- Recordemos lo que decía san Jerónimo sobre la escucha de la Palabra de Dios: “En lo que se refiere al Misterio Eucarístico, cuando cae una migaja de pan, nos sentimos aturdidos. Así sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios: esta Palabra de Dios y el Cuerpo y la Sangre de Cristo se dejan caer en nuestros oídos y, nosotros, ¿pensaremos en otra cosa?”.
- Esta celebración tiene lugar de manera preferente al final de la tarde o en la noche.
- Si se encuentra solo, es preferible leer las lecturas y oraciones de la misa de este domingo (que también podrá encontrar en esta guía) o seguir la misa por televisión o internet. Esta celebración requiere al menos la participación de dos personas.
- Esta celebración se adapta particularmente a un marco familiar, de amistad o de vecinos. Ahora bien, en el respeto de las medidas del confinamiento, es necesario verificar si está permitido invitar a los vecinos o amigos. En todo caso, durante su celebración, deberán respetarse estrictamente las consignas de seguridad.
- Debería colocarse una cruz o el crucifijo.
- Se encenderán una o varias velas, que deberán colocarse en un soporte incombustible (por ejemplo, un plato de porcelana o cristal). Al final de la celebración, se apagarán las velas.
- Se designa a una persona para dirigir la oración, quien establecerá la duración de los momentos de silencio.
- Se designan lectores para la primera lectura, el salmo y el Evangelio.
JUEVES SANTO
Celebración de la Palabra
Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.
Nos sentamos. El guía de la celebración, toma la palabra:
Hermanos y hermanas
en este Jueves Santo,
pongamos nuestra mirada en Cristo Jesus,
en el momento en el que enseñó a sus discípulos
a perpetuar la Eucaristía
hasta el final de los tiempos,
la Eucaristía de su vida
para la remisión de los pecados.
De este modo, cada vez que esta ofrenda
es celebrada en memorial,
se cumple la obra de nuestra redención.
Por desgracia, en este día,
no podemos reunirnos en asamblea
para participar en la cena,
que constituye el sacramento de su amor.
Ahora bien, sabemos que cuando
nos reunimos para rezar en su Nombre,
Cristo se hace presente entre nosotros.
Y creemos firmemente que, cuando leemos su Palabra en Iglesia,
nos habla el mismo Verbo de Dios.
Pausa
Jesús, las circunstancias nos impiden acceder
a la comunión de tu cuerpo, entregado por nosotros,
y de tu sangre derramada por nosotros.
Según las promesas de tu Iglesia,
te suplicamos:
haz que tu Palabra sea para nosotros
auténtico alimento para nuestra vida;
y danos la fuerza para imitarte
para actualizar de este modo tu entrega por nosotros,
amándonos los unos a los otros
como tú nos has amado.
Después de tres minutos de silencio,
todos se ponen de pie
y hacen la señal de la cruz, diciendo:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
El guía de la celebración sigue diciendo:
Para prepararnos a acoger la Palabra de Dios
y se convierta en motivo de purificación para todos nosotros,
reconozcamos con humildad nuestros pecados.
Sigue el rito penitencial:
Señor, ten misericordia de nosotros.
Porque hemos pecado contra ti.
Miéstranos, Señor, tu misericordia.
Y danos tu salvación.
Que Dios Todopoderoso tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados,
y nos lleve a la vida eterna.
Amén.
Se pronuncia o canta:
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
ORACIÓN
Quien guía la celebración dice:
Dios nuestro,
reunidos para celebrar la santísima Cena
en la que tu Hijo unigénito,
antes de entregarse a la muerte,
confió a la Iglesia el nuevo y eterno sacrificio,
banquete pascual de su amor,
concédenos que, de tan sublime misterio,
brote para nosotros la plenitud del amor y de la vida.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
Se leen las lecturas de la misa del Jueves Santo.
El encargado de la priera lectura permanece de pie,
mientras los demás se sientan.
