«Ian», el cortometraje que verán a continuación, nace del profundo amor de una madre que desea un mundo mejor para su hijo. Un pequeño para el que la discapacidad no ha sido barrera para luchar y demostrarle a todos, que con amor y compasión todos podemos marcar la diferencia.
Sheila, la madre del pequeño Ian, ha creado una fundación con el nombre de su hijo, y con ayuda de la productora «MundoLoco CGI», logró no solo dar a conocer la historia de su valiente niño, sino unir por primera vez, a la industria audiovisual infantil para trasmitir un mensaje de amor, inclusión y esperanza. Disney Junior, Cartoon Network y Discovery Kids, son algunos de los canales que se unieron a esta bella causa.
«Ian» ganó tres premios a la Mejor Animación, fue premiado como Mejor Cortometraje y seleccionado en mas de 20 festivales internacionales. La historia que narra el corto es simplemente conmovedora, y nos recuerda de una forma asombrosa que aún en el dolor más indescriptible, Dios no nos abandona.
Así nos ve Dios, como niños
Me conmueve mucho pensar que Dios nos vea a todos así, como a «Ian». Como niños inocentes, que claman amor y aceptación. Que solo quieren ser felices pero que también pueden ser heridos. Qué frágiles somos, sin importar la edad que tengamos, y qué fácil se nos olvida que no estamos exentos de experimentar el rechazo, las burlas y el sufrimiento.
Cuando somos mayores, este tipo de comportamientos no dejan de lastimarnos y causarnos profundas heridas, pero qué diferente es todo cuando se trata de un niño. Nos preguntamos entonces ¿por qué tenia que ser él?, ¿por qué no una enfermedad simple o pasajera?, ¿por qué tiene que soportar el rechazo?, ¿por qué tiene que ser el blanco de las burlas?, ¿por qué los otros niños no comprenden que cada vez que lo señalan rompen su corazón?
Nuestro papel como padres
Qué importante es enseñarle a nuestros hijos a ser misericordiosos y compasivos. Este cortometraje también me hizo pensar en la responsabilidad que tenemos como padres. Somos nosotros quienes debemos enseñarles que no está bien abandonar a un amigo, ignorarlo, señalarlo o rechazarlo por su condición. Es nuestra responsabilidad hacer de ellos seres amados y dispuestos a amar. Y es nuestra responsabilidad también, hacerles entender, que Dios esta allí, en cada uno de nosotros. Sin importar si somos altos o bajitos, si somos negros o blancos, si tenemos alguna discapacidad motora o cognitiva, Él nos acoge a todos con los brazos abiertos.
Es cierto que los niños pueden llegar a ser crueles, sin desear querer serlo. Porque cuando son pequeños no tienen filtros, hablan, miran y señalan de manera casi automática. Pero si nos aseguramos de mostrarles desde temprana edad, que entre unos y otros no deben existir las diferencias de trato, conseguiremos niños bondadosos, dispuestos a tender su mano para ayudar a quien sea.
Dios no es indiferente a nuestro sufrimiento
Tal vez todos nos hemos sentido abandonados por Dios en algún punto de nuestra vida. Hemos sentido que el dolor y la tristeza no descansarán hasta destrozarnos por completo. Y otras veces, parece que las catástrofes y las malas noticias nunca van a detenerse. Nos preguntamos ¿Dónde estás Señor?, ¿por qué permites que me pase todo esto?, ¿no es suficiente dolor ya?, ¿por qué me tiene que pasar esto a mi? Y es normal, que reneguemos contra Dios, que nos enojemos con Él, que nos llenemos de rabia y frustración ante las dificultades de la vida.
Pero qué maravillosa forma tiene Dios de sorprendernos. Con pequeños detalles, con pequeños gestos que nos demuestran que no todo va a ir mal, que tal vez lo peor ya pasó, que la alegría se asoma y que el dolor se convirtió ahora en un motivo más para luchar. Qué gran lección nos da «Ian», este pequeño nos recuerda que justo cuando nos encontramos en el suelo y el golpe es tan fuerte que ya no encontramos manera de volvernos a poner de pie, puede llegar alguien más a darnos su mano. ¡Qué importante es aceptar la ayuda de los demás! De nuestros amigos o familiares.
«Ian» nos recuerda el infinito amor que Dios siente por nosotros, la dulzura con que ve cada uno de nuestros actos y la compasión que siente al vernos sufrir. Que ese amor de Dios y esas manos que nos tiende cada día para levantarnos de las caídas, sean siempre bien recibidas. Dejémonos consolar en medio del dolor y el abatimiento, dejemos que sea Dios mismo quien nos lleve en brazos y nos diga que todo va a estar bien, si elegimos el camino de la compasión y el amor.
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Fuente: Catholic-link