bidasoa de Pamplona gracias a una beca del Centro Académico Romano Pontífice (CARF), que ayuda a seminaristas y sacerdotes de países más pobre o en persecución, para que puedan tener una formación excelente. Lo mejor para este joven es que su don y su sueño no han sido excluyentes sino complementarios y utiliza su talento para alabar a Dios a través del piano o del órgano, sabiendo que la música puede ser una forma muy efectiva de evangelización. Religión en Libertad ha querido hablar con él para conocer cómo fue fraguándose su vocación y la relación que hay entre la música y lo divino.
– ¿Cómo fue tu infancia en Colombia?
– A Dios gracias una infancia muy feliz, tranquila, rodeado de una familia que siempre me dio todo su amor y atención. Soy hijo único, y por parte de madre nieto único, y hasta sobrino único, por lo cual, siempre estuve acompañado y apoyado en todos los aspectos. Podríamos decir que soy un poco “consentido”, pero en un buen sentido. He recibido de mi familia el mejor de los ejemplos: el respeto, la unión, la responsabilidad, el orden, el amor por el trabajo; siempre agradezco al Señor por haberme dado unos padres que sembraron en mí tan buenos ejemplos, y por haberme amado tanto desde siempre. Desde muy pequeñito comencé a tocar el piano (desde los siete años), al comienzo un poco por deseo de mi padre; pero luego fui enamorándome más y más del instrumento y de la música, al punto que decidí seguir los estudios universitarios en piano, siendo ésta una decisión muy libre.
Entonces fue una infancia muy marcada por el estudio de la música, y más caracterizada por la lectura de libros que por jugar el fútbol (que no tengo ni idea de ningún deporte), o nadar (que tampoco sé), o andar con muchos amiguitos, era más bien un poco solitario. Siento que gocé la niñez muy a mi manera; recuerdo que cuando era pequeñito mi juego favorito era celebrar la misa. Mis papás incluso me compraron los ornamentos sacerdotales, y yo era feliz predicando y diciendo misa. Incluso las visitas que llegaban a la casa tenían casi que por obligación escucharme jugando (risas). Este juego aparentemente inocente (que luego de los diez años casi no practiqué), después sería decisivo a la hora de decidir entrar al seminario; era un recuerdo imborrable y una muestra del llamado de Dios.
– ¿Has tenido algún momento en el que te hayas alejado de Dios o tu fe se haya tambaleado algo?
Debo admitir que en la adolescencia mi fe fue un poco insulsa. Iba a misa los domingos, como ya lo he dicho, pero de repente no comulgaba con ciertas posturas de la Iglesia, me parecía como muy conservadora, muy rígida. Pienso que es una etapa de muchas preguntas en la vida; y llegué a dudar un poco de la fe, pero porque me enfrié; ya casi no rezaba por gusto. Quería ser un poco rebelde ante Dios, para sentirme más libre y realizado. Luego caía en la cuenta de mis errores y regresaba a la amistad con Él.
No era difícil volver, ya que yo seguía asistiendo a la santa Misa, y siento que el ir a la Iglesia, aun cuando la fe está un poco apagada, era la atracción del Señor para no dejarme ir de su lado. Luego, ya más grande, durante la universidad, debo reconocer que me desordené un poco; me gustaba la vida nocturna, el alcohol, en fin, la vida universitaria, que puede llegar a ser un poco “loca”. Pero sucedió lo mismo: ir a la misa, y empezar a tener amistades en la Parroquia fue lo que nunca me dejó ir de las manos de Dios.
– En tu vida la música es un elemento primordial, ¿antes de ser seminarista eras músico?¿Cuál es tu formación?¿Aspirabas a dedicarte a la música?
