Juan Pablo II, ese extraordinario Papa que nos fue dado, lo dijo con toda claridad, una y otra vez: esta es la hora de los laicos. Quizás no lo comprendimos plenamente en su momento, pero ahora volvemos a sus palabras con tremenda insistencia. ¡Cuánta razón tenía!
Vivimos tiempos en que las vocaciones sacerdotales se hacen escasas, y los seminaristas que abandonan tempranamente su vocación abundan a nuestro alrededor. Mucho más triste aún, sacerdotes en los primeros años de su ordenación abandonan tempranamente y se sumergen en el mundo dejando atrás el Don extraordinario que Dios les dio. No quiero en esta reflexión referirme a los problemas que dan origen a esta tragedia de nuestra amada Iglesia, sino a sus consecuencias prácticas.
La consecuencia práctica fundamental es que los laicos nos quedamos sin guía, sin pastores, y sin acceso de los Sacramentos. Herirá al Pastor, y se dispersarán las ovejas, dice El Señor. La Virgen, que se nos presenta como La Reina de la Paz desde Medjugorje, nos lo advierte todo el tiempo. Ella nos pide insistentemente oración, hasta que nos hagamos oración viva, porque vienen tiempos difíciles y sólo perseveraremos, si oramos sin cesar. Pero Ella nos pide también, desde sus mensajes cada mes, que oremos por nuestros pastores, porque los necesitamos de modo imperioso.
Como Iglesia necesitamos a nuestros pastores por varios motivos, pero en el corazón de esa necesidad está la administración de los Sacramentos, sin los cuales no podemos seguir adelante. Pensemos en La Santa Misa, en la Presencia del Señor Eucarístico, pero también en el Sacramento del Perdón de los pecados, la confesión. ¿Cómo podríamos vivir sin ellos? Imaginemos vivir sin el Sacramento del matrimonio frente a Dios, corazón de la familia cristiana, que es el verdadero santuario donde germina la fe de las generaciones futuras. No, no podemos vivir sin los Sacramentos, y ellos sólo pueden ser administrados por nuestros Sacerdotes.
De tal modo, llegará un momento, y no está tan lejano, en que tendremos que aprender a sostener nuestra fe y nuestra vida comunitaria en Dios, en pocos sacerdotes. Los buscaremos por todas partes, los cuidaremos como un tesoro irremplazable, haremos de ellos un motivo de tremenda alegría cuando los tenemos, y una tristeza sin comparación cuando vivamos su ausencia. Este mundo que viene nos obligará a aprender a sostener la fe de la Iglesia buscando nuevas formas de seguir adelante.
¡Es la hora de los laicos!
Así es como lo vio Juan Pablo II, y como lo dijo la Iglesia durante el Concilio Vaticano II. Teniendo muy pocos sacerdotes a disposición de la grey, los laicos tendremos que buscar la forma de pastorearnos a nosotros mismos, ya que herido el pastor, corremos el riesgo de que se dispersen las ovejas. Los pocos sacerdotes que tengamos se concentrarán en administrar los sacramentos, mientras que la tarea de la evangelización, de la predicación del Evangelio, de la materialización de la fe en obras, quedarán crecientemente en manos de los laicos. Serán obras que atraigan a las ovejas perdidas, y las eduquen en las Verdades Eternas del Señor, y las lleven a los Sacramentos, a la práctica viva de la fe.
Hemos observado cómo es notable que el Señor se reveló durante siglos a Sacerdotes y Monjas, a almas consagradas. Las devociones que todos conocemos fueron así transmitidas directamente por el Señor a sus predilectos. Sin embargo, desde ya hace más de un siglo, y de modo creciente, Él ha decidido manifestarse a laicos, simples laicos que se han encontrado con algo imprevisto: Ser mensajeros de Dios. Nada es casualidad en la forma en que Dios nos lleva a través del desarrollo de Su Obra, Su Plan. El nos ha estado preparando para esta hora, la hora de los laicos.
Tendremos que aprender a hacer las cosas de manera distinta, a tomar responsabilidades que antes quedaban en manos de los sacerdotes, en perfecta comunión con la Iglesia, su Jerarquía y en particular bajo la autoridad de nuestro Pontífice. Debemos aceptar esta responsabilidad que Dios nos pone por delante, porque en nosotros está el cumplir Su Voluntad para estos tiempos. Así surgirán movimientos y asociaciones laicas dentro de la Iglesia, nuevas formas de actuar frente a esta nueva realidad. Los Templos serán construidos por la iniciativa y acción pura y simple de laicos, que aprenderán a hacer cosas que antes quedaban en manos de los sacerdotes, o de las ordenes tradicionales.
Como María nos enseña, una y otra vez, necesitamos a nuestros pastores. Sin los Sacramentos no podemos seguir adelante, nos falta la Vida que corre por la Sangre de nuestra Iglesia. Es por eso que cuanto más difícil sea encontrarlos, más espacio tenemos que ocupar los laicos, más debemos trabajar en aquello que podemos hacer, de tal modo de sacar máximo provecho a esa maravilla que Dios nos seguirá dando, pero en modo cada vez más escaso: las Manos consagradas del Sacerdote, a través de las cuales el Pan y el Vino se hacen Cuerpo y Sangre del Señor, para darnos Vida, Vida Eterna.
Autor: www.reinadelcielo.org