El santuario mariano de Nuestra Señora de Laus, en Francia, en el año 2014 se celebró el 350º aniversario de las primeras apariciones de la Virgen María a Benedicta Rencurel. Se trata de unas apariciones peculiares, porque se prolongaron durante 54 años. Otro rasgo típico del santuario, situado en una región montañosa del sureste de Francia, es el buen olor que, sin causa aparente, se deja sentir en ciertas ocasiones. En su libro Hipótesis sobre María, el escritor italiano Vittorio Messori dedica un capítulo a estas apariciones, que reproducimos por cortesía de Libros Libres:
El mundo de esta María de Nazaret es realmente inagotable y está lleno de pequeñas y grandes sorpresas, aunque siempre tranquilizadoras.
Pensaba en ello durante los días de calor de un mes de agosto, mientras recorría la autopista que lleva desde Turín al túnel del Fréjus. Antes de llegar a Bardonecchia, es decir, antes de la entrada del gran túnel, se sale a Oulx, recorriendo la nacional por el puerto del Monginevro. Pasando aquí la frontera (o ex: policías y financieros ya han desaparecido) se prosigue por la national francesa que lleva a Briançon y, desde ahí, sigue hacia Gap. Antes de llegar a esta ciudad, a unos noventa kilómetros de la frontera italiana, una serie de señales llevan a trepar por una placentera montaña, hasta una altura de poco más de novecientos metros. Un panorama hermosísimo, que ha permanecido prácticamente intacto, y un aire tonificante: este departamento, llamado de los Hautes Alpes, es famoso por su clima, que une las virtudes alpinas con las marinas, procedentes de la no lejana Provenza.
Así llegamos a Notre Dame du Laus, Nuestra Señora del Lago (éste es el significado de Laus en el dialecto local occitano). Lugar extraordinario, y no sólo por lo placentero, sino sobre todo por el mensaje espiritual que trasmite desde hace más de tres siglos y que, en el fondo, todavía hay que descubrir por completo. Con frecuencia, lo es para los mismos franceses que, o no lo conocen o sólo han oído algo gracias a los llamados «perfumes del Laus».
En efecto, ocurre esto: La mujer que se encuentra en el origen del santuario y de la peregrinación correspondiente fue guiada a este solitario altiplano por la Virgen misma, quien le dijo que el lugar exacto donde quería que su Hijo fuese adorado se le revelaría por el «buen olor». Así ocurrió de hecho y, desde entonces (las apariciones, lo veremos, duraron más de medio siglo) la vidente salía de sus encuentros místicos con la Madre de Dios completamente impregnada de misteriosos e intensos perfumes.
En cualquier lugar, de forma inesperada
El fenómeno se ha observado sin interrupción hasta nuestros días: puede ocurrir en la iglesia-santuario (donde, en efecto, no se acostumbra a depositar flores perfumadas para no inducir a confusión con ellas); pero puede ocurrir también en las casas de acogida para los peregrinos, que rodean el lugar sacro o, incluso -ha sucedido con frecuencia- en el amplio aparcamiento. Yo mismo durante mis estancias, he hablado con muchos huéspedes -gente sólida, positiva, no visionarios -que habían percibido estos efluvios, cuyo efecto parece proporcionar una grandísima alegría y una gran consolación espiritual.
Recientemente, un docente universitario, François de Muizon, que ha realizado una investigación sobre este fenómeno, ha escrito:
«Se imponen algunas constataciones. Ante todo, no es factible la hipótesis de un truco: nadie podría provocar estos perfumes en circunstancias y lugares tan distintos. Además, no se trata de un hecho derivado de fuentes odoríferas naturales, puesto que los efluvios se sienten indistintamente en todas las estaciones, de día y de noche, en el interior y en el exterior. Antes de haberse encontrado inmersos en ellos repentinamente, muchísimos testigos ignoraban la misma existencia de estos buenos olores del Laus. Esto hace implanteables las habituales explicaciones a las que se suele acudir instintivamente, como la autosugestión, el delirio o la histeria. El misterio aumenta no sólo por el grandísimo número de testimonios, sino también por su permanencia a lo largo de los siglos, a través de tiempos y culturas completamente distintas».
Naturalmente, el creyente no se sorprenderá de estos hechos, puesto que el perfume acompaña con frecuencia a la vida en comunión con el Evangelio. «En olor de santidad” dice-la expresión estereotipo: no sólo olor de los muertos, a veces también de los vivos, como se cuenta por ejemplo del padre Pío de Pietrelcina.
Con frecuencia, el perfume va unido a los prodigios marianos (…) Una señal de presencia mariana que, en el santuario francés del que nos ocupamos en esta ocasión, parece haberse hecho permanente y tan habitual que muchos de los que frecuentan estos lugares lo consideran casi normal.