PRIMERA LECTURA
Del libro del Éxodo (12, 1-8. 11-14)
En aquellos días, el Señor les dijo a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: “Este mes será para ustedes el primero de todos los meses y el principio del año. Díganle a toda la comunidad de Israel: ‘El día diez de este mes, tomará cada uno un cordero por familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con los vecinos y elija un cordero adecuado al número de personas y a la cantidad que cada cual pueda comer. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.
Lo guardarán hasta el día catorce del mes, cuando toda la comunidad de los hijos de Israel lo inmolará al atardecer. Tomarán la sangre y rociarán las dos jambas y el dintel de la puerta de la casa donde vayan a comer el cordero. Esa noche comerán la carne, asada a fuego; comerán panes sin levadura y hierbas amargas. Comerán así: con la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano y a toda prisa, porque es la Pascua, es decir, el paso del Señor.
Yo pasaré esa noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados. Castigaré a todos los dioses de Egipto, yo, el Señor. La sangre les servirá de señal en las casas donde habitan ustedes. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo y no habrá entre ustedes plaga exterminadora, cuando hiera yo la tierra de Egipto.
Ese día será para ustedes un memorial y lo celebrarán como fiesta en honor del Señor. De generación en generación celebrarán esta festividad, como institución perpetua’ ”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
El encargado de leer el salmo se levanta,
mientras los demás permanecen sentados.
SALMO 115 (12-13. 15-16bc. 17-18)
R/ Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.
¿Cómo le pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Levantaré el cáliz de salvación,
e invocaré el nombre del Señor.
R/ Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.
A los ojos del Señor es muy penoso
que mueran sus amigos.
De la muerte, Señor, me has librado,
a mí, tu esclavo e hijo de tu esclava.
R/ Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.
Te ofreceré con gratitud un sacrificio
e invocaré tu nombre.
Cumpliré mis promesas al Señor
Ante todo su pueblo.
R/ Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.
El lector encargado de la lectura se levanta,
mientras el resto permanecen sentados.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios (11, 23-26)
Hermanos: Yo recibí del Señor lo mismo que les he trasmitido: que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.
Lo mismo hizo con el cáliz después de cenar, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía siempre que beban de él”.
Por eso, cada vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
EVANGELIO
Todos se ponen de pie.
Se eleva la aclamación antes del Evangelio.
R/ Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor,
que se amen los unos a los otros, como yo los he amado.
R/ Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
El lector encargado del Evangelio lo leerá con lentitud y sobriedad.
Lectura del santo Evangelio según san Juan (13, 1-15)
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.
Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: “Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?” Jesús le replicó: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: “Tú no me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”. Entonces le dijo Simón Pedro: “En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos”. Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: ‘No todos están limpios’.
Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.
El Evangelio termina sin aclamación.
Todos se sientan. El guía repite lentamente,
como si se tratara de un eco lejano:
En lo más profundo de nuestro corazón,
dejemos resonar esta palabra del Señor,
que constituye para nosotros un programa de vida:
“Les he dado ejemplo,
para que lo que yo he hecho con ustedes,
también ustedes lo hagan”.
Permanecemos tres minutos en silencio de meditación personal.
Al final, todos se levantan. El que guía la celeración introduce el Padrenuestro.
Fieles a la recomendación del Salvador,
y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir:
Se reza o canta el Padre Nuestro:
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
E inmediatamente todos proclaman:
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
El guía sigue diciendo:
Acabamos de unir nuestra voz
a la del Señor Jesús para orar al Padre.
Somos hijos en el Hijo.
En la caridad que nos une los unos a los otros,
renovados por la Palabra de Dios,
podemos intercambiar un gesto de paz,
signo de la comunión
que recibimos del Señor.
Todos intercambian un gesto de paz. Si fuera necesario, siguiendo las indicaciones de las autoridades, este gesto puede hacerse inclinando profundamente la cabeza hacia el otro o, en familia, enviando un beso a distancia con dos dedos en los labios.
Nos sentamos.
