He aprendido a los golpes que mi vida está plagada de signos que el Señor ha ido plantando, para que un día los descubra y se fortalezca así aún más mi fe ante la evidencia de Su intervención. Es cierto que hay que tener mucha fe para ver, aceptar y comprender estas cosas, pero es justamente El Señor el que me da esa fe, de tal manera que todo termina formando un hermoso circulo. Porque mi fe me permite ver la Mano de Jesús en mi caminar, pero el ver y admirar esa Mano Providencial alimenta mi pobre y dubitativa fe aún más, así que todo gira y gira y me acerca cada vez más a Él ¡Qué maravilloso es Dios que en Su Infinita delicadeza me cuida como un Padre Bueno cuida a su hijo recién nacido!
Uno de esos signos que descubrí en mi vida es la imagen de la puerta, simplemente la puerta. Mi primer empleo cuando era bien joven, y uno que me marcó mucho, fue en una empresa cuyo logo corporativo era una puerta, una simple y bonita puerta. Por supuesto que en ese momento no tenía nada especial para mí este asunto, de tal modo que la vida siguió su camino sin llamar mi atención a ese detalle. Sin embargo, la imagen de la puerta fue repitiéndose a lo largo de los años, como repiqueteando frente a mi cada vez que era posible. Es como que la idea de un paso que se abre o se cierra frente a una nueva etapa de la vida siempre estuvo en mis pensamientos.
Hace poco tiempo puse mi mirada en esa hermosa forma de llamar a María: Puerta del Cielo. ¡La Puerta nuevamente! Entonces y de modo repentino comprendí mi misión en la vida, mi llamado, como algo tan simple y tan sencillo como acercar a la gente a esa Puerta. Dejarlos allí, curiosos y preparados a tomar el picaporte y abrir esa Puerta para ver qué hay del otro lado. Es como que mi vida es un grito a la gente que dice
¡Abran las Puertas!
Les confieso con emoción algo, no pensaba escribir esta última frase, pero en este momento escucho música católica y en la voz de Pablo Martínez de repente surge su grito: ¡Abran las Puertas! Miren como el Señor quiere dejarme un signo en este mismo momento, haciéndome entender que sí, que Él quiere que escriba esto. ¡Qué maravilloso que Sos mi Señor! Gloria a Dios, que en este mismo instante me has dado una muestra más de Tu Presencia. Quiero compartir esto con ustedes porque es Él quien quiso hacerme este regalo, este pequeño pero enorme signo, mientras escribía este texto.
¡Ahora sí que estoy más emocionado todavía con la idea de Maria como Puerta del Cielo! Sí, porque Ella es una Puerta personal para cada uno de nosotros, un programa de vida construido a nuestra medida, esperándonos a cada vuelta del camino. Porque, dichas así las cosas, la vida en la fe es llegar a esa Puerta, y decidirse a abrirla. La forma más hermosa de ver la conversión de un alma es justamente esa, verla con los ojos iluminados tomando la decisión de abrir suavemente ese paso hacia la luz que espera del otro lado. Dios nos espera allí, nos aguarda con Su promesa de Salvación, con Su Palabra de Reino. La Puerta nos conduce a las promesas de habitar la Casa del Padre, de ingresar a ese castillo donde habitaremos felices por toda la eternidad.
María es la Puerta Perfecta, porque Ella fue creada para mostrarnos e invitarnos hacia el camino más fácil hacia Jesús. Por eso es que María es la Puerta, el paso hacia una vida de eterna felicidad. Y nosotros, fieles discípulos de aquella que fue creada para traernos a Jesús, tenemos como misión de vida el llevar a cuantos hermanos podamos hacia esa Puerta, mientras con júbilo les gritamos
¡Abran las Puertas!
Una puerta cerrada es siempre promesa, y misterio. El anhelo de saber qué hay del otro lado nos envuelve y nos lleva hacia ella, sin siquiera saber porque exactamente caminamos en esa dirección. Si queremos ir a algún lugar distinto, qué mejor rumbo que una puerta que se presenta frente a nosotros. María es la Puerta segura, un paso que no puede conducirnos a mal alguno, un sendero creado por Dios para que como Sus Hijos podamos alcanzar el lugar de las eternas delicias.
Mi vida ha tenido siempre esa Puerta invitándome, y ahora comprendo que mi existir está conectado de modo misterioso a ayudar a mis hermanos a conocerla, y acercarse a Ella con confianza, con esperanza, con la certeza de que allí encontrarán un Manto de Madre que los cobije, que los cubra de todo mal.
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Madre mía
Puerta del Cielo
Paso perfecto que nos conduce a Jesús
Sendero luminoso que protege mi caminar
Déjame acercarme a ti con paso confiado
Ilumínate para que pueda verte en lo oscuro
Déjame extender mi mano y tomar seguro la tuya
Ayúdame a atravesar este valle de dolor
Y condúceme con la mirada en alto
Con los ojos puestos en tu Hijo
A quien tú nos conduces como propósito de vida
Porque para eso fuiste creada por El Padre
Para ser Puerta del Cielo
Puerta hacia Dios
Y es por eso Madre que en ti y por ti hoy grito
¡Abre la Puerta!
¡De par en par, abre la Puerta!
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Reina del Cielo