– Efectivamente, la música ha sido el hilo conductor de mi vida. Desde los siete años me dediqué al piano, y estudié ininterrumpidamente hasta los 21. ¡14 años de 22 que tengo¡ Empecé a los siete yendo a la Escuela de música del Conservatorio del Tolima, donde van los niños y adultos a recibir clases de cualquier instrumento y teoría musical. Mi bachillerato lo hice en un colegio musical, donde veíamos clases de matemáticas, ciencias, inglés y de coros, orquesta, armonía; es decir, se combinaban las materias normales, con las materias musicales. Al terminar esta etapa, entré inmediatamente a los estudios universitarios: estudié cinco años la carrera, hasta que me gradué en julio del año pasado, recibiendo el título universitario de “Maestro en Música”.
La maestra con la que me gradué se llama Edna Victoria Boada Valencia, gran pianista colombiana, que además me apoyó vivamente cuando le conté sobre mi entrada al seminario. Desde mis 18 años ya trabajaba como profesor de piano en varias academias de música de mi ciudad. Trabajé muchísimo dando clases a niños, jóvenes, adultos, transmitiéndoles mis humildes conocimientos de piano! ¡Llegué a trabajar en cuatro academias a la vez!
Todavía me sorprendo como me rendía el tiempo para tantas cosas, porque a la vez hacía mi carrera, hacía acompañamientos para diversos instrumentos (que no eran pocos ni fáciles), y llegué a dirigir un hermoso coro en mi ciudad llamado “Rondalla Ibaguereña.
Cuando comencé la carrera pensé que me dedicaría a la música toda la vida. No hubiera tenido ningún problema en ello. Pero luego, en 2016, luego de empezar la dirección espiritual con monseñor Miguel Fernando González Mariño, obispo auxiliar de mi ciudad, recordé ese llamado que había recibido de niño, y cada vez fui sintiéndolo con mayor intensidad en mi corazón, y con la ayuda de monseñor, tomé la decisión de entrar al seminario en el año 2017. Pero la guardé “in pectore”, lo llevaba en mi corazón y no se la compartí a nadie. Por eso más de uno se sorprendió cuando supo que había decidido entrar al seminario.
Todos se imaginaban que seguiría con la profesión musical, pero yo ya estaba determinado a dejarla para entrar a hacer los estudios del seminario. La dirección espiritual marcó para mi un punto de inflexión, ya que fue un momento de discernimiento, y un reencontrarme con Dios, avivando mi fe, mi oración, y ajuiciándome poco a poco de la vida universitaria que llevaba (lo cual fue un proceso un poco lento jejej). Ahora estoy feliz en el seminario, y cumpliré pronto un año de mi grado como pianista.
-¿A ti la música te ha ayudado a aumentar tu relación con Dios?
– Sin lugar a dudas. Los grandes compositores de la historia han dejado sus mejores obras escritas para el culto y la alabanza a Dios. Al escuchar las misas y oratorios de Bach (desde pequeño lo hacía en casa), me quedaba sorprendido de tanta belleza, y me preguntaba cómo sonaría en una Iglesia, en el culto, aquella música como de ángeles. Además, el sonido del órgano tubular de la catedral de Ibagué, que escuchaba desde niño también, siempre me llamó poderosamente la atención; quise siempre tocar el órgano, pero nunca pude… hasta ahora, ya que en España me he puesto a tocar el órgano y he aprendido.
El sonido de éste instrumento siempre me elevaba y producía en mí una especie de contemplación. Luego, en el Conservatorio, tocábamos muchas piezas religiosas, como la “Misa de Coronación” y el “Réquiem” de Mozart, la “Misa en si menor” de Bach, cantatas de Bach, el “Réquiem” de Gabriel Fauré, entre otras; y cada vez que las tocaba, sentía la misma fascinación, como que me transportaban al cielo. Y llegué a la conclusión de que si uno como creyente toca, o escucha éstas preciosas obras musicales, y pone un poco de devoción y recogimiento, seguramente, en ese ambiente de oración y meditación, se encontrará con Dios, que es belleza, armonía y paz. El arte lleva a Dios, sin lugar a dudas. Además, el culto ligado al arte le da una dignidad y hermosura capaz de atraer a muchos, como justamente me ha pasado a mi; el arte, especialmente la música, y la arquitectura, pintura y escultura presentes en los templos, siempre me han acercado, y me hacen caer en la cuenta que es el mismísimo Dios quien habita en el sagrario, en la hostia consagrada: porque si Él es belleza, su casa debe ser una muestra de lo que es Él.
