Tuve la oportunidad de visitar la provincia de Mendoza, al oeste de Argentina, y ascender por la cordillera de los Andes rumbo a la frontera con Chile. Allí arriba, durante el verano, uno se encuentra con un lugar desolado, rocoso, barrido por el viento y un sol que seca la piel. Pero es un hermoso lugar, donde la Gloria del Dios Creador se manifiesta en cada piedra, en el torrente del agua de deshielos, en el aire diáfano que llena el cuerpo de vitalidad, lejos de las ciudades y las cosas del mundo actual.
Casi en el punto más alto del recorrido se visita un lugar llamado Puente del Inca: un puente de roca natural cruza sobre un caudaloso río de montaña, y debajo de ese puente brota un manantial de aguas termales, tibias en su contraste con el agua helada que corre allí abajo. Una antigua construcción turística, abandonada hace muchos años, rodea las surgentes del agua utilizada para recuperar la salud. ¡Qué silencio y paz rodeaban el lento fluir de agua tibia que acariciaba nuestros pies!. Dejamos el lugar y seguimos subiendo un poco más hacia la montaña que rodea el lugar, donde nos encontramos con una iglesia de piedra, solitaria y majestuosa en medio del viento que barría las piedras cordilleranas. Como eran las tres de la tarde pudimos rezar la Coronilla de la Misericordia, la devoción de la hora tres que Santa Faustina Kowalska recibió del mismo Jesús.
La iglesia imponía silencio y adoración: Un Cristo Crucificado se elevaba en medio del lugar, donde los vidrios rotos de las ventanas dejaban entrar el viento y permitían escuchar el lejano tañido de las campanas que eran sacudidas por el ventarrón de la alta montaña. Caprichosamente sonaban, como movidas por ángeles, acompañando nuestros rezos. Nos quedamos un rato meditando y disfrutando de la compañía de las imágenes del Sagrado Corazón y de la Virgen María. Hablamos de la Iglesia: ¿quién la habrá construido, que historias heroicas habrá detrás de una casa de Dios levantada en tan lejano lugar?. Cuando salimos del templo solitario pudimos observar que unos cien metros barranca abajo se encontraban unas ruinas de una construcción totalmente destruida, que parecía haber sido importante. Bajamos y pasamos junto a un grupo de turistas que rodeaban a su guía, por lo que no pude dejar de escuchar la narración: “un día 15 de agosto de la década del sesenta un aluvión de nieve y piedras pasó por encima de la iglesia y continuando su camino arrasó y destruyó el complejo turístico que se había construido para hospedar a quienes venían a disfrutar de las aguas termales, no dejando piedra sobre piedra. Pero lo curioso es que el mismo aluvión que pasó por la iglesia dañando sólo su techo, destruyó totalmente el hotel, no dejando nada de él en pie”.
Me dije a mi mismo: 15 de agosto es la Fiesta de la Asunción de María, qué coincidencia. Nos detuvimos a observar mejor el lugar: era cierto, la montaña tenía a unos cien metros de su base a la iglesia, y cien metros más allá en línea recta estaban los escombros de la destruida construcción. Mi amigo Jorge reflexionó: “El templo representa la Iglesia Cuerpo Místico de Jesús, y el hotel las cosas del mundo, el mundo mismo con sus superficialidades y vanidades. El alud puede afectar a la Iglesia y hasta dañarla, pero nunca sucumbirá porque representa al mismo Dios. En cambio las cosas del mundo, del hombre, pueden ser destruidas en cualquier momento”. Yo pensé que quizás fue María la que, en la Fiesta de Su Asunción, protegió a la Iglesia ubicada tan lejos y tan solitaria. Como María protege a la Iglesia de Cristo con sus manifestaciones y revelaciones, con su guía, consuelo y consejo, con Su Manto.
Cuando llegué a mi auto vino un niño de unos diez años a pedirme limosna. Le pregunté donde vivía, “allí”, me dijo. ¿Dónde?. Yo no veía ningún lugar donde se pudiera vivir en ese descampado páramo. Le pregunté si conocía la historia del derrumbe, me dijo que él no había nacido entonces pero que si conocía la historia. Cuando le comenté sobre mi sorpresa de que la iglesia hubiera sobrevivido al alud pero no así el hotel, él me miró y me dijo: “será cosa de Dios”. Sacamos más fotos del lugar, nos quedamos conversando sobre las manifestaciones permanentes de Dios a nuestro alrededor, y en medio de una permanente meditación sobre lo vivido bajamos de la montaña.
Vemos muchos ataques a la Iglesia, y mucha gente se escuda en los problemas que se difunden por doquier para justificar su alejamiento de los Sacramentos y de Dios mismo. La Iglesia de Cristo es eterna, nunca será destruida. Sobrevivirá no sólo a todos los ataques sino también a todas las tremendas crisis por las que tenga que atravesar el mundo, provocadas por el hombre o por la naturaleza que se desequilibra ante los abusos a los que se la somete. Pero la Iglesia sobrevivirá Gloriosa y Victoriosa, Unica y Universal, recogiendo a todos los hombres de buena voluntad que finalmente se postren frente a la evidencia del Dios Vivo: Jesucristo. Como el aluvión de nieve y piedras que pasó con enorme fuerza por encima del templo de Puente del Inca sin destruirlo, pero que acabó con un proyecto del todo humano. Una señal, un signo perdido en medio de la Cordillera de los Andes a más de dos mil metros de altura.
La mano de Dios está presente en todo lo que nos rodea, El nos manifiesta Su Voluntad de modos diversos. Somos nosotros quienes debemos quitar el manto de visión humana que cubre nuestro corazón y descubrir la vista espiritual que nos permita ver la realidad del Reino de Dios, visible ante nosotros.
“Yo te digo: Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella”. (Mt. 16, 18)