La Virgen Caminante

Mientras pasaba las cuentas del Rosario entre mis dedos, meditaba sobre los polvorientos caminos de Palestina hace dos mil años. El calor, las amenazas de los delincuentes que todo el tiempo atacaban las caravanas, las piedras del camino. Entre estas incomodidades pude entrever a una hermosa y joven Niña de Galilea, que sin dar demasiada atención a todo aquello avanzaba con la mirada puesta en lo alto y una sonrisa fresca y abierta dada a Dios que embelesado la observaba.

Diálogos maravillosos se entrecruzaban entre esa delicada y pequeña alma, y el Creador del Universo que orgulloso de Su Obra la miraba una y otra vez, sin poder quitar Su Mirada del Camino que Ella transitaba con pie firme, cuidando por su bien. Ella siempre estaba dispuesta a ponerse en Camino, en movimiento. Lo hizo cuando tuvo que visitar a su prima Isabel, y nuevamente cuando con José se movieron hacia Belén para cumplir con el mandato del censo del emperador Romano Tiberio. También lo hizo cuando con José fueron a presentar al Niño al Templo en Jerusalén, y cuando tuvieron que huir de prisa a Egipto. Y también cuando a los doce años del Niño fueron a Jerusalén, con la conmoción de haber perdido a Jesús mientras regresaban a Galilea.

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Con mi mirada aun puesta en aquellas polvorientas rutas pude comprender que Ella, la Niña de Galilea, estaba siempre preparada para ponerse en movimiento, para ponerse en Camino. Fue allí que recordé que fue Jesús mismo quien se definió como El Camino, la Verdad, y la Vida. Es entonces que comprendí que si Jesús es el Camino, Ella es por definición la Madre del Camino. Y por eso no resulta nada sorprendente que María sea la Virgen Caminante, quien nos lleva a entrar al Camino, esto quiere decir que nos lleva a entrar en Jesús, su Hijo. Una vez que nos ponemos en Camino, estamos haciendo caso a nuestra Madre Celestial que nos quiere en movimiento, en actividad.

La pereza, el quedarse inmovilizado, o paralizado, es una forma de alejarse de Dios. La pasividad es un triunfo del mal, donde nosotros somos los derrotados. Cuando estamos mal, lo mejor que podemos hacer es disponernos a hacer algo bueno, algo que nos lleve a puerto seguro. En cuanto nos disponemos a caminar, a avanzar, es Jesús mismo quien comenzará a guiar nuestros pasos, porque el movimiento que realizamos es sostenido en El, que es el Camino sobre el que avanzamos.

Muchas veces le decimos a Dios: Señor, yo quiero hacer Tu Voluntad, pero no sé cómo conocerla. ¡Ayúdame! Y la realidad es que Jesús nos expresa Su Voluntad en nuestra vida cuando nos ponemos en movimiento. En cuanto nos disponemos a avanzar, El comienza a poner obstáculos en nuestro camino, indicándonos que la dirección no es la correcta, para que cambiemos de rumbo sin detener nuestra marcha. O también facilita nuestro avance, cuando elegimos el sentido que El quiere. Pero la clave para comprender lo que El quiere de nosotros, es poner los pies en el Camino y avanzar con paso decidido, con recta intención. Jesús, quien es el Camino sobre el que avanzamos, hará el resto.

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En nuestra vida, muchos son los momentos en que la angustia y el vacío se apoderan de nuestra alma. Perdemos el rumbo, ya no le vemos sentido al seguir. Todo lo que siempre creímos eran seguridades que nos sostenían, se vuelven contra nosotros. Y de repente, nos encontramos solos, absolutamente solos. María, la Virgen Caminante, también se encontró así cuando el Angel le hizo el anuncio de su Maternidad Divina. Ella, sin dudarlo por un solo instante, se sobrepuso a las angustias y miedos humanos que la abrumaron, y se puso en camino hacia la casa de su prima Isabel. En su vientre, Maria llevaba al Niño que iba a ser durante toda su vida, y durante nuestra vida también, el Camino seguro que debemos seguir para lograr nuestra felicidad eterna. Ella no solo se puso en Camino, Ella llevaba en su Vientre al Camino mismo.

María es así la Virgen Caminante, aquella que hace de nosotros sus fieles seguidores, hijos atentos que ponen sus polvorientos pies detrás de los suyos. En el Camino avanzamos confiados en la Providencia de Aquel que guía cada uno de nuestros pasos. Maria, delante nuestro, se deja guiar suavemente por las Manos de su Hijo. Y así, uno detrás de otro, avanzamos por esta vida en que todo es una sorpresa permanente. Con ojos admirados contemplamos a esta Mujer extraordinaria que llena y perfecciona nuestras vidas, que le da sentido a nuestro existir.

Jesús, Tu que eres El Camino, gracias por enviarnos a Tu Madre, que nos pone en movimiento, nos saca de nuestras apatías. Gracias también por iluminar cada recodo de nuestra ruta con la Luz de Tu Presencia, reflejada en el rostro de la Virgen Caminante, quien delante nuestro señala y resguarda cada paso de nuestra vida. Ya no quiero jamás volver atrás, ni quedarme detenido. Solo quiero caminar, Señor, porque mi vida es movimiento, propósito, anhelo de salvación, impulso que me lleva hacia adelante, en Ti, que eres el Camino sobre el que mis pies se apoyan con firmeza cada día.

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