54 años de presencia mariana
Presencia mariana, decíamos: pues bien, si ésta es la realidad que caracteriza todo lugar donde se dice que la Virgen se ha aparecido, esta presencia alcanza tal vez, en Laus su vértice mundial. En efecto, ¡la vidente gozó de las visitas de la Madre durante 54 años! Entre un encuentro y otro con Ella, los hubo también con Cristo mismo, con santos y con ángeles. Así, precisamente Notre Dame du Laus se ha citado en estos años a propósito de Medjugorje, donde las apariciones, sobre las que la Iglesia aún no se ha pronunciado, han sido juzgadas, por muchos, como implanteables a priori por la duración de los fenómenos y el consecuente número de mensajes que se habrían entregado a los jóvenes videntes. En realidad, por lo menos existe un precedente y es precisamente éste del que hablamos.
La Señora que vino a estos Alpes Marítimos (y que se autodenominó Dame Marie) apareció y habló a la misma persona durante más de medio siglo. Y no hay que pensar en la acostumbrada creencia popular sin fundamento, puesto que una larga serie de obispos ha reconocido y animado la peregrinación. Y la vidente es, desde hace tiempo, Venerable, mientras que se ha retomado recientemente -con buenas perspectivas- el iter para alcanzar la beatificación.
Ha llegado el momento de hablar de esta privilegiada especial del Cielo, de esta Venerable Benoite Rencurel. Nació el 17 de septiembre de 1647 en este rincón apartado de lo que entonces se llamaba el Delfinado. La infancia de Benita -ésta es la trascripción de su nombre en francés- fue la habitual para los campesinos de entonces: miseria, analfabetismo, viudedad de su madre y empleo como pastorcilla de los vecinos.
La Virgen, maestra y catequista
Las montañas que circundan su pueblo natal (entonces Saint-Etienne d’Avanón, ahora Saint -Etienne Le Laus, en honor del santuario) son ricas en tierra de yeso que, cocida en hornos excavados con forma de gruta, proporciona buena cal. Precisamente en uno de estos hornos, en mayo de 1664, mientras está ocupada supervisando ovejas y cabras mientras recita su rosario, Benoîte vio la misma Bella Señora que, más de dos siglos después, vería Bernadette y que, también aquí como en Lourdes, se limita en esa primera visita a mostrarse luminosa y sonreír. Se seguirán otras apariciones silenciosas. Después, poco a poco, la Señora empezará a hablar, a responder a las preguntas, a hacerlas también ella y a dar consejos e indicaciones a la joven vidente. Así comienza esa especie de recorrido pedagógico que continuará hasta la muerte de Benoite.
En efecto, ésta es la extraordinaria originalidad de Laus: Dame Marie toma en sus manos -como una madre y, al mismo tiempo, una maestra- no sólo la educación religiosa, sino también la humana de aquella que no es más que una tosca e ignorante pastorcilla montañera. Y una vez formada, le confía la construcción de un santuario, la organización de una peregrinación, la acogida, guía y preparación a los sacramentos de la confesión y de la comunión de los peregrinos… Cuando algunas monjas de Saboya proponen instalarse en Laus, esperando convencer a Benita para que se hiciera hermana suya, el testimonio de la vidente nos refiere que «la Madre de Dios dijo que eso no se podía hacer, que esas religiosas estaban demasiado retiradas, que era necesario que ella viera a los peregrinos, que hablara con ellos cuando se lo pedían, para darles los consejos necesarios, como Dios la inspiraba. Y esto no lo habría podido hacer en un monasterio, donde habría estado demasiado encerrada…»
De esta singularidad se deriva otra: desde el principio, subir al Laus no se ha entendido, como en los demás santuarios, en el sentido de una visita individual, rápida, para volver de inmediato al lugar del que se ha llegado. Este monte es un lugar de pedagogía celestial, de estancia prolongada con la Madre. De aquí la presencia, desde el comienzo, de casas de acogida donde comer, dormir y encontrarse con los hermanos entre una práctica religiosa y la siguiente. Es una costumbre que no sólo sigue sino que, en estos tiempos, se ha ampliado y organizado con mucha atención, respetando siempre la tradición de sencillez. Llegar a este altiplano significa descubrir una eficiente ciudadela mariana, con hôtelleries abiertas todo el año, que pueden acoger a centenares de personas y que ponen a su disposición enormes salas de reuniones (…)
Una muchacha ignorante, misionera de la Virgen
Volvamos a Benoîte, a la que hemos dejado al principio de su extraordinaria aventura. Después de algunos meses de familiaridad, Dame Marie le impuso ir a la otra parte del valle, al altiplano llamado precisamente «el Lago», le Laus en occitano, donde no había más que poquísimas casas y una pequeña y mísera capilla que Benoîte habría reconocido «por sus buenos olores». Con una disposición insensata desde el punto de vista humano, para una muchacha ignorante, sin medios, sin ningún prestigio social, la Señora le confía precisamente a ella la construcción de un santuario.
