Juan Pablo y su motor secreto

Como él mismo lo gritó al mundo: ¡TOTUS TUUS! Soy todo tuyo, así se definió, propiedad de la Virgen, totalmente consagrado a Ella. Devoto y enamorado de la Virgen de Fátima, de la Guadalupana, de la Virgen de Czetostowa, de Lourdes, simplemente de María, de la Madre de Dios.

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el reinado de Juan Pablo II fue producto de la intercesión de la Virgen ante Jesús, ante el Trono de Dios. María fue preparando con los años éste maravilloso milagro de nuestros tiempos: poner en la barca de Pedro, al frente del navío más hermoso que Cristo puso a navegar en el mar de éste mundo, a un hombre inspirado por la Pureza de la Inmaculada, por el amor inflamado de la Madre del Salvador. Juan Pablo fue así un trozo del Amor de Dios, de Su Misericordia, un chispazo de divinidad que brotó de Polonia e incendió el mundo. Y el mundo, en buena medida, no lo supo reconocer.

Igual fue con Jesús, que nació en lo pequeño de una gruta de Belén y sembró Su Amor para conocimiento de unos pocos que vivieron en aquellos años de Palestina. Su estatura fue creciendo con el paso de los siglos hasta transformarse en el Hombre más extraordinario que jamás haya pisado la faz de ésta tierra. ¿Y como no iba a ser así, si El fue el mismo Dios hecho Hombre? Las cosas de Dios siempre se realizan en lo pequeño, y trascienden al paso del tiempo, creciendo y creciendo a través de los corazones de las personas de buena voluntad. Así, de éste modo, iremos comprendiendo con el paso de los años lo que realmente significó Juan Pablo II para éste ciego mundo.

Hoy, un día después de la muerte de este santo hombre, en una emotiva Misa donde el corazón no sabía si reír o llorar, escuché éste inspirado canto que me tocó el alma:

No es en las palabras ni es en las promesas
donde la historia tiene su motor secreto
sólo es el amor en la Cruz madurado
el amor que mueve todo el universo.

Aquí está la explicación de todo lo que necesitamos saber sobre Juan Pablo. El cambió la historia, todo el mundo lo reconoce, presidentes, embajadores, artistas, todos lo dicen ahora. Pero pocos hablan del motor secreto que tenía éste hombre, motor necesario para cambiar la historia. El motor del amor, del amor madurado en cruz.

JUAN PABLO II

Y lo vimos en su final, en su propia cruz que empezó a manifestarse claramente el primer viernes de abril de 2005. Como Jesús mismo tuvo Su Viernes un primer viernes de un abril de dos mil años atrás, así se echó la cruz al hombro nuestro héroe, para recorrer los metros finales de su camino por éste mundo. Al día siguiente, primer sábado de mes, día de la Virgen según la devoción surgida en Fátima, Juan Pablo vio abrirse las puertas del Reino a su paso cansado, a su espalda encorvada. Pero su muerte ocurrió por la noche, cuando se ofició la Misa de vísperas del Domingo de la Misericordia, como Jesús mismo se lo pidió a Santa Faustina Kowalska, devoción que el propio Juan Pablo difundió y defendió desde su juventud en su amada Polonia.

Su muerte no pudo ocurrir en circunstancias más perfectas, adornada por las espinas de la Corona de Cristo, endulzada por el aroma de nardos que el mismo Jesús quiso rociar sobre el alma de Su hijo predilectísimo. Y María, verdadera protectora de su alma, motivo de sus alegrías, lo vino seguramente a buscar para llevarlo de la mano a la Presencia de Jesús. María, de la que Juan Pablo nos enseñó tanto, es a través de él la dulce conductora de nuestras almas. Ella es quien pidió a Dios la Gracia de que tengamos tan santo hombre al frente de nuestra iglesia, por tantos años.

Recemos en agradecimiento por todo lo recibido, por tener un Dios tan amoroso que escucha los ruegos de Su Madre por todos nosotros, por nuestro bien. Y también tengamos fe, porque ese motor secreto que mueve el universo, ese amor madurado en la Cruz, es el Espíritu Santo que mueve la barca de Pedro en el rumbo que la preserve de los males del mundo, a pesar de las miserias de los hombres que, débiles en nuestra naturaleza, no nos dejamos guiar con la docilidad que el Amor de Dios merece.

Mi Dios, gracias una vez más por habernos dado a Juan Pablo, por haber dejado que una gota de Tu Misericordia disuelva Tu Justicia una vez más, dando paso a una nueva oportunidad de que salvemos nuestras almas, que nos dejemos guiar por Tu motor secreto, el del Amor.