Las Sagradas Escrituras nos entregan mensajes para que seamos capaces de reconocer los signos de los tiempos.
Así, cuando Jesús entró glorioso a Jerusalén, sus discípulos lo alabaron a viva voz, por todos los milagros que habían visto. ¡Hosanna!, ¡hosanna!. ¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor!. ¡Paz en el Cielo y gloria en las alturas!. Los fariseos, no pudiendo soportar la situación, dijeron: “Maestro, reprende a Tus discípulos”, para que se calle la multitud que Adoraba al Dios Vivo. Pero Jesús exclamó: “Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras” (Lucas capítulo 19, versículo 40).
Siempre creí que el contenido de este texto era totalmente parabólico, ahora creo comprender que hay, al menos, un sentido literal en lo que nos dijo el Señor: Estamos viendo desde hace muchos años que las imágenes de la Santísima Virgen María, en diversos lugares del mundo, derraman lágrimas y lágrimas de Sangre. Y son tantos los testimonios fotográficos y personales, que sería difícil enumerarlos: son literalmente cientos y cientos de casos reportados en tantos puntos de esta tierra.
¿Qué aviso vemos en ello? ¡Las piedras gritan! Las imágenes de piedra de la propia Madre de Dios están hablándonos en un lenguaje sobrenatural. Y lo hacen con un mensaje muy claro: no se sonríen, ni nos hacen gestos que indican que está todo bien. Por el contrario, la Virgencita llora, y muchas veces derrama lágrimas de Sangre. Es en éste punto que podemos advertir un llamado de alerta, un aviso. Dios recurre a un recurso extremo, cuando todo lo demás que El hace tiende a ser ignorado por los hombres. Y es justamente aquí donde comprendemos la profundidad de la Profecía Evangélica: Jesús nos ha estado enviando Santos, por siglos y siglos. Y ellos han sido Profetas, con su testimonio de vida y con sus mensajes también. Han sido los emisarios de Dios, almas elegidas para guiarnos y darnos su ejemplo. Sin embargo, el mundo ha ignorado en gran medida ésta gracia Divina, y se ha encaminado con soberbia en el sendero del grito antiguo, el grito que hizo el Arcángel caído: ¡Non serbiam!. ¡No te serviré!. El grito de Lucifer aún retumba en el Cielo, porque es el hombre el que vuelve a gritar: ¡no te serviré!.
La soberbia, el gran pecado del hombre, hace que Dios nos llame con recursos cada vez más Sobrenaturales, menos sutiles. Las piedras gritan, las imágenes derraman lágrimas. Lloran por el hombre, por su error, por su negación a servir al Dios único, por su empecinamiento en crear un mundo que mira su ombligo, que se niega a levantar la vista y mirar a Su Rey, a honrarlo y servirlo. Somos criaturas rebeldes, faltas de criterio, un rebaño que desobedece a su Pastor, a Jesús. ¿Es que estamos ciegos?. El Señor hace hablar hasta a las piedras, y lo hará más fuertemente todavía si es que el hombre no cambia su rumbo. ¿Por qué?.
Porque la Misericordia de Dios es infinita. Y aunque ésta debe equilibrase con la Justicia de Dios, que también es infinita, El no dejará de hacer nada que sea Justo, hará todo lo necesario para invitarnos a nuestra Salvación. Para que nadie pueda luego decir: ¡Yo no lo sabía!. Cada uno de nosotros, de acuerdo a los talentos recibidos, recibe el llamado de Dios. Cuando más fuerte y más directo es el llamado, más clara es nuestra responsabilidad, más tenemos para rendirle al Señor. Si El hace gritar a las piedras, es porque nos ama, porque nos quiere recuperar para Su Rebaño. Y lo hace, en general, a través de Su Amadísima Madre, a la que envía insistentemente a este mundo para enamorar los fríos corazones.
María es nuestra Madre, nuestra Abogada, nuestra defensora. Si Ella llora, literalmente, ¿es que estarán bien sus hijos?