– ¿Cómo se puede utilizar la música para la evangelización?
– La música buena -bien hecha- y además escrita y tocada para Dios, es como un imán. Yo creo que no alcanzamos a imaginar cuan grande es el poder que Dios le ha dado al arte para transmitir y expresar. Creo que como católicos tenemos dos grandes retos en la actualidad en este sentido: el primero, es rescatar el patrimonio musical y artístico de dos milenios, que como Iglesia tenemos, canto gregoriano, polifonía, obras magníficas de los compositores clásicos, etc.; y ojalá ponerlas al servicio de la liturgia. Es muy “bonito” escuchar estas obras en conciertos; pero sería lo máximo que pudiéramos oírlas en la misa, en exposiciones del Santísimo Sacramento, en actos litúrgicos.
Conozco mucha gente que se siente atraída por éstas expresiones artísticas, que se han hecho con tanto esmero y cuidado para el Señor, que aunque antiguas, siempre tienen un espíritu renovado, y ayudan a la oración, al encuentro con el Señor. Al analizar sus letras, en su mayoría sacadas de la Escritura y de himnos antiguos, de un gran valor doctrinal, se hace una labor grandísima de evangelización: se transmite la Palabra del Señor, y las alabanzas y plegarias que su Iglesia le ha escrito a través de la historia, para que la gente la escuche y beba de un conocimiento fiable acerca de la fe de la Iglesia, que es Verdadera, como lo profesamos los católicos.
El otro reto es darle cabida a las nuevas expresiones musicales: nuevos ritmos, nuevos instrumentos, es necesario que haya espacio para las creaciones actuales, siempre y cuando expresen una doctrina segura, y aseguren un encuentro personal y tranquilo con el Señor. Seguramente que la gente al oír y cantar ésta música, estará siendo evangelizada, catequizada. Hay un dicho en latín que dice “lex orandi, lex credendi”, se cree lo que se reza, y se reza lo que se cree. Pues yo quisiera parafrasearla y decir: se cree lo que se canta, y se canta lo que se cree (además que cantar es orar dos veces, ya lo decía san Agustín). De ahí la importancia de la letra de los cantos litúrgicos: lo que cantamos es lo que rezamos y creemos. Primero, darle importancia a las letras, y luego ponerles la música. Dependiendo del ritmo y la melodía seguramente llegará a niños, adultos y ancianos. A cada quien le llega el mensaje, y siendo sinceros, a la mayoría de personas les gusta la música, así que es un gran vehículo para hacer conocer a Dios entre las personas.
– ¿Por qué estás ahora en España?
Esa respuesta ni yo la sé (risas). Ha sido una sorpresa total que me dado el Señor. Hace dos años no me lo hubiera imaginado por nada del mundo. Resulta que mientras estudiaba la carrera de piano, me fui vinculando poco a poco a diversos grupos de mi parroquia (la catedral de Ibagué): estuve en la pastoral de la salud, el coro parroquial, de vez en cuando colaboraba como organista y cantor; pues en esas andanzas me fui acercando más y más a la Iglesia, tanto que conocí al obispo auxiliar de mi Arquidiócesis, monseñor Miguel Fernando González Mariño, con el cual comenzamos a llevar dirección espiritual, abriendo un nuevo camino en mi vida, de mayor cercanía a Dios, de orden en mi oración, y así fui discerniendo mi vocación sacerdotal.
Recuerdo que una de las primeras preguntas que me hizo monseñor fue: “¿y tú no has sentido nunca el llamado a ser sacerdote?”. Tras esta pregunta no me quedó otro remedio que decir “sí”, porque en ese momento recordé aquellos juegos de niño de celebrar la misa. Ese juego había resultado en una especia de huella que Cristo había dejado en mi persona, y que a pesar de los años nunca se borró, aunque yo no le haya puesto cuidado durante mucho tiempo. La dirección espiritual me fue encarrilando cada vez más, ya que llevaba una vida universitaria de mucha fiesta y bebida; así que me fui moderando poco a poco (risas).
