“Los espartanos tiraban a los niños con malformaciones desde la cima de la montaña, para que estos pequeños no existiesen. Nosotros hacemos lo mismo con más crueldad y con más ciencia”: fueron palabras de Francisco durante su homilía en San Giovanni Rotondo. Evocaba el recuerdo de haber escuchado aquel episodio de la historia antigua en el colegio, cuando era pequeño, y venía de la Casa Sollievo della Sofferenza, el hospital fundado por el Padre Pío, donde visitó a diversos niños pacientes de cáncer y habló con ellos y sus padres.
En la misa que celebró junto a la basílica por el centenario de la visibilización de los estigmas de San Pío de Pietrelcina y el cincuentenario de su muerte, Francisco invitó también a imitar a los santos, más que alabarlos: “San Pío combatió el mal durante toda su vida y lo combatió sabiamente, como el Señor: con la humildad, con la obediencia, con la cruz, ofreciendo el dolor por amor. Y todos le admiran, pero pocos hacen lo mismo. Muchos hablan bien, pero ¿cuántos imitan? Muchos están dispuestos a dar un like en la página de los grandes santos, pero ¿quién hace como ellos? Porque la vida cristiana no es un me gusta, es un me entrego. La vida perfuma cuando se ofrece como don, pero se hace insímpida cuando se vive para uno mismo”.
El Papa recordó también que el Padre Pío es un modelo para los sacerdotes como “apóstol del confesionario” y para todos como referencia de oración, pequeñez y sabiduría.
Oración
“¿Rezamos lo suficiente?”, preguntó Francisco: “Con frecuencia, en el momento de rezar, nos vienen a la mente muchas excusas, muchas cosas urgentes que debemos hacer… Entonces dejamos de lado la oración”. Una de las herencias del Padre Pío fue la oración, que tanto pedía a sus hijos.
“No se conoce al Padre sin abrirse a la alabanza, sin dedicarle tiempo a Él sólo, sin adorar”, dijo el Papa: “Es el contacto personal de tú a tú. Estar en silencio delante del Señor es el secreto para entrar cada vez más en comunión con Él”. Nuestra oración debe parecerse a la de Jesús y no reducirse a “ocasionales llamadas de emergencia” ni recurrir a ella “como tranquilizantes que deben tomarse en dosis regulares para aliviar un poco el estrés”.
“La oración es un gesto de amor, es estar con Dios y llevarlo a la vida del mundo. Es una indispensable obra de misericordia espiritual. Y si nosotros no confiamos nuestros hermanos, las situaciones al Señor, ¿quién lo hará? ¿Quién intercederá, quién se preocupará de llamar al corazón de Dios para abrir la puerta de la misericordia a la humanidad necesitada?”, se preguntó.
Pequeñez
Francisco recordó el pasaje evangélico en el que Jesucristo alaba al Padre por revelar sus misterios a “los pequeños”: “Los pequeños son aquellos que tienen el corazón humilde y abierto, pobre y necesitado, que perciben la necesidad de rezar, de confiar y de dejarse acompañar”. Su corazón “es como una antena que capta la señal de Dios. Porque Dios busca el contacto con todos, mientras que el que se hace grande crea una enorme interferencia: cuando se está lleno de uno mismo, ya no queda lugar para Dios”.
Por ese motivo, “Él se dirige a los pequeños, se revela a ellos, y la vía para encontrarlo es la de abajarse, de encogerse dentro, de reconocerse necesitado. El misterio de Jesús, como vemos en la Hostia en cada Misa, es el misterio de la pequeñez, del amor humilde, y sólo se puede captar haciéndose pequeño y frecuentando a los pequeños”.
Fue entonces cuando hizo su referencia a la cultura del descarte: “Quien cuida a los pequeños está de parte de Dios y vence a la cultura del descarte, que, por el contrario, ensalza a los poderosos y considera inútiles a los pobres. Quien prefiere a los pequeños proclama una profecía de vida contra los profetas de la muerte de cualquier época, incluso de hoy, que descartan a la gente, descartan a los niños, a los ancianos, porque no sirven… Lo que no sirve, lo que no produce, se descarta. Ésta es la cultura del descarte: hoy los pequeños ya no son queridos”.
Sabiduría
“La verdadera sabiduría no reside en tener grandes habilidades y la verdadera fuerza no está en el poder”, añadió Francisco: por el contrario, la única arma “sabia e invencible es la caridad animada por la fe, porque tiene el poder de desarmar las fuerzas del mal”, y a ello se consagró el Padre Pío.
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Fuente: Religión en Libertad