¿Es el buen humor del agrado de Dios? ¡Por supuesto que lo es! Y hay muchos modos de corroborarlo, pero tenemos a mano la vida de los santos para ver cuanta cercanía con el Señor se puede lograr teniendo un alma plena de humor sano y chispeante. San Felipe Neri es un buen ejemplo de ello. Hombre que vivió haciendo bromas que exponían su poco respeto por los excesos de formalismos, cuando detrás de ellos se ocultaba un apego a títulos y vanidades del todo humanas.
En una oportunidad alguien le recriminó sus frecuentes bromas. Felipe respondió: El Señor es Bueno, ¿cómo no va a alegrarse de que sus hijos nos riamos? La tristeza nos dobla el cuello y no nos permite mirar el Cielo. Debemos combatir la tristeza y no la alegría. San Felipe, llamado el santo de la alegría, se disfrazaba con ropajes ridículos y así salía a caminar por las calles, o recibía a los enviados importantes que lo visitaban. Está claro que con esta actitud los confundía, pero ello era así porque teniendo gran fama de santo, no quería que lo vieran de ese modo.
La anécdota que mejor lo define consta en las actas de canonización del Vaticano. La comisión que analizaba su caso estaba reunida, presidida por un cuadro del entonces beato Felipe. Faltaba un milagro para proceder a la elevación a los altares, y grande fue la sorpresa de los clérigos cuando ante la presencia de ellos el cuadro de Felipe se transfiguró y lo presentó con la famosa morisqueta del pito catalán. Dios permitió que Felipe obrara este particular milagro para que quede en claro el sello de cual fuera su personalidad en la tierra. Un hombre capaz de poner humor y provocar la risa en todo momento, dando por tierra las pretensiones y formalismos de muchos.
Vivió rodeado de gran cantidad de milagros, pero fundamentalmente celebraba con devoción la Misa diaria, cosa que muchos de sus colegas habían abandonado en aquella época. Durante la elevación de la Hostia Consagrada entraba en prolongados estados de éxtasis, y solía levitar por largos momentos. El acólito que lo acompañaba en esas Misas se retiraba, apagaba las velas, y volvía a las dos horas a encender las velas y continuar la celebración de la Misa porque Felipe seguía aún allí, en éxtasis. Decía él que un hombre sin oración es como un animal sin razón.
San Juan Bosco, comediante, deportista, hombre dotado de gran humor. Vio en una oportunidad a unos jóvenes que jugaban a las cartas en la calle, apostando el escaso dinero que reunían con su mendigar y pequeños robos. Con gran ánimo se unió a la partida, y en medio del juego arrebató todo el pozo y salió corriendo. Perseguido por la turba ingresó a la casa donde educaba y protegía a sus jóvenes, y mezclándose entre ellos comenzó a hablar a los perseguidores. Varios de ellos se unieron y continuaron su vida en la comunidad por él fundada.
Quizás la humorada santa más conocida pertenece a Santa Teresa de Ávila. Era ella una mujer de gran carácter, fuerte y decidida en su misión. Amiga intima de Jesús, acostumbrada a vivir todo con El, a vivir una vida de unión con su Amigo, Hermano, con su Dios. Sin embargo, ello no impedía que Teresa viviera toda clase de penurias en su vida. Dificultades en su salud, peleas en sus comunidades, contrariedades pequeñas y grandes. Así se encontró ella un día con una dificultad inesperada, que llegó en el peor momento. Teresa, acostumbrada a dialogar con Su Jesús, le preguntó por qué El permitía que le ocurra esto. Jesús le dijo: “Porque te amo”. Teresa, chispeando en su carácter santo pero indómito le respondió: “Si así tratas a tus amigos, ahora comprendo por qué tienes tan pocos”.
Hace algunos años visitó mi ciudad una persona que suele ser calificada como una mística, una amiga de Dios. Una anécdota me sorprendió, signo del especial modo con que Jesús se relaciona con los suyos. Esta mujer asistía a una Misa, pero se encontraba particularmente cansada y no lograba concentrarse por más que se esforzaba. De repente enfocó su mirada en un hermoso retrato de Jesús pintado sobre la bóveda de la Iglesia. Jesús, en ese momento, le sonrió y guiñó un ojo en un gesto de complicidad con la sorprendida mujer. Fue sin dudas un signo de apoyo y comprensión del esfuerzo que ella estaba realizando, hecho con el humor de Dios. Desde ese día comprendí que el Señor también me sonríe, y quizás me guiña el ojo, a mí también.
El buen humor del que es capaz el hombre proviene de la Mano del Creador. La risa y la alegría son manifestaciones de nuestro origen divino, actos que nos acercan en el amor a nuestros hermanos cuando surgen de un corazón sano y bien intencionado. Sazonar la vida con humor es tan importante como condimentar una buena comida, la risa no es la sustancia del alimento, pero afirma y da forma al gusto final del plato. También es un modo de quitarnos la soberbia, si es que somos capaces de reírnos de nosotros mismos, como clara indicación de que no somos nada. Dios, en su infinito amor, quiere nuestra alegría como modo de reposo frente a tantas tristezas que nos propone el mundo.