Hace unos años leía un libro sobre la “Vida de Jesucristo”, donde el autor analizaba los actos del Señor durante Sus tres años de vida pública. El texto nos explicaba que Jesús no había hecho absolutamente nada sin un claro propósito de salvación, sin un fin concreto. Para mi sorpresa, el autor expresaba que en su opinión había un solo acto que no tenía ningún propósito concreto, y este era el milagro de la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor. El decía que lo ocurrido allí era un milagro por el mero hecho de realizar un milagro.
Quizás porque el “Milagro del Monte Tabor” siempre ha sido uno de los que mas me conmovieron y enamoraron del Señor, sentí una profunda tristeza por lo que a todas luces me pareció un error del autor de aquel libro. Pero, la pregunta obligada es ¿en que consiste el error de apreciación de este hombre, y por qué el Milagro del Tabor tiene un profundo sentido en la obra de la Redención?
El autor de esta obra opinaba que un milagro tenía sentido si producía un bien concreto y mensurable a alguien, o a varias personas. Por ejemplo, si se sana a un enfermo de lepra, o si se resucita a la hija de una pobre madre, o si se libera a alguien de un espíritu inmundo. El sentido del milagro, para este hombre, es la sanación o la liberación de un alma enferma. En la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor, según este autor, no se sanó a nadie. Dios allí simplemente se manifestó junto a los Profetas Elías y Moisés, y acompañado por la Voz de Dios Padre que avaló la Divinidad de Su Hijo.
Creo que la pregunta pertinente es ¿cuál es el propósito de Dios cuando realiza milagros? ¿Por qué los Evangelios están poblados de relatos de los milagros que realizó Jesús? En mi humilde opinión, es por el simple motivo de que el milagro es un visible y efectivo signo de Su Divinidad. El Único que puede romper las reglas de la naturaleza, es el mismo Creador de la naturaleza, su Dueño y Rector. Dios “rompe” con las reglas por El mismo creadas, para mostrarnos que allí esta El, Omnipotente y Todopoderoso. Son signos que buscan despertar nuestra fe, nuestro convencimiento no sólo de la existencia de un Dios, sino de que ese Dios es Jesucristo, Verdadero Dios y Verdadero Hombre.
En ese sentido, curar a un enfermo no tiene valor solo por el hecho de devolver la salud a un alma, sino por el signo que esa curación le produce a los que son testigos del milagro. El alma curada, por otra parte, lo único que obtiene es más tiempo para redimirse y encontrar la salvación, porque es irreversible que va a morir finalmente, de esa enfermedad o de otra.
Los milagros valen como Signo de la Presencia real del Señor, como una marca indeleble que dice “aquí ha estado Dios”. En este sentido, el milagro del Monte Tabor es uno de los más maravillosos que Jesús nos ha legado, porque tiene su epicentro en la unión del Cristo, con Su Padre, con los Profetas del Antiguo Testamento como testigos, pero también con tres de los Apóstoles de la Nueva Iglesia como testigos también, Pedro, Santiago y Juan. Se puede decir que fue un punto de verdadera bisagra entre los antiguos tiempos, y los nuevos tiempos. Entre la era del viejo pueblo de Dios, y la Buena Nueva. Allí estaban presentes el Padre, el Hijo, los Profetas del Antiguo Testamento, y los Apóstoles de la Nueva Alianza.
El Monte Tabor nos muestra a Dios en toda Su Gloria, frente a nosotros que admirados deseamos haber podido estar allí. Yo creo que todos hemos experimentado pequeños Montes Tabor, en los que reconocimos la presencia real de Dios. Es como que vivimos algo que en lo profundo de nuestro corazón, es un milagro. Nada que pretendamos se difunda, o sea verificado por la Iglesia. Es una intima y pequeña alianza entre Dios y nuestra alma, donde nosotros reconocemos que el Señor hizo un pequeño “Monte Tabor” en nuestra vida y dejó la huella indeleble que dice «Aquí he estado Yo».
Alguna gente de débil fe se pregunta ¿el tiempo de los milagros pasó, o se siguen produciendo? Estoy convencido de que Dios realiza cada día más milagros, porque sabe que ese es el modo de atraernos, con el propósito de impulsar nuestra conversión. Nosotros, como cristianos de fe, debemos reconocer y agradecer esos milagros. De hecho, esa es una de nuestras principales responsabilidades como apóstoles de la Buena Noticia, la difusión de los milagros de estos tiempos, para mayor Gloria de Dios, para florecimiento de nuestra Iglesia.
El autor de aquel libro estaba en lo correcto, nada de lo que hace el Señor es en vano. No hay milagro, por caso, que no esté fundamentado en un fin elevado, el fin de salvar almas. Pero este hombre estaba equivocado al decir que el Milagro del Monte Tabor, la Transfiguración del Señor, ha caído en saco roto. Es un milagro central en la Revelación del Misterio de la venida de Cristo, del anuncio de la Buena Nueva, de la apertura de los tiempos de la Redención.
Porque como dijo Nuestro Padre Celestial aquel día, coronando el Milagro con Su Voz de Dios Omnipotente: «Este es Mi hijo, Mi Elegido. Escúchenlo» (Lc. 9, 28-36).