A monseñor debo entonces la guía en el discernimiento , que desembocó en mi decisión de entrar al seminario, y luego de mi grado, empecé mis estudios en el Seminario Internacional Bidasoa, ubicado en Pamplona, España, donde llevo ya 10 meses, y me siento contentísimo. Justamente en este seminario, monseñor Miguel Fernando cursó sus estudios de seminario. Soy seminarista de la Arquidiócesis de Ibagué, y me preparo para poder regresar allí y prestar el mejor servicio posible a mi querida Iglesia Particular. Especial agradecimiento le debo también al Señor Arzobispo (hoy emérito), monseñor Flavio Calle Zapata, quien me apoyó decididamente para poder llevar a cabo mis estudios en Pamplona.
-¿Qué es lo que más te gusta de España y qué es lo que menos?
– De España me gustan muchísimas cosas, me he adaptado muy bien, pero es que además en Bidasoa te acogen como si fueras uno más de una gran familia: jamás te sientes un extraño, sientes que te apoyan y te animan siempre, y eso hace que te sientas comodísimo en este nuevo hogar que es España. La comida me encanta, tanto que he subido bastante de peso en éstos últimos meses (como y duermo perfectamente bien, lo que es buena señal, risas). La paella y todo lo que tenga arroz me encanta, además porque vengo de una tierra arrocera. De Navarra me encantan las chistorras y el pacharán. De los hábitos que he visto, el que más me gusta es el de la claridad que tienen los españoles: dices sí o dices no, y ya está. Se soluciona el problema. A veces los latinos le damos muchas vueltas a los asuntos (risas).
El clima ha sido todo un aprendizaje para mí, ya que nunca había vivido las cuatro estaciones. Ya a estas alturas las he conocido, y con el calor que hace en ésta época, recuerdo con cierta nostalgia el otoño y el invierno (risas). Mención especial me merece la nevada del pasado 3 de febrero en Pamplona, es el espectáculo más bello que han visto mis ojos. ¡Con varios compañeros nos hemos ido a jugar con trineo y todo… fue muy emocionante! Ver los colores de los árboles en otoño, las flores en primavera son cosas que tengo muy presentes en mi memoria visual por su hermosura. Además me han enseñado que en la vida todo llega y todo pasa. Hay ciclos. Lo único que no me gusta es que no haya tamal tolimense y lechona en Pamplona (son dos platos típicos de mi región, risas).
Cabe decir que me encuentro muy a gusto en el Seminario, aprendiendo a tocar órgano, y ya he terminado mi primer año de filosofía aquí. No tengo sino agradecimientos al rector y a los formadores, por acogerme con tanta amabilidad y cariño inmerecido, y también a mi único paisano en el seminario, el ingeniero industrial y diácono colombiano Jorge Castro, quien será ordenado sacerdote el próximo 3 de agosto, y quien me recibió con los brazos abiertos en Bidasoa.
-¿Cuál es tu sueño como sacerdote?
– Mi gran sueño como sacerdote es conciso y claro: salvar almas. Pienso que uno acepta el llamado del Señor para cumplir su sueño, y el sueño de Cristo es “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad”. Salvar y evangelizar. En eso se resume mi sueño; y una gran arma para evangelizar será la música, sólo si ésta es capaz de mostrar la verdad, de transmitir la Palabra de Dios, y la alabanza de su pueblo. Que Dios me permita colaborarle en su designio salvador en favor de su Pueblo, ese es mi deseo. Pero para ello debo parecerme cada vez más a Él, reconociéndome pecador, y luchando por la santidad día a día, hasta llegar a ser un “Alter Christus”. Sólo les pido que recen por mí, como dice el papa Francisco, por mi Arquidiócesis, por mi seminario y por todas las vocaciones sacerdotales y religiosas, para que nunca falten obreros en la mies del Señor. Que Santa María, nuestra Madre, acoja nuestras súplicas fervientes en favor de la Iglesia, que tanto necesita de nuestra oración.
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Fuente: Religión en Libertad