El Padre Pío solía decir que el camino de crecimiento espiritual es siempre hacia arriba, nunca detenerse, nunca retroceder. ¿Y cómo es éste camino?
Se lo puede comparar con una cebolla: el camino consiste en ir sacando las capas de la cebolla, una por una, hasta llegar al centro. Las primeras capas, las exteriores, son más gruesas y fáciles de arrancar, pero a medida que se avanza se encuentra uno con capas más finas y más adheridas unas a otras, se hace duro seguir. De este modo, cada etapa de nuestro camino espiritual será una capa de cebolla arrancada, que descubre la siguiente.
Las primeras capas son relativamente fáciles: descubrimos a Dios, y nos da tanta alegría hablar con El, tenerlo en el corazón, que nos parece que lo hacemos inmensamente feliz, y es verdad. ¡El sonríe!. Pero al poco tiempo, nos damos cuenta que El quiere algo más: oración, quiere que dialoguemos en intimidad con El. Y empezamos a orar, arrancando otra capa, que ya nos parece un poco más difícil. Sin embargo lo hacemos, ¡y que alegría!. Ahora si, ahora mi Jesús está realmente feliz conmigo, ¡qué gozo!. Pero al tiempo, el corazón nos empieza a indicar que Cristo espera algo más de nosotros: quiere cabal cumplimiento de los Sacramentos, con la vida Eucarística como centro, la fiesta cotidiana de Dios. Otra capa más, y ésta se hace más difícil aún, porque ya mi vida se aparta de lo que era antes de arrancar la primera capa de la cebolla. Ya nos alejamos mucho de lo que el mundo nos reclama. Pero lo hacemos, y una vez más tenemos el consuelo de sentir a Jesús y Su Madre, Angeles y Santos gozando al vernos crecer. ¡Ya llegamos, éste es el fin del recorrido!. Sin embargo, al tiempo empezamos a sentir que una vez más hay algo que Jesús espera de nosotros. Cristo quiere que vivamos 24 horas al día en El y con El, y nos entreguemos totalmente a Su Santa Voluntad.
¡Que difícil!. Una capa de la cebolla que nos cuesta mucho arrancar. ¡Cómo tenerlo a Él presente todo el día, si estoy tan ocupado en mis cosas cotidianas!. Es una verdadera batalla, pero se remonta la corriente. La oración empieza a resonar en forma espontánea en nuestro interior, muchas veces al día hablamos y pedimos ayuda al Señor, es una vida en Cristo. Y sentimos el gozo de ver que El nos ayuda en nuestras cosas, nunca nos deja solos. ¡Una victoria más en el camino de crecimiento espiritual!. Pronto nos damos cuenta que Jesús quiere nuestra felicidad, nuestro gozo, nuestra paz. ¡Qué bueno es el Señor!. Seguimos sacando capas y pasamos por el descubrimiento del Verdadero Amor, del obrar para la Viña del Señor, del entregarse a Su Voluntad, de la verdadera humildad y muchas otras lecciones que se van sucediendo en la escuela de Jesús. Nos damos cuenta rápidamente que el camino nunca ha terminado, siempre tiene que seguir.
Pero, ¿qué hay en el centro de la cebolla?. ¿Hacia dónde nos dirigimos en nuestro cada vez más difícil y escarpado camino?. La respuesta es simple y contundente: la encontramos en la vida de los santos, porque ellos son los que llegaron al centro de la cebolla, ese es el premio y el fin del recorrido de todo ser humano. ¿Y que hay en común en la vida de los santos, ya que ellos son tan distintos unos de otros?.
¡Son todas almas víctimas!.
Ese es el gran secreto: en el centro de la cebolla está la Cruz, brillante y esplendorosa. En algún punto del camino, en capas de cebolla cada vez más difíciles, nos damos cuenta que Cristo quiere que voluntariamente le ofrezcamos volvernos almas víctimas, que entregan su sufrimiento a Dios para expiación de los pecados de millones de almas que no creen, no esperan, no Adoran y no aman. ¿Y cómo se compatibiliza éste sufrimiento con el hecho de que Dios quiere nuestra felicidad?. Simple, para éstas personas, entregarse voluntariamente como almas víctimas es la felicidad suprema, ya que han entendido que éste es el modo de agradar sin limites a Cristo. ¿Y qué mayor felicidad que agradar al Señor?.
Y éste es el misterio de la Cruz: Jesús no hizo que los fariseos y escribas deseen y confabulen por Su Crucifixión, pero siendo Dios Omnipotente y habiendo podido evitarlo, lo permitió. El sabia que por éste camino, el del Amor infinito a través de la Muerte Voluntariamente aceptada, y Muerte de Cruz, iba a Salvar a la humanidad. Del mismo modo, cuando un alma se entrega como víctima, sabe que por el camino del dolor físico o espiritual voluntariamente aceptado se agrada a Dios. Jesús permite éste dolor porque el alma se lo pide, se lo implora. ¡Este es el gran misterio de la santidad!.
En nuestras primeras y más simples capas de la cebolla nos limitamos a pedirle a Jesús que nos ayude y quite las cruces de nuestra vida. Es un pedido útil a nuestra vida y felicidad terrenal, más no necesariamente efectivo para la obra de Dios, la obra de la Salvación. Pero a medida que vamos sacando capas y más capas de nuestra cebolla y empezamos a encontrar tribulaciones y dolor, no pensemos que Jesús se aleja de nosotros: todo lo contrario, éstas son las gracias que indican que nos estamos acercando a los niveles en que nuestro deseo de agradar a Dios empieza a servir más a la obra de Dios, a través de nuestra entrega voluntaria en el sufrimiento. Empezamos a ser verdaderos soldados de Cristo.