Orden y desorden, obediencia y transgresión, poder instalado y revolución, un péndulo que ha acompañado a la historia de la humanidad, y la sigue acompañando.
Y si bien es cierto que el orden está indisolublemente asociado a Dios, no lo está del modo que lo plantean los hombres. Muchos hombres se identifican a viva voz con Dios y con el concepto de orden y obediencia, y sin embargo lo hacen de mala manera. Se podría decir que piden, predican y exigen un mal orden y una mala obediencia. De éste modo, existe el buen y el mal orden, y la buena y la mala obediencia, en el mundo de los hombres. El buen orden y la buena obediencia son de Dios, el mal orden y la mala obediencia son de los hombres, inspirados por su propio egoísmo y por el tentador.
Veamos: de manera absolutamente consistente y a lo largo de la historia, se han asociado con el concepto de orden, disciplina y obediencia aquellos que de un modo u otro han alcanzado el poder sobre otros. Poder que es jerarquía, dominación, bienestar y capacidad de juzgar y condenar. El hombre, cuando alcanza el poder sobre sus hermanos, se vuelve conservador, en las palabras del mundo. Y ese conservadorismo está dominado por el no cambio, el apego a las tradiciones y a lo conocido. En resumidas cuentas, estos hombres se apegan al concepto de orden y obediencia como un modo de asegurarse que nada cambie para ellos, que todo siga como está, porque están muy cómodos en la situación predominante.
En cambio, y de manera consistente a lo largo de la historia también, aquellos que no tienen el poder pero lo quieren alcanzar, se han asociado con el concepto de ruptura, cambio, libertad, igualdad, independencia y modernismo. En definitiva, adoptan el concepto de desorden y transgresión como modo de desplazar a aquellos que tienen el poder, y de tal modo quebrar la quietud de la situación actual para alcanzarlo. Ellos quieren, simplemente, romper el status quo. Es curioso, pero esos mismos personajes, alcanzado el poder se van volviendo lentamente mas conservadores y tradicionalistas en esos conceptos “modernos” que ellos introdujeron como “revolución”. Es que ahora son ellos los que tienen el poder, el confort y la dominación de los demás. ¡Ahora no quieren que nada cambie!. Todo esto, usualmente, no es más que producto del egoísmo humano, escondido bajos figuras supuestamente justas, modernas y atractivas.
Detrás de estos dos conceptos extremos están representadas las ideologías políticas de todo movimiento humano: cuando se quiere seguir como se está, se apela a la tradición y al orden establecido, a defenderlo a muerte, a que nada cambie. Y cuando se quiere acceder a un lugar mejor, a nivel humano, se visten los hombres de rebeldes y revolucionarios, de transgresores y liberales, de defensores de los derechos de aquellos a quienes necesitan para agredir a los que están en el poder. ¡Necesitan tropa para romper el equilibrio instalado!.
Control y Kaos, tal como graciosamente lo ridiculizara Mel Brooks, autor de aquella parodia de poder y espionaje llamada Maxwell Smart. ¿La recuerdan?.
La pregunta entonces es: si de un lado está el orden y la disciplina, y del otro el desorden y la transgresión, ¿de qué lado está Dios?.
La respuesta es, de ambos lados, y de ninguno a la vez. Es que Dios está en los corazones de los hombres y mujeres que actúan sinceramente, con intención de ayudar a sus hermanos, sin ánimo de dominación ni explotación, buscando lo mejor para los demás. Y hay hombres y mujeres buenas en todas partes, muchas veces engañados por sus lideres, que los utilizan para sus fines personales. Y también hay hombres y mujeres de mala intención, de mal corazón, en todas partes. No se puede generalizar, nunca, porque sólo Dios ve los corazones y puede saber quien actúa bien y quien mal. En todos los ordenes está presente el Espíritu Santo, tratando de romper los diques de nuestras almas y desbordarnos de amor. Y también está el tentador luchando para perdernos, para llevarnos al egoísmo y el odio.
Nuestro Dios, mientras tanto, es un Ser de infinito Orden. Un Orden basado en el Amor, en la Paz y en la Justicia. El orden que el Espíritu Santo nos inspira es el del equilibrio interior y exterior, que nos da paz, calma, paciencia y prudencia. Pero cuando las cosas están mal, también es un Dios de escándalo, de guerra, de ruptura, como lo dicen las Sagradas Escrituras. No puede perdurar el orden cuando es el demonio el que establece las reglas: Dios provoca allí la ruptura de ese mal orden. El Espíritu Santo nos inspira entonces fortaleza, perseverancia, y un santo deseo de luchar por la causa de nuestro Rey, de nuestra Casa Celestial.
El falso orden y el falso reclamo de obediencia luchan por infiltrarse de un modo u otro en todas las instituciones humanas, en su intento de conservar el poder. Así ocurre en gobiernos, empresas, escuelas, familias y también tristemente hasta en las estructuras jerárquicas de la iglesia. Y la falsa lucha por la liberación, por los derechos del individuo, por un supuesto mundo mejor, también se infiltra en las mismas instituciones, tratando de tomar el poder. Sin embargo, de un lado y del otro también hay gente que obra de corazón, con intenciones rectas en el alma.
¿Quieres ser tradicionalista, conservador?. Lucha entonces por conservar todo lo que nos piden las Escrituras, por mantener vivo aquello que Jesús nos legó como producto de Su Sacrificio. ¿Quieres ser moderno y revolucionario?. Pues lucha para erradicar el egoísmo de este mundo, para incendiar los corazones con el amor a Jesús, nuestro Rey. ¡Y de ser posible, haz ambas cosas a la vez!
No juzguemos a las personas por sus ideologías o por sus pertenencias a tal o cual agrupación, raza, sexo, movimiento, nación, religión o vecindario. Miremos el corazón del hombre, y obremos en ayuda de nuestro Dios, que nos quiere salvar a todos.