Naturalmente, por una serie de circunstancias providenciales, con la concatenación de golpes de escena imprevistos, ocurre lo imposible: en pocos años, donde no había más que ovejas y cabras surge un lugar de culto que desafiaría al tiempo. Aún hoy, la basílica construida en tiempos de la vidente tiene en su interior la capilla primitiva, llamada de La Bonne Rencontre, el nombre que los alpinos dan a la Anunciación. En el ábside de la capilla está el altar mayor del santuario, ante cuyo tabernáculo arde la lámpara habitual. Pero no es corriente el rito que todos los peregrinos realizan aquí: después de arrodillarse para adorar al Santísimo, meten los dedos en el aceite de la lámpara y, con él, hacen la señal de la cruz.
Pequeñas ampollas de aceite se envían a toda Francia y a muchos otros países en los que se ha difundido el culto. En efecto, según una promesa de Dame Marie misma a su benjamina, el contacto con ese líquido, con una actitud de fe hacia la omnipotencia del Hijo, provocaría prodigios de curación espiritual y, también, física.
Por tanto, junto a los misteriosos perfumes (y junto, decíamos, a la estancia: ecclesia et domus), la unción con el aceite de la lámpara del Santísimo parece caracterizar este lugar mariano. Una forma sanamente material de vivir la devoción que conquistó al pueblo, pero que causó repugnancia al jansenismo que, en aquella segunda mitad del siglo XVII, implicó a mucho clero, sobre todo francés. De aquí, desconfianzas y persecuciones hacia la vidente, tras la acogida positiva -aunque con la prudencia acostumbrada- de la Iglesia local, representada por la diócesis de Embrun, suprimida por la Revolución y, a continuación, unida definitivamente a la de Gap. Como siempre, la oposición se demostró fecunda, confirmando la solidez espiritual de la mujer, formada en la fe por la Virgen misma, como reconocieron los obispos tras largos y extenuantes interrogatorios.
Devoción que sobrevivió al cambio de siglo
Es un hecho que las persecuciones cesaron y que la peregrinación pudo continuar, aunque en medio de algunas interrupciones debidas al paso de los ejércitos.
Así siguió hasta el final también el contacto continuo de Benoîte con el Cielo: moriría a los 71 años, en 1718, rodeada por la veneración y agradecimiento de todos. Fue sepultada, y lo sigue estando, ante el altar mayor, precisamente bajo la lámpara cuyo aceite sirve cada día para la unción de los devotos.
Con la muerte de la vidente no se extinguió en absoluto la devoción por aquel lugar de culto: más aún, fue tan sólida que pudo sobrevivir a la furia de la Revolución de final de siglo y retomar después su camino, cada vez más desenvuelto.
Tampoco se extinguió la veneración de los peregrinos hacia Benoîte, el instrumento humano elegido por María misma. Pero la supresión de la diócesis de Embrun y, a continuación, la sucesión de distintas congregaciones religiosas en la guía del santuario, hicieron que sólo en 1872 el Papa Pío IX pudiera proclamar oficialmente a la vidente «venerable sierva de Dios».
Causa de canonización en curso
La causa sucesiva para la beatificación encontró obstáculos por parte de algunos historiadores extravagantes, no cierto por parte de los Papas (León XIII concederá a Laus el título de Basílica menor) ni, mucho menos, de los obispos de Gap que, unánimes, se levantaron aquí y recomendaron a sus fieles que hicieran lo mismo.
Los problemas surgieron, parece, porque la causa se había planteado mal, con una investigación insuficiente de las fuentes. Y sin embargo, estas últimas son tales que hacen decir a Yves Chiron, uno de los mayores especialistas actuales, que las de Laus «están entre las apariciones absolutamente mejor documentadas». En efecto, disponemos de los informes escritos de cuatro testigos oculares de la vida de Benoîte, en un total de centenares y centenares de páginas. Recientemente publicados en ediciones críticas, estos textos han permitido a la Congregación vaticana de los santos retomar la causa, y un final positivo parece cercano. Por tanto, la Iglesia podría tener, pronto, una nueva Beata y, a continuación, una nueva santa.
Además, no debe olvidarse la modernidad de esta figura laica (sólo se hizo terciaria dominica), que se convierte en una precisa y comprometida líder espiritual y que muestra las dotes de valor, de decisión y de sabiduría que la fe puede hacer emerger. Es curiosa, entre otras cosas, en aquella época de oscuro jansenismo y de ascetismo con frecuencia exagerado, su llamada (inspirada, se sobreentiende, en lo que le enseñaba su Maestra) a la moderación, incluso de la penitencia. Porque, decía, «si se come demasiado poco y se maltrata demasiado el cuerpo, no se puede rezar bien…».
Así pues, he aquí otras figuras, he aquí otras historias del polícromo y fascinante mundo mariano, tan desconocido hoy incluso para muchos cristianos. Un mundo que una estancia en Laus, esta isla «perfumada» de paz para el alma y de distensión para el cuerpo, puede contribuir a descubrir.
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Fuente: Alfa y Omega