Me llevó mucho tiempo comprenderlo. Demasiado. ¿Cuántas veces nos ha pedido y sigue pidiendo la Virgen que oremos? En cada aparición de Maria, siempre el mismo pedido: oren. Por eso, ahora finalmente comprendo que verdaderamente “soy, lo que oro”. Y vale para ti también: Eres, lo que oras. Te lo repito. Eres, lo que oras.
Mira, sin oración, tu alma empieza a desfallecer hasta literalmente volverse como una rama seca de un árbol. Aun allí, adherida al tronco, pero seca, inerte, porque sin oración te desconectas de la Fuente de la Vida, que es Dios mismo, quedándote expuesto a todo mal, a toda tentación, a toda caída, a toda enfermedad del cuerpo y del alma.
Sé que te es difícil comprender la verdadera dimensión sobrenatural del acto de orar, pero mi querido hermano, debes abrir los ojos a la realidad espiritual invisible a nuestra vista humana, y comprender que en el centro de nuestra vida está la necesidad de orar. Orar, con el corazón, cada día, incesantemente, convencidos de estar hablando con Dios mismo, cara a Cara. No lo ves, pero Él está allí, esperando, escuchando.
Sé bien que en este instante estás tratando de comprender esto con una mente humana, pero debes mirar las cosas de otro modo, y aceptar que la oración actúa de maneras tan diversas, que ni tu ni yo las podemos imaginar. Por eso te propongo que, sabiendo que no podemos conocer o comprender todo el invisible mundo que se abre cuando oramos, hablemos sin embargo hoy de corazón a corazón sobre las maravillas que ocurren en ti cuando inicias el dialogo con tu Dios.
La clave se esconde en esta pregunta: ¿Por qué necesita Dios que ores?
La respuesta es simple: El no necesita nada, absolutamente nada, y mucho menos algo que tu o yo podamos darle. Tampoco Dios pide oración para El, para guardarla en un cofre o coleccionarla de algún modo, o llenar un álbum de recuerdos con tu foto en la portada. No. El necesita que oremos porque sabe muy bien que los que necesitan oración, somos nosotros. El sabe que la oración es la acción de nuestra voluntad que abre la puerta de nuestro corazón a Su sanación como Medico de las almas.
Si, mi hermano: lo maravilloso de todo esto es que la oración es la llave que sólo nosotros tenemos, que abre de par en par nuestro interior para que Dios entre allí, para que El habite en nosotros. Por eso, debes aceptar que tú necesitas la oración, no Dios. El Señor, como un caballero que es, no va a entrar si tú no abres la puerta, porque El jamás obliga. Es Su Ley, tú oras haciendo uso pleno de tu voluntad, y sólo entonces, Dios responde.
Dichas así las cosas, orar puede ser visto también como pedir a Dios que comience a podar una enredadera que se ha enroscado en tu interior, bloqueando más y más el paso de la Luz Divina, y cercenando tu capacidad de ver la realidad, de escuchar a Dios. Porque la oración hecha desde el corazón es un arma que desata una batalla en tu interior, y es una lucha donde Dios combate contigo contra tus apegos al mundo, tus ansiedades, tus miedos, tus tendencias naturales a caer. Sin oración eres como un ciego que trata de conducirse sin tropezar. Imposible. Totalmente imposible. Es por eso que cuando Dios envía a Su Madre con palabras que penetran a través de esa maraña de mundanidades que te ahogan, Ella siempre opta por comenzar el diálogo con un mensaje: ora, ora sin cesar. Ella sabe muy bien que sin podar esa asfixiante enredadera espiritual que te ahoga, no podrás escuchar a su Hijo, no podrás vivir a pleno los Sacramentos, y mucho menos vivir una vida de Gracia, en Gracia.
Dichas con tal simpleza las cosas, mi hermano, debes comprender que mientras rezas se están cortando cadenas en tu interior, derrumbando muros, sanando heridas, abriendo grietas por las cuales pueda entrar allí la Luz de Dios. Mientras rezas estás abriéndote a que Dios trabaje en ti mismo, combatiendo tus egoísmos, tus vanidades, y acercándote más y más a un momento donde la Gracia del Espíritu Santo pueda inundarte sin restricciones, sin limitaciones. Ese es el poder de la oración, que abre las puertas al Señor para que El limpie y prepare tu alma para recibir la Bendición de Dios mismo, en todo Su Poder.
Te confieso que con gran tristeza he observado que demasiadas veces traté de resolver mis problemas solo, sin oración. Ya hundido en la angustia y la falta de esperanza, volví a la oración, para contemplar como en pocos días El Señor no sólo me dio la fortaleza para atravesar las pruebas, sino que El mismo removió los obstáculos que me estaban angustiando. Dios mismo me dijo ese día que Él estaba esperando mi oración, para liberar Su Misericordia y acudir en mi rescate.
Así, he comprendido finalmente que, sin oración, no soy nada, porque la oscuridad de no estar unido a Dios es más profunda que cualquier noche sin luna ni estrellas. Cuanto más rezo, en cambio, más crece mi abandono en El Señor, en Su Providencia, en Sus Consuelos, en el regalo de tener a Su Madre conmigo. En definitiva, en la esperanza del Reino, porque no hay nada más grande que poder estar un día unido a Él, en el Cielo.
Eres lo que oras, mi querido hermano. Ante cualquier desafío de la vida, responde con más oración. Ante cualquier tristeza o depresión, ora con más insistencia. Aun ante las cosas buenas que Dios te da, ora más y más, porque, en definitiva, todo viene de Dios, ya que nosotros no tenemos nada, ni somos nada. Solo somos en El, cuando le abrimos la puerta de nuestro corazón para que El anide allí dentro, y le dé propósito a nuestra vida, haciendo Su Divina Voluntad. Y eso, solo ocurre, si oras hasta transformarte tú mismo, en oración. Porque, al fin del día, tú eres lo que oras.
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Autor: Reina del Cielo