Niños maltratados, golpeados, sometidos a sufrimientos morales y físicos de toda clase, que crecen creyendo que así es la vida, desconocedores de toda cosa que no sea el sufrimiento. Algunos abusados sexualmente por sus propios padres, hermanos o vecinos, creerán cuando ven a otros niños como ellos en la calle o en la escuela que todos pasan por lo mismo cuando van a sus casas. Para ellos, así es la vida.
Se lo ve en sus ojos, ojos tristes hasta cuando sonríen. Ojos que piden ayuda hasta cuando expresan furia o resentimiento, ojos tristes que son una vidriera por donde muestran sus almas al mundo, en silencio y dolor. No hablo simplemente de los chicos que vemos en las calles, limpiando vidrios de autos o pidiendo una moneda al que pasa junto a ellos. Me refiero a esos chicos, y a muchos otros que duermen en cómodas y costosas habitaciones, pero igualmente sufren esas vejaciones.
Para ellos la vida es así, y desconocedores del amor verdadero, del cariño, de los buenos tratos, no pueden concebir que esas cosas no ocurran de manera cotidiana. Hasta que un día alguien les hace una caricia desinteresada, o les regala una muestra de afecto, de preocupación. Algo cruza por sus mentes en ese momento. ¿Cuándo vendrá la violencia, cuando el abuso? La agresividad con que reaccionan muchas veces se anticipa a la siguiente caricia, porque tantos años de heridas recibidas gratuitamente no sanan de un instante a otro. Total o parcialmente, quizás esta sea tu historia, o nuestra historia.
A veces pienso que lo mismo nos ocurre con Dios. Nos han vendido por años un Dios justiciero, duro, siempre listo para el castigo. O también un Dios burocrático, lleno de reglas y exigencias procedurales que se imponen para poder acercarse a El. Será por eso que no podemos comprender que Él sea un Mendigo de Amor que se acerca a nosotros buscando una mirada, una palabra que exprese nuestro reconocimiento de Su Presencia. Como el niño o la niña golpeada, preferimos verlo de la manera en que siempre nos han hablado de Él. Simplemente, como ese niño no conocía lo bueno, y por eso no lo podía aceptar, nosotros desconocemos la Misericordia y la Bondad de Dios, por eso nos resulta natural verlo como un Dios duro y formalista.
¿Qué han hecho con la imagen de nuestro Señor? De tanto abusar de Su Nombre han abierto heridas que son difíciles de sanar. Pero Él es pura Misericordia, puro Amor, siempre dispuesto a recibirnos si es que estamos dispuestos a pedirle perdón y volver a Sus Brazos. Y no es que no existan formalidades en nuestra relación con Dios, existen porque son los modos que Él tiene de facilitarnos el llegar a Su lado. Los Sacramentos, por ejemplo, son algo extraordinario cuando comprendemos de corazón cual es su sentido en nuestro camino de salvación. Pero para comprenderlo, primero tenemos que encontrarnos con el Dios de la Misericordia, no con el dios golpeador o intolerante que han querido imponernos como molde manufacturado por la sociedad del consumo.
Nos duele tremendamente ver a esos chicos maltratados y golpeados, hasta las lágrimas. Así le duele a Dios vernos a nosotros mismos maltratados y desconocedores de Su Amor. El nos espera, como un buen padre espera a sus hijos hasta la madrugada, para ver que regresen a casa sanos y salvos. Él nos espera, como una buena madre besa a sus hijos y al mismo tiempo los huele para ver si no tienen olor a alcohol. Él nos espera, como la madre y el padre que se abrazan y lloran juntos ante la preocupación de ver a un hijo que no va por el camino que ellos le enseñaron.
Lagrimas, lagrimas corren por las mejillas del mundo que ve derramarse ríos de sangre inocente por sus calles, o en ocultas habitaciones donde nadie escucha los quejidos de los pequeños inocentes. Ellos no conocen lo bueno, el amor, las caricias, los retos protectores, las palabras de consejo o consuelo. Y lagrimas corren por las Mejillas de Dios que ve fracturarse la unión de las almas con Su Misericordioso Corazón. Corazón que no quiere otra cosa más que ser amado, porque el Amor quiere ser Amado.