Jesús cumplió las profecías del Antiguo Testamento, porque descendía de la tribu de Judá y era del linaje de David.
En las Escrituras encontramos que a Jesús se le conoce como el León de Judá. El apóstol Juan tiene una visión y mira a uno sentado en el trono sosteniendo en su mano derecha un libro. Y un ángel fuerte pregonando ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? Juan estaba compungido, llorando, y un anciano se le acerca y le dice no llores, he aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos. (Apocalipsis 5:1-5).
Continua diciendo, el Cordero que fue inmolado, el que tiene los siete espíritus, el que está en medio de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, es digno de abrir el libro y quitar sus sellos porque ha sido inmolado y con su sangre nos ha redimido, en otras palabras, Jesucristo el cordero que fue sacrificado en la cruz del calvario, es digno.
Sin embargo, pocos prefieren al Cordero como el León, y si lo prefieren quieren verlo como un cachorro ‘indefenso’, noble y tierno, pero el León ruge con furia.
El León ruge desde Sión
Ruge desde su Trono, y cuando ruge sus enemigos tiemblan y huyen espantados. Pues cuando ruge desata un sonido atemorizador, temible, con poder, capaz de derrotar a sus adversarios. Jesucristo el León de la tribu de Judá, ruge, y lo hace con furia, enojado, pues su pueblo está siendo engañado, robado. Ruge contra aquellos que quieren robarle la gloria que sólo a Él le pertenece y contra aquellos que comercian con la Iglesia.
Nos desafía y compromete pues no podemos tomar solamente al Cordero y dejar de lado al León, pues Jesús dice; YO SOY el Cordero pero también soy el León de Judá y rujo con furia.