¡Oh, mi Dios! Veo una fuente, una inmensa fuente a la que van ángeles y santos y derraman cantaros y ánforas, grandes y pequeñas, y van y vienen, no se detienen. Ahora son unos, luego son otros, pero siempre hay alguien vaciando un recipiente, una y otra vez, en la fuente.
¿Que hay allí Señor?. ¿Qué hacen tus servidores día y noche en ese lugar?. Creo que lo sé. ¡Es que Tú tienes tantas almas en este mundo que te entregan su sufrimiento, su enfermedad, su angustia, su oración!. Veo la Gracia que se derrama de Tu Trono sobre esas almas victimas, Tu Gracia las envuelve y las fortalece para poder resistir las santas cruces que voluntariamente cargan. Y esa Gracia, por Tu Divino Querer, es devuelta y derramada por ángeles y santos en la fuente que nunca deja de ser alimentada.
La fuente recibe y recibe, Señor, pero nunca se llena. ¿Dónde va toda esa Gracia, mi Dios?. ¡Por supuesto!. Veo a la Virgen, nuestra Santísima Madre, que acompañada del Cielo todo, presenta la fuente rebosante a Tu Trono. Y ella lo hace con alegría y con dolor, con un rostro que te suplica, que te dice: míranos, Supremo Creador, míranos Hijo mío, míranos Espíritu de Amor. Mira cuánto te hemos traído hoy, mira cuánto hemos cosechado en esta jornada de dolor. Si, sabemos el pesar que sientes al ver lo que ocurre allí abajo, pero mira también cómo Tus pequeños son capaces de llenar ésta fuente rebosante de Gracia. ¡Elévenla Ángeles, para que el Señor la pueda ver!. Mira cuánta Gracia hemos traído hoy. Mi Dios, queremos ofrecerte esta fuente llena de Gracia, para compensar todo lo que no responde a Tu Divina Voluntad, Señor. Tómala, tómala y perdónalos. Y permíteme, mi Dios, ir una vez más con ellos. Dame Tu Bendición para que pueda hablarles otra vez, insistir una vez más en Tu mensaje de Amor.
El Señor toma entonces la fuente plena de Gracia, y la vuelve a derramar sobre nosotros, en una lluvia de Misericordia, ante la alegría de María y su pequeño ejercito celestial. Los ángeles y los santos, llenos de renovada esperanza, vuelven al trabajo incansable de recoger la Gracia y llevarla a la fuente, una vez más.
Esta lluvia de Gracia es derramada por Dios sobre todos nosotros, sólo que no todos la hacemos retornar a la fuente, sino que muchos la desperdiciamos, la dejamos perderse. De este modo, algunos contribuimos a llenar esa fuente, mientras otros la consumimos. Unos producen, otros consumen, otros derrochan.
En un mundo pleno de Gracia, este círculo amoroso tendría el poder de multiplicarse a sí mismo y llenar la fuente rápidamente, de tal modo que Dios deba derramarla mucho más a menudo sobre nosotros, una y otra vez: ni más ni menos que el Paraíso en la tierra. En un mundo oscurecido y frío, en cambio, la fuente tarda mucho en llenarse ante el desperdicio y derroche en que se cae frente a la lluvia de Gracia.
¿Tú, agregas Gracia a la fuente?. ¿O la consumes?. ¿Quizás la derroches?
En lo más profundo de tu corazón podrás ver a tu ángel custodio mirándote triste y suplicante, con un ánfora en su mano, esperando poder llenarla y correr a la fuente, con alegría. El quisiera darle esa alegría a Su Reina, para ayudarla a ir más pronto al Trono del Dios Trino, a ofrecer la fuente plena de Gracia. Mírate, estás bañado en Gracia, la lluvia del Cielo te ha empapado. Mientras tu ángel te suplica que no la derroches, ¡tú tienes que ayudarlo, no lo dejes allí mirándote, esperándote!