El bien y el mal, colores que han teñido generaciones y generaciones, como frío y calor, luz y oscuridad, arriba o abajo, infierno o Cielo, opción de vida para millones de almas. Me pregunto, ¿existe el mal absoluto? Si existe, y es el que no me gusta nombrar el que lo representa. Llamémosle simplemente el innombrable y su cohorte de ángeles caídos. Ellos son odio en su más absoluta concentración, odio sutil u odio violento, pero odio al fin. Sin embargo, surge una sonrisa en mi alma cuando pienso que existe el Bien Absoluto, y es en Dios donde lo podemos encontrar.
Dios es Bien sin grietas, puro y transparente. Bien expresado como el cúmulo de todos los sentimientos santos que un Corazón Amante puede tener. No hay lugar para otra cosa que no sea el Bien en el Corazón de Dios. Bien que es el balance perfecto entre Misericordia y Justicia, donde la Misericordia ocupa un espacio central, pero tiene a la Justicia como hermana necesaria.
¿Y qué es el hombre entonces, en relación al Bien y al mal? Podemos decir que es el campo de batalla donde el Bien y el mal se enfrentan, en el tiempo. Esta batalla dura un espacio de eternidad, nuestro tiempo para librarla, y ganarla. Pero no sólo somos un campo de batalla, ajeno e independiente a la lucha. Pensar eso sería un error en el que ya cayeron otras generaciones siglos atrás. Nosotros, como campo de batalla, somos el objeto de la lucha, el trofeo a conquistar. Trofeo para Dios, elegidos desde la eternidad como Sus hijos y herederos de Su Reino de Amor, si optamos y dejamos que el bien nos conquiste. O trofeo para el innombrable, si voluntariamente nos alejamos del Amor de Dios, quedando a merced de la única otra opción.
Somos campo de batalla, llenos de virtudes y debilidades. Siempre sujetos a las tentaciones provenientes de nuestra propia naturaleza humana y a la insidia tentadora que ejerce sobre nosotros el tentador, dentro del espacio que Dios le deja para actuar. Y también siempre sujetos a los actos más nobles, para transformarnos en verdaderos héroes de amor y justicia. La batalla ruge a nuestro alrededor durante toda nuestra existencia, y no hay oportunidad de quedarse al margen de ella, es nuestra misión de vida. A veces pensamos que no comprometiéndonos con la lucha estamos salvados, ajenos. No es así, porque en la batalla no hay lugar para los tibios, ya el Señor nos dijo lo que piensa de ellos.¿Puede, en esta batalla, caer el hombre en el mal absoluto? No, siempre tendrá dentro un rasgo de humanidad, una oportunidad de hacer el bien, aunque finalmente no lo haga. El hombre tiene siempre a su disposición una puerta de salida, por Misericordia Divina, que puede tomar o no, esa es su opción. Y del mismo modo, ¿puede el hombre aspirar al Bien absoluto? Puede y debe aspirar, pero no puede alcanzarlo mientras esté en el tiempo. Siempre tendrá dentro un resto de debilidad humana que sólo Dios en Su Misericordia podrá limpiar para darle acceso a la santidad, cuando haga el paso del tiempo a la eternidad.
Y si bien el hombre no puede representar ni al Bien ni al mal de modo absoluto, es notable cómo hay gente que parece tener una especial inclinación al Bien, personas que ven el mundo con ojos de niños, de esperanza. Gente que en primera instancia cree, da una oportunidad, espera. Es simplemente maravilloso estar con ellos. Sin embargo, hay otra clase de gente que tiende a ver a estas personas como débiles o tontos. Son aquellos que parecen tener una inclinación a no creer, a pensar mal de los demás, a juzgar y condenar rápidamente, dominados por la envida, los celos, la avaricia y la ambición. No es nada lindo compartir un espacio de vida con ellos, turba el alma.
Qué hermoso es estar con esas almas buenas que tienen alma de niño, que están claramente ganando la batalla interior, dejando que el bien las invada, haciendo ceder poco a poco a la tentación lejos de ellas. Es como vivir un pedacito de cielo, aquí. Uno se siente lleno de paz y de esperanza. Son gentes que prefieren hablar de Dios, antes que tocar cualquier otro tema. O mejor dicho, prefieren hacer el bien, antes que cualquier otra cosa, y hablar de Dios es también hacer el bien.
Ellas también tienen la batalla interior, y la luchan a diario. Y quizás sea esta la gran diferencia, porque estas almas saben muy bien que son objeto de una lucha, y libran esa contienda instante a instante, tratando de ganar espacio a cada momento. Muchos de nosotros pretendemos ignorar la batalla, pero ignorarla es perderla. Y también, tristemente, existen otros que se lanzan con todas las ganas a ganar la batalla, pero luchando para el ejército contrario.
Y tú, mi alma amiga, ¿cómo estás en tu batalla interior?