El Papa Francisco reconoció en noviembre de 2018 un milagro obtenido por la intercesión de Edvige (Eduviges) Carboni , beatificada en Cerdeña meses después, y a quien Ermes Dovico consagra un reciente artículo en La Nuova Bussola Quotidiana:
Su nombre, 66 años después de su muerte y de una vida vivida en la más humilde reserva, aún es relativamente poco conocido. Basta leer su diario, escrito por obediencia a su confesor, para comprender la riqueza de los dones sobrenaturales que el Señor le concedió. Hablamos de la venerable Eduviges Carboni (1880-1952), una laica sarda de corazón sencillo y fe inmensa, proclamada beata.
Una verdadera gracia para la Iglesia, porque proponer esta alma predilecta a la imitación de los fieles será de gran ayuda para la catequesis sobre las realidades últimas y, en consecuencia, para reavivar la fe.
Eduviges se puede incluir, por derecho propio, entre las grandes místicas por los innumerables éxtasis, las apariciones de Jesús y María, los estigmas, la coronación de espinas, las revelaciones proféticas, las visiones del más allá, en particular de las almas del Purgatorio, además de numerosos santos, sobre todo San Juan Bosco y Santa Teresa del Niño Jesús, que la aconsejaban con frecuencia.
Nació en Pozzomaggiore, en la provincia de Sassari, y ya desde su nacimiento se manifestó en ella una señal celestial: una pequeña cruz, «signo de que tú, en el mundo, deberás sufrir», como siempre le decía su madre, que le transmitió una piedad cristiana viva. Cuando tenía cinco años sintió que su ángel custodio la exhortaba a consagrarse a Dios: la niña hizo voto de virginidad (“comprendí que Jesús lo quería”, recordará en su diario), que renovó varias veces. Creció tranquila y obediente, entre misas, sacramentos y momentos ante el sagrario.
Le hubiera gustado ser monja, pero renunció para asistir con dedicación a sus familiares enfermos: primero a su tía, después a su madre, su tío, su abuela, su padre, su hermano Giorgino, recibiendo a cambio, en algunos casos (como con su abuela y su hermano), sólo amarguras. Giorgino se casó con 38 años y murió repentinamente cinco meses después. Nada más llegar la noticia, Eduviges reaccionó al dolor diciendo: “Señor, hágase tu voluntad”. Y se recogió en oración.
Visiones y quemaduras
Un día, su hermano se le apareció inmerso en sufrimiento, diciéndole que había sido condenado a descontar ocho años en el Purgatorio y pidiéndole oraciones para abreviar los tiempos de su liberación. Al sincerarse con ella le apretó la mano, sacudiéndosela. La señal de la quemadura se le quedó de por vida. El inmenso amor por las almas de los difuntos, no solo de sus familiares, sino de toda la Iglesia penitente, es un rasgo peculiar de su santidad. “Ama las almas del Purgatorio, reza por ellas”, la había pedido Jesús.
En favor de estas almas, que podía ver por bondad divina, Eduviges ofrecía oraciones, misa, sacrificios, humillaciones y dolores que aceptaba con paciencia. Participaba en la buena obra también su hermana Paolina, la sexta y la última, que la madre había confiado en particular a la hija mayor. Por esta razón, en 1929, cuando tenía ya 49 años, Eduviges dejó Cerdeña para trasladarse a Lacio con su hermana, que era maestra de escuela primaria y que cambió con frecuencia de sede. Una mañana, en julio de 1941, después de Comunión sintió que le tocaban la espalda y advirtió una voz triste que le decía: “Soy un alma que ha muerto hace pocas horas bajo los escombros. Hace pocas horas que sufro en el Purgatorio: ¡me parece que ha sido un siglo! Dios es severo, Dios es justo, Dios castiga. Reza por mí y haz que monseñor Massimi rece por mí, también Paola y también Vitalia (una buena amiga de Eduviges, ndr)”.
