Por el honor que Dios me concede al escribir sobre Sus cosas, puedo conocer a gente excepcional, enamorados de Su Iglesia, de Su Sagrado Corazón, de Su Inmaculada Madre. En este capítulo estaba absorto, escuchando a dos apasionados corderos del rebaño del Pastor Divino que intercambiaban frases distantes años luz del mundo tal y como lo conocemos. Yo, testigo mudo, gozaba y deseaba ese intercambio reemplazara por completo tantas otras cosas que uno vive a cotidiano. Vivía así un paseo por el jardín de las cosas de Dios, ni más ni menos. Él, un sacerdote como Dios manda, ella, una pequeña seguidora del Hombre Dios, juntos, dos verdaderas presas del Pescador de hombres, en el buen y bíblico sentido del término.
En estos giros estábamos, cuando la conversación se fue aproximando a algo que llamó mucho mi atención, hasta que intervine y exclamé: ustedes están compartiendo sus experiencias espirituales sobre una devoción que debiera difundirse por el mundo entero, particularmente en estos tiempos de tribulación y persecución de todo lo bueno. Me miraron atentos, pensativos. Quise decir entonces que sus comentarios sobre la importancia de la devoción a la Llaga del Costado del Señor son especialmente importantes para nuestro mundo, porque sin dudas esta es la Llaga de la Misericordia.
Cuando Jesús moría desangrado en el Gólgota, ante la mirada azorada de Su Madre y unos pocos testigos, se deslizaron algunos hechos que en pocos minutos marcaron la historia de la Iglesia, de la humanidad. La canonización del primer santo, San Dimas, el buen ladrón. El mismo Dios lo declaró canónicamente Santo desde Su Cruz. También las inolvidables Palabras a Juan y María, haciéndonos a todos nosotros hijos, con Juan, de semejante Madre. Pero otro hecho excepcional fue el que protagonizó el soldado romano con la punta de su lanza, tratando de verificar si el Divino Reo estaba realmente muerto.
Él clavó el metal hasta el fondo, traspasando Piel y Músculos, hasta llegar al Corazón del Crucificado. De allí, para su sorpresa, brotó abundantísima Sangre y Agua, que lo bañaron en la fría, tormentosa y oscura cima del Gólgota. El Signo fue derramado en el momento preciso, el momento del triunfo, cuando el Salvador del mundo nos dio Vida Eterna llevándose nuestros pecados con Su propia entrega. Sangre y Agua, Vida y Redención. Sangre que representa la Vida que nos da el Salvador, y Agua que representa el lavado de nuestros pecados.
Así lo rezamos en esa hermosa oración que es el Anima Christi: “Sangre de Cristo embriágame, Agua del Costado de Cristo lávame”. La Misericordia de Dios nos alimenta con la Sangre que da la Vida Eterna, y nos lava con el agua del Sacramento de la Reconciliación. El Sacrificio de Jesús significó la Salvación de la humanidad, no por el mérito de hombre alguno, sino por el mérito exclusivo del Hombre Dios, Jesucristo Dios Vivo, Verdadero Dios y Verdadero Hombre. La Salvación proviene exclusivamente de Él, por Su Infinita Misericordia, que se derramó de Su Costado en el culmen de aquel día de dolor y triunfo, cuando ya Su Cuerpo exánime se presentaba ante la Madre de todos nosotros, Madre de la humanidad, Madre del dolor.
Muchos siglos después Santa Faustina Kowalksa vio al Señor que le decía: “Pinta un cuadro según la imagen que te muestro en este momento”. Jesús se presentó entonces a ella con una mano bendiciendo y la otra señalando Su Sagrado Corazón, del que brotaban dos rayos que iluminaban el mundo. Un rayo era rojo, el otro blanco. Según explicó Jesús a Faustina, estos rayos representan la Sangre y el Agua, mismos que brotaron de Su Corazón a través de la Llaga de Su Costado.
La Llaga de la Misericordia, Llaga del Costado del Señor, sigue derramando la Lluvia de la Misericordia sobre todos nosotros, porque vivimos los tiempos de la Misericordia Divina. A Francisco de Asís se abrió esa llaga, y al Padre Pío también, derramando abundantísima sangre que unió a estos dos extraordinarios hombres a la Redención del Señor, invitándolos a ellos y a nosotros todos a ser corredentores, como es Corredentora la Madre del Señor. Dios nos invita así a configurarnos a Su Cruz, a llevarla, a dejarnos envolver en esta Lluvia de Gracias, de Misericordia Divina, que abundante y profusamente brota de Su Costado.
Hoy, ahora y siempre, adoremos la Llaga del Costado de Cristo como signo de Su Infinita Misericordia. La Lanza que traspasó a aquel Cordero en la cima del Gólgota sigue traspasando Su Misericordiosísimo Corazón en la forma de incontables ofensas y pecados, que se acrecientan al son y el crepitar de la hoguera espiritual en la que el mundo gozoso se sumerge. Nada detiene el fluir de la Sangre y el Agua, hasta que un día el Padre Eterno invite al Justo Juez a derramar Su Justicia.
Vivimos un tiempo de Gracia, no lo desperdiciemos. Adoremos al Amor de los Amores, que en tiempos de Misericordia nos baña con el Amor que brota de la Llaga de Su Costado, la Llaga de la Misericordia.