COMUNIÓN ESPIRITUAL
El guía dice:
Dado que no podemos recibir la comunión sacramental,
el Papa Francisco nos invita apremiantemente a realizar la comunión espiritual,
llamada también “comunión de deseo”.
El Concilio de Trento nos recuerda que
“se trata de un ardiente deseo de alimentarse con este Pan celestial,
unido a una fe viva que obra por la caridad,
y que nos hace participantes de los frutos y gracias del Sacramento”.
El valor de nuestra comunión espiritual
depende, por tanto, de nuestra fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía,
como fuente de vida, de amor y de unidad,
así como de nuestro deseo de comulgar, a pesar de las circunstancias.
Y para aumentar nuestro deseo de la presencia de Cristo,
vamos a cantar o rezar el cántico “Ubi caritas et amor, Deus ibi est”
(“Donde hay caridad y amor, allí está Dios”).
CÁNTICO
Si se quiere cantar o declamar en latín:
Ubi caritas et amor, Deus ibi est.
Congregavit nos in unum Christi amor.
Exsultemus, et in ipso jucundemur.
Timeamus, et amemus Deum vivum.
Et ex corde diligamus nos sincero.
Ubi caritas et amor, Deus ibi est.
Simul ergo cum in unum congregamur:
Ne nos mente dividamur, caveamus.
Cessent iurgia maligna, cessent lites.
Et in medio nostri sit Christus Deus.
Ubi caritas et amor, Deus ibi est.
Simul quoque cum beatis videamus,
Glorianter vultum tuum, Christe Deus:
Gaudium quod est immensum, atque probum,
Saecula per infinita saeculorum. Amen.
Si se quiere declamar en castellano:
Donde hay caridad y amor, allí está Dios.
El amor de Cristo nos ha congregado y unido.
Alegrémonos y deleitémonos en Él.
Temamos y amemos al Dios vivo.
Con sincero corazón amémonos unos a otros.
Donde hay caridad y amor, allí está Dios.
Del mismo modo estemos congregados y unidos,
cuidémonos de estar desunidos en espíritu.
Cesen las malignas rencillas, cesen los disgustos.
Y Cristo nuestro Dios reine entre nosotros.
Donde hay caridad y amor, allí está Dios.
Ojalá junto con los bienaventurados veamos
también tu rostro en la gloria ¡oh Cristo Dios nuestro!
Este será el gozo santo e inefable
por los siglos infinitos. Amén
Al final del cántico, quien guía la celebración dice:
Les invito ahora a inclinar la cabeza,
a cerrar los ojos y a recoger su espíritu.
En lo más profundo de nuestro corazón,
dejemos crecer el ardiente deseo de unirnos a Jesús,
en la comunión sacramental,
y de hacer que su amor se haga vivo en nuestras vidas,
amando a nuestros hermanos y hermanas como Él nos ha amado.
Permanecemos cinco minutos en silencio en un diálogo de corazón a corazón con Jesucristo.
Podemos cantar un cántico de acción de gracias.
BENDICIÓN
La persona que guía la celebración, con las manos juntas,
pronuncia en nombre de todos la fórmula de la bendición:
Por intercesión de san N. [patrón de la parroquia o del país],
de todos los santos y santas de Dios,
que el Señor de la perseverancia y la fortaleza
nos ayude a vivir el espíritu de
sacrificio, compasión y amor de Cristo Jesús.
De este modo, en comunión con el Espíritu Santo,
daremos gloria a Dios,
Padre de Nuestro Señor Jesucristo,
por los siglos de los siglos.
Amén.
Todos juntos mirando hacia la cruz,
piden la bendición del Señor:
El Señor nos bendiga y proteja,
ilumine su rostro sobre nosotros
y nos conceda su favor.
Amén.
Todos hacen la señal de la cruz.
Los padres pueden hacer la señal de la cruz en la frente de sus hijos.
Es posible concluir la celebración elevando un canto eucarístico.
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Fuente: Aleteia.org