Otra vez se le presentó una persona que “me tocó la muñeca, que se quedó quemada. No le reconocí. Iba vestido de oficial. ‘He muerto en la guerra’, me dijo. ‘Desearía misas: haréis que monseñor Vitali las celebre para mí. Paola y tú haréis la santa comunión por mí'”. Una vez acabada esa súplica, vio reaparecer al oficial “resplandeciente” y lleno de gratitud: “Voy al Paraíso donde rezaré por vosotros, especialmente por monseñor Vitali. Soy ruso y me llamo Paolo Vischin. Mi madre me había educado en la santa religión; después, al crecer, me dejé llevar por la vida rusa, mala. En el momento de mi muerte me arrepentí, y recordé las bellas palabras que desde niño me decía mi madre. El buen Jesús me ha perdonado”. Se ve aquí la importancia de la educación cristiana como medio de salvación, verificable más de una vez en el diario de Eduviges, escrito en buena parte durante la Segunda Guerra Mundial y en un siglo en el que el nazismo y, de manera más duradera, el comunismo, rechazan radicalmente a Dios.
La inmodestia y el trabajo dominical
En mayo de 1943, viendo a Jesús sufriendo, oyó que le decían: “Hija mía… estoy triste porque veo que la mayor parte de los hombres, en sus familias, han otorgado el poder al diablo, y me han expulsado a Mí, su Creador y Dios”. Se lee con especial frecuencia también el desdén de Dios por la pérdida del pudor, las “modas inmodestas” y “escandalosas”, la participación -incluso el domingo- en espectáculos impuros en el teatro y en el cine, a los que van no sólo los adultos, sino que también “llevan a sus pequeños inocentes para destrozarles antes de tiempo viendo escenas inmodestas”, como le reveló Jesús en diciembre de 1944, lamentando también que “poquísimos son aquellos que respetan el día festivo a Mí consagrado”.
En el día de Pascua de 1943 había visto un ángel con la espada en la mano, que le explicó una visión relacionada con los pecados de la carne: “El mundo busca los placeres impuros y feos; estos, si no se limpian con el sacramento de la Confesión, serán castigados por Dios para la eternidad, porque delante del tribunal divino no se puede salvar nadie si antes no se ha limpiado de la inmundicia con una confesión, y el arrepentimiento y la promesa de no volver a sumergirse nunca más en esos sucios lodazales”.
Las visiones de Eduviges conciernen también al Infierno, donde ve caer a muchas almas por haber rechazado hasta el final la Misericordia divina, y el Paraíso, donde un ángel le mostró dos tronos preparados para ella y para su hermana, pidiéndole que perseverara “en la santa pureza, del amor de Dios y del prójimo”. Le enseñó también que la gloria eterna es proporcional a los sufrimientos padecidos en la tierra y ofrecidos al cielo, en unión con el sacrificio de Cristo, por la salvación de las almas: por ello estas, cuanto más resplandecen, más se asemejan a Jesús crucificado, abrazando con humildad la propia cruz. Especialmente “en el día de difuntos”, como testimoniará en el proceso por su causa su amiga Flora Argenti, Eduviges “veía multitud y multitud de almas que le expresaban su agradecimiento, y que le pedían que se lo expresara también a las personas que habían rezado por ellas para volar al Paraíso”. Eduviges, que también era muy humilde, mostraba la misma caridad en las necesidades materiales de los pobres, de los parados, de los prisioneros de guerra.
El poder del Rosario
Satanás la odiaba particularmente y le vejaba físicamente, no soportando sobre todo que se confiara a la protección de la Virgen María. “Tú rezas a mi enemiga -y me indicó a la Virgen. Hasta que no dejes de rezar a mi eterna enemiga, yo no te dejaré nunca en paz”, le dijo el diablo en enero de 1942. Pero la Virgen la sostenía en su lucha espiritual, vertiendo sobre ella abundantes gracias y consolándola con visiones, como cuando Eduviges la vio distribuir rosarios a muchas almas: “Hijitos míos, hijitas mías, vosotros con esta corona apagaréis el fuego que se ha difundido en casi todo el universo. Si vosotros recitáis con fe esta corona, este fuego se apagará pronto. Esta es el arma más poderosa; y arma más poderosa que esta el hombre no la encontrará. Dichas estas palabras, desapareció resplandeciendo”.
Partícipe como era de las misericordias divinas, quería que también los demás las descubrieran; por ello escribía: “Si fuese un ángel, cogería una trompeta, recorrería el océano y gritaría a todos los seres humanos: amad a Jesús, amadlo, amadlo, hombres, amad al buen Jesús, recordad que ha muerto en la cruz para salvarnos a nosotros, míseros pecadores”.
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Fuente: Religión en Libertad