El Papa Inocencio III fue uno de los papas más influyentes e importantes de su época. Fue pontífice desde 1198 hasta 1216.
Él fue quien concedió a San Francisco de Asís y su pequeño grupo de seguidores el permiso para fundar la Orden de los Frailes Menores; convocó el IV Concilio de Letrán que, entre otras cosas, en donde se definió dogmáticamente la doctrina de la transubstanciación; y organizó grandes esfuerzos para combatir la herejía en Europa y repeler la invasión de las fuerzas musulmanas. Toda la gran energía que mostró, se debió en parte a que era inusualmente joven en el momento de su elección, apenas contaba con 37 años. Y después de más de 18 años como Papa, murió repentinamente. Pero eso no fue lo último que se supo de él.
Cuando un cristiano muere, los católicos creemos que pueden ir directamente al cielo si no tienen ningún castigo temporal excepcional por los pecados que han cometido. Pero muchos cristianos irán al purgatorio primero, en el que, por la gracia de Jesucristo, son purificados y preparados para entrar en la presencia Santísima de Dios.
La asombrosa historia del difunto Papa y su ruego
La historia cuenta que en el día en el que Papa Inocencio III murió, o poco después, apareció a Santa Lutgarda de Aywieres en Bélgica. Santa Lutgarda es considerada como una de las grandes místicas del siglo 13, conocida por sus milagros, visiones, levitación, y en particular por ser experta en la enseñanza.
Cuando el Papa Inocencio se le apareció, le dio las gracias por sus oraciones durante su vida, pero explicó que él estaba en problemas: no había ido directamente al cielo, estaba en el purgatorio, sufriendo su fuego purificador por tres faltas específicas que había cometido durante su vida.
El difunto Inocencio le preguntó a Santa Lutgarda si podría orar por él, diciendo: “¡Ay! Es terrible, y mi pena tendrá una duración de siglos si usted no viene en mi ayuda. En el nombre de María, que ha obtenido para mí el favor de poder recurrir a ti, ayúdame!”
Como reflexión a este caso, sabemos que las almas que llegan al Purgatorio, no puede alcanzar, bajos sus propios méritos, o ayudarse a sí mismos, para salir de ese estado, sólo les queda cumplir con la pena impuesta y aceptar la purificación divina. Nosotros, los que quedamos en este mundo, podemos ofrecer oraciones y penitencias para aliviarlos, y de alguna manera, desconocida para nosotros, ellos saben cuándo hacemos eso. ¿Cuánto tiempo debemos orar y sacrificarnos por un alma en particular? ¡No lo sabemos! San Agustín en sus Confesiones, escribió, 10 a 15 años después de la muerte de su madre, Santa Mónica, que aún él pedía oraciones por ella.
El Purgatorio puede durar el equivalente a muchos años – se habla de este modo, porque no hay tiempo en el Purgatorio – hasta que el alma haya reparado las consecuencias que dejaron los errores de sus pecados ya perdonados. Por cierto, es un error, canonizar a nuestros familiares difuntos en un funeral, diciendo: “ya está en el cielo”, “está en la gloria de Dios”, etc… Ya que, esto, solo Dios tiene la certeza del estado de su alma. Además caeríamos en el triste error que cometen los protestantes bajo la influencia del error de Martín Lutero. Tristemente algunos católicos hacen esto en un funeral.
_____________
Fuente: Aleteia.org